Redención a cuatro manos
Enrevesados argumentos intentan corregir lo incorregible, pues no se puede enderezar lo recto ni entregar lo inalcanzable a la mezquindad, cuando el poder anula la sabiduría de los corazones

Gerardo Vivas Pineda:
Décadas de oración, con la Virgen Santa a la cabeza, al parecer deben filtrar sus títulos y denominaciones. Cincuenta “Dios te salve, María” y el posterior “el Señor es contigo” en los rosarios diarios imponen un lema insuperable en la esperanza de todo aquel que, tarde o temprano, se sabrá moribundo.
Pero la sorpresa ha tomado un lugar preponderante en nuestra añeja disposición para orar a la Madre de todas las madres por antonomasia, excelencia y perfección inmaculada. Alegando supuestas confusiones señaladas por el delegado pontificio de quien relegó a la trastienda llamarse Vicario de Cristo, de un día para otro arranca de nuestras rodillas el sonido de la penitencia necesaria ante la intercesión materna. Se nos arrebata el propósito de una enmienda enunciada por varios papas y por el magisterio de la Iglesia ante las lágrimas espiritual y químicamente puras de una mujer rescatadora de almas, al amparo de su Hijo vestido de carne y hueso.
Altos funcionarios con túnica pretenden sustraerle la tarea conjunta de salvavidas imperecedero, socorrista de perdidos y desesperados, portadora de un encargo exclusivo: parir al Hijo de Dios luego de prestarle su útero donde hay tanta sangre como chispas de luz. Llamada María por y para siempre, la rotura de aguas en su vientre hace posible la gran misión de la eternidad: poner carne al Espíritu Único y así posibilitar que tenga polvo en los pies para repartir al mundo el prodigio de levantarse de la muerte. Ha sido, es y será la gran colega de ese Salvador anunciado, ese Verbo revelado que no se atreven a discutir los niños sonrientes o asustados, ni los ancianos arrastrando su alma cansada, mucho menos los mendigos cuando pisan la última hormiga sobre la tierra de su abandono.
Pero, si de atrevimiento se trata, enrevesados argumentos intentan corregir lo incorregible, pues no se puede enderezar lo recto ni entregar lo inalcanzable a la mezquindad, cuando el poder anula la sabiduría de los corazones.
Cimas vaticanas le suspenden el «Corredentora» a su función excelsa. Ante la negación de lo esencial y la insolencia de la autoridad es preferible no reprender a los responsables del desatino, a pesar de la contundente y explícita enseñanza bíblica —“Bienaventurado el hombre a quien corriges, Señor, y lo instruyes en tu ley”, Salmo 94, 12; “Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”, Mateo 16, 23; “y los reprendió por su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado”, Marcos 16,14—, es preferible, digo, preservar la Divina Corredención de la Santísima Virgen recurriendo a nuevos adjetivos definitorios, tengan prefijos o no, a ver si los criterios empeñados en el desvío de la tradición católica y del magisterio papal abren los ojos: regeneradora, emancipadora, reparadora, amparadora, alumbradora, engendradora, liberadora, cooperadora, recuperadora, inspiradora, colaboradora, imploradora, restauradora, curadora, sanadora, procuradora, depuradora, amansadora, rescatadora, desatadora, apacentadora, orientadora, apaciguadora, cautivadora, coadyuvadora, evangelizadora, armonizadora, vigorizadora, revalorizadora, enfervorizadora, profetizadora, afianzadora, esperanzadora, fortalecedora, esclarecedora, enaltecedora, enriquecedora, acogedora, sobrecogedora, socorredora, conmovedora, oidora, bienhechora, intercesora, defensora, benefactora, protectora, pacificadora, glorificadora, purificadora, santificadora, fortificadora, cuidadora, sosegadora, escuchadora, anunciadora, irradiadora, conciliadora, auxiliadora, vaticinadora, iluminadora, términos que vienen a cuento desde nuestras oraciones como gente de la calle que ha colocado desde siempre al Hijo Redentor y a la Virgen Madre muy juntos en sus mesas de noche.
Allí no hay confusión posible, sólo fe carente de tiara en la cabeza. Nuestra teología no proviene de una facultad universitaria ni de un claustro profesoral, sino de una lágrima perenne. Concluyamos poniendo uno más entre los calificativos; quizá podría remover el empecinamiento de la curia: desengañadora.-




