«La Teoría Crítica de la Raza debe ser rechazada por los católicos por razones análogas al marxismo»
Edward Feser alerta contra una ideología que se está adueñando del discurso público
Aparentemente, la Teoría Crítica de la Raza es algo difícilmente comprensible fuera del marco cultural de Estados Unidos, donde lleva tiempo marcando el debate político como parte de la cultura woke y de la cancelación. Esta ideología ha sido asumida prácticamente como oficial por buena parte de las universidades norteamericanas, y la industria mediática y del entretenimiento la promueve abiertamente.
Altavoces ideológicos
Y eso la internacionaliza. En estos días, por ejemplo, Netflix promociona uno de sus últimos estrenos, Final de trayecto, una película interpretada por la actriz y cantante negra Queen Latifah que, con la envoltura de una tópica trama de familia que lucha por su supervivencia al verse envuelta en un problema entre traficantes de drogas, transmite un racismo inmisericorde contra los blancos –incluidos insultos directos- para denunciar el supuesto racismo, irredimible y estructural, del estado de Texas.
Es decir: una versión cinematográfica de la Teoría Crítica de la Raza. En efecto, la Enciclopedia Británica la define como un movimiento social e intelectual basado en la premisa de que la raza no es un dato biológico sino una “construcción social” o “invención cultural” utilizada “para oprimir y explotar a las personas de color”. Para sus adeptos, el racismo sería algo “inherente a la ley y a las instituciones de Estados Unidos en la medida en la que éstas sirven para crear y mantener las desigualdades sociales, económicas y políticas entre blancos y no blancos, en particular afroamericanos”. Dicho de otra forma, hay racismo aunque no haya racistas.
Y así, en Final de trayecto, los protagonistas sienten su raza e interaccionan con su entorno como si viviesen bajo la permanente amenaza del Ku Klux Klan. Poco importa que en Texas, un estado tradicionalmente republicano con solo un 12% de población negra, Barack Obama obtuviese porcentajes de voto similares (entre el 40 y el 45%) a Hillary Clinton o Joe Biden, o que sus tres grandes ciudades (Houston, Dallas y San Antonio) hayan tenido alcaldes negros. Como a toda ideología, a la Teoría Crítica de la Raza la realidad le importa poco.
Resistencia social
Por su potencial para sembrar odio y división y sus pretensiones totalitarias, algunos estados norteamericanos están empezando a tomar medidas para impedir que la Teoría Crítica de la Raza se adueñe del sistema educativo como lo ha hecho la ideología de género.
El gobernador de Florida, Ron de Santis, firmó en abril una ley para proteger la libertad de cátedra de los profesores e impedir el adoctrinamiento del alumnado.
El gobernador de Florida, Ron de Santis, de 44 años, es católico, historiador por Yale y abogado por Harvard, militar en la reserva (estuvo desplegado en Irak en los servicios jurídicos de los Navy Seal), provida, protector activo de la familia frente al lobby LGTBI y resistente a que las vacunas, mascarillas y pasaportes sanitarios sean obligatorios. Es claro favorito a la reelección este noviembre y la más sólida alternativa republicana para las presidenciales de 2024 si Donald Trump no se presentase. También se especula con la posibilidad de que ambos conformen el ticket republicano.
“Vamos a tomar medidas contra ese racismo impuesto por el estado que es la Teoría Crítica de la Raza», dijo entonces De Santis: «No permitiremos que el dinero de los impuestos de Florida se gaste en enseñar a los niños a odiar a su país o a odiarse unos a otros. Es nuestra responsabilidad garantizar que los padres tienen instrumentos para reclamar sus derechos”.
Para entender bien esta ideología y cómo ha de ser juzgada desde el punto de vista católico, Edward Feser, profesor de Filosofía en el Pasadena City College, en California, ha escrito una obra que es ya referencia en el tema: Todos unos en Cristo. Una crítica católica del racismo y de la Teoría Crítica de la Raza (Ignatius Press).
Las razones católicas contra el racismo
Puede chocar escuchar a De Santis afirmar que la Teoría Crítica de la Raza es racismo impuesto como ideología. Por eso son convenientes las distinciones con las que comienza Feser su libro.
La solidez de la posición católica contra el racismo, explica, deriva de su propia concepción del hombre, y por tanto va más allá de lo que la propia biología pueda establecer en torno a qué es una raza o qué diferencias hay entre unas y otras. Se basa “en la afirmación de la filosofía y la teología católica tradicionales de que la inteligencia y la voluntad son inmateriales, potencias del alma«, un alma «creada específicamente por Dios para cada nuevo ser humano» y que «solo es cognoscible mediante la argumentación filosófica y la revelación divina».
Ahora bien, recuerda Feser, «la dignidad humana y los derechos humanos fundamentales se fundamentan en esas potencias del alma, porque gracias a esas potencias podemos conocer y amar a Dios. Puesto que todos los seres humanos de cualquier raza tienen alma, se sigue que todos tienen la misma dignidad y derechos fundamentales”.
El segundo fundamento de la condena del racismo por la Iglesia es otra verdad teológica, y es que, del mismo modo que todos los seres humanos han pecado, «por todos se ha ofrecido la redención por medio del sacrificio de Cristo» y para todos existe la posibilidad «de la visión beatífica»: «Esta finalidad sobrenatural se añade a la dignidad que nos otorga nuestra naturaleza como criaturas racionales, y puesto que ha sido otorgada a todos los seres humanos de cualquier raza, se sigue que todos los seres humanos tienen igualmente esta dignidad añadida”.
¿Quién es racista?
Feser hace estas y otras consideraciones sobre los contenidos de su libro en una entrevista de Carl E. Olson en Catholic World Report, donde se explaya sobre los contenidos de la Teoría Crítica de la Raza, tal como la han formulado dos fundadores del movimiento, el profesor Derrick Bell (1930-2011) y la profesora Kimberlé Crenshaw (n. 1959), y dos de sus divulgadores, Ibram X. Kendi (n. 1980), considerado por Time en 2020 una de las 100 personas más influyentes del país, y Robin DiAngelo (n. 1956), también profesora y la única de los cuatro que es de raza blanca.
Según estos teóricos, el racismo en la sociedad occidental va mucho más allá de lo que la gente piensa cuando escucha esa palabra.
«Cuando la mayor parte de la gente oye ‘racismo’, está pensando en la segregación, el Ku Klux Klan, la discriminación laboral, etc. Según los defensores de la Teoría Crítica de la Raza, incluso si eliminamos completamente todo ese tipo de cosas, apenas habríamos rascado la superficie. Sostienen que el racismo empapa cada rincón y cada rendija de la sociedad: empapa todo el sistema legal, la cultura popular e incluso la mentalidad y la actuación de personas que se consideran a sí mismas antirracistas».
Cualquier desigualdad de cualquier tipo es automáticamente considerada racismo, y quien proponga una explicación alternativa (cultural, económica o cualquier otra) ya demuestra con ello ser racista: «Así de simplificador y dogmático«, apunta Feser.
Es irrelevante que alguien se considere antirracista o incluso luche contra el racismo, es irrelevante incluso que sea negro: si no acepta esta ideología, le serán achacados ‘prejuicios’ y ‘microagresiones’ inconscientes y será considerado tanto más racista cuantas más alegaciones haga de no serlo y más se esfuerce en demostrarlo.
«Naturalmente, esto es una receta para el fanatismo«, afirma Feser, porque esas pruebas tan sutiles de racismo son invisibles para cualquiera, salvo para quien se ponga las gafas ideológicas de la Teoría Crítica de la Raza.
La consecuencia es inmediata: no tener en cuenta el color de la piel, hasta ahora algo evidente para cualquier no-racista, pasa a ser un signo de racismo, y afirmar la igualdad de las razas ya no es suficiente. Pero tampoco lo es la ‘discriminación positiva’ (beneficiar a las minorías raciales), sino que autores como Kendi abogan por la discriminación a la inversa, esto es, perjudicar activamente a los blancos.
«Para nada de ello hay argumentos», lamenta Feser: «Simplemente, se afirma como si hubiese sido revelado de lo alto, y toda posible discrepancia es demonizada precisamente como racista… Es una ideología tan extrema que incluso muchos votantes progresistas la consideran inquietante cuando conocen su contenido».
Hijos de Gramsci
Feser descubre fácilmente la esencia marxista de esta ideología, y en particular la influencia del comunista Antonio Gramsci (1891-1937), quien afirmó la hegemonía de los presupuestos culturales en la ‘opresión capitalista’ y por tanto abogó por combatirlos con mayor ahínco que las tradicionales causas económicas o sociales. La Teoría Crítica de la Raza se limita a sustituir el ‘poder económico burgués’ por la ‘supremacía blanca‘. Y de ahí la obsesión de sus ideólogos por dominar el ámbito académico y el ocio, lo que en buena parte están consiguiendo.
Estamos, pues, ante una nueva forma de materialismo dialéctico e histórico, donde el conflicto entre clases (como entre sexos en el feminismo marxista o la ideología de género) se traslada a un conflicto entre razas. El esquema de opresores (burgueses/hombres/blancos) y oprimidos (trabajadores/mujeres/negros) es exactamente el mismo.
Incompatible con la doctrina de la Iglesia
Por este motivo, «como en el caso del marxismo, la Teoría Crítica de la Raza es una grave perversión de la buena causa que dice representar, y es totalmente incompatible con la doctrina social de la Iglesia”, anuncia Feser: «La Iglesia ha condenado fuerte y continuamente este tipo de actitud. Condena la tesis de que la vida social y la historia sean fundamentalmente una lucha entre clases inherentemente hostiles, e insiste en que los grupos sociales deben verse en colaboración, y no intrínsecamente en conflicto. Condena la tendencia a juzgar las ideas en términos del interés ideológico al que sirven más que apelando a estándares objetivos como la verdad y la racionalidad. Condena la actitud vengativa hacia los supuestos opresores, como es la discriminación inversa».
Edward Feser es autor de diversos libros sobre metafísica aristotélica y tomista, como ‘Cinco pruebas de la existencia de Dios‘, y de títulos que abordan cuestiones de actualidad, como ‘Otro hombre derramará su sangre. Una defensa católica de la pena de muerte‘.
Feser emparenta la Teoría Crítica de la Raza con los sistemas gnósticos de pensamiento: la realidad más inocente queda ensuciada al considerarse manifestación de «un poder siniestro», y plantea una «división simplista y maniquea de la sociedad entre la fuerzas combatientes de la oscuridad [la supremacía blanca] y de la luz [estos ideólogos]».
Lo cierto es que «las pretensiones de la Teoría Crítica de la Raza no tienen ningún apoyo en pruebas reales de las ciencias sociales, y de hecho están en conflicto con la ellas». Esta ideología adolece además de ser «esencialmente relativista«, «superficial» e «intelectualmente débil… Las personas a quienes atrae están absolutamente obsesionadas con la raza, hierven de ira y son incapaces de enlazar un argumento coherente. Es una visión profundamente irracional y desagradable de la vida humana».
Y esto alimentó la explosión de odio con la que Black Lives Matter atizó la violencia en las calles estadounidenses en la primavera y verano de 2020.
Católicos: precaución
Sin embargo, muchos católicos no son conscientes de hasta qué punto esta ideología es peligrosa para la sociedad: «Hay una estúpida tendencia entre algunas personas a pensar que, puesto que este movimiento se envuelve en una noble retórica y en palabras inocentes como ‘anti-racismo’, debe haber algo bueno en él. Esto es tan ingenuo como pensar que debe haber algo bueno en el marxismo por el hecho de que los marxistas hablen mucho de la situación de los pobres».
«La Iglesia no va detrás de nadie en preocupación por los pobres», concluye Feser, «pero siempre ha enseñado que el marxismo es una ideología perversa y que los católicos no pueden colaborar con ella, sino rechazarla de arriba abajo. Como demuestro en el libro, la Teoría Crítica de la Raza no es menos nociva y debe ser firmemente rechazada por los católicos por razones análogas. Solo puede empeorar las cosas, no mejorarlas».-