En el Sagrado Corazón de Cristo confiamos
Javier Duplá sj.:
“Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío” es una jaculatoria preciosa, que nos acerca hasta el pecho de Jesús, hasta poder oír el latido de su corazón. La santa francesa Margarita María de Alacoque, monja de la Visitación de Santa María, recibió en 1673 el encargo de Jesucristo de extender la devoción a su corazón en unas apariciones que tuvieron lugar en el convento de Paray-le-Monial. Ella sufrió mucho física y espiritualmente. Tuvo una enfermedad que la inmovilizó en la cama durante cuatro años y de la que se curó milagrosamente por favor de la Virgen María. A los 25 años recibió la aparición del Señor y así fueron viniendo sucesivas apariciones durante dos años los primeros viernes de cada mes. En la octava del Corpus Christi de 1675 le dijo aquella famosa frase: “Mira este corazón mío, que, a pesar de consumirse en amor abrasador por los hombres, no recibe de los cristianos otra cosa que sacrilegio, desprecio, indiferencia e ingratitud”. Según el testimonio de Margarita, el Corazón estaba rodeado de llamas, coronado de espinas, con una herida abierta de la cual brotaba sangre y del interior emergía una cruz.
Su tarea en el convento fue de ayudante de enfermería, pero la superiora la regañaba porque no hacía nada bien por más empeño que ponía. Su devoción y sus dones místicos tampoco fueron comprendidos en su orden, porque las superioras argumentaban que no eran concordes con el espíritu de la Visitación. Sólo se alivió cuando fue puesta bajo la dirección espiritual del jesuita Claudio de la Colombière. Murió a los 43 años de edad.
En nuestro mundo tan materialista e increyente la devoción al Sagrado Corazón parece ser de épocas pasadas, pero no es así. El sufrimiento del corazón significa querer mucho y no ser correspondido, más bien, ser ultrajado y menospreciado. Jesucristo lo dice por su amor desconocido y ultrajado, pero también por el amor de tantos seres humanos, sobre todo de corta edad, pero también ancianos, que anhelan ser queridos, pero no encuentran quien los quiera. Más bien se burlan de ellos, los desprecian, los arrinconan. La reacción es a veces el suicidio: nadie me quiere, mi vida no vale nada, no quiero seguir viviendo.
Tenemos que reaccionar como comunidad cristiana con toda fuerza. Tenemos que transmitir con todo entusiasmo ese amor de Jesucristo por todos, especialmente por los que más sufren. Todos necesitamos sentir amor y ese amor del Corazón de Cristo sobrepasa nuestro entendimiento, es mayor de lo que podemos sentir. Por eso, en esta fiesta del Sagrado Corazón, tenemos que decirle: Sí, querido Jesús, sé que nos abrazas, que nos aprietas contra tu pecho, que nos quieres transmitir ese amor que tienes. Lo queremos recibir con gran alegría, y así podremos soportar los sufrimientos que tengamos en esta vida, por enfermedad o por maldad de otros. Gracias, Jesús, confío en ti, en tu inmenso amor, házmelo sentir y empújame a que yo lo transmita a muchos, porque sé que les hará un bien inmenso. En ti confío, Sagrado Corazón.-