Regreso a 1961
Mínimo recorrido para entender las tenciones entre la Iglesia Católica y el Estado/Partido/Gobierno cubano en el 2021
Julio Pernús, desde Cuba:
En 1961, hace seis décadas, fueron expulsados del país 131 sacerdotes en el barco Covadonga. A decir del cubano doctor en historia por la universidad de Georgestown P. Manuel Maza Miquel S.J.: “ese año la Iglesia católica fue despojada de su más importante instrumento de influencia social en la sociedad cubana: el sistema de colegios católicos. También perdió a las cuatro quintas partes de su personal eclesiástico y la posibilidad de dirigirse a la generalidad de la ciudadanía cubana de manera libre y directa usando los medios de comunicación”.[1] Sin dudas ese contexto abrió uno de los momentos más álgidos de las relaciones Iglesia-Estado en la Cuba pos 1959.
Sesenta años después estamos en presencia de otra etapa donde el catolicismo cubano y el gobierno están en medio de una tangible tensión reflejada en sucesos concretos dentro de la sociedad. Desde hace un tiempo los obispos cubanos vienen evidenciando la necesidad de buscar una vía pacífica para integrar el disenso como parte de una sociedad más justa. Si nos remontamos a otro de los años de palpables tensiones dentro del conflicto, como 1993, podemos leer en el mensaje pastoral El Amor todo lo Espera un discurso aleccionador: “rechazar el diálogo es perder el derecho a expresar la propia opinión y aceptar el diálogo es una posibilidad de contribuir a la comprensión entre todos los cubanos para construir un futuro digno y pacífico.”[2]
Las instituciones católicas del país han sido también afectadas por la pandemia de la Covid-19, que obligó a cerrar los templos como medida sanitaria durante gran parte del 2021. Sin embargo, el accionar caritativo de la iglesia no ha dejado de esforzarse por seguir dando ayudas a los sectores más vulnerables de la población. Pese a que instituciones católicas como Cáritas Cuba tienen un reconocimiento demostrable en sus miles de beneficiarios a lo largo del país, su accionar pasa de forma invisible para los medios de comunicación oficial. Uno se pregunta: ¿Quién gana con este tipo de acciones donde se promueve con denuedo lo mínimo que haga alguna ONG reconocida como aliada del gobierno y se anula del discurso mediático los servicios de otros actores que no reproducen al cien por cien su ideología?
Por demás, para abordar las tensiones es necesario reconocer que el mundo católico es bien heterogéneo y eso es una riqueza espiritual en pos de darle un empoderamiento a la iglesia como mediador válido para ayudar en la necesaria reconciliación nacional. Es increíble que, en el fin de semana previo al lunes 15 de noviembre, hubo católicos como organizadores de la sentada de los pañuelos rojos en el Parque de la Fraternidad y también había otra gran cantidad abogando por el derecho constitucional a una manifestación pacífica. En lo personal, soy amigo de uno de esos jóvenes católicos que es cuadro de la Juventud en La Habana y de otro que era moderador de Archipiélago. Sé que ambos suelen compartir espacios eclesiales y el criterio de la no exclusión.
Los católicos y las protestas sociales
El 11 de julio varios católicos ―laicos, sacerdotes, religiosas― salieron a las calles como parte de su aprobación de los reclamos emitidos por los manifestantes. Algunos laicos están presos aún por su participación. Entre los recuerdos más tristes de ese día está el del joven historiador católico Leonardo Manuel Fernández Otaño, rezando arrodillado frente al ICRT, mientras un grupo de personas con más de sesenta años lo agredían verbalmente en un “espontáneo” acto de repudio. Luego de aquellos días, la Conferencia Cubana de Religiosas y Religiosos (CONCUR) ha creado una comisión para acompañar a los detenidos y sus familiares tras las protestas del 11J. De ese equipo han salido varias llamadas de atención ante irregularidades que se están cometiendo con los presos, con propuestas específicas de peticiones gubernamentales para ayudar a la sanación del tejido social de la nación. Hasta la fecha sus reclamos han sido totalmente ignorados por el gobierno de La Habana.
El pasado 15 de noviembre una turba de personas orientadas por el poder se dio cita frente al Arzobispado de Camagüey para realizar un acto de repudio contra algunos de los sacerdotes que habían mostrado su deseo de participar en la marcha cívica convocada para ese día. Uno de los postales que quedará en la memoria virtual de los cubanos es la foto del P. Alberto Reyes rezando en la azotea de la edificación por el alma de aquellos eufóricos manifestantes que le gritaban toda clase de improperios. Si algo nos remite a 1961 hoy, son estos sucesos tan macabros de masas enajenadas intentando de forma descontrolada descalificar la labor social de la iglesia.
Soy testigo en primera persona de las acciones de intimidación de la Seguridad del Estado sobre laicos para que no participaran de la marcha. Estos ejercicios de violencia sicológica aún deben ser evaluados, pues sé por otros testimonios recogidos que han llegado a romper de forma irreparable ―incluso― lazos dentro el mundo afectivo de algunos de los afectados. El propio día 15, algunos de los católicos que habían mostrado su interés en salir a manifestarse ―incluyo aquí a sacerdotes, religiosas y laicos― estuvieron impedidos de abandonar sus casas por fuerzas policiales.
Pero, quizás de los sucesos más tristes del día 15 de noviembre sea el relatado por la hermana Nadieska Almeida, superiora de las Hijas de la Caridad en Cuba. Ella fue abordada ese día por un grupo de “civiles” y una representación del Partido Comunista para amenazarla sin explicación por su intención de caminar fuera del convento. Esta acción denota de manera trasparente el componente tan débil que sustenta las relaciones Iglesia-Estado en Cuba, pues solo alguien con un desconocimiento enorme de la labor servicial que las Hijas de la Caridad han prestado a los sectores más desprotegidos de la sociedad civil desde su llegada a la Isla, puede ser capaz de semejante infamia contra esas religiosas.
Lo paradójico del asunto es que pasado unos días de estas acciones de odio, uno de los participantes de las mismas recurrió apenado a través de un familiar a pedir medicinas a uno de los sacerdotes repudiados, pues no las podía conseguir en la farmacia para su madre enferma y la buscaba ahí de forma regular. Ese mismo día el sacerdote del pueblo le dijo a la persona: “Dile a tu hermano que él puede seguir viniendo a recoger las medicinas para su mamá en la parroquia, pues lo más hermoso de la iglesia es que incluso los que la atacan y denigran saben que siempre podrán acudir a ella como a una madre, y serán tratados como hijos. Y yo no lo repudio”, apuntó.
El papa Francisco y Cuba
El papa Francisco ha estado desde su nombramiento muy al pendiente de la situación del país. Lo denota que hemos sido visitados por él en dos ocasiones sus referencias a Cuba en varios mensajes. En este último año la imagen del sucesor de Pedro ha sido centro de innumerables debates en los ámbitos que articulan el pensamiento político de los cubanos de dentro y fuera de la Isla.
Hay instalada incluso en algunos sectores del catolicismo cubano una matriz de opinión que impele al pontífice argentino como un actor internacional favorable al régimen gobernante en el país. Este criterio cobró mayor peso cuando el influencer cubano-americano Alexander Otaola planeó una especie de protesta mediática durante una oración vespertina en la plaza de San Pedro, pocos días antes del 15 de noviembre. Esa acción fue impedida, en algunos casos, de forma desmedida por la guardia suiza del recinto y avivó aún más en las redes esta discusión del apoyo del papa a los sistemas comunistas.
Es oportuno señalar que también se ha construido ese relato desde la oficialidad, pues los medios nacionales lo posicionan como un sujeto político alineado de forma inseparable con la izquierda mundial. Un joven laico de Cienfuegos, que figuraba dentro de los convencidos de salir a marchar el 15N, relató en su perfil de Facebook que la Seguridad del Estado, en uno de los interrogatorios, le cuestionó cómo él se decía católico, si deseaba derrocar a un sistema comunista que tenía el visto bueno del papa Francisco.
Este tipo de jaloneó ideológico dista mucho del espíritu de amistad social que el papa Francisco le pidió a los jóvenes cubanos hacer carne dentro del tejido social de la nación. Creo que nadie en su sano juicio se atrevería a etiquetar como comunista al pontífice argentino, así como también es impensable que el santo padre vaya a violar el principio de subsidiariedad de la iglesia emitiendo una declaración frontal contra el gobierno, pasando por encima de los asuntos locales en el modo de proceder de la Conferencia Episcopal Cubana.
El sucesor de Pedro ha estado y estará siempre de parte de la justicia social, es evidente su opción preferencial por las causas que defienden los pobres como sujeto político. Los que hemos leído su pensamiento sabemos que para él la unidad verdadera no es uniformidad, sino unidad en la diferencia. Por eso nos habló a los católicos de cuidarnos de convertirnos en los “custodios de la verdad”, gente que escoge la parte, no el todo, el pertenecer a aquello o a esto antes que a la iglesia. Una clave para el catolicismo cubano de hoy es intentar no convertimos en unos (seguidores) partidistas en vez de en hermanos y hermanas, en el mismo espíritu; no ser cristianos de derecha o izquierda peleados entre sí antes que discípulos de Jesús y su encarnación junto a los reprimidos por defender la justicia.
La Conferencia Episcopal Cubana y la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido
El presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez se ha reunido con diferentes sectores de la sociedad civil, sin embargo, hasta el día de hoy, no ha tenido este intercambio con la Conferencia Episcopal Cubana. Esto de alguna forma evidencia la tensión en las relaciones Iglesia–Estado en la actualidad. Y de darse, pudiera ser visto como un paso positivo en pos de un futuro de mayor diálogo. Aunque difícil de evaluar, el presidente en septiembre de este año con el que sí se reunió fue con el cardenal estadounidense Sean Patrick O’Malley, quien le pidió al mandatario, según relató en su crónica del viaje, que se reuniera con los obispos cubanos y la libertad para las presos políticos tras las protestas del 11J.
El interlocutor inmediato entre la iglesia y el gobierno es la Oficina de Asuntos Religiosos que sí ha tenido intercambio con actores del ámbito católico nacional, pero con resultados que no han sido suficientes para la recuperación del necesario diálogo. Pues, por ejemplo, desde el sitio para-oficial Razones de Cuba se ha atacado con artículos hirientes la labor de actores de la iglesia, incluso a la Conferencia Episcopal, por su denuncia pública de la realidad nacional. Además, perfiles en redes sociales adscritos a la ideología del Partido han calumniado a sacerdotes y laicos por su labor profética.
La Conferencia Episcopal Cubana en su último mensaje,[3] días antes del 15 de noviembre, exhortaba a las autoridades de la nación a buscar caminos que sirvieran para el entendimiento, la reconciliación y la paz. Y abogaban por la consecución de espacios donde se pudiera establecer un diálogo armónico y civilizado entre los diferentes actores de la sociedad civil para encontrar las mejores soluciones a los problemas que nos agobian.
Este mensaje cobró una amplia repercusión mediática a través de las redes sociales y medios de comunicación independiente. Sin embargo, no parece haber tomado la misma fuerza dentro de los decisores de la nación, que incluso no han cedido ante la siguiente reflexión de los obispos cubanos: “¡Cuánto agradecerían tantas familias cubanas y la misma Iglesia, y cuánto disminuiría la tensión social, si hubiese un gesto de indulgencia para los que aún permanecen detenidos por los acontecimientos del pasado verano!”.
Conclusiones
Aunque son notables las tensiones entre la iglesia y el Estado/Partido/Gobierno cubano durante el año 2021, considero que la decisión gubernamental de cambiar la sede de la Oficina de Asuntos Religiosos del ámbito del Partido Comunista de Cuba puede abrir un nuevo escenario de cara a la mejoría de estas relaciones. Pese a los lamentables sucesos descritos en este texto, creo entre el ambiente católico y el gobierno de La Habana hay un contexto distinto al año 1961, por lo que considero no estamos aún en presencia de una nueva etapa de confrontación radical definida por algunos autores como el escenario para una Iglesia del Silencio.
Si este artículo lo leyera algún decisor, sería oportuno que se crearan las condiciones para un intercambio entre la dirigencia de la nación y un sector representativo del catolicismo cubano, donde se debería invitar, además de los obispos, a representantes de la Conferencia Cubana de Religiosas y Religiosos y algunos sacerdotes y laicos que son, por su prestigio social, considerados interlocutores válidos de la población. Me sumo al pedido de la iglesia de encomendar a la Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, la resolución mediante el diálogo y la reconciliación de un futuro esperanzador para nuestra patria.-
[1] Esclavos, patriotas y poetas a la sombra de la cruz. Manuel P. Maza Miquel S.J.; Centro de Estudios Sociales Montalvo, Dominicana, p. 12.
[2] Ibídem. 1
[3] El mensaje puede ser consultado de forma íntegra en el perfil de Facebook de la publicación Vida Cristiana, del viernes 12 de noviembre.