Lecturas recomendadas

¡Sursum corda!

Nuestra nación debe ser interpelada por un antiguo y potente llamado: «sursum corda» —¡»arriba los corazones»!

Gustavo Villasmil-Prieto, médico, politólogo y profesor universitario:

La navidad llega una vez más a una Venezuela transitando por una crisis sin precedentes. Crisis en la que el espíritu propio de la más entrañable de todas las tradiciones venezolanas se carea con la cruda realidad del colapso total de un país.

Históricamente, el mes de diciembre ha sido, entre hallacas y aguinaldos, tiempo de reencuentros y de renovadas esperanzas; hoy lo es de nostalgias sin remedio, de doloroso recuento de males y sufrimientos y de una austeridad forzada lejana de las navidades felices de antaño. A las luces de las guirnaldas se enfrentan hoy las sombras formidables de las fallas eléctricas y al eco de gaitas y aguinaldos se superpone el llanto de una diáspora que, entre fríos y desprecios, recuerda con congoja a los afectos lejanos, ya sea desde el Perú donde tanto se nos odia, desde el irreconocible Chile al que en otros tiempos acogimos, desde la inconmovible Europa o desde esos EEUU en los que tantos vieron —e insisten en ver— al salvador que ha de venir en nuestro rescate.

Tan terrible dualidad ha de llamar al venezolano a una resignificación profunda de la Navidad y de su sentido. Una Navidad que no se disipe, como en otros tiempos, en el derroche de una abundancia material que ya no existe, sino que concite a una resistencia espiritual fundada en la fe, aferrada a la esperanza y reivindicadora de esos valores de la venezolanidad de siempre que la crisis nunca pudo destruir.

Así, la Navidad venezolana se transformará de fiesta de la prosperidad pagana en acto de fe íntimo, momento de necesaria pausa en el que la sociedad se mira a sí misma reconociendo la magnitud de lo perdido, pero reafirmando su obstinación por seguir siendo a pesar de la adversidad. Ante tan ingente desafío, nuestra nación debe ser interpelada por un antiguo y potente llamado: «sursum corda» —¡»arriba los corazones»!—, que más allá de su original contexto litúrgico se nos presenta hoy como estímulo urgente en un tiempo que clama por el despertar de la conciencia cívica venezolana.

El «sursum corda» de la liturgia católica, en este caso, ha de funcionar cual una poderosa sacudida espiritual. Su significado literal -«arriba los corazones» o «levantemos el corazón»- es la conminación solemne que hace el celebrante a la asamblea para que esta se despoje de toda distracción terrenal y eleve el espíritu hacia lo divino y lo trascendente.

La respuesta de los fieles -«lo tenemos levantado hacia el Señor» (habemus ad Dominum)» – constituye una declaración de fe activa y de disposición total, confirmando que han centrado toda su voluntad y afecto en Él. Tal intercambio no es una mera formalidad, sino el acto que prepara interiormente a la comunidad de fieles para participar dignamente en el sacrificio y la acción de gracias de la Eucaristía, marcando el inicio de la parte más sagrada de la Santa Misa. Ese exhorto a los fieles a elevar el espíritu por encima de lo circunstancial se convierte, en medio de nuestra crisis, en un desafío frontal a nuestra madurez cívica.

Sursum corda: significado e historia de esta expresión popular – Anuario de  Glotopolítica

El «¡arriba los corazones!» no se agota en el gesto litúrgico: es también un llamado urgente a abandonar esa frivolidad nuestra que ofende a Dios y que nos degrada como nación. A ella se suma la tragedia de la mezquindad y del infantilismo político, peculiares patologías que ponen a un todo un pueblo a esperar pasivamente por una solución mesiánica y lo mantiene mirando al horizonte aguardando la llegada de un supuesto redentor, un Superman anglosajón espejismo de salvación que nos exima de toda culpa por nuestra inacción, cuando no a «buscarle la caída» al otro en función de la agenda propia.

Esa frivolidad venezolana de siempre tiene que ser superada para dar paso al ejercicio de una responsabilidad ciudadana superior y organizada, que se nos propone hoy a todos como un verdadero imperativo cívico. Imperativo cívico que es, en última instancia, una autoconvocatoria a la madurez republicana, a la decisión de dejar de esperar un libertador foráneo o a un nuevo líder afortunado para convertirnos a cada uno de nosotros en un cuerpo vivo con la responsabilidad de restaurar nuestra perdida república. Solo con corazones elevados y con una conciencia firme se podrá disolver ese terrible magma de la frivolidad nacional para así encarar la monumental tarea de refundar la nación.

Ante la degradación nacional a la que estamos asistiendo, la nación venezolana, mayoritariamente católica, se ve interpelada por tan antiguo y potente llamado. «Sursum corda» —»¡arriba los corazones!»— no es un grito de guerra. Es, como he dicho, un imperativo cívico que nos llama a una elevación triple: a la elevación ética, que implica rechazar la corrupción y la doble moral no solo en el adversario, sino también en el ámbito de nuestra propia acción, predicando la ética de la verdad como arma fundamental contra la mentira institucionalizada y sin caer en la comodidad de la mentira propia o de su justificación por aquello del fin que santifica los medios.

Es una elevación intelectual que exige el abandono del pensamiento mágico y la adopción de una visión crítica, informada y de largo plazo de Venezuela y del mundo, rechazando las verdades fáciles de las redes sociales y el dogmatismo de muchos voceros dentro y fuera del país para construir soluciones basadas en el análisis riguroso de los hechos y en la evidencia, entendiendo la complejidad de la crisis y sin buscar atajos simplistas, como es también una elevación de la acción, que exige trascender la mera queja autoconmiserativa y la componenda asumiendo el deber de organizarnos y de perseverar.

El valor cívico se manifiesta desde lo pequeño: en la defensa del espacio comunitario, en la exigencia de transparencia a nivel local, en la construcción de redes de solidaridad mutua que reestablezcan la fe en el otro. El futuro de Venezuela se cimentará en la tenacidad cotidiana de quienes decidan dejar de ser meros sobrevivientes para transformarse en agentes activos de la restauración nacional.

El imperativo cívico venezolano es, en última instancia, la autoconvocatoria a la madurez republicana. Solo corazones elevados y conciencias firmes podrán derretir el hielo de la frivolidad y encarar la monumental tarea de refundar la nación venezolana.

A nadie le dolemos sino a nosotros mismos. Nadie vendrá a salvarnos. Solo nos tenemos los unos a los otros y a ese Dios humanado que se hizo presente en la historia en una noche bendita allá, en Belén de Judá, hace dos mil años.

*Lea también: La dignidad humana debe ser prioridad, por Stalin González

Es en Él en quien debemos buscar fuerzas para empinarnos ante nuestra tragedia nacional, como lo hicieran polacos e irlandeses en su tiempo, o como lo hacen hoy los sufridos nigerianos, olvidados por todos por africanos y por pobres. No es en mensajes «virales» emitidos desde altos salones, sino en la contemplación devota de Jesús Sacramentado donde encontraremos las claves necesarias para discernir en este tiempo de oscuridad y avanzar con certeza.

Es Navidad, amigos: «¡sursum corda«!.-

 

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba