Iglesia Venezolana

Mons Biord en los 80 años del Card Porras: «Celebramos a un sacerdote que ha permanecido íntegramente fiel a su mensaje»

"Hay que concentrarse en lo esencial, en lo que tiene sabor eterno"

 

HOMILÍA EN LOS 80 AÑOS DEL CARD. BALTAZAR PORRAS

15 de octubre de 2024

 

Mons. Raúl Biord Castillo, sdb

 

 

  1. Damos gracias a Dios

“Bendeciré tu nombre por siempre, Señor. Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor y merece toda alabanza” (Sal 144). Celebramos una eucaristía en ocasión del octogésimo cumpleaños del card. Baltazar Porras. El mejor regalo que podemos ofrecerle al cardenal es aunar nuestras voces para bendecir a Dios y alabar su nombre porque realmente ha estado grande.

El salmo 89 sentencia: “Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil porque pasan aprisa y vuelan. Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”. Hoy el Card. Porras se suma al grupo bíblico de los robustos. Probablemente en estos momentos pasarán por lo más recóndito de su corazón tantas vivencias de ocho décadas que han pasado aprisa y han volado, pero delante de Dios no son sino “una sombra que pasa”, “un ayer que pasó”, “una vela nocturna” o “una flor que florece por la mañana y por la tarde la siegan y se seca”, porque delante de la eternidad de Dios, que existe desde siempre y por siempre, nuestra vida no es sino un instante fugaz, un sendero de trascendencia, un tiempo de siembra para la eternidad.

 

  1. Bendecimos su nombre

“Bendecimos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en Cristo, ya antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor” (Ef 1,3-4). La bendición de Dios se encuentra al inicio del tiempo. En su insondable sabiduría, en su misericordioso amor y en su infinita libertad, Dios pensó personalmente en cada uno de nosotros, nos dio un nombre, nos hizo hijos suyos en el Hijo, proyectó nuestra historia de vida, nos regaló una familia, nos otorgó una misión concreta, nos llamó a ser santos por el amor, nos destinó a compartir su gloria de modo que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.

Damos gracias a Dios por las maravillas que ha obrado en el Card. Porras y por su medio, en Calabozo, Mérida, Caracas y en tantos rincones de nuestra geografía patria. Sin querer hacer un panegírico sobre su vida, quiero elevar la acción de gracias a Dios por lo que ha sembrado en tantas personas. Párroco y director de colegios católicos en Calabozo. Canciller de la Curia de Calabozo. Rector del Seminario Interdiocesano de Caracas. Obispo Auxiliar y luego arzobispo de Mérida. Presidente de la Comisión Organizadora de las Visitas del Papa Juan Pablo II a Venezuela. Miembro muy activo y Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana. Vicepresidente del CELAM. Presidente de Cáritas de Venezuela. Cardenal de santa Romana Iglesia. Arzobispo de Caracas. Muchos títulos y merecimientos, legítimo orgullo de su ancestro familiar, de sus inolvidables padres Baltazar y Blanca Luz… Peldaños siempre arriba. Ya subiste casi todos los peldaños… Sólo que ya no hay más escaleras de los hombres, sino las de Dios que son las más difíciles de subir…

¿Qué celebramos hoy? En lo meramente humano podríamos celebrar tus triunfos. En lo sacerdotal, celebramos tus sacrificios, tus luchas, tus afanes religiosos, tus dolores y angustias, las incomprensiones y olvidos, los rechazos y silencios. Celebramos a un sacerdote que ha permanecido íntegramente fiel a su mensaje. Que con tu levadura has transformado a la masa a tu cuidado para hacerla florecer. Celebramos tu entrega definitiva al servicio íntegro de Dios para ser otro Cristo…

Repetimos las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien”.

Bendecimos a Dios porque ha elegido al cardenal Porras para ser su servidor fiel, su profeta, su ministro, su sacerdote. Con la confianza en Dios, le presentamos una oración que nace del corazón: “Señor, guarda en tu amor al cardenal Porras para que siga dando frutos que alimenten a mucha gente”.

 

III.  Saboreando lo eterno

Mi tío Rosalio José, al escribir la vida el Padre Isaías Ojeda, insigne educador y salesiano, escribió: “Los años van pasando inexorablemente… La enfermedad está al acecho como león agazapado, pronto a saltar sobre la presa, apenas la tenga a su alcance. La salud va minando el vigor. Se va estrechando el horizonte y reduciendo su alcance. No hay más espacio ni tiempo para soñar con ilusiones y nuevos proyectos. Hay que concentrarse en lo esencial, en lo que tiene sabor eterno. Quedan los recuerdos, que se nos presentan embellecidos, despojados de sus aspectos negativos. Pero el P. Ojeda no se refugió en una estéril nostalgia. Su acendrada fe cristiana lo llevaba, casi instintivamente, a aspirar a las cosas de arriba, no a las de la tierra (Col. 3,2)”.

Baltazar, cuando los años van pasando y la salud inicia a menguar, comienzas a saborear lo eterno. Los colores de la realidad no son tan vivaces como los de los sueños, pero los colores de los atardeceres son tan lindos como los de los amaneceres. Qué hay de más lindo que un bello crepúsculo. En el atardecer se avizoran los peldaños de la escalera que une la tierra con el cielo, y todas las glorias humanas se subordinan a la gloria de Dios.

Es hora de concentrarte en lo esencial, en los proyectos que quieres realizar: como buen historiador con una excelente pluma, esperamos que nos regales una historia de la iglesia en Venezuela, una tarea que se deberá realizar en cooperación, bajo tu guía, que de crónica menor se haga historia mayor de una Iglesia que ha sembrado el Evangelio en Venezuela. Pero sobre todo esperamos poder seguir disfrutando de tu presencia amiga y cercana; de tu consejo sabio, firme y paterno; de tu fe en Dios y en la Virgen María; de tu entusiasmo y de tu alegría. Dios te conserve entre nosotros por muchos años.

 

IV. Hacia Dios

Permíteme finalizar con un tema de sabor agustiniano: la relación entre el tiempo y la eternidad. ¿Cómo se puede comenzar a saborear lo eterno en el tiempo? El tiempo pasa inexorablemente. El presente se ahoga entre un antes y un después. El movimiento que se mide en el tiempo tiende a la quietud. “El tiempo se recoge; desarrolla lo eterno sus entrañas… El reposo reposa en la hermosura del corazón de Dios, que así nos abre tesoros de su gloria” (LH IV, 789). Es lo que San Pablo expresaba en la carta a los Corintios: “el tiempo se ha hecho breve” (1Co 7,29), “la escena de este mundo pasa” (v.31) entonces se puede divisar la orilla de la eternidad de Dios. La eternidad nace en el tiempo como lo precisa este bello himno de la liturgia de las horas:

 

Peldaños de eternidad

me ofrece el tiempo en su huida,

si, ascendiendo paso a paso,

lleno mis manos vacías.

 

Sólo el tiempo se redime

quitándole su malicia.

 

Como una sombra se esfuman,

Del hombre vano los días,

Pero uno solo ante Dios

Cuenta mil años de espigas

 

“Tus años no morirán”,

leo en la Sagrada Biblia:

lo bueno y lo noble perdura

eternizado en la dicha.

 

Sembraré, mientras es tiempo,

Aunque me cueste fatigas.

Al Padre, al Hijo, al Espíritu

Alabe toda mi vida:

El rosario de las horas

de las noches y los días. Amén.

(LH IV, 840).

 

 

En palabras de San Agustín, saborear lo eterno significa contemplar el “séptimo día que no tiene tarde ni ocaso, porque le has santificado para que dure para siempre. El hecho de que descansaras el día séptimo, después de realizar las obras muy buenas… es una predicción de que también nosotros, una vez realizadas nuestras obras, descansaremos en ti en el sábado de la vida eterna” (Conf. XIII, 36, 51). “Señor Dios ya que no has dado todo, danos la paz: la paz del reposo, la paz del sábado, la paz sin ocaso” (Conf. XIII, 35, 50). “A ti hay que pedírtelo, en ti hay que buscarlo, a tu puerta hay que llamar. Así se obtendrá, así se hallará, así se nos abrirá” (Conf. XIII, 38, 53).

La eucaristía que hoy celebramos es viático para esta nueva vida:

 

“Porque anochece ya,

porque es tarde, Dios mío,

porque ardo en sed de ti

y en hambre de tu trigo,

ven, siéntate a mi mesa,

bendice el pan y el vino

¡Qué aprisa cae la tarde!

¡Quédate al fin conmigo!”. (LH IV, 996).

 

Dirigimos nuestra mirada a nuestra madre María. Que nos cobije en su manto amoroso y nos proteja con su maternal bendición. “!Ad multos annos et coronas!”. Que así sea.-

 

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