Todo cristiano es sacerdote
El documento del Concilio Plenario sobre el ministerio ordenado comienza con una enseñanza realmente clave y de las más significativas del Vaticano II: la del sacerdocio común de todos los fieles; y lo hace explicitando también la relación con el sacerdocio ministerial o pastoral

Mons Ovidio Pérez Morales:
El documento del Concilio Plenario sobre el ministerio ordenado comienza con una enseñanza realmente clave y de las más significativas del Vaticano II: la del sacerdocio común de todos los fieles; y lo hace explicitando también la relación con el sacerdocio ministerial o pastoral.
La Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, cuya novedad se define por su íntima relación con Cristo y su proyecto: el Reino; Él “la estableció y mantiene continuamente” como “Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad” (LG 8), sacramento de comunión salvífica universal (Cf. Ibid 9). Cristo la ha hecho partícipe de su dignidad y misión profética, sacerdotal y regia; y para que el Pueblo de Dios realice su ser sacramental y su misión evangelizadora, le ha dado un ministerio pastoral dotado de una profecía, un sacerdocio y una realeza calificados, que son presencia y actuación de Cristo-Cabeza de la Iglesia (OPD 1).
El sacerdocio común fue uno de los temas más controvertidos en tiempos de la separación protestante y permaneció en la Iglesia católica como una verdad bajo tierra, sin mayores explicaciones ni consecuencias prácticas, de tal modo que el término sacerdote quedó como vocablo ordinario para identificar al presbítero. Dicho tema resucitó discretamente por así decirlo en los tiempos de renovación teológico-pastoral a mediados del siglo pasado. El Vaticano II habla de él en varios documentos, pero ha quedado como una afirmación doctrinal sin una adecuada correspondencia pastoral y sin perceptible reflejo en la espiritualidad cristiana ordinaria. El término sacerdote con su uso polarizado en lo jerárquico ministerial ha sido decisivo en tal sentido. El Año Sacerdotal celebrado hace algún tiempo reforzó por cierto la interpretación tradicional.
El CPV en su número inicial establece la secuencia sacerdocio de Cristo-sacerdocio común-sacerdocio ministerial, que modifica la escala acostumbrada; ésta relega el común al tercer lugar con una interpretación que se queda en lo formal, sin significativos desarrollos. Es la razón por qué si se pregunta a un católico laico ordinario si es sacerdote, responderá espontáneamente, no.
La secuencia que asume el CPV tiene su fundamento sólido en la Carta a los Hebreos, centrada en el sacerdocio de Cristo, del cual se subrayan las notas capitales de único, perfecto y eterno. Y, se lo debe subrayar, existencial, en cuanto sacerdote y sacrificio se identifican. Ahora bien, Cristo comunica esa dignidad-función al Pueblo que constituye, y al cual le da un sacerdocio pastoral (ministerial) para que (¡!) la ekklesía realice su sacramentalidad y misión, su quehacer sacerdotal en este mundo. Y nótese: el sacerdocio ministerial es para el peregrinar, el común será para siempre. Se entiende entonces por qué el Nuevo Testamento usa la terminología sacerdotal para el pueblo de Dios, pero respecto de ministros, sólo para los paganos y judíos, no para los cristianos. Pudiéramos decir que el CPV realiza en esta materia un giro copernicano.
Las consecuencias de este giro son de enorme fecundidad para la pastoral eclesial. También para la dinámica comprensión de la Eucaristía, llamada a recoger, perfeccionar y exigir la ofrenda existencial de los miembros del Pueblo de Dios, uniéndola a la de Cristo.-