Realismo aparente
En la política las ideologías suelen desviar la realidad hacia idealismos utópicos y programas ilusorios. Y hoy en día fuertes tendencias culturales vacían al ser humano de valores consistentes para atosigarlo con la fugacidad del espectáculo y la superficialidad del consumo

Mons. Ovidio Pérez Morales:
Por real se entiende corrientemente lo verdadero, objetivo, lo que manejamos o aspiramos manejar con el pensamiento y el obrar. Frente a ello ubicamos lo puramente ideal, lo imaginario, lo aparente y fantasioso. Con distinciones como ésta se encaró desde sus comienzos la reflexión humana, tanto ordinaria como filosófica. Desafío fundamental ha sido siempre el identificar y manejar lo real; como esto no fue nunca tarea fácil, surgieron desde el comienzo actitudes de renuncia y desesperación como el relativismo y el escepticismo. El ser humano persiste, sin embargo, en encontrarse con lo real y declararse siempre en búsqueda del mismo.
Ahora bien, en cuanto a interpretaciones de sí mismo y de su entorno, el ser humano ha explorado en todas direcciones y producido las cosas más disímiles. Su mente no es infinita, pero sí infinita e inevitablemente abierta. De allí que no pueda renunciar a pensar, sea en grande o también a nivel rastrero; y, paradójicamente, posibilite a los ateos materialistas concebir la materia con características divinas como serían la absolutez y la omnipotencia.
El hombre es un ser que se descubre y desarrolla en una realidad envolvente y en constante devenir. Es un yo circunstanciado espacial y temporalmente. Su habitación es una morada que se va ampliando como en círculos concéntricos, desde lo que tiene a la mano hasta lo cósmico e insondable. Y esto, quiéralo o no. Con solo cerrar sus ojos y vaciar su mente no anula la danza de nuestro planeta ni la agitación de la Vía Láctea. Y puede paralizar, sí, las agujas del reloj, pero no la carrera del tiempo.
Abundan quienes afirman ser muy realistas y dueños del futuro, pero se quedan en la epidermis de la circunstancia. No captan más allá de la punta de los dedos ni toman en serio la fragilidad de la existencia. Esto explica por qué, en contracorriente, una filosofía contemporánea, desafiando la banalidad, ha subrayado lo que constituye un auténtico existir y la identidad de la muerte como definición del ser. (Muerte que, en perspectiva cristiana, es, por cierto, paso a una vida en plenitud).
En la política las ideologías suelen desviar la realidad hacia idealismos utópicos y programas ilusorios. Y hoy en día fuertes tendencias culturales vacían al ser humano de valores consistentes para atosigarlo con la fugacidad del espectáculo y la superficialidad del consumo. También inflan un engañoso libertinismo y un atrayente sensualismo, pretendiendo llenar el vacío dejado por humanismos coherentes y trascendentes. Diseñado para el ser y el bien totales, seres y bienes limitados no agotan definitivamente la insaciabilidad humana.
A la luz de las anteriores reflexiones cabe formular algunas invitaciones hacia una actitud realista de futuro consistente.
Una primera sería tomar viva conciencia de la propia persona creada por Dios como ser social, para la comunicación y la comunión. Social, político. “El otro” no aparezca ya como sobrecarga, sino como socio en el peregrinaje histórico. Lo cual no sobra recalcar, pues una matriz antropológica cultivada en la modernidad ha sido precisamente la de un marcado ego-centrismo. La democracia, no así el colectivismo, va en buena dirección. La dictadura se sitúa en contradirección.
Una segunda sería la de una conversión espacio-temporal. El paso de una reclusión mental en el ámbito inmediato a una ubicación progresivamente abierta a hábitats más amplios. Volamos, en efecto, en un pequeño globo espacial como ciudadanos en el cosmos, lo que nos exige ser más humildes y fraternos. Por otra parte peregrinamos en una desconcertante fugacidad temporal. Cada momento es un inaferrable flash. Cuando hablamos de presente, éste ya se esfumó; y lo futuro es mera expectativa. La humildad tiene aquí un sensato y obligante asidero. Salmos como el 39, el 90 y el 104 son tremendamente interpelantes, así como la parábola del iluso empresario expuesta por Jesús (ver Lc 12, 16-21). Uno no puede menos de recordar aquí las megalómanas promesas totalitarias de imperios por mil años y de “vinimos para quedarnos”.
El realista genuino es el consciente de su circunstancia limitada, que no teme confrontarse con lo absoluto y busca perfeccionarse en servicial alteridad. –




