León XIV denuncia un nuevo arrianismo y pide a la Iglesia inculturación en la transmisión de la fe

El primer acto de León XIV con la Iglesia turca fue su encuentro, en la mañana del viernes, con los obispos, sacerdotes, consagrados y agentes de pastoral en la catedral del Espíritu Santo de Estambul.
En su discurso, el Papa definió Turquía como una «tierra sagrada» porque en ella «se abrazan el Antiguo y el Nuevo Testamento» y fue lugar donde se escribieron «las páginas de numerosos Concilios”, en concreto los ocho primeros ecuménicos.
Enclaves que hoy forman parte del estado turco tienen una gran relevancia en la historia de Israel y de la Iglesia. El pontífice citó Jarán, de donde partió Abraham; la propia península de Anatolia, evangelizada por San Pablo; y a San Juan viviendo sus últimos días en Éfeso. Aparte de estos vínculos con la Iglesia, mencionó la importancia del Patriarcado Ecuménico como «punto de referencia tanto para sus fieles griesgos como para los que pertenecen a otras denominaciones ortodoxas».
Los católicos son una minoría en Turquía, que se calcula en torno a un 0,2% de la población, así que hay que asumir una «lógica de la pequeñez», dijo el Papa, quien recordó que la fuerza de la Iglesia no proviene del número, la influencia o los recursos, sino de la acción del Espíritu Santo: “La Iglesia que vive en Turquía es una pequeña comunidad que, no obstante, permanece fecunda como semilla y levadura del Reino. Por eso, los animo a cultivar una actitud espiritual de esperanza confiada, fundada en la fe y en la unión con Dios”.

León XIV, en la catedral del Espíritu Santo en Estambul.
El Papa apuntó tres objetivos pastorales para la Iglesia turca: el diálogo ecuménico e interreligioso, la transmisión de la fe y el servicio a inmigrantes y refugiados. Todo ello, en un contexto de «un compromiso especial con la inculturación: que la lengua, los usos y las costumbres de Turquía se conviertan cada vez más en los vuestros. La comunicación del Evangelio pasa por asumir la lengua, los usos y las costumbres del pueblo que se sirve”.
En cuando al 1700º aniversario del Concilio de Nicea (año 325), motivo religioso principal del viaje, León XIV afirmó que el Credo no es solo una fórmula doctrinal, sino un llamado a volver a lo esencial, la centralidad de Cristo: “¿Qué significa, en su núcleo esencial, ser cristianos? El Símbolo de la Fe, profesado de modo unánime y común, es criterio de discernimiento, brújula orientadora, eje sobre el cual deben girar nuestro creer y nuestro actuar”.
Es fundamental reconocer en Jesús el rostro de Dios, descartando «un retorno del arrianismo en la cultura actual y a veces entre los mismos creyentes». Lo expresó así: «Se mira a Jesús con admiración humana, quizá también con espíritu religioso, pero sin considerarlo realmente el Dios vivo y verdadero presente en medio de nosotros. El hecho de que es Dios, Señor de la historia, en cierto modo se oscurece y se limita a considerarle un gran personaje histórico, un maestro sabio, un profeta que ha luchado por la justicia, pero nada más». Nicea nos recuerda, sin embargo, que «Jesucristo no es un personaje del pasado, es el Hijo de Dios presente en medio de nosotros, que conduce la historia hacia el futuro que Dios os ha prometido».
Por último, el Papa señaló también como desafío «distinguir entre el núcleo de la fe y las formas históricas que la expresan, siempre parciales y provisionales y que pueden cambiar al profundizar en la doctrina», que no es «abstracta y estática, sino que refleja el misterio mismo de Cristo» como «un organismo vivo que ilumina y explicita mejor el núcleo fundamental de la fe».-





