Es justo reconocer las gestiones del Vaticano en favor de los presos políticos
El “bien posible” versus la nada intachable

Madrid/Durante años la oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU y la diplomacia europea han sostenido posiciones que evitan a toda costa enfadar al régimen cubano. Unos, bajo el extraño pretexto de mantener activo una suerte de “teléfono rojo” y otros, con la premisa de que el “diálogo constructivo” ayudaría al pueblo cubano. Aparentemente nada cuestionable, si no fuera por el hecho de que ninguno ha conseguido ni un avance en materia de derechos humanos para el pueblo de Cuba, ni siquiera en términos de derechos económicos y sociales, como tampoco han logrado la liberación de un solo preso político.
Por eso es justo reconocer las gestiones del fallecido papa Francisco en favor de la liberación de los presos políticos cubanos. Que el proceso quedara por debajo de lo que en justicia debió haber sido, limitándose a un reducido número de personas y con condiciones legales cuestionables, no resta valor a sus buenos oficios, en especial si tenemos en cuenta el bien que han producido a los excarcelados y sus familiares.
El régimen excarceló, bajo estrictas condiciones, solamente a 213 prisioneros políticos, reteniendo a más de 760, que hoy languidecen en prisiones deplorables, muchos con salud precaria; a ello habría que añadir que, no habiendo pasado 73 horas del funeral del Papa, revocó la libertad condicional a los líderes opositores José Daniel Ferrer y Félix Navarro. Pero esta cruda realidad habla de la naturaleza del régimen y no de quienes, motivados por su vocación y misión, hicieron algo positivo.
El régimen excarceló, bajo estrictas condiciones, solamente a 213 prisioneros políticos, reteniendo a más de 760, que hoy languidecen en prisiones deplorables
Para intentar comprender, conviene hacer un poco de historia. En enero de 2023, el cardenal Beniamino Stella, durante su visita a Cuba, transmitió en público y en privado el deseo del Papa de que fueran liberados los presos políticos. Stella es un experimentado diplomático que, además, conoce bien las dinámicas del régimen cubano, por su larga estadía como nuncio en La Habana. Por ello, resulta impensable que una misión de tal envergadura no fuese cuidadosamente discutida al más alto nivel del Vaticano, incluyendo al Papa.
También el cardenal Sean Patrick O’Malley planteó el asunto en La Habana en varias ocasiones, ciertamente no motu proprio, sino como discreto emisario. La liberación de los presos políticos ha sido un reclamo de la Iglesia cubana, de hecho, expuesto de manera directa a Miguel Díaz-Canel, aunque sin resultados.
El compromiso papal se alinea con la histórica postura de la Santa Sede de intermediaciones humanitarias de diversa índole. Pensemos en la Segunda Guerra Mundial, el diferendo argentino-chileno por el Beagle, el actual entre Rusia y Ucrania, de preferencia privadas y hasta secretas, siempre discretas. Es su estilo, su opción.
La participación de la Iglesia católica en procesos de excarcelación anteriores casi nunca ha estado exenta de críticas por parte de determinados sectores, algunas razonables y legítimas, otras injustas o sesgadas, y no pocas con amplio desconocimiento tanto del valor y límites de toda acción diplomática como, sobre todo, del carácter específico del actuar vaticano, diplomático en las formas, moral, humanitario y religioso en sus objetivos.
Una diplomacia tan antigua, curtida y reconocida como la vaticana conoce sobradamente esta situación y actúa consciente de las limitaciones
Pero las aguas cubanas siempre están “picadas” ante estos procesos, por los beneficios políticos que suelen otorgar al régimen, que históricamente ha utilizado a los presos de conciencia como moneda de cambio, al mismo tiempo que mantiene intacta su maquinaria represiva. También por la ausencia de una comprensión real de la situación política cubana y las grandes limitaciones para lograr soluciones maximalistas. A esto hay que añadir la pésima costumbre de algunos de exigir sacrificios con pellejo ajeno, o la de cuestionar las “salidas humanitarias”.
Una diplomacia tan antigua, curtida y reconocida como la vaticana conoce sobradamente esta situación y actúa consciente de las limitaciones de escenarios como el cubano, que paralizan a otros. Esto no excluye errores de apreciación y cálculo, pero la acción del Vaticano sitúa en perspectiva cualquier juicio, en particular los apodícticos o inapelables.
Todo intento de interpretación serio requiere un análisis equilibrado y tendría que entrar en la naturaleza y las dificultades que entrañan este tipo de procesos, abordando algunos interrogantes de diverso origen pero convergentes en cuanto a su pertinencia: ¿Qué hacer cuando hay dos valores enfrentados, por ejemplo la urgencia de rescatar a un reducido grupo de personas injustamente condenadas y en condiciones carcelarias criminales, frente al histórico oportunismo del régimen de capitalizar estos asuntos?
¿Se debería no aceptar soluciones legalmente limitadas como son las excarcelaciones bajo libertad condicional o licencia extrapenal y esperar a que el régimen decrete un indulto o apruebe una improbable amnistía? ¿Acaso sería práctico involucrar a actores nacionales, eclesiásticos en este caso, en el que consta que a pesar de solicitar reiteradamente “gestos y actos” de buena voluntad humanitaria, demostradamente no han podido ir más allá, realidad por la cual precisamente el Vaticano ha debido intervenir subsidiariamente? .-