La paz para Venezuela
En esa estrategia de dilación, actores políticos nacionales e internacionales hacen el coro. En nombre de la paz, exigen otra negociación

César Pérez Vivas:
En las últimas horas, Nicolás Maduro se ha dedicado a ofrecer discursos “por la paz”. Sin embargo, durante el año 2024 —en plena campaña presidencial y después del fraude perpetrado contra la soberanía popular— sus palabras reflejaban con crudeza su verdadera faz, su naturaleza violenta y la soberbia que le otorga el control del aparato militar y paramilitar configurado para perpetuarse en el poder.
Aquel personaje que anunciaba que se quedaría en Miraflores “por las buenas o por las malas” es ahora el mismo que habla de “paz y amor”. Maduro cree que podrá engañar, una vez más, a los venezolanos y a la comunidad internacional. Pero no hemos olvidado —ni podemos olvidar— su amenaza de impulsar “un baño de sangre” si la sociedad democrática ganaba las elecciones. En un mitin en La Vega (Caracas), a mediados de julio de 2024, y en un video difundido por su campaña, afirmó: “Si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre, en una guerra civil fratricida… garanticemos la victoria”. En otro pasaje advirtió sobre la posibilidad de una “revolución popular y armada” si triunfaba la oposición.
Ese discurso de La Vega muestra al verdadero Nicolás Maduro: un hombre violento, formado en la escuela cubana de Fidel Castro, que amenazó con una guerra civil si los ciudadanos elegían a Edmundo González Urrutia. La inmensa mayoría del país, firme y desafiante, lo derrotó de manera categórica el 28 de julio de 2024. Y, en efecto, él respondió con violencia. Dictó la orden, a sus colectivos armados, para actuar entre la noche del 28 y la madrugada del 29 de julio, asesinando a 25 venezolanos en centros de votación y en las calles del país. Además, desplegó su aparato policial contra miembros de mesa y dirigentes de base: cerca de 3.000 ciudadanos fueron encarcelados y otros 5.000 se vieron obligados a huir por hostigamiento.
Todos conocemos la determinación del gobierno de Estados Unidos de llevarlo ante la justicia para que responda por los cargos imputados por su fiscalía. Esa realidad es la que ha llevado al soberbio usurpador a modificar abruptamente su discurso. Ahora le hace un llamado directo a Donald Trump para tener “paz, vida y amor”.
Durante un evento del “Consejo Nacional para la Soberanía y la Paz”, el 12 de noviembre, Maduro pidió —en inglés—: “Peace, peace, peace… no war, war no… peace, life and love, no to hate, no to eternal war, no to death”. Es un esfuerzo desesperado por incidir en la opinión pública estadounidense. Insiste en evitar una “guerra infinita” (forever war) y reclama “respeto al derecho internacional”, consideración que él y su camarilla jamás han tenido con los ciudadanos venezolanos.
Por otros canales, el dictador envía mensajes proponiendo un acuerdo que solo busca ganar tiempo. Ha solicitado al gobierno estadounidense permitirle gobernar dos o tres años más para luego renunciar. Veintiséis años en el poder no le parecen suficientes. Pretende que otros caigan, nuevamente, en la ingenuidad de una mesa de negociación que le permita repetir el ciclo: ganar tiempo, incumplir y seguir usurpando el poder.
En esa estrategia de dilación, actores políticos nacionales e internacionales le hacen el coro. En nombre de la paz, exigen otra negociación. Hablan de “paz y diálogo” y proponen incluso un cogobierno 50% chavista y 50% opositor. Así lo insinuó, el 20 de noviembre de 2025, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, al afirmar que Maduro estaría dispuesto a dejar el poder si se concretara ese esquema. El presidente de Brasil también se ha ofrecido como mediador, tesis respaldada internamente por Henrique Capriles.
Pero todas estas propuestas ignoran las elecciones del 28 de julio de 2024. Dejan de lado el discurso y las acciones de guerra que Maduro ha desplegado contra la nación. Olvidan que esta guerra —aunque no tenga la configuración clásica de un conflicto convencional— fue declarada y es dirigida unilateralmente por él.
Para detener la guerra, evitar una escalada de violencia y reducir los daños humanos y materiales, la única negociación posible con Maduro es su rendición; es decir, su retiro inmediato del poder. Pensar en una nueva mesa, como la violentada en Barbados, es regalarle tiempo al régimen usurpador para que logre disipar la seria amenaza que enfrenta y garantizarse más adelante su continuidad.
La inmensa mayoría de los venezolanos queremos a Maduro fuera. Si el presidente Trump logra sacarlo del poder en los próximos días sin disparar un tiro, habrá hecho una extraordinaria contribución a la paz de Venezuela y del hemisferio occidental.
Pero si Maduro y su banda criminal insisten en aferrarse ilegítimamente al poder, los venezolanos respaldamos su salida por la fuerza, exigiendo que esa acción se ejecute sin afectar la vida de inocentes ni los bienes estratégicos del país.
El camino a la paz solo es posible sometiendo a quienes han llenado de violencia a la nación. El militarismo comunista —encabezado por Hugo Chávez y teledirigido por la dictadura cubana— debe ser derrotado. No es cogobernando con los violentos, como propone el señor Petro. No es entregándoles más tiempo a los usurpadores. Es derrotando la violencia como se recupera la democracia. Y es solo en democracia donde puede existir la paz: una paz con respeto a los derechos humanos, sin presos políticos ni perseguidos; una paz que permita el desarrollo.
Bien lo dijo el Papa Pablo VI, en su encíclica “Populorum Progresio” N 76: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Con la salida de Maduro y su camarilla, regresarán la democracia, el desarrollo y, con ellos, la verdadera paz para nuestra amada Venezuela.-
Lunes, 24 de noviembre de 2025




