Opinión
Valle de lágrimas (y de entereza)
Un nuevo fenómeno climático, con ímpetu sin precedentes, según testigos de otros anteriores, ha barrido literalmente gran parte de la huella humana en el Páramo

Bernardo Moncada:
«Y si no todos somos estoicos e impasibles héroes –como Juárez y Cuauhtémoc– al menos procuramos ser resignados, pacientes y sufridos. La resignación es una de nuestras virtudes populares. Más que el brillo de la victoria nos conmueve la entereza ante la adversidad.» Octavio Paz
Un nuevo fenómeno climático, con ímpetu sin precedentes, según testigos de otros anteriores, ha barrido literalmente gran parte de la huella humana en el Páramo. Los ríos de la hermosa Sierra de la Culata de Mérida crecieron, producto de días de constante lluvia, ocupando planicies y antiguos cauces con fuerza indetenible, anegando y destruyendo aldeas, plantaciones, vialidades y ranchos, cubriendo la vegetación con sedimentos y rocas.
El impacto fue devastador: son cientos de familias las echadas de sus hogares destruidos, modestos bienes perdidos y situaciones que amenazan la salud, en un clima fuerte. El imponente caudal del río Chama, protagonista del maravilloso paisaje paramero, va regresando a su cauce, mientras gran parte de la nación acude en auxilio de los muchos damnificados. Toda Mérida, consternada, se mueve en ayudas, toneladas de enseres, alimentos, medicinas, son recolectadas y remitidas a pesar de los dificultosos accesos.
Si bien es mínimo del número de pérdidas humanas, hay motivos suficientes para que los ríos que ahora manan y corren sean lágrimas de los humildes perjudicados. El mundo se hace eco del dolor, pero algo insólitamente ejemplar sucede, en cambio, ante nuestros ojos.
El campesino del páramo merideño se ha sorbido prontamente su justa lamentación y ha comenzado, sin flaquear, a reconstruir su tierra. También los organismos técnicos oficiales -justo es reconocer- se han lanzado a reconstruir infraestructura, vías, comunicaciones. A días del fenómeno, desde Tabay hasta San Isidro, Apartaderos, un hervidero humano remueve enormes rocas, troncos, limpia, reconstruye, recobra el orgullo de regir su heredad, sin perder la humildad de haber experimentado la desproporción humana ante la bravía naturaleza.
En alguna parte leí, atribuido a Vincent van Gogh, este pensamiento: «Siempre me ha encantado ese dicho: “Cuando las cosas no pueden empeorar, es porque están a punto de mejorar.” Últimamente me sorprendo preguntándome si realmente ya tocamos fondo; porque, sinceramente, estoy más que listo para que todo por fin encaje».
Dicho por ese mago del arte, capaz de transformar su dolor, su perenne desconcierto y su fracaso, en obras de arte que hoy gozan de admiración y valor ilimitados, expresa también el fondo de la actitud que admiramos en nuestros campesinos.
El páramo es un valle de lágrimas; y es un valle de entereza.-