Un encuentro misterioso
Los Salmos son un maravilloso ejemplo y testimonio de oración. “Los Salmos son el vértice de la oración en el Antiguo Testamento: la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre

Rafael María de Balbín:
Recordamos los versos clásicos: <A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo, me bastan mis pensamientos>. Pero la soledad es algo terrible.
En la vida de toda persona está la profunda necesidad de no quedarse solo, de desear ámbitos de relación con los demás, de abrirse al diálogo. También con Alguien a quien no vemos: eso es la oración.
“Existe una vocación universal a la oración, porque Dios, por medio de la creación, llama a todo ser desde la nada; e incluso después de la caída, el hombre sigue siendo capaz de reconocer a su Creador, conservando el deseo de Aquel que le ha llamado a la existencia. Todas las religiones y, de modo particular, toda la historia de la salvación, dan testimonio de este deseo de Dios por parte del hombre; pero es Dios quien primero e incesantemente atrae a todos al encuentro misterioso de la oración” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 535).
La Biblia nos presenta diversos ejemplos de oración. Así el del Patriarca: “Abraham es un modelo de oración porque camina en la presencia de Dios, le escucha y obedece. Su oración es un combate de la fe porque, aún en los momentos de prueba, él continúa creyendo que Dios es fiel. Aún más, después de recibir en su propia tienda la visita del Señor que le confía sus designios, Abraham se atreve a interceder con audaz confianza por los pecadores” (Idem, n. 536).
Destaca también otra oración. “La oración de Moisés es modelo de la oración contemplativa: Dios, que llama a Moisés desde la zarza ardiente, conversa frecuente y largamente con él «cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Ex 33, 11). De esta intimidad con Dios, Moisés saca la fuerza para interceder con tenacidad a favor del pueblo; su oración prefigura así la intercesión del único mediador, Cristo Jesús” (Idem, n. 537).
Todo el Antiguo Testamento presenta la oración del Pueblo de Dios. “A la sombra de la morada de Dios –el Arca de la Alianza y más tarde el Templo– se desarrolla la oración del Pueblo de Dios bajo la guía de sus pastores. Entre ellos, David es el rey «según el corazón de Dios» (cf Hch 13, 22), el pastor que ora por su pueblo. Su oración es un modelo para la oración del pueblo, puesto que es adhesión a la promesa divina, y confianza plena de amor, en Aquél que es el solo Rey y Señor” (Idem, n. 538).
Los Profetas, enviados de Dios, eran hombres de oración. “Los Profetas sacan de la oración luz y fuerza para exhortar al pueblo a la fe y a la conversión del corazón: entran en una gran intimidad con Dios e interceden por los hermanos, a quienes anuncian cuanto han visto y oído del Señor. Elías es el padre de los Profetas, de aquellos que buscan el Rostro de Dios. En el monte Carmelo, obtiene el retorno del pueblo a la fe gracias a la intervención de Dios, al que Elías suplicó así: «¡Respóndeme, Señor, respóndeme!» (1R 18, 37)” (Idem, n. 539).
Los Salmos son un maravilloso ejemplo y testimonio de oración. “Los Salmos son el vértice de la oración en el Antiguo Testamento: la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. Indisociablemente individual y comunitaria, esta oración, inspirada por el Espíritu Santo, canta las maravillas de Dios en la creación y en la historia de la salvación. Cristo ha orado con los Salmos y los ha llevado a su cumplimiento. Por esto, siguen siendo un elemento esencial y permanente de la oración de la Iglesia, que se adaptan a los hombres de toda condición y tiempo” (Idem, n. 539).-
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