Monika trabajó en el Comité Central: la Alemania comunista se propuso «descristianizar el país»
Monika G. rememora desde el anonimato la opresión de la extinta República Democrática Alemana (RDA)

En una entrevista mantenida en Berlín, Monika G. rememora junto con su marido Anton la década de 1970 en la extinta República Democrática Alemana (RDA).
Aunque ha pasado más de medio siglo y tiene 76 años, prefiere mantenerse en el anonimato cuando habla del mundo cerrado en que vivía el aparato del Partido SED (Partido Socialista Unificado, resultado de la fusión entre el partido socialista y el comunista), de la continua vigilancia y de la opresión de los cristianos… Aunque ella no es católica, tiene un profundo respeto por la religión de su marido, que sí lo es.
-¿Cuándo trabajó en el Comité Central del partido SED en la RDA?
-Terminé mis estudios en 1970 como “archivera con titulación oficial”. En aquel entonces, uno no elegía el puesto de trabajo tras finalizar los estudios, sino que se asignaban.
»A mí me destinaron al Instituto de Marxismo-Leninismo del Comité Central del SED (IML). El jefe de departamento del IML visitó nuestra escuela técnica y firmó un contrato de trabajo con una compañera y conmigo, por el que nos comprometíamos a trabajar tres años en el IML tras las prácticas.
»Mis compañeros me envidiaban, ya que el trabajo estaba en Berlín, lo que otorgaba un permiso de residencia en la ciudad, algo bastante difícil de conseguir. Yo había nacido en Belzig, entonces en el distrito de Potsdam, un lugar pequeño e idílico. Aunque fui bautizada como protestante, no recibí educación religiosa.
-¿Cómo era la relación entre la Iglesia y el Estado?
-La relación entre la Iglesia y el Estado fue tensa durante toda la RDA, puesto que la ideología oficial del Gobierno era el marxismo-leninismo. Este se autodenominaba “Estado obrero y campesino”. Se implementó una política educativa atea que buscaba promover una visión del mundo materialista y no religiosa.
»Los creyentes y las iglesias enfrentaron opresión, con el objetivo de descristianizar el país, una evolución que aún se refleja en la Alemania Oriental actual: en comparación con la antigua República Federal de Alemania, en los nuevos estados federados, la práctica religiosa es notablemente menor.
La célebre fotografía de Peter Leibing (1941-2008), tomada el 15 de agosto de 1961, que captura el momento en el que el soldado Conrad Schumann (1942-1998) deserta y huye al sector francés de Berlín.Peter Leibing.
-¿Puede mencionar algún ejemplo?
-En la RDA, la Navidad se transformó en la Fiesta de la Paz. En las escuelas, no se permitía cantar Noche de paz, y los ángeles fueron rebautizados como “figuras aladas de fin de año”. Recuerdo que a mi hermana menor le regalaron un ángel; al verlo, exclamó: “¡Una cosmonauta!”. Un lema propagandístico decía: Sin Dios y sin sol, cosecharemos la mies. Crecí en este entorno y no tuve contacto con la Iglesia durante años.
-Es decir, que usted trabajó en el mismo edificio que el Politburó del SED…
-Sí, el Politburó estaba en el segundo piso del Comité Central en Werderscher Markt. Nosotras trabajábamos en el sexto piso, en el archivo del partido, y no podíamos bajar al segundo piso. En el archivo se guardaban documentos del Comité Central y del partido.
»Durante mis prácticas, no accedí a documentos sensibles, pero me encargaron catalogar grupos como la dirección de departamento, arte y literatura, y cartas de felicitación a Wilhelm Pieck, el presidente de la RDA.
-¿Tuvo contacto con otras personas en el edificio aparte de su trabajo?
-Sí, en las pausas de mediodía podíamos encontrarnos con otros empleados en el comedor. Los jefes de departamento tenían un comedor separado. Además, había una tienda especial donde se podían comprar productos que no siempre estaban disponibles en otros lugares, y un centro de vacaciones en el lago Müggelsee, donde se podía pasar el fin de semana a un precio razonable.
»Mis padres, que eran profesores y favorables al régimen, estaban orgullosos de que su hija trabajara en una institución clave del aparato estatal.
-¿Suponía esto también ventajas económicas?
-Sí, vivir en Berlín era ya un privilegio. Mi salario era de 750 marcos al mes, superior al de muchos jóvenes ingenieros, que ganaban entre 650 y 700 marcos. Esto, junto con comidas baratas y las ventajas mencionadas, además de la posibilidad de un apartamento nuevo, hacía que estuviera en una situación privilegiada.
»Sin embargo, el “precio” era la falta de libertad; por ejemplo, cuando salía con amigos ocultaba en qué trabajaba, ya que de nosotras se esperaba que sólo tuviéramos contacto con personas leales al sistema, pues se nos consideraba “portadoras de secretos”.
-¿Estaba su entorno muy controlado?
-Sí, era una sociedad cerrada. Una compañera de estudios, que vivía conmigo en el internado, tenía un novio en la CDU de Alemania Oriental y tuvo problemas por ello; las relaciones con personas de ideas diferentes no eran bien vistas.
»Yo también enfrenté dificultades debido a un amigo occidental que conocí en Belzig en 1967. Sabía que controlaban nuestro correo, así que él me enviaba cartas a la dirección de una compañera en Berlín.
»Después de la caída del Muro, descubrí que había estado bajo vigilancia de la Stasi desde 1967, y encontré cartas fotografiadas en mis archivos.
»Incluso dentro del Comité Central, el Politburó estaba aislado. Muchos funcionarios perdieron el contacto con la realidad de la vida de la población. Recuerdo a una becaria que compartió con los camaradas las dificultades económicas de su madre y cómo se las arreglaba con sus hijos; un camarada mayor, que además recibía una pensión complementaria, no podía creerlo.
-¿Hubo momentos en los que dudó del sistema?
-Sí, cuando mi padre, director de la escuela POS Bruno Kühn en Belzig, me pidió que invitara a visitar la escuela a Lotte Ulbricht, esposa de Walter Ulbricht –entonces, el secretario general del Comité Central; es decir, la persona de mayor poder en la RDA– y hermana de Bruno Kühn, que murió en la Guerra Civil española. A través de una señora de la limpieza, conseguí concertar una cita con Lotte, quien visitó Belzig. Sin embargo, me amonestaron por no seguir el protocolo adecuado. Fue un momento de reflexión: “¿Por qué no puede ser así, si somos un Estado obrero y campesino?”.
-¿Cómo dejó de trabajar en el Instituto IML?
-Como mencioné, tuve un amigo por correspondencia de Alemania Occidental desde 1967, a quien intenté convencer del socialismo. Una vez que nos reunimos en Berlín Este, su madre llevó por error sus documentos al cruzar la frontera, y fue detenido e interrogado. Le dijeron que debía informar sobre su tiempo en Berlín Este; aunque no dijo mi nombre, sabían que había estado conmigo. Esto probó que nos estaban vigilando.
»Poco después, me citaron con el jefe de departamento del archivo. Me habló en tono paternalista y me pidió que escribiera todo sobre mi contacto con Occidente, pero me negué a revelar detalles de mi vida privada. Deseaba ser libre. Como resultado, me pusieron en excedencia y no se me permitió regresar sola al instituto. También me obligaron a abandonar la residencia de estudiantes.
»Me ofrecieron un puesto en un archivo eclesiástico en Mühlhausen, lo que significaba perder mi permiso de residencia en Berlín y la posibilidad de volver a ver a mi amigo occidental. Intenté encontrar trabajo en Berlín, pero el IML lo hizo muy difícil. Me presenté al sindicato de la RDA, el FDGB, y me aceptaron para trabajar en el archivo. Sin embargo, el día de firmar el contrato, el director me informó que no podía contratarme debido a una carta del IML en contra de mi contratación. Mi expediente personal debía de tener anotaciones perjudiciales.
»Una amiga del IML me contó que se había celebrado una reunión en la que se alegó que yo había estado “espiando para Occidente”, lo que llevó a que no pudiera permanecer en el instituto.
-¿Cómo se resolvió el problema?
-Con gran pesar, volví a casa de mis padres para confesarles mi situación. Fue una gran decepción para ellos, ya que estaban orgullosos de mi trabajo en el IML.
»En el viaje de regreso a Berlín, encontré a una antigua compañera de clase que me preguntó sobre mi búsqueda de piso. Por casualidad, nos encontramos con Anton; aunque le conocía, como era católico, nunca habíamos hablado antes. Sin embargo, se ofreció a ayudarme. Me cedió el piso al que se iba a mudar… Así conocí realmente a mi futuro marido.
»Finalmente, logré encontrar trabajo en Berlín, en la Academia de las Artes.-