Lecturas recomendadas

El Pacificador

Cardenal Baltazar Porras Cardozo:

 

Es imposible interpretar mejor la realidad social actual sin un estudio serio de la historia. Nadie puede saber verdaderamente quién es y qué pretende ser mañana sin nutrir el vínculo que lo une con las generaciones que lo preceden. Estudiar y narrar a historia ayuda a mantener encendida la llama de la conciencia colectiva. Estamos en un cambio de época en el que no resulta fácil situarse pues los valores que le daban sustento a la vida social resultan insuficientes o ignorados.

 

La literatura hoy día es considerada como algo no esencial. Sin embargo, “la literatura surge de la persona en lo que éste tiene de más irreductible, en su misterio. Es la vida, que toma conciencia de sí misma cuando alcanza la plenitud de la expresión, apelando a todos los recursos del lenguaje”. Más allá del valor intrínseco de obras como El Quijote o Cien años de soledad, para no citar sino a dos obras de relieve universal, nos ponen ante la visión de la vida, con un profundo sentido crítico que, más allá de lo novelesco, es motivo de reflexión para lo que estamos viviendo. Lamentablemente, la ignorancia o mejor el desprecio a ejercer el discernimiento de la vida y cotejarlo con los valores que mueven la existencia no parece ser una de las mejores virtudes de hoy.

 

Cayó en mis manos la novela “El Pacificador” de Francisco Suniaga que la devoré con fruición tanto por el autor como por asumir como personaje central al mariscal Pablo Morillo al frente de la mayor expedición militar desplegada por el imperio español para intentar pacificar y devolver a la corona española el dominio de las tierras rebeldes del Caribe. Es apasionante la lectura de esta novela histórica, trabajada con primor en varios años de intenso trabajo e insomnios robados al descanso. Suniaga tiene no solo el dominio del lenguaje al que hay que añadir esa pisca de misterio y de suspenso que tiene cada una de sus páginas.

 

El contraste entre la mentalidad de un peninsular que nunca había tenido contacto con el nuevo mundo, el imaginario diálogo que atraviesa toda la obra con Francisco Miranda en La Carraca nos sitúa ante el drama de encontrar solución a la identidad de un pueblo, el del nuevo mundo, y su relación con la metrópoli que tampoco tenía muy clara visión de si se trataba de una colonia, de unos súbditos iguales a los peninsulares o algo distinto. La independencia se plantea como una búsqueda de solución a algo que no podía continuar, pero del que no se tenía una respuesta clara ni por los patriotas ni por los peninsulares.

 

La falta de perspectiva histórica nos lleva a pensar que lo que hoy llamamos Venezuela era tal a comienzos del siglo XIX. Nada más falso, la unidad geopolítica de la Capitanía General de Venezuela no se correspondía con la realidad cultural de entonces. El oriente y Guayana no eran Venezuela, tenían otra historia de siglos. Igual con los Andes y parte del occidente más ligados a la Nueva Granada. Los llanos eran territorio ignoto para los que vivían en la cornisa costera. Miranda era visto como extranjero por los suyos. Arismendi y Mariño, Piar y Bermúdez no tenían argumentos válidos para someterse a Bolívar que representaba otros intereses. Fueron pocos los caudillos de los Andes que se sumaron a la causa patriota, la mayor parte de ellos reinosos. Bolívar no las tuvo todas consigo pues el pasado de su familia, principalmente de su padre, no generaba adhesiones. Preferible era ser súbdito del rey y no de quienes se habían aprovechado de su prosapia en beneficio propio y no de la gente. Páez representa el temperamento indómito e independiente que actuó con arrojo y temeridad a favor de la causa republicana.

 

El cambio anímico y táctico militar de Pablo Morillo es propio del choque inevitable de dos mentalidades y de las barbaridades que trajo consigo la guerra a muerte, en la que de ambos bandos se cometieron tropelías en las que la justicia, el derecho, el respeto a la vida no contaba. Esta novela se me antoja una parábola en acción; es un espejo de la Venezuela que vivimos hoy en la que el uso indiscriminado de la ley conduce a la represión y la tortura porque la vida (del otro) no vale nada.

 

Como buen margariteño, conocedor y amante del Caribe, las descripciones de paisajes y personas son sublimes. Personajes desconcertantes aparecían por doquier. Criollos fieles a la corona; peninsulares del bando republicano y los más bajos sentimientos en quienes casi por su cuenta sacaron a relucir sus peores atributos para convertirse en adalides de una guerra sin cuartel en la que, como siempre, los inocentes fueron las víctimas de unos y otros. Hombres desconcertantes como el Padre Llamozas, José Domingo Díaz o Don Feliciano Palacios.

 

Ante una investigación tan a fondo no me atrevo a criticar las licencias que se toma el autor para enhebrar la historia real con la ficción que le da dramaticidad al pensamiento y conducta de un hombre que se siente abandonado a su suerte pues deseando retornar a su patria no consiguió ni el permiso ni la ayuda que lo pudo convertir en un exitoso general. Documentos que reposan en los archivos eclesiásticos me llevan a pensar que algunos episodios indican a las claras que a pesar del dominio de la inteligencia militar no llegó a entender el alma indómita de las huestes patriotas, sin mayor disciplina ni preparación castrense, pero con un arrojo y creatividad que superaron a los disciplinados batallones hispanos. No podemos pedirle a una novela la minuciosidad de una investigación que deja a la imaginación espacio libre para diversas conjeturas. El encuentro de Bolívar y Morillo marcan la diferencia de caracteres donde hay batallas que se ganan sin el uso de las armas.

 

La descripción apasionada de un criollo sobre la actuación del caudillo hispano es un ejercicio envidiable de tratar de ser ecuánime y objetivo. Me pregunto si las páginas de “el pacificador” hubieran sido escritas por el culto secretario del mariscal, José María Asorey. Estamos, me atrevo a decirlo ante el mejor elogio que un hijo de esta orilla del Atlántico puede hacer de quien vino a subyugarnos. A dos siglos de distancia esta novela histórica o esta historia novelada es un retrato al carbón de nuestro pueblo que no acaba de encontrar el rumbo de la auténtica independencia, lejana a los odios y a las mezquindades que nos han hecho perder ser en buena forma el paraíso terrenal que creyó encontrar Colón en las costas de Paria. Mi admiración sincera a esta obra que supera, a mi entender, al Pasajero de Truman.-

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