Iglesia Venezolana

Mujer ejemplar, ¿dónde se hallará? Luisa Parra y Esther Dugarte

Dos mujeres merideñas recién fallecidas que dejaron una estela de bien en sus familias y en sus comunidades

Cardenal Baltazar Porras Cardozo:

 

“Mujer ejemplar, ¿dónde se hallará? ¡Es más valiosa que las piedras preciosas!”. Estas palabras del libro de los Proverbios (31,10) vienen muy al pelo para dos mujeres merideñas recién fallecidas que dejaron una estela de bien en sus familias y en sus comunidades. Para perpetua memoria estemos atentos para reconocer la santidad que brota a nuestro lado sin darnos cuenta, mejor sin reconocerlo porque la suave brisa matutina que nos despierta es más saludable que el ruido del trueno o el fragor de la tempestad.

 

Luisa Parra de Romero, educadora en la Unidad Educativa Estado Anzoátegui durante muchos años falleció el 12 de noviembre en su pueblo nativo Mucurubá donde transcurrió toda su vida (1950-2025). Llamé por teléfono a su hijo Luis para darle el pésame y unirme al velorio familiar en el que se hizo presente todo el pueblo.

 

Conocimos a la señora Luisa a mediados de los años 90 del siglo pasado cuando se inició un interesante trabajo de campo sobre las tradiciones religiosas de Mucurubá lo que quedó plasmado en una publicación “El discurso religioso en Mucurubá”, tesis de maestría de la Prof. Ana Hilda Duque, directora del Archivo Arquidiocesano de Mérida. Gracias a los legajos antiguos que reposan en dicho archivo se recopilaron tradiciones y testimonios de las devociones a la Inmaculada Concepción, patrona del pueblo, al antiguo patrono San Agatón y algunas leyendas como la del cerro que brama, monte al frente del pueblo pues se dice que está “encantado” y se ha tragado personas y animales cuando el río Chama crece y se siente un rugido en la cima de dicho montículo.

 

La acogida de la Profesora Luisa fue fuente importante pues ella fue en su primera juventud miembro y presidente de las Hijas de María y posteriormente presidió la cofradía de la Inmaculada. Gracias a sus pesquisas desempolvamos la vieja imagen de San Agatón, patrono inicial de la parroquia que había sido desechada porque su rostro aparece “virolo”, pues tiene un ojo más caído que el otro. Sobre él hay también viejas consejas de los favores que proporcionó a paisanos del pueblo. La casa de la Profesora Luisa era lugar de acogida y de conversaciones jugosas sobre las muchas tradiciones que se conservan en los pueblos y merecen ser tenidas en cuenta pues son parte de la identidad cultural de los habitantes del lugar.

 

Conservamos su amistad y la de los suyos cada vez que transitamos por el pintoresco pueblo de Mucurubá. En la profesora Luisa descubrimos la honda tradición cristiana que se manifiesta de mil maneras en el quehacer cotidiano, en la vivencia de las fiestas religiosas y en el compartir fraterno con todos. Paz a sus restos y que su memoria siga siendo sendero de luz en quienes habitan nuestros pueblos de la montaña.

 

Una semana más tarde, el 19 de noviembre de este año 2025 falleció en la población de Ejido con casi 103 años María Ester Dugarte quien conservó su mente lúcida y una salud de hierro bajo el cuidado de sus hijos y nietos. Había nacido en la pequeña Aldea San Pedro, en el páramo del mismo nombre, entre las poblaciones de El Morro y Acequias camino de Aricagua. Clima frío de montaña a más de 2.500 metros de altitud que vive aun hoy de la agricultura y la ganadería, con la dificultad de los caminos para sacar los productos al mercado. Familia apreciada por los vecinos por su acendrada fe cristiana y la tenacidad para el duro trabajo de la tierra. José Tiburcio Pérez meritorio diácono permanente de la localidad era yerno de María Ester; a su vez, era la abuela del Pbro. Jesús Andrés Pérez Pérez quien ejerce la docencia y el ministerio sacerdotal en Madrid.

 

En mis años al frente de la arquidiócesis de Mérida la encontré en las visitas a la aldea. Y con motivo de sus cien años acompañé a su nieto sacerdote en la celebración eucarística y compartir familiar en Ejido donde gozó del cariño y cuido de su familia. En esa ocasión, muy arreglada y vestida a la usanza campesina, conversamos con ella. De memoria prodigiosa nos contó los sacerdotes que había conocido en su vida por los que rezaba todos los días. De los obispos guardaba grato recuerdo de Mons. Miguel Antonio Salas y de mi persona. Para demostrarnos que no eran puras habladurías nos recitó de memoria una larga oración por los sacerdotes que había aprendido desde niña. En el retiro de su larga vida pasaba horas

desgranando las cuentas del rosario y las novenas y rezos por los vivos, los difuntos y las intenciones del Papa y de la Iglesia.

 

Doña Ester se casó con Sinesio Pérez siendo muy jóvenes y formaron una gran familia de 13 hijos. Con más de 50 nietos, biznietos y tataranietos. “Ester” como la conocieron y llamaron todos fue una mujer de profunda Fe. Nunca dejó de rezar por el Papa, los obispos y sacerdotes. Aunque nunca aprendió a leer ni a escribir sabía rezar el rosario con todos sus misterios cada día y de manera especial la oración o secuencia al Espíritu Santo. En la Aldea por la distancia sólo asistía el sacerdote 3 veces al año. Fue la suegra de José Tiburcio Pérez el primer diácono permanente de la Aldea San Pedro como reseñamos más arriba.

 

Para Ester la Eucaristía era su fuerza en cada momento de su vida. Sabía cantar y rezar todas las oraciones y jaculatorias al Santísimo Sacramento. En ella se hace realidad el canto del Magnificat porque transmitió con profundidad y sencillez la Grandeza del Señor y a través de generación a generación lo ha testimoniado a sus hijos y nietos.

 

En la fe sencilla y serena encontramos el sentido de la fe del pueblo fiel de Dios. En esas personas, campesinas y trabajadoras, pero con un profundo amor a Dios y a la Virgen. Casi al cumplir sus 103 años nos ha dejado un testimonio de sabiduría y fe en Dios que quedará siempre en nuestros corazones. Que descanse en Paz.

 

En estas dos mujeres son ejemplo vivo de la santidad de nuestra gente sencilla, ejemplo permanente de la gracia que en ellas han sembrado y cosechado con abundancia. Resuenan en sus vidas las palabras del Papa Francisco en “Gaudete et exultate” al hablarnos de los santos de la puerta de al lado: “No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente»… “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad» (n. 6 y 7). Luisa y Ester son dos santas que nos animan e ilusionan. Sigamos sus huellas.-

22-11-25

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