Iglesia Venezolana

El Cardenal Porras en la Academia Nacional de Medicina

Es el momento de la plegaria que nos invita a escuchar la voz del Dios de todo consuelo y esperanza en el silencio sonoro de la realidad lacerante que nos rodea. No podemos ser sordos a la voz del Altísimo ni ciegos al mal que nos rodea y nos corroe.

MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS EN EL MARCO DE LA SESIÓN SOLEMNE DE LA ACADEMIA NACIONAL DE MEDICINA EN OCASIÓN DE LA CANONIZACIÓN DEL DR. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ CISNEROS, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO. Paraninfo del Palacio de las Academias, jueves 27 de noviembre de 2025.

 

Homilía del Cardenal Baltazar Porras en la Sesión Solemne de la Academia de  la Medicina en ocasión de la Canonización del Dr. José Gregorio Hernández -  Comunicación Continua

Con la venia de las autoridades de la Academia Nacional de Medicina, amigos todos:

 

No debe extrañar que las corporaciones académicas venezolanas, nacidas al calor del positivismo en pugna con otras concepciones filosóficas y religiosas, más allá de la misma, y en fidelidad a los principios rectores positivos del quehacer científico, de fidelidad a la realidad, conocida por experiencia y autentificada por la verificación plural, hayan sido siempre un hogar donde la diversidad cultural puso su nido para dar frutos óptimos en beneficio de la colectividad.

 

Esta Eucaristía, como expresión de la fe mayoritaria de nuestro pueblo, no desentona, al contrario, enaltece el gentilicio que hace convivir en la diversidad del pensamiento regido por la verdad y orientado hacia la libertad, la justicia y la paz, la conciliación de la razón y de la fe en la defensa del valor supremo de la vida material y espiritual del ser humano, sobre todo del más débil y excluido, el pobre.

 

Valga el testimonio pronunciado en el Paraninfo de la vieja Universidad Central, donde nos encontramos, al recordar en 1949 los treinta años del fallecimiento del Dr. José Gregorio Hernández, aquella tarde del 29 de junio de 1919, cuando sus restos fueron trasladados a este recinto. He aquí las palabras: “…negros crespones realzaban la noble severidad del viejo claustro. Los jardines se quedaron sin flores, porque estas eran pocas ante la abundancia de solícitas manos que fueron a troncharlas para la ofrenda del afecto. El aroma intenso de rosas y gardenias no bastaba a borrar la tragedia del semblante de los concurrentes. Razetti estaba lívido. Las manos de Francisco Antonio Rísquez y de Miguel Ruiz sostenían la corona de la Academia Nacional de Medicina, homenaje de la más alta corporación científica”.

 

Hoy, se repite la ofrenda del afecto y el agradecimiento, porque un miembro fundador de esta preclara Academia se engalana con el reconocimiento que el Papa León XIV le ha concedido hace apenas un mes al elevarlo al elenco selecto de santos de la Iglesia universal, título máximo de la condición y misión de pertenencia a la misma, para honra de nuestro gentilicio y de la Corporación de la cual fue miembro consecuente y diligente promotor de las iniciativas de la misma.

 

Es el momento de la plegaria que nos invita a escuchar la voz del Dios de todo consuelo y esperanza en el silencio sonoro de la realidad lacerante que nos rodea. No podemos ser sordos a la voz del Altísimo ni ciegos al mal que nos rodea y nos corroe. Nos lo recuerda el bueno de Tobías, que en la soledad del exilio se dolía de los males que sufrían sus paisanos. En sus reflexiones nos dice: “es buena la oración con el ayuno y la limosna con la justicia. Es mejor tener poco viviendo con rectitud, que tener mucho haciendo el mal” (Tobías, 12, 6-13). No podemos servir a dos señores a la vez, como nos lo recuerda José de Espronceda, “pues el hombre se arroja lleno de esperanza en las de su ardiente fantasía y no tarda en perder sus ilusiones porque no encuentra nada que pueda colmar sus anhelos infinitos”; y nos lo plasma en aquellos versos con sátira punzante: “Testigo aquella vieja / de la antigua conseja / que a San Miguel dos velas le ponía, / y dos al diablo que a sus pies estaba, / por si uno fallaba / que remediase el otro su agonía”.

 

No seamos ingenuos como aquellos discípulos que ante la parábola del juicio final que nos trae San Mateo, poniendo a uno y otro lado a los buenos y a los malos con el rasero de no haber descubierto en el rostro de los necesitados el del Jesús conocido, le preguntarán: ¿Cuándo te vimos hambriento y sediento, forastero o desnudo y no te asistimos?”. La respuesta no se hizo esperar: hay que descubrirlo en los más insignificantes que son el rostro verdadero con el que nos topamos a diario en los quehaceres cotidianos. El Padre Javier Duplá, jesuita, uno de los más prolíficos y acertados escritores sobre nuestro médico de los pobres, dice con acierto: “no es simplemente su recuerdo, sino su presencia salvadora, curativa en cientos y miles de casos que van apareciendo todos los días… son muchos los que ven en José Gregorio no sólo a un santo de nuestros días, sino a una inspiración para mejorar la difícil situación que vive ahora el país”. ¡Tal vez el mayor milagro deseable!

 

José Gregorio es el inabarcable, su actualidad es un desafío a lo que podemos y debemos ser. Fue labrando su camino exitoso, no exento de dificultades y tropiezos, con la fuerza espiritual de seguir a Jesús y hacerlo el centro de su vida tanto para su superación en el campo profesional como en el espiritual, a base de constancia, tesón, sacrificio y búsqueda permanente de la verdad y del bien del otro, del necesitado, del que no encuentra el norte de su existencia. Su legado es punto de partida para luchar por la verdad, la trasparencia, la justicia, el respeto del otro, la capacidad de acercarse al lejano o al excluido, pues la libertad interior es el camino de la auténtica esperanza que se trasmite por ósmosis al calor del testimonio del que nos acompaña o se hace presente en el camino de la vida.

 

El mensaje de hoy parte del gremio médico, pero trasciende sus fronteras, es un llamado para todos. “Creo, sin lugar a dudas”, -nos dice el Dr. René Sotelo Noguera-, “que todo médico venezolano que viva con pasión su profesión y sea un hombre de fe, reconoce en José Gregorio Hernández el ejemplo de un médico bueno, de un hombre que ejercía su profesión para ayudar”.

 

Estoy seguro que la sesión solemne del día de hoy no se limita a lanzar fuegos artificiales al viento; es más bien, una campanada que nos empuje a imitar a ese José Gregorio, que por memoria fiel a lo mejor de nuestra historia, cada uno de los venezolanos llevamos dentro. Que así sea para bien de toda la colectividad que cree y sueña con una sociedad más justa y fraterna. “No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos» (Francisco, Gaudete et Exultate, 34).

 

Continuemos en la plegaria con la oración de los fieles que nos invita a ampliar el horizonte de nuestras peticiones. Que así sea.-

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba