Lecturas recomendadas

Unos a otros II

La perspectiva de Cristo sobre el amor va mucho más allá de un sentimiento, se convierte en un mandamiento

Rosalía Moros de Borregales:

Amaos los unos a los otros

 

“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.” Juan 15:12.

 

En el primer episodio de esta serie “Unos a otros» analizamos el nuevo mandamiento de parte de Jesús en el evangelio de Juan (13:35) “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” Juan 13:34-35. Resaltamos que lo nuevo del mandamiento se trata sobre el modelo que debemos seguir para amar: “Como yo os he amado”. A través de estas palabras Jesús enfatiza que la manera de amar es según el modelo de su propio amor hacia sus discípulos.

 

Este segundo episodio representa el énfasis de nuestro Señor Jesucristo en enseñarles no solo un nuevo mandamiento sino Su mandamiento. Las frases “mi mandamiento” y “como yo os he amado” redefinen toda la ética judeo-cristiana; no es una sugerencia amable, tampoco es una emoción pasajera. La perspectiva de Cristo sobre el amor va mucho más allá de un sentimiento, se convierte en un mandamiento; por lo tanto, su práctica es una decisión de la voluntad. Ya no se trata de una reacción espontánea del corazón humano sino de una acción sustentada en el conocimiento de la voluntad de Jesús.

 

Sin desmerecer las emociones que suscitan los sentimientos profundos del alma, el amor al que Jesús nos llama trasciende las fronteras de lo emocional y se sustenta en el fundamento del amor que Jesús enseñó a sus discípulos. El amor que se tiene por el desconocido en la calle, quien podría ser “un pequeñito de Dios”, así como el amor que podemos tener por un familiar directo son dos caras de ese amor universal de Cristo. El último está cubierto con un manto de sentimientos y emociones, quizá el primero solo se sienta como un deber, como una iniciativa de la voluntad que quiere agradar a Dios; sin embargo, ambos se desarrollan en el ejemplo de Cristo.

El amor de Jesús abraza a los niños y se compadece de los olvidados por la sociedad. Llora con los que lloran y escucha a los que no tienen voz. Da de comer al hambriento y de beber al sediento. No hace acepción de personas. Perdona a la apedreada y a los que tiran las piedras les revela sus pecados; porque el amor confronta con la verdad. Es la única manera en la que la verdad puede hacernos libres. Perdona setenta veces siete. El amor de Jesús se arrodilla y lava los pies. El amor de Cristo da su vida por sus amigos. Porque el amor no hiere, no manipula, no abandona, no exige perfección sino esmero y excelencia. El amor no espera ser servido sino servir.

 

El amor de Jesús ama a pesar de la fragilidad humana; pues, amar no siempre es fácil. En el camino de la vida nos encontramos más con personas que nos hieren con sus espinas, que aquellas que nos acarician con sus pétalos; no obstante, cuando amamos como Jesús y a través de Él, siempre, en algún lugar del arduo camino, vamos a encontrar la rosa. Porque amar en la fragilidad nuestra y las del otro es permitir que el Espíritu Santo nos vaya tallando a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Amar es el acto de obediencia a Dios más alto y sublime. Amar es convertirnos en los brazos de Cristo extendidos desde la cruz; es convertirnos en la respuesta del Cielo para el necesitado, el solo y el desamparado.

 

Como dirían los andinos, el amor no es andar con blandenguerías. No se trata de los besos y los abrazos, aunque estos tengan sus momentos sino de ser testimonios vivos, la señal que mostrará al mundo que somos los discípulos de Cristo. El mundo no nos reconocerá por los majestuosos templos, ni por nuestras palabras poéticas, tampoco por nuestros conocimientos o habilidades; el mundo reconocerá a los seguidores de Jesús cuando en nuestra vida emulemos sus acciones. No quiere decir esto que no habrá conflictos, lo que significa amar como Jesús amó es resolver los conflictos de la manera que Él nos enseñó. Cuando el mundo ve creyentes divididos y confrontados  deja de recibir la fuerza del testimonio del amor; porque el amor fraterno abre el Cielo en la Tierra.

 

En momentos de adversidad, como los que vive nuestra nación, el amor no es un lujo, es un deber, una urgencia. El amor levanta al cansado, consuela al triste, abraza al angustiado, ofrece pan al hambriento y trae esperanza al que ha perdido la fe. Solo una comunidad que ama como Jesús nos amó puede sostener la bandera de la esperanza cuando todos los vientos son contrarios. Solo un pueblo que se cuida entre sí puede reconstruirse. Como solía decir mi abuelito Moros: _ “El amor es el arma más formidable del ser humano”.

 

Amarse unos a otros es sembrar la luz de Cristo en la oscuridad del mundo alejado de Dios. Es abrir ventanas cuando otros cierran puertas. Es ser portadores de esperanza en la apatía y desilusión. Es restaurar lo roto con hilos de bondad. El amor no necesita un escenario, ni una audiencia; el amor se hace con la mano derecha sin hacer alarde a la mano izquierda. El rumbo del mundo cambiará, cuando cada vez más, muchos practiquen en su cotidianidad el amor como un ejercicio de su voluntad.

 

“No siempre podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con gran amor”.

Madre Teresa de Calcuta.

 

Rosalía Moros de Borregales

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