La ruta de la plegaria poética II
Con Prudencio aprendemos la oración poética en lo cotidiano; orar no está reservado a los momentos especiales o más difíciles de la vida. Orar es un acto de comunión continua con Dios

Rosalía Moros de Borregales:
“Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.” Efesios 6:18.
Con amor continuamos hoy nuestro viaje a través de la ruta de la plegaria poética. En nuestra primera entrega recorrimos los primeros siglos de la historia cristiana, escuchando la voz poética de los primeros creyentes a través del Himno de la Luz y de uno de los himnos de San Efrén, el sirio. Descubrimos cómo la oración poética fue la expresión del alma de estos hombres que, en medio de persecución y dificultades, buscaron a Cristo como luz y refugio a través de sus plegarias; esa voz que nace en el alma, que reconoce en primer lugar, la grandeza de Dios y, en segundo la necesidad de vivir amparados bajo su bendición.
Por una parte, al estudiar la etimología de la palabra plegaria encontramos que proviene del latín precaria, derivada de precis que se traduce como petición o ruego. Implica la idea de fragilidad de quien hace el ruego, la dependencia en la bondad del otro. En pocas palabras, la raíz de la palabra plegaria revela el reconocimiento de la dependencia de Dios; nos acercamos a Él a través de su gracia, no es un derecho, es puro regalo del Altísimo. En un principio la palabra se usaba como precaria con la letra “r”, la cual en la Edad media comenzó a suavizarse hasta que terminó en plegaria. En otras lenguas romances la palabra plegaria conserva también esta raíz latina: Italiano (preghiera), Francés (prière) y Portugués (prece).
Por otra parte, la palabra plegaria está emparentada con el verbo latino plicare que significa doblar o plegar; lo cual nos refuerza la imagen preciosa de la plegaria como la voz del alma que se pliega, se dobla, se humilla ante Dios, para recibir de Él su bondad. Esto nos recuerda el consejo del apóstol Pedro en su primera epístola: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.” I Pedro 5:6. Dios nos creó para tener comunión con nosotros. Podemos vivir nuestras vidas sin comunicarnos con El y, ciertamente millones de personas viven de esta manera. Más aun, podemos pensar que no es necesario.
No obstante, todos, desde el más poderoso hasta el más débil; desde el más rico hasta el más pobre, absolutamente a todos nos llega el día, el momento crucial de nuestra vida en el que todos nuestros recursos son insuficientes, toda nuestra sapiencia es solo oscuridad ante el reto que debemos dilucidar, toda nuestra fuerza se desvanece ante el dolor y nuestra alma no encuentra sosiego. Todos nos encontramos cara a cara con ese momento de absoluta impotencia, entonces elevamos nuestra mirada al Cielo y nuestra alma se eleva en una plegaria; porque no hay ateos en las trincheras.
Hoy nos acercamos a la memoria de un poeta singular: Aurelio Prudencio (348–410), considerado el mayor poeta cristiano de la Hispania romana; actualmente: España, Portugal, Andorra, Gibraltar y parte del sur de Francia. Prudencio nació probablemente en Calahorra, hoy la Rioja. Fue abogado y funcionario imperial, llegando a ocupar altos cargos de gobierno. Sin embargo, en la madurez de su vida decidió dejar atrás la carrera política para dedicarse a escribir poesía cristiana. Se retiró a una vida austera, consagrada a la fe y a la reflexión poética. Murió hacia el año 410, posiblemente cerca de Roma, poco después del saqueo de la ciudad por los visigodos.
Su obra más importante para la oración es el Cathemerinon liber, título griego que significa Himnos cotidianos. Este libro contiene una colección de doce himnos destinados a distintos momentos del día. Himnos para elevar una plegaria al despertar, antes de comer, al caer la tarde, antes de dormir, en el tiempo de ayuno, en la Pascua, entre otros. Estos poemas están dedicados a Cristo y a la vida del creyente en comunión con Él.
El primero de esta colección es Ales diei nuntius, el himno al canto del gallo. Al comenzar el día, Prudencio pone su mirada en Cristo como despertador del alma.
“El gallo, heraldo del día, anuncia la cercana luz;
pero es Cristo mismo, despertador de las almas,
quien ya nos llama a la vida”
Una estrofa sencilla, ligada intrínsecamente a la simpleza de la vida; la rutina del despertar. No obstante, una expresión de quien reconoce desde el amanecer el regalo de la vida, como un regalo de Cristo mismo. El gallo es el heraldo que trae cada mañana el anuncio solemne de la vida; se despierta con la luz de la aurora y se levanta para anunciarla. En este poema, Prudencio utiliza la imagen cotidiana del canto del gallo para recordarnos que la verdadera luz de cada mañana para el cristiano, no es la luz del sol sino la de Cristo. Al leer este poema recordamos la voz del salmista: “Oh SEÑOR, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.” Salmo 5:3.
El segundo himno de Prudencio es Ante cibum, el himno para recitar antes de cada comida
“Cristo, alimento de fortaleza,
tú que sacias desde la pobreza,
danos vigor, aumenta tu gracia,
para que vivamos en templanza”
Prudencio nos muestra cómo incluso el acto más sencillo, como sentarnos a la mesa, se convierte en oración. Prudencio entiende a Cristo como el alimento de la fortaleza espiritual, tan necesario para afrontar las aflicciones del mundo. Reconoce que Jesús sacia desde su pobreza; la humillación a la que fue sometido. Y aquí no podemos evitar recordar la epístola del apóstol Pablo a los filipenses; la cual es una exaltación a la obra redentora de la Cruz: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” Filipenses 2:5-11. Además, el pan cotidiano nos recuerda al Pan de Vida del evangelio de Juan 6:35: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre”. La poesía de Prudencio transforma la mesa en altar y la acción de comer en acción de gracias.
Otro himno de esta colección de Prudencio es el himno vespertino, llamado Ad incensum lucernae, el cual se recita al encender la lámpara cuando el sol se ha ocultado.
“Dios, herencia y corona de tus fieles,
tú eres su premio eterno.
Cantando himnos de alabanza,
Cristo, recibe el triunfo que te pertenece.”
El encendido de la lámpara evoca la presencia de Cristo como luz inextinguible. Es el momento en el que el día ha terminado y con él el alma se eleva para darle la alabanza por todo el triunfo recibido. Orar cuando la oscuridad comienza a hacerse en los cielos, nos afirma que con Cristo nunca andaremos en tinieblas. “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” Juan 8:12.
Con Prudencio aprendemos la oración poética en lo cotidiano; orar no está reservado a los momentos especiales o más difíciles de la vida. Orar es un acto de comunión continua con Dios. La oración es para cada momento del día; de la simpleza cotidiana que teje la grandeza de la vida. La vida cristiana se construye de esa comunión constante y persistente con Jesús. Por esa razón Él les habló de la vid: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” Juan 15:5.
Al leer a Prudencio me doy cuenta de la sencillez del Creador del Universo expresada en su hijo Jesucristo. Nosotros hacemos compleja una relación completamente sencilla y cotidiana. Prudencio es una inspiración para nuestra vida. El transformó sus días en himno, también nosotros podemos hacer de cada acto —el despertar, el trabajo, la mesa, la noche— una plegaria llena de la poesía de nuestra alma. La invitación del apóstol Pablo se hace realidad en la obra de Prudencio: “Regocijaos siempre. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.” I Tesalonicenses 5:16-18.
Cierro esta segunda entrega de La ruta de la plegaria poética con las palabras de un gran escritor y porador que comprendió el valor de la oración constante:
“La oración es el desbordamiento natural de un alma en comunión con Jesús. Así como la hoja y el fruto brotan de la rama de la vid, así también la oración florece y da fruto en las almas que permanecen en Él.” Charles H. Spurgeon (1834–1892).-
Rosalía Moros de Borregales
https://rosaliamorosdeborregales.com/
X:RosaliaMorosB
Facebook: Letras con corazón
IG: @letras_con_corazon
#reflexionesparavenezuela