San Pablo VI, un papa que acercó la Iglesia al mundo contemporáneo
De origen italiano, el papa Montini trabajó por la buena implementación del Concilio Vaticano II. Una labor delicada y agotadora
Pablo VI (Giovanni Battista Montini) nació el 26 de septiembre de 1897 en Concesio (Brescia), Italia. El 29 de mayo de 1920 fue ordenado sacerdote.
Desde 1924 fue colaborador de los papas Pío XI y Pío XII y, en paralelo, se ejercitaba en la pastoral universitaria.
Durante la Segunda Guerra Mundial se le nombró sustituto en la Secretaría de Estado y se dedicó a buscar refugio para los judíos perseguidos y los prófugos.
Más tarde fue nombrado Pro-Secretario de Estado para los Asuntos Generales de la Iglesia, y desde ese cargo trabajó en favor del ecumenismo.
Fue nombrado arzobispo de Milán -la diócesis más grande de Italia- en 1954. Cuatro años después, el papa san Juan XXIII lo nombró cardenal.
Papa atento al mundo
Al morir este, fue elegido su sucesor en la Cátedra de Pedro el 21 de junio de 1963.
Entre sus trabajos, destacó por llevar a cumplimiento particularmente el Concilio Vaticano II y reafirmó la preocupación de la Iglesia por el mundo contemporáneo. Se esforzó en lograr la unidad de los cristianos y en proteger los derechos humanos.
Actuó en favor de la paz, por el progreso de los pueblos y la inculturación de la fe. Promovió la reforma litúrgica para favorecer la participación activa del pueblo fiel.
San Pablo VI falleció el 6 de agosto de 1978 en Castel Gandolfo.
Oración
“…A nosotros, los cristianos, nos corresponde ser, en medio de los demás hombres, testigos de esta realidad, pregoneros de esta esperanza.
El Señor, presente en la verdad del sacramento, ¿no repite acaso a nuestros corazones en cada Misa: ‘¡No temas! ¡Yo soy el primero y el último y el que vive!‘ (Ap 1, 17-18)?
Lo que tal vez más necesita el mundo actual es que los cristianos levanten alta,
con humilde valentía, la voz profética de su esperanza.
Precisamente en una vida eucarística intensa y consciente
es donde su testimonio recabará la cálida transparencia y el poder persuasivo necesarios
para abrir brecha en los corazones humanos.
¡Hermanos e hijos queridísimos, estrechémonos, pues, en torno al altar!
Aquí está presente Aquel que, habiendo compartido nuestra condición humana,
reina ahora glorioso en la felicidad sin sombras del cielo.
Él, que en otro tiempo dominó las amenazantes olas del lago de Tiberíades,
guíe la navecilla de la Iglesia, en la que estamos todos nosotros,
a través de los temporales del mundo, hasta las serenas orillas de la eternidad.
Nos encomendamos a Él, reconfortados por la certeza
de que nuestra esperanza no será defraudada”.
(Fragmento final de la homilía del 28 de mayo de 1978, solemnidad del Corpus Christi, pocos meses antes de que san Pablo VI falleciera)
Dolors Massot – publicado el 29/05/20-Aleteia.org