Lecturas recomendadas

El mensaje de la Encarnación

"Una invitación a todos los que lo escuchan a darle posada en nuestro interior"

El mensaje de la Encarnación nos invita sobre todo a una decisión personal y «voluntaria» de acoger en nosotros al Verbo Divino que la virgen preñada llevaba en su seno… y que siempre viene de camino hacia nosotros

 

No resolveremos las crisis del mundo con llamamientos bienintencionados a la solidaridad y esos sermones por Navidad «todos los años». Para ello se requieren también medidas estructurales en la política y la economía, en las que nosotros, como ciudadanos y ciudadanas, podemos influir. Hay que pensar en el «bien común global», como dice la Doctrina social de la Iglesia

 

Hay dos «historias de Navidad» en los Evangelios. San Mateo (1,18-25) y San Lucas (2,1-20) narran el nacimiento de Jesús de una mujer joven, que había concebido de forma milagrosa, en un establo de Belén en circunstancias adversas «porque no había sitio para ellos en la posada». San Juan, en cambio, habla en su prólogo (1,1-18) de la Encarnación del Logos, del Verbo, que «existía en el principio y estaba junto a Dios y era Dios»; y «por medio de ÉL se hizo todo, y sin ÉL no se hizo nada de cuanto se ha hecho». A San Juan le preocupa el significado místico-teológico de este acontecimiento. San Juan de la Cruz, el doctor místico, combinó ambos motivos en una letrilla:

«Del Verbo Divino

la Virgen preñada

viene de camino;

¡si le dais posada!»

Por supuesto que podemos entender la historia de Navidad como una oportunidad para reflexionar sobre las muchas personas que no tienen unas condiciones de vida dignas o que tienen que huir de la miseria o la guerra «y no encuentran sitio en la posada». Por eso hay sermones que nos animan a estar abiertos al dolor ajeno, especialmente ante el fenómeno migratorio y la huida de regiones en crisis. Todo esto es importante porque, según el discurso del Juicio final (Mateo 25), los sufrientes y los extranjeros son un lugar privilegiado para el encuentro con Cristo.

El filósofo judío Elie Wiesel lo expresó de otro modo: «Quien vive sin contacto con un forastero lleva una vida más pobre, y quien no se ve constantemente espoleado por la presencia de un extranjero a reflexionar sobre el sentido y la finalidad de la existencia y la convivencia sólo experimenta una especie de existencia truncada». Pero no resolveremos las crisis del mundo con llamamientos bienintencionados a la solidaridad y esos sermones por Navidad «todos los años». Para ello se requieren también medidas estructurales en la política y la economía, en las que nosotros, como ciudadanos y ciudadanas, podemos influir. Hay que pensar en el «bien común global», como dice la Doctrina social de la Iglesia desde la Constitución Gaudium et spes del Vaticano II y no solo en nuestro propio bienestar.

No podemos cerrar los ojos

Pero el mensaje navideño como celebración de la Encarnación del «Verbo Divino» es ante todo una invitación a todos los que lo escuchan a darle posada en nuestro interior, a dejar que habite y tenga su morada (como decía Santa Teresa) en nosotros, a dirigirnos a ÉL con respeto y amor, a pedirle que nos haga cada vez más semejantes a ÉL y nos dé ánimo y fuerzas para buscar su voluntad y trabajar por su reino. Según las tradiciones mesiánicas de Israel, se trata de un reino de libertad y verdad, de justicia y paz «para todos», con predilección por los más necesitados… y si nos lo tomamos en serio, no podemos cerrar los ojos ante las penurias, injusticias, opresiones y situaciones que impiden a la inmensa mayoría de los habitantes del planeta vivir con dignidad.

Fraternidad

Fraternidad Warren Wong

Es cierto que para conocer el «secreto de la filantropía», del que hablaba Antonio Machado, o para practicar el amor al prójimo no hace falta ser cristiano. La fraternidad universal es también, por ejemplo, un principio de la «masonería». Hay hoy mucha gente «solidaria» que pasa de la Iglesia o del mensaje de la Ecarnación. Pero el mensaje navideño nos recuerda que somos personas débiles, falibles, que respecto a las preguntas fundamentales de la existencia humana caminamos a oscuras por la senda de la vida y que necesitamos la luz y la gracia que vienen de Dios para mantener el rumbo y pensar que tenemos una vocación divina, que estamos llamados a más que a vivir mejor o peor en este mundo, y que no podemos avanzar por el camino de perfección, es decir de la imitación de Jesús para los cristianos y cristianas, solo con nuestras fuerzas o con el arte de la «educación».

Los dos aspectos del relato navideño son complementarios: quien se abre a Dios, al Verbo Divino, a su invitación a crecer a su imagen y semejanza y se deja transformar por ÉL, no puede dejar de trabajar en la transformación de la Iglesia y del mundo. Pero el mensaje de la Encarnación nos invita sobre todo a una decisión personal y «voluntaria» de acoger en nosotros al Verbo Divino que la virgen preñada llevaba en su seno… y que siempre viene de camino hacia nosotros. Porque como decía San Juan de la Cruz: «Si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella», es decir, que Dios busca el encuentro con más anhelo aún que nosotros mismos, que desde el nacimiento estamos invitados «al diálogo con Dios» (Gaudium et spes 19).-

| Mariano Delgado*/RD

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