El ‘credo’ de los cristianos, 1.700 años después de Nicea: «Afirmamos el derecho de toda persona a profesar su religión y a ser respetada su conciencia»
La Almudena acogió una celebración ecuménica en conmemoración del primer concilio de la Iglesia

«La fe nos mueve a la caridad y la solidaridad con el dolor de nuestros hermanos, y nos sigue movilizando ante el escándalo del hambre en nuestro mundo»
«Constantemente invocamos al Espíritu Santo para que nos conceda el don de la unidad visible”, y permita actuar “también más allá de las fronteras visibles de la Iglesia, en los hombres y mujeres de otras religiones, en otras culturas, donde encontramos signos de la presencia del Reino, lo que nos lleva a colaborar y a cooperar con todos los hombres, y a trabajar incansablemente por la paz y la justicia”
“Te suplicamos, Dios Padre omnipotente y eterno, sostén el camino hacia la unidad de todos cuantos confesamos a tu Hijo Jesucristo como Dios y Señor”. La catedral de La Almudena vivió esta tarde una celebración ecuménica con motivo de los 1.700 años del Concilio de Nicea. Pese a la coincidencia de fechas (hubo obispos que se quejaron de que el acto coincidiera con el L aniversario de la muerte de Franco, o con la olvidada jornada de oración por las víctimas de la pederastia clerical), el templo madrileño se llenó para reivindicar el primer concilio de la historia de la Iglesia, y para reivindicar el Credo que une a todos los seguidores de Jesús.
Durante la misma, distintos representantes de las iglesias cristianas (católicos, ortodoxos, anglicanos, reformados, luteranos y otras entidades protestantes) leyeron una declaración ecuménica en una celebración dividida en cuatro partes, y amenizada con un concepto musical diferente, dirigido por Toño Casado. El acto estuvo presidido por Luis Argüello, aunque participaron del mismo distintos ministros, y también se leyó un mensaje del patriarca Bartolomé. Un encuentro de oración, memoria, oración y comunión, aunque en la práctica sea una quimera, hoy por esperar, esperar acuerdos concretos, tanto para una fecha común de la Pascua (este Año Jubilar permitió, por primera vez en mucho tiempo, celebrarlo juntos, aunque el fallecimiento de Francisco opacó la efeméride) como para la siempre difícil unidad.
Nos comprometemos a potenciar comunidades abiertas y acogedoras, que sean signos proféticos de comunión integradora y de esperanza, oasis de misericordia en los duros desiertos de la vida, espacios de reconciliación, posada donde Jesucristo, el Buen Samaritano, pueda continuar cuidando a los hombres y mujeres rescatados de los bordes de los caminos
“Los cristianos confesamos el señorío de Dios sobre toda la creación, material y espiritual, visible e invisible, sobre el tiempo y el espacio, sobre todas las criaturas y, de forma especial, sobre el ser humano”, se leyó en la declaración ecuménica, que reivindicó que “el ser humano es intrínsecamente religioso, abierto a la trascendencia, y que posee una sed de Dios que no puede ser apagada sin negar la verdad de su propia naturaleza”.

“Por eso, afirmamos el derecho de toda persona a profesar su religión y a ser respetada en su conciencia como un bien esencial”, subrayaron las iglesias cristianas, que también unieron sus fuerzas en “la promoción de todo ser humano y el respeto de sus derechos fundamentales, especialmente allí donde la dignidad de nuestros hermanos es vulnerada: donde la vida no es respetada como un don sagrado desde su inicio a su fin; donde los seres humanos son discrimina dos y perseguidos por su fe; donde los pueblos sufren las consecuencias de la violencia y la guerra; donde la desigualdad y la injustica conducen a la explotación de los más pobres; donde los inmigrantes son rechazados y no acogidos como hermanos o donde, mediante la “trata de personas”, se comercia con la vida humana”.
Al tiempo, el documento subraya la invitación a ser “misericordiosos con nuestros hermanos”, creando “vínculos de confianza y fraternidad, constituyendo sociedades sólidas, capaces de perdonar, de superar polarizaciones y posiciones enfrentadas, y de trabajar por el bien de todos, especialmente de los más débiles”.
El ecumenismo de Laudato Si
En plena celebración de la COP30 en Belem, las comunidades cristianas españolas hacen “una llamada urgente a detener el uso irresponsable de los bienes de la tierra y la explotación, a trabajar incansablemente por una ética de la creación, capaz de transformar estilos de vida, modelos de producción y de consumo, y respeto al medio ambiente, de manera que entre todos logremos alcanzar una auténtica ecología integral”. Un texto ecuménico plenamente inserto en la recordada Laudato Si de Francisco.
Tras recordar que en el año 325 se proclamó “con firmeza que Jesucristo es de la misma naturaleza del Padre, verdadero Dios, engendrado y no creado; y, al mismo tiempo, verdadero hombre, semejante a nosotros, sin pecado”, la declaración ecuménica compromete a los cristianos a “defender la dignidad de todo ser humano”. Porque “la fe nos mueve a la caridad y la solidaridad con el dolor de nuestros hermanos, y nos sigue movilizando ante el escándalo del hambre en nuestro mundo”.
A la vez, la creencia común del sufrimiento y la muerte en cruz de Jesús lleva al movimiento ecuménico a declarar que “tenemos una deuda de amor con Aquel que nos ha rescatado con su sangre, y estamos llamados a vivir con inmensa y generosa gratitud, en la dinámica del don y la entrega”.
Por ello, “no nos cansaremos de anunciar un Amor incondicional, que excede toda expectativa, absolutamente gratuito, entregado y servicial, capaz de sacrificio y fiel, sobre el que se sustenta el matrimonio, la familia y la sociedad. Y confesamos que la muerte no tiene la última palabra”.
En sus conclusiones, la declaración ecuménica sostiene que el Espíritu “suscita la fe en cada creyente conformando la comunidad de los fieles cristianos y conduce a la Iglesia hacia la unidad plena, haciéndola superar las divisiones que obstaculizan el proyecto del Reino”. Por eso, “constantemente invocamos al Espíritu Santo para que nos conceda el don de la unidad visible”, y permita actuar “también más allá de las fronteras visibles de la Iglesia, en los hombres y mujeres de otras religiones, en otras culturas, donde encontramos signos de la presencia del Reino, lo que nos lleva a colaborar y a cooperar con todos los hombres, y a trabajar incansablemente por la paz y la justicia”.
Por eso “nos comprometemos a potenciar comunidades abiertas y acogedoras, que sean signos proféticos de comunión integradora y de esperanza, oasis de misericordia en los duros desiertos de la vida, espacios de reconciliación, posada donde Jesucristo, el Buen Samaritano, pueda continuar cuidando a los hombres y mujeres rescatados de los bordes de los caminos”.-




