Has dejado tu primer amor
¿Cómo podemos volver al primer amor? El llamado de Jesús nos muestra tres pasos: Recuerda, arrepiéntete y vuelve a las primeras obras

Rosalía Moros de Borregales:
De diversas maneras todos nos enamoramos algún día por primera vez; todos experimentamos ese sentimiento único que de la noche a la mañana transforma nuestra existencia. Ese amor, cuya intensidad, nos hizo pensar que nunca más podríamos vivir separados de la persona amada. A mí me ocurrió a los 17 años. Fui invitada al ensayo de un conjunto musical de jóvenes cristianos. Recuerdo que apenas entré a aquella casa, mis ojos se encontraron con los ojos de un apuesto joven; esa mirada estableció un vínculo precioso entre nosotros. Y aquel joven se convirtió en mi esposo, el amor que me acompaña todos los días.
Años antes, en una cálida tarde en la que fuimos convocados por papá a rezar juntos. Luego de haber hecho nuestras oraciones, papá nos instruyó para que cada uno hiciera el intento de decir una oración, no aprendida, sino una que nos saliera desde lo más profundo del corazón. Nos arrodillamos en un circulo y comenzamos uno por uno, desde papá en orden descendente. Somos nueve hermanos y allí nos encontrábamos 7, mientras llegaba mi turno, soy la sexta, buscaba dentro de mí las palabras para hacer mi oración.
De repente, tuve la convicción que no había nada más importante que declararle mi amor, decirle cuánto lo amaba y cuánto deseaba estar cerca de Él toda mi vida. Al llegar mi turno, tímidamente comencé a orar: “Dios mío, aquí estoy para decirte que te amo mucho. No dejes que nunca me aleje de ti. Quiero amarte siempre”. Palabras más, palabras menos, en medio de esa sencilla oración, un inmenso sentimiento me embargó, una presencia tierna y amorosa cautivó mi corazón para siempre. Era apenas una niña de 12 años. El fuego de esa llama que se encendió aquel día ha permanecido brillando hasta hoy. Sin embargo, varias veces a lo largo de mi vida me he encontrado extraviada de ese amor; he tenido que volver a la senda antigua y hacer un trabajo de filigrana para volver al primer amor.
Porque la actitud del primer amor, es la actitud de la comunión íntima, de los encuentros que nos hacen conocernos más profundamente. No obstante, con el pasar de los días se establece la cotidianidad con sus responsabilidades. Entonces, el fervor, la pasión y la entrega de los primeros tiempos va menguando y la llama se va apagando. Esto es, precisamente, lo que nuestro Señor Jesucristo reprochó en su mensaje a la iglesia de Éfeso: “Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. Apocalipsis 2:1-5.
Esta es la primera lección del mensaje a las siete iglesias de la época. La raíz de todos los problemas que enfrentamos en la vida: El activismo sin comunión. La pérdida de la esencia mientras nos afanamos en el frenesí de actividades. El hacer que anula al ser. ¡La pérdida del primer amor! Esta iglesia no le había dado la espalda a Dios, como quizá tu y yo tampoco hemos caminado alejados de Él; pero sí, paulatinamente, hemos ido tomando decisiones que han ido desplazando la vida de oración, de comunión verdadera, el estudio de Su Palabra, el sentarnos a su mesa para comer su pan y tomar su vino.
Nos comportamos como la esposa, que se esmera para que todo esté impecable, para que todo funcione, para que todos estén bien. Pero, sus múltiples ocupaciones van haciendo menguar sus palabras amorosas, sus gestos de ternura; ya los saludos no están llenos de miel. O, como el hombre esforzado, el proveedor que lo da todo; pero, sus oídos se van cerrando, sus palabras se van enmudeciendo; su ternura se convierte en caparazón. Las cosas se van haciendo cada vez más importantes que las personas. Estamos afanados, cargados y preocupados como Marta, la hermana de Lázaro. Y, al llegar el encuentro con el Maestro, la turbación del incesante “hacer” nos priva de escoger la mejor parte, de sentarnos a sus pies para recibir su amor y sus enseñanzas, como lo escogió María. “Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”. Lucas 10:38-42.
No es por azar que el mensaje a la iglesia en Éfeso sea el primer mensaje del Señor a las iglesias. Éfeso era la ciudad más importante de Asia menor bajo el dominio del imperio romano. Tenía, para ese entonces, una población de aproximadamente 250.000 habitantes. Hacia el año 95 d.C., bajo el emperador Domiciano, esta ciudad ya había sido un centro cristiano por más de cuatro décadas. Albergaba el imponente templo de Artemisa (la diosa Diana), considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo. Allí se practicaban toda clase de rituales idolátricos. Además, Éfeso era un puerto que conectaba con el mar Egeo, lo cual la hacia una ciudad de gran intercambio comercial y cultural. Era la capital de la provincia romana de Asia, con una fuerte presencia imperial.
Estas características muy definidas de Éfeso hacían de la iglesia, en medio de ella, una iglesia muy particular. La vida cristiana era una vida peligrosa, en un ambiente hostil y mundano; sin embargo, la iglesia era fiel y trabajaba arduamente. Y Jesús, que camina en medio de los siete candeleros (las iglesias), no solo ve lo que hacemos, sino también cómo lo hacemos. Y sobre todo, por qué lo hacemos. Él reconoce todo su esfuerzo, pero les muestra que el deber cristiano, alejados de su amor, no es su prioridad para nosotros. Él desea que nos volvamos a su amor, el Amor a Dios que se manifiesta en las obras y nos capacita para todos los demás amores.
Ahora bien, una vez que tenemos el diagnóstico, ¿cuál es el camino a seguir? ¿Cómo podemos volver al primer amor? El llamado de Jesús nos muestra tres pasos: Recuerda, arrepiéntete y vuelve a las primeras obras. Es necesario recordar cómo nos conocimos, encender de nuevo la llama que un día ardía, como una gran hoguera en nuestro corazón. Recordar el primer beso con la luz de la aurora. “De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y se fue a un lugar solitario para orar”. Marcos 1:35. “Oh Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré”. Salmo 5:3. Recordar Él está contigo en tu caminar diario, perseverar en tus pensamientos en Él y sus palabras. Vivir en comunión con Él es vivir en paz: “Tu guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera; porque en Ti ha confiado”. Isaías 26:3.
Arrepentirnos todas las veces que sea necesario; venir ante él con el corazón desnudo y pedir perdón: “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría”. Salmo 51:6. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. Salmo 51:10. Examinar nuestro corazón y conocer sus motivaciones: “Y el Señor respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón”. I Samuel 16:7. Y nunca olvidar el beso bajo las estrellas: “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tu Señor me haces vivir confiado”. Salmo 4:8. Entonces, ineludiblemente, las obras vienen como el fruto de permanecer en el primer amor: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer”. Juan 15:5.
“Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice el Señor: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí”… Jeremías 2:2.-
Rosalía Moros de Borregales.
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