
Rosalía Moros de Borregales:
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”
Efesios 4:32.

Realmente, cuando hablamos de verdaderas heridas del alma hay acciones que son absolutamente imposibles de perdonar. Heridas que con tan solo una mirada al pasado siguen doliendo como si hoy fuera el día que comenzaron a sangrar. Palabras que fueron lanzadas como flechas, silencios que se convirtieron en muros, acciones que fueron puñaladas, disparos certeros para matar. Y luego, la imposibilidad humana del perdón se convierte en un veneno constante que va amargando el alma, apagando luces, endureciendo el corazón, restándole alegría a los días y vigor a la vida. Es aquí, en esta imposibilidad, donde yace la comprensión cristiana del perdón. A diferencia del sentimiento, el cual se rebela a sentir de otra manera diferente a la que ha sido tratado, el perdón se nos presenta como un acto espiritual, una decisión que trasciende el alma.
La primera enseñanza de Jesús acerca del perdón se encuentra en el modelo de oración que le dio a sus discípulos en respuesta a su petición de que los enseñara a orar. En esta oración, conocida como el Padre Nuestro, Jesús condiciona el perdón otorgado por Dios, como el perdón que nosotros otorgamos a quienes nos ofenden. Una verdad difícil de asimilar; un recordatorio de la cruz: El amor recibido por Dios en la relación de verticalidad, se expande al otro en la relación de horizontalidad. “Y perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Mateo 6:12. Luego, al terminar la oración Jesús declara: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonarás vuestras ofensas”. Mateo 6:14-15.
Más adelante, en el contexto de la higuera que no daba fruto, Jesús les enseña a sus discípulos el poder que hay en el creer cuando oramos, e incluye la falta de perdón como un obstáculo, una piedra que hay que quitar del camino de la oración, a fin de recibir lo que pedimos. “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros sus ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas.” Marcos 11:24-25.
Posterior a este evento, el evangelista Mateo nos revela instrucciones específicas de Jesús sobre lo que debemos hacer cuando alguien peca contra nosotros. Un manual que todos deberíamos conocer, en el capítulo 18 del evangelio de Mateo. Y es aquí, precisamente, después de las instrucciones de Jesús, que el apóstol Pedro, le pregunta a Jesús: _ ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Y Jesús le respondió: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”. Mateo 18:21-22. Aquí está la clave del perdón en el cristianismo, perdonamos tantas veces como Dios nos perdona a nosotros. El número siete (7) significa plenitud en hebreo.
Es un recordatorio de que fuimos perdonados cuando no lo merecíamos. Fuimos amados cuando no éramos amables, fuimos buscados cuando caminábamos lejos, de espaldas al Señor. ¡Ese es el estándar de Dios! Perdonamos porque Él nos perdonó primero; perdonamos desde la gratitud del perdón recibido, no desde la justicia humana. Desde esta perspectiva podemos reconocer tres dimensiones del perdón cristiano que son incomprensibles a la mente del mundo. Primero, deshacernos de la deuda emocional: He sido perdonado por Dios, por lo tanto, tomo la decisión de perdonar a los que me han ofendido. No paso factura. Segundo, renunciar al derecho a la venganza: La decisión del perdón corta el ciclo del “ojo por ojo” y reconoce que la venganza es de Dios, tal como lo expresa Romanos 12:19 “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. Tercero, bendecir al que nos maldice y orar por los que nos ultrajan y nos persiguen. Al pedir a Dios que bendiga, nos liberamos del veneno de la maldición. Al orar por el otro, el corazón permanece intacto, sin endurecerse; cuando intercedemos por otros descubrimos que, en el proceso, los bendecidos somos nosotros.
Al analizar el perdón como un proceso espiritual, no quiere decir que no valoramos nuestras emociones sino que le damos una dimensión de respeto, más no de conductoras del proceso. En este respecto es necesario y, de suma importancia, comprender que no podemos transgredir nuestro propio ser, por lo cual la decisión del perdón no necesariamente conlleva a una reconciliación plena. Debemos diferenciar el proceso de restauración al proceso de reconciliación. No siempre el perdón nos lleva a la misma relación que tuvimos en el pasado; pero si restaura nuestro corazón de la amargura y el dolor por la ofensa recibida. El perdón más hermoso es cuando la restauración y la reconciliación se hacen patentes al mismo tiempo; no obstante, este evento no siempre es posible.
Mientras escribo estas letras para ustedes, viene a mi mente el recuerdo de un ejemplo de restauración y reconciliación que vivimos en mi familia. Mi hermano mayor había tenido una vida de excesos y, a pesar, de todos los esfuerzos de su esposa y sus hijas, el matrimonio terminó en divorcio. Mi hermano continuó su camino de destrucción hasta que, por la infinita gracia de Dios, manifestada a través de las oraciones de mis padres, él tuvo un proceso de sanidad y restauración emocional y espiritual. Después de 8 años del divorcio, hubo perdón, restauración y reconciliación. Hoy son un matrimonio lleno de amor y testimonio vivo del poder del perdón. Sin embargo, esta es la excepción de los casos, porque no siempre las dos voluntades están dispuestas y rendidas a Dios.
Cuando Jesús estaba suspendido en la cruz, con los clavos abriéndose paso en sus manos, y el costado traspasado por la espada de la impiedad, Jesús se atrevió a ser testimonio de lo que había enseñado a los suyos y exclamó: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. No perdonó cuando la herida cerró, no perdonó cuando la ofensa cesó. Perdonó en el momento del dolor. Nos abrió el camino para que siguiéramos sus pisadas; porque perdonar es un acto de valientes, y el que da el primer paso libera su alma de las cadenas que quieren oprimirla y subyugarla.
Si tienes el corazón roto, si una herida ha traspasado tu alma, hoy Jesús te invita a dar el paso.
Ven a los pies de la cruz y entrega tu dolor.
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así tambalean hacedlo vosotros”. Colosenses 3: 12-14.-
Rosalía Moros de Borregales
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