Un sabra(*) en la Casa Blanca

Elías Farache:
El sabra que estuvo en el Capitolio de Estados Unidos de América en julio de 2024, visitó la Casa Blanca y también otras instituciones la semana pasada. Esta vez, las circunstancias personales y entre países fueron distintas. Netanyahu fue el primer invitado extranjero del recién instalado Donald Trump, un honor solo adjudicado a los amigos y naciones con las cuales se tiene amistad y comparte valores comunes. También, vale decirlo con dolor, enemigos comunes.
La visita de Netanyahu contrasta por su calidez con los encuentros que tuvo con Joe Biden. Este último no le extendió una invitación al posesionarse de la presidencia y, aunque existían razones para esta poca calidez en sus relaciones que tienen larga data, el mensaje que se transmitió al mundo y a los adversarios no fue nada edificante para ninguno de los dos países. Sus adversarios, comunes y no comunes, percibieron en la frialdad de Washington un cierto abandono para con Israel y la consecuente debilidad producto de esto.
Los cuatro años de Joe Biden coinciden con unos cambios drásticos en el Medio Oriente y en la llamada concepción que se tiene sobre el conflicto palestino israelí. Los hechos de antes y después del 7 de octubre de 2023 demostraron a quienes no lo creían y confirmaron a quienes así lo sostenían que Hamas, Hizbola y sus patrocinadores no estaban para nada disuadidos. Ante la ofensiva de siete mortíferos frentes contra Israel, las reacciones obligadas de este último país han configurado una nueva realidad a un precio muy alto en vidas y sufrimientos. Empezando por las víctimas del fatídico 7 de octubre y la desconsolada circunstancia de los rehenes en Gaza.
El presidente Trump recibe a Netanyahu como un amigo que entiende sus problemas y limitaciones. Con una lógica sencilla y clara, es capaz de discernir entre lo correcto y lo que no lo es. Sin muchas elucubraciones describe problemas y soluciones. A veces, la genialidad consiste en ver claramente lo que sucede y no se quiere ver. Pero esto no necesariamente obvia la complejidad de las mentalidades e ideologías de quienes habitan el convulsionado Medio Oriente. Trump parece seguir el decir popular de “a grandes males grandes remedios”, pero los males del Medio Oriente son, además de grandes, muy antiguos y longevos.
Netanyahu se ha sentido a sus anchas en Washington, en la Casa Blanca, en el Capitolio, en los programas de radio y televisión donde fue invitado. Una situación que no vive en su propio país, donde la sociedad se debate entre rescatar a los rehenes y deponer a Hamas, una combinación de objetivos que por momentos parecen excluyentes. A su regreso a Israel, el primer ministro se encuentra con el regreso previo de tres rehenes el sábado 8 de febrero de 2025, cuando la alegría por la vuelta a casa de los infortunados se topa con sentimientos de dolor extremo: los rescatados aparecen en condiciones físicas deplorables, como las imágenes de los escasos sobrevivientes de los campos de concentración al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Uno de ellos se entera, justo al llegar a Israel, que su esposa e hijas fueron asesinadas al igual que su hermano el día de su secuestro. El espectáculo de la liberación de los rehenes frente a los vehículos de la desprestigiada Cruz Roja, la sensación de dolor nacional por el destino de los rehenes restantes, la certeza de que varios de ellos regresarán como cadáveres se unen para lograr un sentimiento de profunda amargura y decepción, algo que para Hamas constituye la gran victoria.
Después de esta semana de logros en los Estados Unidos, de reencontrarse con una agenda común de objetivos y prioridades, se debe avanzar hacia una muy difícil segunda etapa para la liberación de rehenes. Aunque Trump y su tren de gobierno se muestren solidarios y empáticos, el problema lo sufre y lo tiene Israel. El debate interno y el dolor ante lo que sucede y pueda suceder, es monopolio de una sociedad israelí demasiado golpeada, poco comprendida, en demasía exigida adentro y afuera.
El presidente Trump ha empezado su gestión con velocidad y sin muchas contemplaciones para con efectos secundarios. En el caso del conflicto de Israel con sus enemigos, sus declaraciones y posiciones, sus iniciativas novedosas y retadoras, han producido una sacudida a todos los involucrados. Además del decir popular antes citado, Trump se adscribe al principio lógico que señala que, si un problema no se resuelve mediante determinado procedimiento, repetir el procedimiento indefinidamente no lo solucionará nunca. Las iniciativas y planes de paz que se han intentado entre Israel y palestinos repitieron un mismo formato siempre y no han conducido a nada satisfactorio. La pregunta es si el pragmatismo que esboza Trump será suficiente para vencer los complejos y traumas de la región.
Otro aspecto interesante es la personalidad del presidente americano y su modo de actuar. No cabe duda de que la liberación de los últimos rehenes se debe a la presión que ha hecho sobre las partes. Israel se ha visto por primera vez en mucho tiempo, sabedor que su aliado principal lo apoya y entiende. Frente a Joe Biden, Benjamín Netanyahu discutía y le llevaba la contraria. ¿Será susceptible el presidente Trump de tomar una diferencia de criterios con serenidad? Esperemos que no haya tales diferencias, y que de haberlas, prive la compostura.
El sabra en la Casa Blanca y sus alrededores ha tenido éxito. Ha podido explicar la situación a muchas personas importantes y con peso en la toma de decisiones. Ha rescatado al algo perdido carácter de aliado predilecto y privilegiado.
Pero un sabra en la Casa Blanca no es lo mismo que el sabra en la Knesset.-
Elías Farache S.
9 de febrero de 2025
(*)Sabra: se dice de la persona que nace en Israel, semejante a un fruto con espinas por fuera y dulce por dentro.