El temperamento de José Gregorio Hernández y su relación con la virtud
Un análisis basado en su vida y sus cartas

Por: Pbro. José Alberto Rodríguez Pérez de la Diócesis de Acarigua – Araure:
Resulta interesante conocer a José Gregorio “al natural”, es decir, desde su temperamento; pues ello nos ayudaría a apreciarlo mejor, ya que lo veríamos desde su íntegra humanidad y, en consecuencia, contribuiría a afianzar los motivos por los cuales se nos invita a seguir sus pisadas. Visto así, desde dentro de él, nos daremos cuenta de que los santos tenían nuestras mismas inclinaciones y limitaciones humanas, pero supieron dar un sí a la gracia divina y Dios hizo grandes cosas en ellos.
¿TEMPERAMENTO?
Todos nosotros poseemos una marca individual que nos hace ser únicos e irrepetibles en medio de la historia. Esa marca se llama temperamento y tiene su origen en Dios Creador. Nacimos con ella y nada ni nadie nos la puede quitar, porque forma parte de nuestro ser más íntimo. ¿Qué es un temperamento? Algunos autores dicen que es la manera característica en que una persona reacciona emocionalmente ante diferentes situaciones. Es como la base de la personalidad, influenciada por factores genéticos y biológicos. En otras palabras, el temperamento es la forma de ser que cada uno tiene. Es una de las cosas que nos hace ser nosotros y no otra persona. Según los expertos, existen cuatro temperamentos, que son: el colérico, el sanguíneo, el melancólico o introspectivo y el flemático.
¿Cuál fue el temperamento que el Creador otorgó a José Gregorio? Al analizar su vida y los factores emocionales impresos en sus cartas, podemos deducir que nuestro santo poseía el temperamento INTROSPECTIVO-FLEMÁTICO, es decir, una mezcla de dos temperamentos, como suele suceder en todo individuo. Las características del temperamento introspectivo son: dotado, analítico, estratégico, abnegado, trabajador y autodisciplinado; y las características del temperamento flemático son: tranquilo, confiable, objetivo, diplomático, eficaz-organizado, práctico-humorista, calmado-plácido.
Esa nomenclatura sobre los temperamentos, basada en la teoría de los cuatro humores, la recibimos del médico griego Hipócrates (c. 460 – c. 370 a. C.)[1]. La personalidad de José Gregorio tendía a la introspección. Ya lo veremos. Se trataba de un modo de ser muy interior: era reservado, taciturno, pensador. Así lo describían desde su adolescencia en el Colegio Villegas: “Era poco dado a los juegos en grupo y prefería pasar su tiempo libre estudiando piano, leyendo a los clásicos y las obras sobre la vida de los santos”.[2]
Veremos cómo José Gregorio, con el sagrado auxilio divino, supo educar su temperamento y llevarlo por la vía de la virtud. Lo bueno de la gracia de Dios es que respeta lo natural del hombre y, desde su libertad, lo dirige hacia el bien. Todos los temperamentos son buenos por el solo hecho de que vienen dados directamente por el Creador; pero sabemos, por experiencia, que poseen, como todo lo humano, tendencias negativas o zonas débiles. El cristiano tiene la tarea de ir encaminando hacia el bien el propio modo de ser, de manera que lo lleve a vivir en la práctica el doble mandamiento del amor. Esto es la virtud: un camino en el bien.
EL INTROSPECTIVO-FLEMÁTICO POSEE CIERTA DOCILIDAD Y TIENE ESTRATEGIAS.
La mezcla de ambos temperamentos hacía de José Gregorio un dedicado examinador de sus propios pensamientos, sentimientos y emociones. Este modo particular le llevaba a ser dócil en puntos concretos de su vida; por ejemplo, fue dócil a las lecciones domésticas que su madre, Josefa Antonia, junto a su tía María Luisa, le impartían; fue dócil a las enseñanzas de su maestro de infancia, Pedro Celestino Sánchez; lo fue a las inspiraciones espirituales de Sor Ana Josefa, su tía monja. Todo ello nos dice que José Gregorio era manso por naturaleza, y que esa naturalidad, por efecto del amor, se transformaba en virtudes humanas y cristianas que iban forjando su carácter y poniendo las bases de su cristalina personalidad.
Lo mismo podemos decir del providente cambio de decisión que hizo José Gregorio por influencia de su padre, al estudiar Medicina en vez de Derecho como en un principio él había pensado. Su carácter llevadero, propio de este temperamento, hizo posible este decisivo cambio de plan, ¡y, vaya que ha hecho un inmenso bien al mundo! ¿Nos fijamos cómo la Divina Providencia fue guiando la vida de nuestro santo por medio de su temperamento? Otro ejemplo: en una carta del 21 de agosto de 1888, José Gregorio le cuenta a su amigo Dominici haber seguido fielmente su consejo de no leer mientras viajaba para así evitar el mareo. Esto muestra su tendencia interior de ser dócil a un sencillo consejo. Para nuestro análisis es un dato significativo, porque nos habla de una personalidad fácil de ayudar, lo cual, además de ser parte de su temperamento, era también un hecho de virtud humana.
Este modo “natural” de José Gregorio le facilitaba consultar a otros médicos sin ningún tipo de reparo. En la carta a su amigo Dominici del 12 de septiembre de 1888, desde Betijoque, cuando recién graduado cabalgaba por aquellas montañas ejerciendo la medicina, le habla de un caso de aborto que estaba atendiendo, en el que había quedado hemorragia sin poder controlarla aún. Le dijo en la carta: “Voy a consultar con Morales para ver si en este caso, y cuando la sangre es muy abundante, se puede practicar el taponamiento”.[3] El temperamento introspectivo suele ser estratégico. Es cierto que un médico de sentido común debe aplicar tácticas para sus actuaciones profesionales, pero en el caso de nuestro santo era algo que emanaba de su carácter afable basado en su virtud. Consultar a otro de más experiencia que él no nacía solo de una simple obligación profesional, sino también de la humildad y, además, de una acción caritativa en favor de una paciente que estaba sufriendo a causa de la hemorragia.
Su excelente tarea de profesor universitario se debía no solo al uso de estrategias pedagógicas exigidas por la institución, sino también a su temperamento. Los trabajos prácticos de laboratorio en la universidad los hacía de forma tal que a los estudiantes les resultara fácil adquirir el aprendizaje, por ejemplo, en la técnica microscópica, en los métodos de cultivo de los microbios y en la disociación de los tejidos, donde los trabajos se practicaban diariamente por todos los cursantes, divididos en grupos de cinco estudiantes. Diariamente también daba lecciones oralmente con su respectiva experimentación[4].
EL INTROSPECTIVO-FLEMÁTICO ES ANALÍTICO Y CONFIABLE
La virtud de José Gregorio, su espíritu de discípulo, le inclinaba a querer aprender de quienes tenían más experiencia que él. Cuando estaba realizando su servicio rural en los Andes, se encontró de frente con las enfermedades que antes había estudiado en las aulas universitarias. Pero su carácter propenso a la mansedumbre y al análisis le hacía recurrir a los libros con el fin de despejar sus dudas y procurar un buen servicio incluso en aquellos sitios escondidos del mapa. En una de sus cartas escribió lo siguiente: “Afortunadamente que mi espléndido libro de Pepper tiene artículos inmejorables sobre esas y todas las enfermedades [se refería a la disentería, al asma, a la tuberculosis y al reumatismo]” [5]. Ciertamente, este espíritu de consulta bibliográfica lo puede y debe poseer todo médico sensato, pero en José Gregorio era algo distinto: tenía peso de amor, poseía virtud.
Su semblante era el de quien tenía afianzado un hábito de oración y meditación. Vivía recogido, y ello lo expresaba con su virtud de saber usar convenientemente las palabras. “Era un hombre que hablaba lo estrictamente necesario y nunca estaba ocioso” [6]. La Gracia logró en él el hábito de la presencia de Dios. Él siempre estaba pensando en Dios. En todas las cosas descubría el lenguaje de Dios.
EL INTROSPECTIVO-FLEMÁTICO ES SUSCEPTIBLE
En octubre de 1888, estando en Isnotú y ejerciendo de médico, por primera vez murió una paciente suya. El dolor que sintió fue irrefutable. Se lo expresó a Santos Dominici en una carta del 16 de octubre de 1888: “Hace tres o cuatro días tuve el dolor de perder una enferma; dolor que ha sido tanto más vivo cuanto que es el primer enfermo que me toca encarrilar al cementerio” [7]. Cualquiera podría decir que es lo más normal que a un médico le duela el fallecimiento de sus pacientes y con más razón si es el primero de una lista. Eso es cierto, pero en José Gregorio ese hecho resultaba particularmente llamativo, porque además de sufrirlo en carne propia, lo expresó en carta a su mejor amigo. Debió de ser especialmente doloroso para él. Su carácter inclinado a la introspección y a la empatía, así se la hacía sentir.
Vivió una experiencia difícil con la muerte de su hermano Benjamín, la cual ocurrió el 29 de agosto de 1894 a causa de la fiebre amarilla. Esto le produjo un gran remordimiento de conciencia, pues “a pesar de su reconocida capacidad clínica y de los conocimientos de los procesos infecciosos actualizados en Francia, sintió el dolor de ver cómo la vida de su hermano se le escapaba de las manos… vislumbraba una culpa imaginaria” [8]. Eso de creerse culpable le motivaba la idea de entregar su vida a modo de expiación con la intención de reparar esa falta. Era un hombre que fácilmente remarcaba sus pensamientos.
EL INTROSPECTIVO-FLEMÁTICO SE LLEVA BIEN CON LA GENTE Y TAMBIÉN TIENE UNA TENDENCIA A LA SOLEDAD
El introspectivo-flemático es muy leal y sensible; valora mucho sus amistades. Aquí entendemos perfectamente la razón por la cual José Gregorio tenía una amistad sumamente especial con Santos Aníbal Dominici. Impresiona cómo las cartas dirigidas a este amigo revelan una estrecha sintonía de corazones que solo la empatía y la lealtad pueden explicar. Quizá su espíritu inclinado a lo interior le llevaba a hacer selecciones específicas basándose en juicios objetivos, propios del modo flemático. No era simple interés; pues el hombre maduro, como José Gregorio, no depende de simpatías o antipatías, sino de convicciones seguras. Seleccionar bien las amistades es propio de este temperamento.
Este tipo de temperamento, así como se relaciona bien con los demás y evita confrontarse con ellos, también tiende fácilmente a la soledad. Por ejemplo, nos cuenta Ernesto Hernández, tío de José Gregorio, el testimonio de Margarita Puyoua, quien hospedó, junto a su esposo, a José Gregorio y a sus dos hermanos durante dos años cuando este era estudiante de medicina. Dijo: “Al poco tiempo de vivir allí, José Gregorio enfermó de fiebre tifoidea. Era muy relacionado, y el corredor estaba siempre lleno de estudiantes y personas de su amistad que se informaban sobre su salud. Cuando José Gregorio llegaba de las clases, se encerraba en su habitación; era muy retraído. Él, con quien se entendía, era con mi esposo” [9]. Aunque este temperamento hace que el individuo se lleve bien con la gente, un artículo menciona que “uno no puede saber cuánto se apega esta persona a sus amistades, debido a que rara vez toma la iniciativa de buscar a otros; generalmente espera ser abordada por los demás” [10]. Es evidente que, así como José Gregorio disfrutaba estar con la gente, también disfrutaba de la soledad. Este hecho no era sino la expresión de un estilo reservado y algo tímido que a veces esperaba ser abordado por los demás antes de él abordar. Cierto es que la virtud de nuestro santo le hacía trascender en muchas ocasiones su tendencia natural y lanzarse, por ejemplo, a buscar a sus enfermos y a dialogar con sus amigos o alumnos. Para una persona responsable y madura, el deber está por encima del temperamento. Si, por ejemplo, la naturaleza le dice: “[a los enfermos] ¡no los busques!”, la virtud dice: “¡Sí, búscalos; porque es tu deber!”.
Otro ejemplo: en una carta a Dominici, comentándole sobre las primeras semanas de estadía en Isnotú, le dijo: “Te parecerá increíble que todavía no haya conocido una persona con la cual se pueda conversar un cuarto de hora siquiera” [11]. Sin embargo, después de decirle esto, se justifica: “…es verdad que no he salido de aquí y de Betijoque” [12]. Se refería a que no daba pie para conversar trivialidades con alguien por tener su agenda llena. Con agilidad, sabía pasar del silencio a la palabra y viceversa hasta alcanzar estilos sumamente heroicos, como cuando “ayunaba y pasaba días en silencio a tal extremo que su hermana le preguntaba si le pasaba algo” [13]. Se inclinaba por la soledad; él mismo se lo confesó a su gran amigo Dominici en una carta: “Formé entonces el proyecto de entrar en la Cartuja, que de todas las órdenes religiosas era la que me parecía más adecuada a mi espíritu, un tanto contemplativo y amigo de la soledad” [14].
En este tipo de temperamento, pues la persona tiene que equilibrar el gusto de estar con los demás y el gusto de la soledad y el silencio. Por este modo de ser, José Gregorio tuvo que haber sufrido un tanto durante su vida en la Cartuja, por el hecho de que no podía relacionarse con la gente, con sus pacientes, con sus alumnos y familiares. Algo de nostalgia sentiría, y lo dio a entender en una carta que envió a su hermano César desde el claustro de Farneta el 18 de noviembre de 1908, cuando dijo: “Ya tu comprenderás por qué no les escribo a todos como hubiera sido mi deseo; pero es que en mi orden nosotros vivimos de la soledad, del silencio y del alejamiento de las criaturas, aún de las que nos tocan más de cerca… pero eso no importa, porque nos es muy fácil reunirnos cada vez que queremos dentro del sacratísimo Corazón de Jesús” [15]. Un buen lector sabe interpretar aquí que nuestro amigo tenía deseos de comunicarse y relacionarse, pero el deber de ese momento le decía que su única opción era la soledad, y así lo asumió. Ahí había virtud.
ZONAS DÉBILES
Los temperamentos también tienen sombras. No nos debemos extrañarnos de ello, pues somos parte de esa creación que se halla en estado de vía. Es clarificante ver que José Gregorio expresó con sinceridad su cobardía para las despedidas. Esto de ninguna forma, le quitaba méritos a su madura personalidad. Estando en el Colegio Pío Latino de Roma en su intento de prepararse al sacerdocio, escribió una carta a su familia: “Mi querida Dolores: me acuerdo mucho de usted. Sentí mucho no ir a darle un abrazo antes de mi salida, pero usted sabe que yo soy muy cobarde para las despedidas y que me falta siempre el valor de hacerlo” [16]. Un temperamento sanguíneo, por ejemplo, no le habría costado tanto una despedida; al introspectivo-flemático, sí.
El introspectivo-flemático es una persona ansiosa y temerosa. Son dos aspectos débiles de este temperamento. José Gregorio mostró ansiedad y temor cuando la enfermedad lo abrumaba siendo alumno del Colegio Pío Latino de Roma. Pero, como siempre, la fe salió a su encuentro para hacerlo creer en la voluntad salvífica de Dios. Escribió: “Mi querido César: el doctor dice que me mejoraré para agosto, pero enseguida debo viajar a Venezuela para evitar el invierno …pero es que nadie comprende lo que sería para mí tener que regresar a Caracas después de haberme desprendido de todo y verme obligado a seguir la vida de antes, pero que en todo se cumpla la voluntad del Señor” [17]. No hay dudas: le costaba, pero así se lo estaba pidiendo la voluntad de Dios. Eso es virtud.
EL INTROSPECTIVO-FLEMÁTICO TIENE MUCHO TALENTO.
Hablando de la combinación entre el temperamento introspectivo y el flemático, dice el antes mencionado artículo: “Esta combinación es extremadamente sensible y tiene una gran añoranza por lo “ideal”. Generalmente aquí hallamos a personas que gustan mucho (y tienen mucha habilidad para) la literatura, la pintura, la escultura y especialmente los poemas y tienen una gran sensibilidad al leer, captar matices, así como para componer poesía” [18]. Nuestro santo está perfectamente identificado con estas características. Su talento era excepcional, fuera de serie. Era un incansable buscador de lo ideal, es decir, de lo perfecto, lo cual lo llevaba a desarrollar destrezas y habilidades que eran como una prolongación de la búsqueda de lo infinito. Si queremos definir a José Gregorio con una palabra, diríamos: era un “buscador”. Él perseguía el cielo y lo expresaba con la pintura, la escritura, la sastrería, la música, los idiomas, la escritura creativa, el baile, la poesía. José Gregorio vivía muy dentro de sí de manera sana y sabia. Sencillamente, era un hombre de una riquísima interioridad con un alma humana y, además, humanizadora. Su talla se la debía fundamentalmente a su apertura a la trascendencia. Su lógica espiritual era esta: desde dentro hacia afuera, es decir, desde sí hasta Dios.
En esta misma línea escribe Ramón Vinke: “José Gregorio era multifacético… También le interesaban las artes: la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura… Publicó en la revista El Cojo Ilustrado un artículo titulado Visión del Arte” [19]. Este era él: un artista, pero no para la autorrealización, sino para la proyección de la belleza. En el siguiente artículo de este apéndice se tratará sobre la búsqueda de la belleza como un rasgo de su vida contemplativa.
Su arte, su excelencia, su talento: aquí tenemos materia para analizar la virtud de nuestro santo. Su temperamento naturalmente le debió inclinar a ser auto-centrado, a volverse hacia sí mismo con ímpetu de vanagloria o egoísmo; ¿por qué estamos tan seguros de ello? Porque, ¿qué humano hay que no tenga el egoísmo con hambre? Pero una cosa es sentir la tentación de lo vano y otra es caer en ella. Por eso, el trabajo interior de nuestro santo le llevaba a la lucha por no hacerse ni sentirse centro de atracción, sino a vivir como uno más entre todos. No tenemos dudas de que habría tenido tentaciones de este tipo, pero su virtud ayudaba a su temperamento. Eso se llama madurez o sencillamente educación del ser natural.
EL INTROSPECTIVO-FLEMÁTICO TIENE AMOR A LO PERFECTO Y ES EFICIENTE.
Este tipo de temperamento, debido a su carácter eminentemente interior, suele estar inclinado a lo perfecto en los detalles más mínimos de las cosas. Cuando no hay virtud, esta tendencia se llama “perfeccionismo” y suele crear conflictos en los entornos. José Gregorio tenía esta inclinación a lo perfecto, pues lo demostraba con dos actitudes muy diferentes: con su sentido crítico ante lo indecoroso y con su reconocimiento de lo armónico. Por ejemplo, en agosto de 1888, durante su viaje a Isnotú para hacer su experiencia rural, dice a Dominici en una carta: “Puerto Cabello me hace muy mala impresión con sus calles estrechas y sumamente sucias” [20]. En esta misma carta escribe: “[En Curazao] fui a oír misa, y tuve ocasión de ver toda la iglesia, que es algo pequeña, pero estaba bien adornada, preparada para una fiesta… Hubo sermón, pero me pareció bastante malo” [21]. Su celo por lo hermoso le hacía darse cuenta de lo bello, pero también de lo no bello. Este deseo de ir a la perfección fue lo que lo llevó a dedicar en su libro Elementos de Filosofía un apartado sobre la estética: “Sentimiento Estético; es el ideal de perfección, de excelencia y de esplendor que existe en la inteligencia. Se llama belleza objetiva o simplemente belleza, al esplendor del ser, que es aquella cualidad por la cual el ser es capaz de despertar el sentimiento de placer estético” [22]. Según esto, José Gregorio gozaba de lo bello y lo noble, y, por contraste, sufría por lo feo y lo rudo.
CONCLUSIÓN
Finalmente, recordemos que el temperamento no es un mecanismo sistematizado y encerrado en un esquema seco, algo así como si fuéramos robots. Más bien, es un dinamismo que camina naturalmente y puede adoptar en ocasiones, por virtud o por defecto, rasgos de otros temperamentos. Por ejemplo, José Gregorio era un excelente practicante del baile, pero ello en nada se oponía a su santidad, ni menos a su temperamento introspectivo, sino que se complementa. ¿Por qué no pensar que su pasión por el baile nacía de su amor a las artes, propio del temperamento flemático? ¿O del carácter práctico-humorista típico de los flemáticos? ¿No podríamos considerar que la virtud de José Gregorio era tal que sobrepasaba su propio temperamento reservado? Nadie niega que el baile es signo de alegría; ¿acaso existe un cristiano triste? El santo es un fabricante de sorpresas, y en el caso de José Gregorio, bailar no era una expresión pecaminosa, sino una forma sana de diversión y, además, era expresión de su amor por lo bello. Él mismo escribió en su libro Elementos de Filosofía que “hay una relación entre la belleza y el sentimiento de placer experimentado” [23]. No podemos dudar que, para José Gregorio, bailar, sería una forma de disfrutar de la belleza musical.
En este mismo sentido dicen algunos autores que la pasión por el baile puede ser compatible con el temperamento flemático, aunque parezca que los flemáticos son más tranquilos y reservados. El baile, especialmente en contextos sociales o como forma de expresión artística, puede ser una actividad que un flemático realice con gusto, ya que le permite disfrutar de la música y el movimiento a su manera. Además, el baile puede ofrecerles una oportunidad para socializar y conectarse con otros, algo que muchos flemáticos también valoran. Por lo tanto, aunque José Gregorio no haya sido el más extrovertido en las pistas de baile, tenía una profunda apreciación por este arte y lo disfrutaba de forma introspectiva o moderada.
(Este artículo es parte del apéndice del libro SAN JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ, un laico de vida interior, del Pbro. José Alberto Rodríguez Pérez)
Instagram: @josealbertorodriguez2401
[1] NOTA: («c. 460 – c. 370 a. C.» significa «aproximadamente 460 a 370 antes de Cristo». El «c.» es una abreviatura de «circa», que significa «aproximadamente» o «alrededor de». Se usa cuando la fecha exacta no es conocida, pero se conoce un rango de años. Por ejemplo, Hipócrates de Cos (c. 460 a. C.- c. 370 a. C.) fue un médico griego, y se sabe que vivió entre esos años, pero no se conoce la fecha exacta de su nacimiento y muerte.)
[2] Carlos Ortiz Bruzual. “Sus estudios en Caracas”. SANTA PALABRA. Editorial Dahbar, 2021. Pág. 27
[3] Carlos Ortiz “Cartas a Santos Aníbal Dominici”. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ. CARTAS SELECTAS. Editorial CEC, SA, 2000. Pág. 31
[4] Ibíd Pág. 104
[5] Ibíd Pág. 33
[6] María Matilde Suárez/Carmen Bethencourt. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ. DEL LADO DE LA LUZ. Fundación Bigot. Pág. 102
[7] Carlos Ortiz “Cartas a Santos Aníbal Dominici”. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ. CARTAS SELECTAS. Editorial CEC, SA, 2000. Pág. 41
[8] María Matilde Suárez/Carmen Bethencourt. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ. DEL LADO DE LA LUZ. Fundación Bigot. Pág. 332
[9] Ernesto Hernández Briceño. NUESTRO TÍO JOSÉ GREGORIO. Tomo I. Caracas 1958. Pág. 302
[10] Moisés VN. “Los 4 temperamentos del ser humano”. https://los4temperamentos.blogspot.com Septiembre 18, 2012. Fecha de acceso: 16 de abril, 2025
[11] Carlos Ortiz “Cartas a Santos Aníbal Dominici”. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ. CARTAS SELECTAS. Editorial CEC, SA, 2000. Pág. 35
[12] Idem
[13] María Matilde Suárez/Carmen Bethencourt. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ. DEL LADO DE LA LUZ. Fundación Bigot. Pág. 329
[14] Carlos Ortiz Bruzual. SANTA PALABRA. Editorial Dahbar, 2021. Pág. 85
[15] Carlos Ortiz “Cartas a sus familiares y allegados”. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ. CARTAS SELECTAS. Editorial CEC, SA, 2000. Pág. 114
[16] Ibíd Pág. 116
[17] Ibíd Pág. 119
[18] Moisés VN. “Los 4 temperamentos del ser humano”. https://los4temperamentos.blogspot.com Septiembre 18, 2012. Fecha de acceso: 16 de abril, 2025
[19] Ramón Vinke. “VII De Nuevo en la Cátedra”. EL DR. JOSE GREGORIO HERNÁNDEZ. UNA HISTORIA DOCUMENTADA. Editorial Altolitho, CA, 2020. Pág. 99
[20] Carlos Ortiz “Cartas a Santos Aníbal Dominici”. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ. CARTAS SELECTAS. Editorial CEC, SA, 2000. Pág. 26
[21] Ibíd. Pág. 25
[22] José Gregorio Hernández. “Tratado Tercero. La Estética”. ELEMENTOS DE FILOSOFÍA. Tip. Emp. El Cojo. Caracas, 1912. Pág. 890
[23] Ibíd. Pág. 899




