Testimonios

Calafato, el capo de la «Stidda» que mandó aniquilar al beato Livatino: «Él me impulsó a cambiar»

«El crimen organizado desplegó su poder y yo fui su protagonista», dijo el mafioso, hoy converso

Durante casi toda la década de los 80, el juez Rosario Livatino fue uno los mayores perseguidores de la mafia siciliana. Su labor en la Italia de la “Mattanza” o segunda guerra de la mafia tuvo consecuencias, cuando el 21 de septiembre de 1990 fue sorprendido por un grupo de sicarios de los “Stidda” y brutalmente asesinado. Salvatore Calafato, autor intelectual del crimen, terminaría admitiendo en prisión que conocer la obra de su víctima, el «juez beato», cambiarían su vida por completo.

Aquel día comenzó con normalidad para Livatino, que en menos de dos semanas cumpliría 38 años. A bordo de su Ford Fiesta rojo, se dirigía al juzgado por su ruta habitual, la SS 640, en esta ocasión sin guardaespaldas. En el kilómetro 10, el juez fue embestido, siendo sorprendido por un comando de cuatro sicarios de la Stidda distribuidos en una moto y bloqueado por un Fiat Punto. Después de los primeros disparosintentó escapar hacia el acantilado, pero uno de los asesinos lo alcanzó y lo remato con siete tiros.

«Santocchio», el azote incansable que amaba al juzgado

Así es como recuerda la organización Antimafia Dosmil el acto final de la vida de un servidor del Estado, masacrado en medio de la nada, en el árido campo a finales del verano. En ese lugar, hay hoy un monumento, rodeado de maleza y aislado de la nueva ruta Caltanissetta-Agrigento, que conmemora su martirio.

Según la sentencia que condenó a los sicarios y actores intelectuales a cadena perpetua, Livatino fue «asesinado por perseguir a las bandas mafiosas impidiendo su actividad delictiva, donde se habría exigido un trato laxo, es decir, una gestión judicial si no complaciente, al menos, aunque inconscientemente, débil, que es la no poco frecuente que ha permitido la proliferación, fortalecimiento y expansión de la mafia». Su dureza contra el crimen no sería, sin embargo, obstáculo para que mostrase un denodado “amor por la persona juzgada”, lo que hizo ser conocido entre los mafiosos con el apodo de “santocchio” u “hombre santo”.

Años después, el 9 de mayo de 2021, Livatino fue beatificado y declarado mártir por odio a la fe, despertando un reguero de testimonios, arrepentimientos y conversiones que llegarían hasta sus mismos asesinos.

Calafato, fundador de la Stidda, verdugo arrepentido

Uno de ellos fue Salvatore Calafato, principal instigador, autor intelectual del crimen contra Livatino y cofundador de la Stidda junto con Giuseppe Croce Benvenuto, la principal rival de la Cosa Nostra.

Tras ser condenado a cadena perpetua en 1993 y 15 años bajo el régimen penitenciario 41-bis, Calafato fue trasladado a la prisión de Opera (Milán) y en 2019 obtuvo su primera libertad condicional, seguida en 2023 por la concesión de semilibertad, gracias a la cual va a trabajar cada mañana y regresa a prisión por la tarde.

Fue precisamente en prisión, tras conocer la historia, vida y obra de Livatino, cuando Calafato comenzó a mostrar signos de arrepentimiento que se extendieron durante años hasta el día de hoy, cuando a sus 58 años afirma: “Su humanidad agravó el dolor de mis fechorías y me impulsó a cambiar”.

La mafia, un modo de vida

El otrora dirigente mafioso, hoy un preso arrepentido, recuerda que desde su detención en 1993 no ha habido momento que no reviva mentalmente “los hechos sangrientos” por él orquestados. El asesinato del juez especialmente, “pero también los otros crímenes que cometí tras entrar en la lógica de la mafia y haberla convertido en una norma de vida a la que todo debía subordinarse”, se recoge en una nota publicada recientemente por Avvenire.

El arrepentimiento de Calafato le llevó, entre otras medidas, a dirigirse a sus víctimas y sus seres queridos por escrito.

“El dolor que siento por haber causado la muerte del magistrado es el mismo dolor que siento por todas mis víctimas y sus familias”, escribió. “Durante mucho tiempo, mi ciudad, Palma di Montechiaro, fue el escenario donde el crimen organizado desplegó su poder y brutalidad, y yo fui protagonista. Desperdicié los años de mi juventud, causé mucho daño a otros y a mí mismo. Hace años, pedí disculpas públicas en una carta a las familias de las víctimas, al alcalde y a mis conciudadanos, aunque entiendo que esto… No fue suficiente para reparar el daño causado”.

La huella imborrable de un hombre de luz, fe y justicia

La toma póstuma de contacto entre víctima y verdugo fue durante la estancia de Calafato en la prisión de máxima seguridad de Pianosa, cuando conoció los escritos de Livatino y admitió descubrir en él “una figura luminosa, un hombre de fe y un servidor de la justicia”.

Un episodio concreto dejaría en el prisionero “una huella imborrable”.

El 15 de agosto, relata, “fue personalmente a entregar la orden de liberación de un recluso, y a quienes se mostraron sorprendidos, les dijo que dentro de la prisión había un hombre que no debía quedarse ni un minuto más, porque la libertad personal prevalece sobre todo lo demás. Descubrir la humanidad de Livatino agudizó aún más el dolor por mis fechorías, pero también alimentó mi arrepentimiento. Hoy me siento como una persona diferente”.

Conocer a su víctima cambió por completo a Calafato, que a día de hoy realiza voluntariado una vez a la semana con el objetivo, dice, “de ser útil a la sociedad y devolver al menos una pequeña parte del bien que he obtenido con mi comportamiento». Mientras, se da cuenta de cómo ha dado los primeros pasos hacia un proceso de justicia restaurativa, esperando algún día ser candidato para la libertad condicional y volver a vivir con su familia.

Un proceso en el que no solo ha encontrado redención personal, sino también una reconexión con la fe a través de la oración, su relación con el capellán de Opera, sus frecuentes visitas a la capilla y su amistad con otros voluntarios, a quienes considera “pequeños-grandes signos de la misericordia que Dios quiso mostrarme, una misericordia que encontró su rostro más brillante en Rosario Livatino”.-

José María Carrera Hurtado

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