Testimonios

Treinta años de su fallecimiento: Plinio Corrêa de Oliveira, un hombre de esperanzas y de certezas

Si algo fue el Dr. Plinio,  fue un hombre de certezas y de esperanza

José Alberto Rugeles Martínez:

El tres de agosto de 1973 tuve la oportunidad, siendo un quinceañero, de conocer a un hombre que marcaría mi vida para siempre: Plinio Corrêa de Oliveira. Hoy tres de octubre, cuando se cumplen treinta años de su fallecimiento, la coherencia y la gratitud me llevan a escribir estas líneas en su memoria. Líneas de profundo agradecimiento, de enormes “saudades” -para utilizar la palabra de su lengua materna, el portugués-, que tan bien expresan una añoranza llena estima, de afecto, de cariño y de reconocimiento.

 

La figura de Plinio Correa de Oliveira atravesó el siglo XX trasmitiendo al mundo una palabra de esperanza y de certeza. Mucho se podría escribir a cerca de él como escritor, como pensador, como parlamentario, como líder católico, como fundador de una familia de almas que se extiende por el mundo entero, como padre espiritual, como un verdadero profeta de nuestros tiempos, como el gran devoto de María Santísima, como un ferviente adorador de Jesús Eucaristía, como, como… faltarían las palabras y el tiempo para decir todo lo que en el corazón resuena a su respecto en este tan significativo día.

 

Pero si algo fue el Dr. Plinio,  fue un hombre de certezas y de esperanza. En sus escritos, en sus conferencias, en sus reuniones, siempre transmitió la certeza de que por más oscuros que se puedan presentar los panoramas, por más cargadas que parezcan las nubes de nuestro tiempo, para allá de las dificultades, para allá de los peligros, para allá de los dramas  y de las tragedias, está siempre la mano poderosa de Dios, Señor de la Historia, que todo lo gobierna y dirige. Mano de justicia y de misericordia. Nunca dudó el Dr. Plinio de la victoria de la Santa Iglesia Católica sobre el mal. Sobre las diversas formas de mal, a veces claras, o a veces escondidas. Siempre tuvo la certeza de la victoria, de esa victoria, que con palabras de dulzura y de paz, prometió Nuestra Señora en Fátima, cuando dijo: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.

 

Tuve la oportunidad, tuve la gracia, de conocerle muy de cerca y siempre pude constatar en él su coherencia, su capacidad de entusiasmar, su intransigencia con el mal y al mismo tiempo su inmensa bondad. Su deseo de ayudar a todos para acercarse a María Santísima y a Nuestro Señor en la Eucaristía. Su deseo de que amasemos a la Iglesia y al Papa.

 

Lo vi muchas veces preocupado, pero nunca lo vi desanimado. Mismo cuando el dolor y la enfermedad tocaron a su puerta, Dr. Plinio continuó a ser ese hombre de esperanza que conocí hace medio siglo. Esperanza en la Providencia de Dios, pero también esperanza en que aquellos a quienes Dios llamó para ser sus discípulos, por encima de dificultades, de problemas, mismo de infidelidades, siempre que recurriésemos a la Santísima Virgen María , cumpliríamos nuestra vocación.

 

Esperanza de que un día el Mundo será de acuerdo a la voluntad santa de Dios. Esperanza de que el Gran Triunfador de la Historia es Nuestro Señor Jesucristo. Y por eso escribió en la última estación de un magnifico Vía Crucis: “Corrióse la la laja. Parece todo acabado. Es el

momento en que todo comienza. Es el reagrupamiento de los Apóstoles. Es el renacer de las dedicaciones, de las esperanzas. La Pascua se aproxima. Y al mismo tiempo, el odio de los enemigos ronda en torno del sepulcro y de María Santísima y de los Apóstoles.

Pero ellos no temen. Y dentro de poco tiempo rayará la mañana de la Resurrección. Pueda yo también, Señor Jesús, no temer. No temer cuando todo parezca irremediablemente perdido. No temer cuando todas las fuerzas de la tierra parecieran puestas en manos de vuestros enemigos. No temer porque estoy a los pies de Nuestra Señora, junto a la cual se reagruparán siempre, y siempre una vez más, para nuevas victorias, los verdaderos seguidores de vuestra Iglesia”.

 

Hoy, a treinta años de aquella tarde durante la cual el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira entregó su alma a Dios, reitero mi agradecimiento filial, mi enorme alegría por haberle conocido, mi certeza y mi esperanza, de que su ejemplo perdura y perdurará en muchos otros corazones que quieran servir a María y a su Hijo Jesucristo nuestro Señor, siguiendo el luminoso ejemplo de su vida

 

¡Gracias Dr. Plinio, muchísimas gracias, por tanto y por todo. Muchísimas gracias y muchísimas saudades….!.-

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