¡Santidad, llame a Kirill y váyanse los dos juntos a Kiev!
"La potencia del gesto papal-patriarcal sería brutal. Tanto a nivel ecuménico como político"
«Pedro y Andrés juntos (con el permiso del Patriarca Bartolomé) contra la guerra. Sólo un gesto así puede hacer callar las armas y parar el fratricida derramamiento de sangre inocente en Ucrania»
«Deje el Vaticano, Papa Francisco. Y hágalo ya. Hoy, mejor que mañana. Hay vidas en peligro, que no pueden esperar. Cada minuto cuenta»
«Desde allí o desde la Plaza de Majdan, Pedro y Andrés rezarían un ángelus conjunto y lanzarían un manifiesto por la paz y contra la guerra. Para pedir a Putin, citándolo con nombre y apellidos, que detenga la invasión»
«Mientras consiguen la paz, el Papa de Roma y el Patriarca de Moscú estarían escenificando, además, la unión ecuménica por excelencia de los dos pulmones del cristianismo: Oriente y Occidente»
Ya sé que no le gusta que le llamen ‘Santidad’, porque santo sólo es Dios. Permítame, Papa Francisco, que, en esta ocasión, lo haga, para darle más potencia dramática a la sugerencia: ¡Llame al Patriarca Kirill y váyanse los dos a Kiev! En amor y compañía. Pedro y Andrés juntos (con el permiso del Patriarca Bartolomé) contra la guerra. Sólo un gesto así puede hacer callar las armas y parar el fratricida derramamiento de sangre inocente en Ucrania.
Pasó el tiempo de las palabras. Ya le llamó de todo a esta guerra, “locura que hace correr ríos de sangre y lágrimas”. Ya ha clamado que “callen las armas”. Y ya ha pedido “corredores humanitarios”. Es hora de los hechos y de los gestos, que hablan más que las palabras y mienten menos.
Deje el Vaticano, Papa Francisco. Y hágalo ya. Hoy, mejor que mañana. Hay vidas en peligro, que no pueden esperar. Cada minuto cuenta, porque cada minuto viene en alas del dolor, del llanto, de los gritos de los niños, de las lágrimas amargas y de la muerte violenta.
Abandone Roma por el tiempo que haga falta y váyase a Ucrania. Sin decírselo a nadie, coja a su secretario personal, el padre Gonzalo Aemilius, y un billete de avión a la ciudad polaca más cercana, para, desde allí, trasladarse en un coche a Kiev. Desde Moscú, puede hacer algo parecido el Patriarca Kirill. Los dos se abrazarían en Kiev el mismo día, aunque fuese a distintas horas, para alojarse en la catedral de Santa Sofía, patrimonio de la Humanidad y uno de los lugares sagrados de Ucrania.
Desde allí o desde la Plaza de Majdan, Pedro y Andrés rezarían un ángelus conjunto y lanzarían un manifiesto por la paz y contra la guerra. Para pedir a Putin, citándolo con nombre y apellidos, que detenga la invasión. Que callen las armas, se formalice un alto al fuego y las autoridades de Rusia y Ucrania se sienten a dialogar y negociar. Con voluntad de encontrar un acuerdo, que posibilite la retirada rusa y la reconciliación total entre ambos países.
Aunque, para eso, Putin tenga que renunciar al sueño imperialista de la Gran Rusia y Zelenski, en nombre de Ucrania, tenga que firmar un acuerdo que la obligue a no formar parte de la OTAN y convertirse en un país neutral.
La potencia del gesto papal-patriarcal sería brutal. Tanto a nivel ecuménico como político. Lo primero que conseguiría sería parar e impedir el asedio ruso a Kiev y que la gente dejase de morir en sus aledaños. Putin no se atrevería a cercar una ciudad donde habitasen las dos máximas autoridades del cristianismo mundial.
Y si con una vez no es suficiente, salgan a rezar los dos juntos, Francisco y Kirill, todos los días, a las 12 en punto, al centro de la Plaza Majdan. Los días que haga falta, el Papa y el Patriarca profetas, al estilo de los del Antiguo Testamento, rompan en público el jarrón de arcilla. Y, en un doble movimiento, anuncien la Buena Nueva del Dios de la paz y denuncien la idolatría de la guerra.
Sin grandes discursos, sin grandes proclamas, con una sencilla oración, Francisco y Kirill se convertirían, a los ojos del mundo, en los profetas-artesanos de la paz. Con su mera presencia en Kiev juntos, hermanados, servidores humildes del Dios de la paz, del Jesús que llamó bienaventurados a los pacíficos.
Pedro y Andrés, en Kiev, servirían de intermediarios entre Putin y Zelenski, para obligarles moralmente a sentarse a la mesa de negociación e impedir que se levanten hasta que no consigan un acuerdo equilibrado, que satisfaga a ambas partes, aunque ambas tengan también que ceder en sus pretensiones. Paz y reconciliación entre dos pueblos hermanos, que acalle el grito de Caín y la sangre de los inocentes deje de clamar ante los ojos de Dios.
Mientras consiguen la paz, el Papa de Roma y el Patriarca de Moscú estarían escenificando, además, la unión ecuménica por excelencia de los dos pulmones del cristianismo: Oriente y Occidente, catolicismo y ortodoxia. Pedro y Andrés cumpliendo el mayor deseo de Cristo: “Que todos sean uno”.
Sólo así, con sus líderes convertidos en profetas de la paz y la unidad, el cristianismo podrá seguir siendo la religión que explique las raíces de tantos pueblos y que pueda seguir dando sentido a las vidas de las jóvenes generaciones, que buscan un mundo de justicia y fraternidad. Y en paz.-