Trabajos especiales

Celebrando

Rafael María de Balbín:

 

Las realidades buenas son dignas de celebración. Celebrar es conmemorar, agradecer y proclamar el agradecimiento, alegrarse. Y ante las realidades más excelentes nuestra celebración ha de ser mayor y más evidente. Por eso, la celebración de las verdades de la fe, la Liturgia, tiene una celebración máximamente relevante.

<<La Iglesia, Pueblo de Dios, congregada por Cristo mediante su palabra, su misterio pascual y el don del Espíritu Santo, es como un sacramento  al servicio del Reino de Dios y para la salvación de todos. En la celebración litúrgica del misterio salvador de Cristo, ella encuentra la cumbre a la cual tiende toda su actividad y la fuente de donde mana toda su fuerza (Cf. SC 10), para cumplir su misión en la historia. En la vida de las comunidades eclesiales, la liturgia y las manifestaciones de religiosidad popular de nuestro pueblo creyente inspiradas en ella ocupan un puesto preponderante>>  (CONCILIO PLENARIO DE VENEZUELA, La celebración de los misterios de la fe. Documento conciliar nº 10, n. 1).

<<La liturgia es obra de Cristo Sacerdote y de su cuerpo, la Iglesia, que vive y celebra la presencia de Jesús resucitado. Es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia no es igualada por ninguna otra acción eclesial. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Cristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejercen el culto público íntegro (Cf. SC 5-7). Cristo resucitado, efectivamente, se hace presente en toda celebración de la comunidad cristiana de una manera sacramental y mística, pero real y verdadera: en el sacrificio de la misa, en los sacramentos, en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura (Cf. SC 7). Él es el origen, el contenido y el centro de toda la liturgia. Él actualiza misteriosamente su Pascua, hoy y aquí por nosotros (CatIC 1116) (Cf. Lc 5, 17; 6, 19; 8, 46), entregando su Espíritu (Cf. Jn 19, 30), que hace surgir el sacerdocio en la Iglesia, y de esta manera la vivifica. El Espíritu es quien constituye el culto cristiano y la asamblea cultual de la Iglesia. Es la memoria viva de la Iglesia (Jn 14, 26)>>  (Idem, n. 49).

<<La reforma litúrgica impulsada por el Concilio Vaticano II ha sido recibida y aplicada en nuestro país a lo largo de estas cuatro décadas. La Conferencia Episcopal Venezolana manifestó gran diligencia en la aplicación de los decretos conciliares: en 1964 se creó la Comisión Episcopal de liturgia, que ha tenido una meritoria labor desde entonces. En su conjunto, el Pueblo de Dios ha recibido positiva y mayoritariamente la reforma litúrgica. Sin embargo, algunas directrices de ésta todavía no se han aplicado plenamente. Ciertas disposiciones se han cumplido en las formas exteriores, sin llegar a la profundidad que se buscaba. Aún es insuficiente la conciencia de participación; no ha habido una formación litúrgica adecuada del clero y de los fieles laicos; no se han asumido completamente los valores de la religiosidad popular y el sustrato cultural del pueblo venezolano. A continuación se presenta más detalladamente la manera en que nuestro pueblo celebra los misterios de la fe>> (Idem, n. 4).

Es de desear una mayor y mejor participación en las celebraciones litúrgicas. <<En Venezuela se ha ido logrando una participación más consciente y activa de los fieles en las celebraciones litúrgicas. Es ya tradicional la multitudinaria asistencia a las celebraciones de la Navidad, Semana Santa y festividades especiales. Se han multiplicado los fieles que se sienten llamados a compromisos más exigentes en el ámbito de la celebración litúrgica y de su preparación. Sin embargo, la participación asidua en la liturgia sigue limitada a una minoría del pueblo católico, la más consciente de su compromiso bautismal. La mayoría reduce su participación a unas cuantas ocasiones, más ligadas a la tradición, a la costumbre o al acontecimiento social, que a una fe verdaderamente vivida y celebrada. Es poco frecuente la participación en la vida litúrgica del grupo familiar como tal, aunque en esto se van dando algunos progresos>>  (Idem, n. 5).

<<La Iglesia surgió del costado de Cristo, significada por el don y misterio del agua y la sangre (Cf. Jn 19, 34), en el que se contienen de manera mística todos los sacramentos (Cf. SC 5). Por el bautismo, la Iglesia engendra nuevos miembros; por la confirmación los robustece; por medio de la Eucaristía los nutre y vigoriza, para que se unan más íntimamente a Cristo; por la penitencia los restaura y purifica; por la unción fortalece a sus miembros enfermos para que sanen de las consecuencias del pecado; el orden crea ministros de Cristo, y el matrimonio santifica la unión conyugal y es fuente de nuevos hijos para la Iglesia (SC 6). Todo sacramento es presencia viva de Jesucristo, a través del signo, en momentos significativos de la vida personal y comunitaria. Hay una relación intrínseca entre comunidad cristiana y celebraciones de la fe. La comunidad ha de ser el lugar natural de maduración en la fe del creyente y, por tanto, de la celebración de los sacramentos. Ello se verifica de manera ordinaria en la Parroquia>>  (Idem, n. 56).

La participación comienza por los sacramentos de la iniciación cristiana. <<Ha ido creciendo la valoración y el aprecio de los sacramentos del bautismo y la confirmación: la celebración familiar del bautismo se caracteriza, en nuestro pueblo, por un ambiente de alegría y un gran sentido de fraternidad. Se ha procurado suscitar el sentido de responsabilidad cristiana en quienes los solicitan; algunos padres van asumiendo su papel como responsables de la formación cristiana de sus hijos. Hay que notar que estos sacramentos no siempre se celebran debidamente: en muchos lugares su realización es masiva, poco festiva, desvinculada de la comunidad cristiana y con poca preparación catequética. La costumbre de “echar el agua” a los niños propicia el hábito de retrasar el bautismo de éstos. El papel del padrino como testigo y acompañante en el camino de la fe es aún muy débil>>  (Idem, n. 8).

<<En cuanto a la confirmación, se ha ido implantando la catequesis previa al sacramento, y el haber establecido una edad mínima en torno a la adolescencia ha permitido enfatizar el compromiso cristiano de los jóvenes. Hay que lamentar que sea una minoría del total de jóvenes bautizados la que busca y recibe este sacramento. No siempre se percibe en los confirmandos el sentido de pertenencia a la comunidad cristiana, y su perseverancia en la vida sacramental es bastante reducida. Un pequeño número de los confirmados explicita su compromiso comunitario ingresando en grupos juveniles, vocacionales y apostólicos>>  (Idem, n.9).

<<En la última cena, nuestro Salvador instituyó el sacrificio eucarístico, memorial de su muerte y resurrección, signo de unidad y vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, realmente presente en las especies eucarísticas. Por esto la Iglesia procura que los cristianos participen consciente, piadosa y activamente en la Eucaristía, y aprendan a ofrecerse por Cristo para perfeccionarse, día a día, en la unión con Dios y entre sí (Cf. SC 47-48). “En lo que ella ofrece, se ofrece a sí misma”>> (Idem, n. 58).

<<En la vida de fe y en la práctica litúrgica ocupa un lugar relevante la adoración de la Eucaristía fuera de la Misa. “La Eucaristía es misterio de presencia, a través del que se realiza de modo supremo la promesa de Jesús de estar con nosotros hasta el final del mundo”. Hace falta fomentar en la Misa y en el culto eucarístico fuera de ella la conciencia viva de la presencia real de Cristo, testimoniarla con el tono de la voz, los gestos, la manera de tratarla, que exprese el máximo respeto. También debe promoverse la contemplación personal y comunitaria en la adoración, con la ayuda de reflexiones y plegarias centradas siempre en la palabra de Dios y el rosario mismo>> (Idem, n. 60) .

La celebración de la Eucaristía está en el centro de toda la Liturgia: <<Las celebraciones eucarísticas, principalmente las dominicales y las festivas, son momentos de gran participación de la comunidad cristiana: es el acto litúrgico por excelencia, el más conocido y solicitado, que se une a las fechas y circunstancias más diversas. Dentro de la vida de las comunidades cristianas, la celebración de este sacramento se ha visto beneficiada por distintas iniciativas que facilitan la participación>>  (Idem, n. 109).

<<Es menester observar, sin embargo, que la asistencia regular a la Eucaristía dominical es muy escasa. Por otra parte, en la celebración de la Eucaristía se notan algunas fallas por falta de una buena formación litúrgica de pastores y fieles: la creatividad, actitud legítima y fomentada por las orientaciones eclesiales, a veces se ha entendido mal, en sentido anárquico; la asamblea muchas veces acepta pasivamente las “innovaciones” introducidas. En otros aspectos se evidencian descuidos: poca preparación de las homilías; alteración del orden de la celebración u omisión de algunos de sus elementos, incluso sustanciales; celebración en lugares inadecuados; descuido de los signos y símbolos litúrgicos. La escasez de sacerdotes y las numerosas misas dominicales que éstos deben atender conlleva, en ocasiones, a unas celebraciones apresuradas, ritualistas y desprovistas del auténtico sentido festivo del Día del Señor>> (Idem, n. 11).

<<Ha aumentado el número de comuniones, pero sigue siendo una minoría del pueblo cristiano la que se acerca al sacramento de la Eucaristía, y algunos lo hacen sin la debida preparación. La primera comunión se celebra con gran solemnidad; sin embargo, no siempre se traduce en el inicio de una vida eucarística, reduciéndose a un hecho aislado>> (Idem, n. 12).

<<Muchas comunidades cultivan y promueven el culto eucarístico fuera de la Misa, mediante la exposición breve o prolongada del Santísimo Sacramento y la propagación de la devoción eucarística entre los grupos y movimientos, así como entre los fieles en general. Hay gran aprecio del pueblo cristiano por las procesiones con el Santísimo Sacramento y por las manifestaciones piadosas en torno al día del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La nación venezolana fue consagrada al Santísimo Sacramento hace más de un siglo. Sin embargo, debido a razones diversas, la Eucaristía todavía no ocupa el centro de la devoción del pueblo cristiano>>  (Idem, n. 13).

 

<<El pueblo cristiano tiene gran aprecio por la celebración del sacramento de la reconciliación, pero hay que reconocer que su práctica no es frecuente en la mayoría. En muchas parroquias se ha puesto en práctica con fruto la celebración penitencial, donde los fieles tienen acceso a este sacramento con el auxilio de varios confesores. Es menester señalar que la reconciliación no siempre se realiza de manera apropiada: no se aprovecha la riqueza expresiva del ritual vigente, tanto en la celebración individual como en la comunitaria; se hace más énfasis en los aspectos morales o de consulta espiritual, que en el encuentro mismo con el Señor que ofrece el perdón. Muchos opinan erróneamente que no es necesario este sacramento. En algunas iglesias no existen horarios regulares de confesiones>>  (Idem, n 14).

<<Se nota una mayor comprensión y aceptación del sacramento de la unción de los enfermos, celebrado tanto de manera individual como colectiva. La práctica de este sacramento se inscribe en la atención pastoral de los enfermos, que incluye también la recepción de los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía. Para esta atención pastoral, muchos sacerdotes se valen de la ayuda de los laicos comprometidos, con el fin de llegar a un mayor número de enfermos, pero se corre a veces el peligro de que el propio sacerdote descuide su misión específica en este campo. Es insuficiente la atención pastoral de los enfermos en centros hospitalarios, aunque en algunos lugares se ha logrado una mayor eficiencia con la ayuda de los voluntariados. Por último, hay que notar la situación problemática que se origina en la propagación de ciertas unciones no sacramentales, que han oscurecido muchas veces el sentido verdadero del sacramento de la unción de los enfermos>>  (Idem, n.15).

<<En algunas diócesis, ha aumentado el número de ordenaciones, debido al repunte de las vocaciones al sagrado ministerio y a la efectiva acción de la pastoral vocacional. En varias iglesias particulares ha habido también ordenaciones de diáconos permanentes. Hay una mayor participación de fieles en dichas celebraciones, lo que incide, sin duda, en la promoción vocacional. Por su misma naturaleza y circunstancias, son celebraciones dignamente preparadas y realizadas>> (Idem, n. 16).

<<La celebración del sacramento del matrimonio se ha visto favorecida por una mejor preparación espiritual, pastoral y litúrgica de los contrayentes, con la ayuda de la catequesis y de la pastoral familiar (Cf. IF 32). Sin embargo, en muchos casos se evidencian fallas y desviaciones. Muchos bautizados llegan al momento de contraer matrimonio sin formación cristiana y a veces sin haber completado los sacramentos de iniciación. Se nota una grave disminución de los matrimonios sacramentales, entre otras razones, por una especie de prejuicio contra el compromiso permanente que supone el matrimonio. Además, la mentalidad secularista que se va imponiendo en muchos ambientes desvaloriza la familia como institución estable y, por ende, el sacramento del matrimonio (Cf. IF 18). Por otra parte, algunas parejas enfocan el matrimonio eclesiástico como una simple bendición, o un añadido estético al compromiso ya contraído. En algunos lugares se ha dado el caso de que ciertas parejas solicitan una “bendición de anillos” como rito sucedáneo o sustituto del matrimonio>>  (Idem, n. 17).

<<Ha ido creciendo en los pastores y otros ministros el aprecio y el uso del ritual de exequias, lo cual ha contribuido a que las celebraciones exequiales se vean enriquecidas y adaptadas a las diversas circunstancias; también es significativo subrayar que se mantiene siempre entre nuestro pueblo el valor de la oración que acompaña el velorio, con el rezo del rosario y otras fórmulas. Con motivo de los ritos exequiales se nota en el pueblo un gran sentido de solidaridad. Los fieles aprecian en estas circunstancias la presencia consoladora de sus pastores, en especial, de los párrocos. Hay señales preocupantes de banalización o paganización del sentido de la muerte, al proscribir, por voluntad de la persona que va a morir, o de sus familiares, toda expresión de dolor, sustituyéndola por manifestaciones de júbilo, en las que incluso se llega a excesos y a profanaciones>> (Idem, n.18).

<<Ante la carencia de sacerdotes, la presencia de ministros no ordenados ha salvado, en no pocos lugares, las reuniones dominicales de la comunidad para escuchar, meditar y celebrar la palabra de Dios; en algunos casos, con distribución de la Sagrada Comunión. Sin embargo, no siempre estas personas reúnen las cualidades necesarias ni la preparación suficiente para coordinarlas y, en consecuencia, estas celebraciones no se realizan conforme a lo establecido para estos casos>> (Idem, n. 19).

<<El año litúrgico es un itinerario de conversión y crecimiento en la fe, que celebra la presencia en modo sacramental y vivo del misterio de Cristo en el tiempo, y no un simple calendario en el que se enumeran las celebraciones religiosas. Es el memorial de los acontecimientos con los cuales se realizó en la historia el misterio de la salvación. En el transcurso de un año la Iglesia desarrolla todo el misterio del encuentro con Cristo viviente: la Encarnación y la Navidad, la Pascua, la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la venida dichosa del Señor. La Iglesia, conmemorando “los misterios de la redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo, para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (SC 102)>> (Idem, n. 65).

<<En las costumbres de nuestro pueblo ocupan lugar destacado los sacramentales y las bendiciones (de personas, lugares y objetos), el uso del agua bendita, la palma del Domingo de Ramos, la luz (vela del Sábado Santo, de la Candelaria, etc.). Existe el peligro constante de un uso supersticioso de los sacramentales. Además, algunos ministros no explican el contenido teológico y pastoral de los mismos. La costumbre de algunos grupos de hacer oraciones para pedir la liberación de personas o lugares del influjo del Maligno ha creado confusiones respecto a los exorcismos. La mayor parte de los fieles desconoce el valor de las indulgencias>>  (Idem, n. 8).

<<En la piedad de nuestro pueblo, sobresale la veneración de las sagradas imágenes en los templos, en el hogar y en sitios públicos (caminos, ermitas, etc.). Esta veneración puede a veces ser susceptible de exageraciones, incluso con el uso del término “adoración”, el cual no siempre en el vocabulario popular debe entenderse en un sentido propiamente teológico, sino en el sentido de un amor muy profundo>>  (Idem, n.21).

<<El domingo, Día del Señor, las solemnidades y fiestas del Señor, así como las grandes festividades marianas, son momentos singulares de celebración, lo cual se manifiesta en el número de participantes y en algunos elementos festivos preparatorios (como las novenas y vigilias). En los últimos años se ha manifestado una mejor vivencia y comprensión de los principales tiempos litúrgicos, de modo especial los de Adviento y Cuaresma, en los que tienen particular realce la celebración eucarística y algunos ejercicios de piedad. Conviene notar, con todo, que algunos de los momentos más significativos del año litúrgico son utilizados por la mayoría como ocasión de asueto prolongado, de celebración vacía de contenido religioso y hasta de excesos. Otros perciben esas fechas más como momentos para las devociones particulares o para actos de religiosidad popular que para la celebración litúrgica comunitaria. Se da cierto desbalance entre los tiempos de preparación (Adviento-Cuaresma) y los tiempos de celebración (Navidad y Pascua) los cuales “pasan” casi inadvertidos. Sin embargo, en algunos lugares se han ido implantando celebraciones como el Vía Lucis, que ponen más de relieve el tiempo pascual>> (Idem, n. 22).

<<El pueblo venezolano manifiesta un profundo amor y devoción a la Santísima Virgen María, reflejados en el gran número de advocaciones marianas que se veneran en el país y en los numerosos templos elevados en su honor. Es notable la solemnidad con que se celebran las festividades principales de la Virgen. Este amor a la Virgen impregna, de modo particular, los tiempos de Adviento y Navidad, lo mismo que la Semana Santa y los meses de mayo y octubre. De igual manera, los santos y beatos son venerados por el pueblo, el cual celebra con alegría sus festividades, sobre todo las patronales, y asocia a ellas muchas costumbres y tradiciones>> (Idem, n. 23).

<<Los pastores y el pueblo fiel siempre se han preocupado por edificar los lugares necesarios para las reuniones litúrgicas. Sin embargo, es menester reconocer que muchos de ellos no tienen la suficiente calidad, están construidos con materiales de escaso valor y dignidad, o no satisfacen las necesidades de la comunidad a la que se destinan; sus dimensiones son insuficientes y suelen copiar los esquemas del pasado, cuando no es que se reducen al estilo de “galpón”, de “salón múltiple” o de aula escolar. En ello influye, naturalmente, el elevado costo de la construcción. En general, por diversas razones, en nuestro país ha sido difícil construir lugares de culto adecuados a las normas actuales y verdaderamente dignos>>  (Idem, n. 30).

<<El carácter festivo del venezolano lo lleva a considerar el canto como una forma de expresión y de participación natural. Pastores y fieles suelen reconocer la necesidad e importancia del canto litúrgico. Esto se expresa en la variedad y cantidad de coros parroquiales o grupos de canto existentes y por la multiplicación de composiciones con contenido religioso, muchas de ellas muy hermosas y que han arraigado en las comunidades. Sin embargo, no siempre se da la deseada calidad musical, tanto en las letras, como en las melodías y en la ejecución de los cánticos utilizados en la liturgia. No existe una producción musical litúrgica con aires venezolanos que llene plenamente las necesidades de la liturgia y tenga profundidad teológica. Con facilidad son adoptadas dentro de nuestras celebraciones litúrgicas producciones musicales de otras confesiones religiosas o se ejecutan aquellas que provienen del ámbito profano, sin examinar su adecuación a la liturgia, o incluso su contenido doctrinal. No se conoce suficientemente el rico patrimonio musical que la Iglesia ha ido atesorando a lo largo de los siglos, en especial el canto gregoriano y polifónico. Se da la paradoja de que grupos extra eclesiales muestran mayor aprecio hacia estas manifestaciones que los comprometidos con la Iglesia>> (Idem, n. 32).

<<No existen buenos y fiables inventarios de los bienes muebles e inmuebles de valor artístico. Hay un evidente descuido en mantener estos objetos y, en algunos casos, como ocurrió con la época de la implantación de la reforma litúrgica, mucho de nuestro patrimonio artístico se destruyó o se perdió>>  (Idem, n.35).

<<La mayoría del pueblo católico no tiene una suficiente formación litúrgica. Esta carencia, aunada a la ignorancia de las verdades de la fe y a las ideas provenientes de diversas corrientes religiosas y del sincretismo religioso, supone un grave obstáculo a la participación en la liturgia. En ocasiones se nota un marcado desconocimiento del aspecto mistérico, así como el incumplimiento de las normas para la celebración de los sacramentos por parte de ministros ordenados y equipos litúrgicos>> (Idem, n. 36).

<<Nuestro pueblo tiene un talante festivo y celebrativo. Se exalta la vida y muchos acontecimientos exitosos o dolorosos, personales, institucionales y comunitarios. En muchos de ellos hay un gran sentido de acompañamiento, alegría y compartir fraterno. Expresiones populares tales como las misas de aguinaldo, los pesebres, las paraduras, los novenarios, las exequias, las procesiones, las fiestas patronales, permiten observar con claridad estas características. El aprecio por los sacramentales, el sentido procesional, el uso de las luces o cirios, la espontaneidad del abrazo de la paz o del gesto de tomarse de las manos, son expresiones de ello. En música y arte hay expresiones propias, autóctonas, y elementos que destacan la cultura regional>>  (Idem, n.41).

<<El mundo de la piedad popular está configurado por la gran veneración a Jesucristo, a la Virgen y a los santos; el valor que se da a la oración por los difuntos, a las rogativas o súplicas a Dios por diversas necesidades; el uso de símbolos religiosos, como la cruz o el escapulario, la popularidad de las estampas e imágenes; el aprecio por sacramentales, como las bendiciones de personas, objetos y lugares; manifestaciones externas de mortificación; ofrecimiento de dones o exvotos, ejercicios como el rosario o el vía crucis; otros espacios considerados como sagrados aparte de los templos: capillitas, altar familiar, cruces de la misión, lugares de aparición… Son la expresión de la fe sencilla del pueblo que ve en ellos signos que sostienen su relación con Dios. Muchas de estas manifestaciones de piedad preceden y siguen a las celebraciones litúrgicas>>  (Idem, n.45).

<<Después de quinientos años de presencia del Evangelio en nuestras tierras, éste ha permeado profundamente la cultura, las relaciones sociales y el folklore. En todo el país se encuentran manifestaciones de este arraigo en las prácticas de la religiosidad popular, por ejemplo: la Cruz de Mayo, el tamunangue, los diablos danzantes, las locainas o zaragozas, las diversiones pascuales del Oriente del país, la Paradura del Niño, el culto a los muertos, así como numerosas composiciones musicales: aguinaldos, décimas, salves, gaitas y galerones. Algunas de estas composiciones contienen textos transmitidos por tradición oral. En general, en estas manifestaciones hay un aspecto celebrativo y participativo que no aparece de modo tan claro en los actos litúrgicos>>  (Idem, n.46).

<<Las comunidades cristianas deben llegar a ser “escuelas de oración” (TMA 33). La Iglesia recomienda también a sus hijos diversas formas de oración avaladas por una larga tradición. Aquí se pueden enumerar las vigilias, con las que se preparan las grandes solemnidades o se congrega a los fieles en ocasiones señaladas; así también las rogativas, por las que se pide la misericordia o los dones de Dios en las grandes necesidades públicas. A todo ello se añaden los distintos actos piadosos que preparan o acompañan la celebración de la liturgia, principalmente el santo rosario . Para reavivar en el seno de las comunidades el amor por la oración y la lectio divina, son muy adecuados los llamados círculos o grupos de oración, inspirados en diversas espiritualidades, los cuales pueden llevar también al seno de los hogares el sentido de iglesia doméstica, que es también orante y meditativa>>  (Idem, n. 72).

<<La liturgia manifiesta la naturaleza ministerial de toda la Iglesia, es decir, supone la presencia de diferentes servicios y funciones. Éstos son un factor esencial para lograr esa comunión en la que todos contribuyen, cada uno a su modo, a la edificación del cuerpo (1 Co 14, 5; Ef 4, 12). “En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio hará todo y sólo lo que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas” (SC 28)>>  (Idem, n. 76).

<<La Iglesia siempre ha considerado nobilísima la misión de las artes y ha pedido continuamente que “las cosas destinadas al culto sagrado fueran en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales”. Ella ha procurado conservar y cuidar, a través de los siglos, su patrimonio artístico. Por eso pone gran atención en conservar los edificios, objetos sagrados y libros litúrgicos, ya que constituyen un excelente testimonio de la devoción del pueblo de Dios, y con frecuencia tienen valor histórico o artístico>> (Idem, n. 81).

<<El mismo concepto de celebración exige que la asamblea litúrgica congregada se exprese mediante el canto. La tradición de la Iglesia considera el canto como un tesoro de inestimable valor, integrado a la liturgia, ya sea porque expresa la delicadeza de la oración, ya sea porque enriquece los ritos litúrgicos y orienta su finalidad, en última instancia, a la gloria de Dios y la santificación de los fieles . De ahí el aprecio que la Iglesia tiene del canto gregoriano o polifónico en aquellas solemnidades que así lo requieran (Cf. SC 116) o el género de canto popular que reúne las voces de los fieles en sus manifestaciones de fiesta y plegaria (Cf. SC 118). Los documentos de la Iglesia exhortan a la formación de los fieles en el canto sagrado, de acuerdo a su edad, su condición, su género de vida y su nivel de cultura religiosa>> (Idem, n. 83) .

<<La vivencia plena del culto divino puede lograrse si los pastores y los demás fieles son capaces de percibir su sentido, belleza y contenido. Para ello es necesaria la formación litúrgica pedagógica, sistemática, paciente y progresiva de todo el pueblo de Dios: “Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa” (Cf. SC 19). La formación litúrgica debe impartirse, en primer lugar, a quienes se preparan para recibir las órdenes sagradas, pues su función de pastores exigirá de ellos el ser los primeros en dar ejemplo de piedad y profundidad en la celebración del culto. Esta formación puede darse a través de la imprescindible instrucción catequética previa, donde se ilumine al fiel sobre la presencia de Cristo en la liturgia, en los sacramentos, en la Iglesia. Puede darse también mediante la misma predicación o por otros medios>> (Idem,n. 85) .

<<Todo proceso de inculturación litúrgica debe tener en cuenta la finalidad pastoral, o sea, que la comunidad cristiana pueda entender y vivir mejor lo que celebra en la liturgia, respetando no sólo la identidad profunda del misterio celebrado sino también el ámbito de la Iglesia y la unidad del rito. Por otra parte, se trata de una tarea que no puede ser asumida de manera individual, y ni siquiera por las comunidades como tales, sino que está reservada a la competente autoridad de la Iglesia>> (Idem, n. 92).

<<Los documentos de la Iglesia han dirigido su atención en diversas ocasiones sobre estos aspectos. Son dignas de mención las directrices contenidas en la Constitución Sacrosanctum Concilium y en el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia. En armonía con el Magisterio universal de la Iglesia, este Concilio expresa su estima por la piedad popular y sus manifestaciones; llama la atención a los que la ignoran, la descuidan o la desprecian, para que tengan una actitud más positiva ante ella y consideren sus valores (Cf. MC 31) y no duda, finalmente, en presentarla como un verdadero tesoro del pueblo de Dios. Así lo hizo ya anteriormente en el documento sobre la proclamación profética del Evangelio (Cf. PPEV 82-90)>> (Idem, n. 97).

DE manera práctica el Concilio Plenario de Venezuela planteó los siguientes desafíos:

Desafío 1: Propiciar la celebración viva, creativa y fructuosa de sacramentos y sacramentales.

Desafío 2: Promover la vivencia de los tiempos litúrgicos y de la oración.

Desafío 3: Favorecer una liturgia participativa.

Desafío 4: Promover el cuidado de los lugares sagrados, la música y el arte.

Desafío 5: Fomentar una mayor educación litúrgica en los ministros y en todo el pueblo de Dios.

Desafío 6: Incentivar medios para lograr una liturgia inculturada.

Desafío 7: Evangelizar la religiosidad popular y dejarnos evangelizar por ella.

(rbalbin@gmail.com)

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