La larga sombra del adoctrinamiento comunista
¿Qué sucede cuando la educación se convierte en ideología?: estudio reveló que los estudiantes expuestos al plan de estudios comunistas ganaban aproximadamente un 10 % menos como adultos

A mediados del siglo XX, las escuelas de los países comunistas eran herramientas del Estado. Las clases de historia se convirtieron en hagiografías de la Unión Soviética. Los ejemplos matemáticos se tomaban de la producción militar. Incluso la literatura se sometía al dogma marxista. Pero, ¿qué efecto tuvo toda esta educación ideológica en las personas que la vivieron?
Dos nuevos estudios, uno de Finlandia y otro de Polonia, sugieren la respuesta: el adoctrinamiento funciona. No porque haga a las personas menos inteligentes, sino porque moldea sus valores, sus ambiciones y su sentido de la agencia. Décadas después, sigue acechando sus vidas.
La historia de dos experimentos
En 1973, 221 alumnos de quinto curso de Pirkkala, Finlandia, participaron en un experimento. Su plan de estudios se reescribió para reflejar la ideología marxista-leninista. El capitalismo se describía como opresión, la Unión Soviética como brújula moral y el libre mercado como fuente de desigualdad.
Los investigadores los compararon con un grupo de control de estudiantes que recibieron una educación estándar. Hicieron un seguimiento de estas personas durante décadas, analizando datos sobre sus ingresos imponibles, los meses trabajados, sus elecciones profesionales, su nivel educativo y su capacidad cognitiva.
El estudio reveló que los estudiantes expuestos al plan de estudios especial ganaban aproximadamente un 10 % menos como adultos. Esto no se debió a diferencias en la educación o la inteligencia, sino a que tomaron decisiones profesionales diferentes: empleos en el sector público, carreras artísticas y profesiones que se ajustaban a los valores que se les había inculcado desde pequeños: la solidaridad por encima del interés propio, la ideología por encima de los ingresos.
Un patrón similar se observa en Polonia, donde una reforma nacional de 1954 eliminó discretamente el adoctrinamiento político de los planes de estudios escolares. Los investigadores Costa-Font, García-Hombrados y Nicińska estudiaron lo que sucedió a continuación. Su experimento natural aprovechó las fechas límite de matriculación escolar para comparar a los estudiantes que habían estado ligeramente más o menos expuestos a la antigua educación estalinista. Esto incluyó la eliminación de contenidos que elogiaban explícitamente la importancia de la obediencia al régimen soviético y la adhesión a los valores marxistas-leninistas, así como los concursos de recitación sobre Stalin.
Los estudiantes que recibieron un año menos de educación marxista-leninista tenían más probabilidades de terminar la secundaria y la universidad. Décadas más tarde, también tenían más probabilidades de encontrar empleo. Cuando se deja de recompensar la obediencia y se empieza a recompensar el mérito, los estudiantes comienzan a creer que sus decisiones importan. La ambición se despierta.
Ambos estudios subrayan una verdad básica: la educación temprana llena a los estudiantes de información y perspectivas que moldean sus valores. La escuela es uno de los primeros lugares donde aprendemos qué tipo de persona se admira. Quiénes son los héroes. Qué recompensa el sistema.
En las aulas comunistas, el buen estudiante no era el curioso, sino el obediente. El trabajador no debía soñar en grande, sino servir al colectivo. Se ridiculizaba la cultura occidental. Se reprimía la fe religiosa. Se vilipendiaba la empresa privada.
La reforma polaca eliminó todo esto del plan de estudios. No introdujo la economía libertaria ni el capitalismo, simplemente dejó de fingir que la ortodoxia marxista era la única verdad. Y ese modesto cambio tuvo eco en todas las vidas.
El costo oculto de la ideología
Ludwig von Mises, escribiendo a principios de la década de 1940, cuando Europa estaba destrozada por la guerra, reflexionó sobre cómo un proceso similar de adoctrinamiento impulsado por el Estado se había desarrollado décadas antes en Francia y Alemania. Sus pensamientos, recogidos en La economía política de la reforma y la reconstrucción internacional (publicado póstumamente), se centran en cómo los sistemas educativos, mucho antes del auge del nazismo o del comunismo soviético, inculcaban el étatisme, o culto al Estado.
Mises argumentaba que esa educación enseñaba a los niños a ver al Estado como una autoridad moral suprema, a despreciar la empresa privada y a buscar el progreso personal no a través del trabajo productivo, sino a través del servicio a la burocracia. Advirtió que glorificar al Estado y reprimir la ambición individual no prepara a una sociedad para la libertad, sino para la servidumbre.
Algunos sostienen que los valores marxistas fomentan la solidaridad y reducen la codicia. Pero estos estudios demuestran que, cuando esos valores se imponen desde arriba, pueden reprimir las aspiraciones individuales. Las personas interiorizan la idea de que es egoísta esforzarse, que la ambición es sospechosa y que el Estado sabe más.
¿El resultado? Menos personas invierten en sí mismas. Menos personas se atreven a romper el molde. Y un nivel de vida más bajo.
Tanto la experiencia finlandesa como la polaca apuntan a algo más profundo. Un plan de estudios que glorifica la conformidad y minimiza la iniciativa moldea los resultados económicos, moldeando su sentido de propósito.
Mientras las sociedades libres debaten qué enseñar en las escuelas, estos hallazgos ofrecen una advertencia: las ideas que plantamos en las mentes jóvenes no se quedan en el aula. Se convierten en elecciones para toda la vida.-
Este artículo apareció originalmente en la Fundación para la Educación Económica.
Tomado de: PanamPost
Sergio Adrián Martínez García es Asociado Editorial en FEE. Es un economista mexicano de la Universidad Autónoma de Nuevo León.




