La ruta de la plegaria poética VI: El renacimiento hispano

Rosalía Moros de Borregales:
La poesía que ora, la fe que canta.
- Santa Teresa de Jesús (1515-1582)
Conocida también como Santa Teresa de Ávila, la ciudad de España donde nació, fue la mujer que convirtió la oración en un diálogo de amor. Creció en el seno de una familia numerosa, cuyos padres inculcaron a sus hijos, desde muy pequeños el amor a Dios. Cuenta la historia que Teresa solía decir que de niña leía la vida de los santos de los primeros siglos junto a su hermano Rodrigo, lo cual despertó en ella un intenso fervor por Cristo. Cuando apenas tenía siete años, quiso escaparse de su casa para ir a morir por Jesús en la tierra de los moros. Su vida estuvo marcada por una profunda conversión interior, en su Libro de la Vida narra que un día, al contemplar la imagen de Cristo herido en la cruz, sintió que su alma se resquebrajaba de dolor y que Dios le hablaba sin palabras a su corazón.
Fue la reformadora del Carmelo, junto a San Juan de la Cruz, orden establecida en la cueva del monte Carmelo, la misma donde estuvo el profeta Elías; una orden dedicada a la oración, la contemplación en silencio, la meditación de la Palabra y la vida austera en comunidad. De esta reforma surgieron las Carmelitas descalzas, símbolo del retorno a la sencillez y al ardor original. Para Teresa y Juan el Carmelo ya no es solo un lugar geográfico, sino una experiencia espiritual, el monte del alma, la ascensión interior hacia la unión con Dios. “Sube al monte alto, tú que anuncias buenas nuevas a Sion; levanta fuertemente tu voz.” Isaías 40:9.
Su pluma fue prolífica, a ella se confiere la autoría de las obras místicas más vastas de la literatura universal: Camino de perfección, Las Moradas o Castillo interior, Libro de la Vida y sus poemas breves, que son verdaderas oraciones líricas. Teresa no buscaba intencionalmente escribir poesía; ella usaba su pluma para orar. Sus versos no nacen del arte literario sino de la experiencia de la presencia de Dios. El tema central es la unión del alma con Cristo, el abandono en la voluntad divina y la confianza absoluta en el amor de Dios. Por esa razón decía: “Escribir es hablar con Dios, y hablar con Dios es amar”. Una de sus más bellas oraciones de confianza fue hallada escrita en un pedacito de papel en su breviario, su libro de oraciones, el altar portátil del alma orante. Teresa convierte en verso la inmutabilidad divina expresada por Jesús: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.” Juan 14:1.
Nada te turbe
| Nada te turbe, Nada te espante, Todo se pasa, Dios no se muda. | La paciencia Todo lo alcanza; Quien a Dios tiene Nada le falta: ¡Solo Dios basta! | 
Vivo sin vivir en mí
| Vivo sin vivir en mí, Y de tal manera espero, Que muero porque no muero. 
 En mí yo no vivo ya, Y sin Dios vivir no puedo; Pues sin Él y sin mí quedo, Este vivir ¿qué será? Mil muertes se me hará, Pues mi misma vida espero, Muriendo porque no muero. 
 Esta vida que yo vivo es privación de vivir; Y así es continuo morir Hasta que viva contigo. Oye mi Dios lo que digo: Que esta vida no la quiero, Que muero porque no muero. 
 El pez que del agua sale Aun de alivio no carece; Que en la muerte que padece, Al fin la muerte le vale. | Qué muerte habrá que se iguale A mi vivir lastimero, Pues si espero muero, Y si no espero muero? 
 Cuando me gozo, Señor, Con esperanza de verte, viendo que puedo perderte Se me dobla mi dolor. Viviendo en tanto pavor, Y esperando como espero, Muero porque no muero. 
 Sáqueme de esta muerte, Mi Dios, y dame la vida; No me tengas impedida En este lazo tan fuerte. Mira que peno por verte, Y mi mal es tan entero, Que muero porque no muero. 
 Lloraré mi muerte ya, Y lamentaré mi vida, Mientras que detenida Por mis pecados está. ¡Oh, mi Dios! ¿cuándo será Cuando yo digo de vero: Vivo ya porque no muero? 
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Esta hermosa pieza poética es la expresión del alma que ha llegado al convencimiento de que Cristo es la vida misma. El apóstol Pablo en su epístola a la iglesia de los Gálatas dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. ” Gálatas 2:20. Es la expresión del alma que muere porque no muere, que vive para Cristo, en quien la vida cobra sentido y valor. La vida escondida con Cristo en Dios: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.” Colosenses 3:2-3.
Leer a Teresa es un deleite para el alma, su poesía se convierte en una fuerza interior que nos sustenta en medio de las aflicciones del mundo; nos impulsa a la búsqueda de la presencia de Dios, el lugar de nuestro consuelo y nuestra paz. Deseo que estas letras, desempolvadas de la historia, cobren vida para ti y sean de inspiración en el camino de ascenso en tu vida cristiana.
- San Juan de la Cruz (1542-1591)
Podríamos describir a San Juan de la Cruz como el cantor del alma que busca a su Amado. Este ardiente poeta nació en Fontiveros en 1542, hijo de una familia muy humilde, un padre sin herencia, como castigo por haberse enamorado de la mamá de Juan, Catalina Álvarez, una mujer verdaderamente pobre, pero una trabajadora incansable. Así pues, creció en un hogar con más riqueza espiritual que material, lo cual inclinó su alma a la oración y la misericordia. Siendo muy joven ingresó a una orden religiosa en Medina del Campo donde fue ordenado sacerdote. En el mismo año que fue ordenado (1567) conoció a Teresa de Jesús y con ella trabajó en el proyecto de reforma del Carmelo.
Estuvo preso durante nueve meses en Toledo, tiempo en el cual se dedicó a escribir; en medio de la oscuridad y el frío de su celda surgieron unos de los poemas más bellos y profundos de la mística universal: Cántico espiritual y Noche oscura del alma. Sus poemas son oración que se eleva, como la oración de David en el Salmo 23, en el valle de sombra de muerte.
Cántico espiritual
| ¿Adónde te escondiste, Amado, Y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, Habiéndome herido; Salí tras ti comando, y eras ido. 
 Pastores, los que fuertes Allá por las majadas al otero, Si por ventura vierdes Aquel que yo más quiero, Decidle que adolezco, peno y muero. 
 Buscando mis amores Iré por esos montes y riberas; Ni cogeré las flores Ni temeré las fieras, Y pasarse los fuertes y fronteras. 
 ¡Oh bosque y espesuras, Plantadas por la mano del Amado! ¡Oh prado de verduras, De flores esmaltado! Decid si por vosotros ha pasado. | Mil gracias derramando, Pasó prestos sotos con premura, y yéndolos mirando, Con sola su figura, Vestidos los dejó de hermosura. 
 ¡Ay! ¿quién podrá sanarme? Acaba de entregarte ya de vero; No quieras enviarme De hoy ya más mensajero, Que no saben decirme lo que quiero. 
 Y todos cuantos vagan, De ti me van mil gracias refiriendo, y todos más me llagan, Y déjame muriendo Un no se que que quedan balbuciendo. 
 Mas, ¿cómo perseveras Oh vida, no viviendo donde vives? Y haciendo porque mueras, Las flechas que recibes De lo que del Amado en ti concibes. 
 
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Este precioso dialogo entre el alma y su Amado está inspirado en el libro del Antiguo Testamento, El Cantar de los cantares, un diálogo entre el alma (la esposa) y Cristo (el esposo), en el cual se describe el proceso de purificación, búsqueda y unión con Dios. En su Cántico espiritual San Juan revela su amor por el Supremo, su deseo por encontrarse con el Amado, el deseado de su alma, nuestras almas: “Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar. Me llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre mí fue amor.” Cantares 2:3-4.
Existen dos versiones de este Cántico, una con un tono más afectivo y lírico de 39 estrofas, la cual se conserva en el manuscrito conocido como Códice de Sanlúcar de Barrameda y la otra con mayor madurez teológica de 40 estrofas, conocida como Cántico de Jaén. Vale la pena destacar que la estructura de esta poesía es la Lira, una forma poética italiana introducida en España por Garcilaso de la Vega y perfeccionada por Fray Luis de León. En la lira las estrofas están compuestas por heptasílabos en los versos 1,3 y 4 y los versos 2 y 5 son endecasílabos con una rima aBabB; esta alternancia le da una musicalidad fluida y ascendente. Las 39 y 40 estrofas dividen el poema en cuatro partes: La búsqueda del Amado, el Encuentro y el gozo, la Unión transformante y el Reposo y la plenitud; verdaderamente, el recorrido de la vida con Cristo.
Noche oscura del alma
| En una noche oscura, Con ansias en amores inflamada, ¡Oh dichosa ventura! Salí sin ser notada, Estando ya mi casa sosegada. 
 A oscuras y segura, Por la secreta escala, disfrazada, ¡Oh dichosa ventura! A oscuras y en celada, Estando ya mi casa sosegada. 
 En la noche dichosa, En secreto, que nadie me veía, Ni yo miraba cosa, Sin otra luz y guía, Sino la que en el corazón ardía. 
 Aquésta me guiaba Más cierto que la luz del mediodía, Adonde me esperaba Quien yo bien me sabía, En parte donde nadie parecía | ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que el alborada! ¡Oh noche que juntaste Amado con amada Amada en el Amado transformada! 
 En mi pecho florido, Que entero para Él solo se guardaba, Allí quedó dormido, Y yo le regalaba, Y el ventalle de cedros aire daba. 
 El aire de la almena, Cuando yo sus cabellos esparcía, Con su mano serena En mi cuello hería, Y todos mis sentidos suspendía. 
 Quedéme y olvide, El rostro recliné sobre el Amado; Cesó todo, y deje, Dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado. 
 
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Esta entrega representa tan solo un puñado de luceros de una espléndida noche estrellada. Tanto Santa Teresa como San Juan fueron dos almas orantes, cuyas plegarias poéticas han trascendido la historia y cada vez que algún alma que va en busca del Amado se encuentra con esta poesía cada letra pareciera resplandecer con más intensidad.
Epílogo
El alma ha subido al monte.
No el monte de la piedra, sino el del silencio.
Allí donde el ruido cesa, donde las voces del mundo se apagan,
y solo queda la respiración de Dios en el pecho.
En el camino, Santa Teresa encendió la lámpara:
enseñó que la oración no es huida, sino amistad,
que Dios no se busca en lo alto, sino dentro,
en el aposento donde el alma y su Creador conversan en secreto.
Ella nos mostró que la vida cotidiana, la pluma, la escoba, el breviario
pueden ser templos si el corazón los ofrece como altar.
Más adelante, San Juan caminó en la noche.
No en la oscuridad de la duda, sino en la claridad invisible de la fe.
Él nos enseñó que hay una hora del alma
en que el amor no se siente; en que el Amado parece lejos,
pero está más cerca que nunca.
Y en esa noche, su canto fue antorcha:
la música callada, el silencio sonoro,
la llama que hiere y sana al mismo tiempo.
El cántico del alma que vuelve al origen,
que atraviesa la búsqueda, el fuego y el asombro,
para descubrir que el Amado nunca estuvo ausente.
Porque la restauración no es un regreso al principio,
sino al propósito.
Y el propósito es amar,
con el amor que viene de Dios y vuelve a Él,
como un río que nace en la montaña de la vida
y muere en el mar de Su eternidad.
Ahora el alma descansa.
Ha comprendido que el silencio no es vacío,
sino plenitud sin palabras.
Y allí, en el centro del amor,
la oración ya no pide, ni busca, ni teme,
solo canta la música callada del alma restaurada.
Eso es la oración cuando el alma vive en Dios.
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.” II Corintios 3:18.-
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