Trabajos especiales

Un largo y penoso trabajo de parto

 

José Mendoza Angulo:

Presentación del asunto.

En el diario El País, de España, en la edición correspondiente al 27/7/21, tuvimos la ocasión de leer la muy interesante y seria opinión compartida por Javier Solana, Ministro de Cultura; de Educación y Ciencias, y de Asuntos Exteriores en el gobierno socialista español de Felipe González; responsable luego de Asuntos Exteriores de la Unión Europea y vinculado a respetables instituciones científicas europeas ocupadas del estudio de los problemas de la economía y de la geopolítica; y Enrique Iglesias, distinguido hombre público uruguayo, nacido en España, dedicado profesional y políticamente a las cuestiones económicas internacionales de la América Latina, exsecretario Ejecutivo de la CEPAL y expresidente del Banco Interamericano de Desarrollo. Bajo el título “Latinoamérica ante la tormenta perfecta”, examinan lo que nosotros llamamos en estos comentarios “un largo y penoso trabajo de parto”, expresión que no debe ser tomada como sinónima de la que antecede.

Hemos tenido también la fortuna de leer “Riesgos Políticos América Latina 2021”, índice preparado y publicado por el Centro de Estudios Internacionales de la Pontificia Universidad Católica de Chile (CEIUC) sobre  la base de “la participación de más de 120 académicos, líderes de opinión y expertos en relaciones internacionales de América Latina y el Caribe” y “de casi 4 mil personas que participaron en la encuesta” para anticipar los principales riesgos políticos de América Latina “a partir de la realidad social, política y económica” y de esta manera sistematizar las amenazas y “servir de análisis para la toma de decisiones de gobiernos, empresas y academia”.

A la luz de las apreciaciones que los autores de los trabajos que comentamos formulan para la América Latina, intentaremos inferir detalles del grado o nivel en que se encuentra el desarrollo de la “tormenta perfecta” o de los “riesgos políticos” en Venezuela, y de lo que probablemente convenga hacer.

Definiciones.

Los analistas contemporáneos de los problemas sociales, políticos y económicos, se han habituado a denominar con la expresión “tormenta perfecta” a los momentos en que una combinación de factores y fuerzas de distinto orden pueden producir el agravamiento mayúsculo de los problemas sociales de un país o de una extensión mayor, de una región supranacional, y, eventualmente, mostrar la posibilidad o no de un camino para la superación de esos cuadros de crisis. Llamamos la atención sobre “el momento” porque no logramos asimilar la hipótesis de una “tormenta perfecta” en que las condiciones que la forman o la pueden formar, simplemente se mantienen latentes indefinidamente. Entendemos el concepto de “tormenta perfecta” vinculado  al momento álgido de una crisis que puede provocar desenlaces  en su desarrollo y por eso preferimos referirnos a la crisis de la América Latina como un “largo y penoso trabajo de parto” del que debe nacer un nuevo ciclo histórico de la región o de los países que la integran y cuyos rasgos dominantes comienzan a pronunciarse  en los  hechos de la vida actual de todos los días, así como en la producción intelectual de los líderes sociales,  de los científicos sociales y de los críticos más atentos de lo que está pasando en cada parte del mundo.

Por su parte, en la presentación del otro documento, del Indice que comentamos, escrita por Jorge Sahd K., director del CEIUC, al hablar de riesgo político precisa que éste está “definido como los riesgos (sic) derivados de decisiones o eventos políticos que terminan afectando significativamente los objetivos de gobierno o los resultados de un negocio determinado, pueden ir desde eventos geopolíticos, conflictos internos, cambios regulatorios, actos de corrupción, terrorismo, activismo social, hasta amenazas de seguridad o ciberseguridad”.

En los textos a los que nos estamos refiriendo se coloca el actual y grave problema de la pandemia del coronavirus como el factor más importante de la coyuntura latinoamericana. Con innegable incidencia sobre el agravamiento de las condiciones que configuran la “tormenta perfecta” o el cuadro de los “riesgos políticos”, pero sin hacer valoraciones predictivas sobre el sesgo que puede imprimirle el problema sanitario a la reacción social frente a la crisis. En nuestra opinión, en el corto plazo, para un continente con los problemas político-sociales sin resolver que padecemos,  y en el caso específico de países como Venezuela, desprovisto de recursos financieros y con muy limitada capacidad para obtenerlos y aplicarlos en la generación de un nuevo dinamismo social, el efecto inmediato de la pandemia puede ser el de  provocar un estado depresivo en la sociedad, más o menos  prolongado, y facilitar, como está ocurriendo, la articulación de fórmulas autoritarias en los gobiernos que ejercen el poder en los países de nuestra región. No vemos de qué manera, en la coyuntura, el desarrollo de la pandemia pueda convertirse  en una fuerza de ignición para impulsar la solución radical de los problemas.

Los elementos de las hipótesis.

Entre las condiciones generales, mediatas e inmediatas, de la “tormenta perfecta” latinoamericana examinadas por Solana e Iglesias, hemos encontrado y subrayado las siguientes, sobre las cuales llamamos la atención del lector: a) El desarrollo tardío de la América Latina. Habiendo cortado las relaciones coloniales con la metrópoli a comienzos del siglo XIX, “factores históricos y estructurales” (que no son mencionados pero que no es difícil suponer) determinaron una acumulación de barreras contra el desarrollo que solo encontraron válvulas de escape, salvo una contadísima excepción, después del término de la Gran Guerra, en la segunda mitad del siglo XX. La excepción ha sido Argentina que hoy, curiosamente, “es el único país americano  más pobre que hace un siglo, comparado consigo mismo en dólares constantes. En 1913 era el décimo país más rico del mundo en renta per cápita, ahora ocupa el puesto 75ª. No existe una explicación clara para este fenómeno, conocido como `la paradoja argentina`” (Cf. Enric González: “La compleja paradoja argentina: el único país americano más pobre que hace un siglo”, en “El Paìs” (España), 04/08/21);  b) La economía se encuentra en la actualidad contra las cuerdas, con un estancamiento prolongado de más de cinco años y un dinamismo menguante. Las variaciones en el  precio de las materias primas que estimularon las performances económicas nacionales en las décadas finales el siglo XX, se han derrumbado en el siglo XXI; c) Las clases medias que, junto con el pausado progreso económico, el proceso de urbanización del continente y las mejoras educativas,  se habían convertido en  importantes agentes  para el nacimiento de las experiencias democráticas, se han visto afectadas por los problemas económicos y sociales, lo que ha hecho sentir serias consecuencias en el ejercicio  de la  democracia; d) Los efectos políticos de la penosa situación se han  manifestado en el debilitamiento y desprestigio de las instituciones, la creciente frustración ciudadana, el estancamiento de la democracia y la emergencia de un liderazgo populista sin experiencia de gobierno que ha empujado la gobernanza en el continente hacia tendencias extremas en la derecha y en la izquierda.

Por su parte, en el índice preparado por el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de Chile (CEIUC), aparecen las siguientes diez fuentes de riesgos políticos que pueden provocar serias alteraciones en los países latinoamericanos: 1) Incapacidad del Estado para dar respuesta a las demandas sociales; 2) Nueva ola de protestas violentas en la región; 3) Aumento de la corrupción, el narcotráfico y el crimen organizado; 4) Mayor apoyo a líderes autoritarios y populistas; 5) Inseguridad jurídica en los negocios y la inversión; 6) Crisis migratoria; 7) Utilización de la Fuerzas Armadas; 8)Conflicto geopolítico de Estados Unidos y China; 9)Parálisis de la integración regional, y 10) Surgimiento de tensiones fronterizas.

El lugar de Venezuela.

El marco general de los elementos y factores que las distinguidas personalidades y la institución a la que nos estamos refiriendo llaman, en conjunto, la tormenta perfecta de la América Latina y riesgos de peligros políticos, sirven plenamente para identificar y calificar la situación en que se encuentra Venezuela. No obstante,  nuestro país presenta una serie de peculiaridades que le confieren especificidad a la crisis que padece. La percepción que tenemos es que los  rasgos del desconcierto han sido en Venezuela más profundos que en el resto de países de la América Latina y su superación exigirá un esfuerzo mayor, aunque, al  encontrarse otra vez la senda del progreso se podrá presumir, plausiblemente, logros más estables en el largo plazo.  Veamos someramente lo que más nos ha llamado la atención del caso venezolano.

El 23 de enero de 1958 es reconocida nacionalmente como la fecha de renacimiento de la experiencia política de democracia liberal consolidada que vivió Venezuela en la segunda mitad del siglo XX. Aprendida, en los diez años precedentes a esa fecha, bajo el llamado gobierno de las fuerzas armadas, la lección de que no se podía convertir la violencia, y ni siquiera las asperezas mayores del hablar y del hacer, en la herramienta para levantar un régimen político liberal y civilizado, meses antes del 23 de enero, los viejos adversarios de los comienzos acordaron las bases políticas de la democracia venezolana. ¿El modelo? Un régimen político de centro, anclado en dos sólidos partidos, uno de centro-izquierda (Acción Democrática) y el otro de centro-derecha (Copei). Libraron exitosas batallas contra el extremismo y las nuevas formas de la violencia civil y militar, de izquierda y de derecha, que permitieron la consolidación de la democracia representativa de partidos. Los cuatro primeros gobiernos de este período presidieron un tiempo de progreso económico, de bienestar social y de construcción institucional que puede ser considerado, en conjunto, como la etapa de la administración pública nacional más brillante de nuestra historia. En los veinte años siguientes, todavía pueden citarse algunos logros relevantes, pero es innegable que la experiencia democrática comenzó a desvanecerse junto con el envejecimiento de los líderes fundadores y el resquebrajamiento de las paredes que les daban cobijo, fortaleza y seguridad a las estructuras de los viejos partidos. La economía comenzó a presentar problemas que, por no encontrarse solución para ellos,  se hicieron crónicos. Algunos esfuerzos políticos que apuntaban en la dirección de sacar al país de la mediocridad que lo invadía, como el proceso de  descentralización,  se adelantaron sin consistencia. La reforma electoral no pasó de un buen pronóstico y de unos tibios cambios. En el ánimo de la población más pobre y en las clases medias se fueron acumulando paulatinamente sentimientos que conducían a las dudas y al pesimismo  sobre el destino del país. La pobreza no solo no lograba reducirse sino que aumentaba.  Sectores importantes de las clases altas de la sociedad procedieron a trasladar volúmenes importantes de capital al extranjero, primero como medida de prevención ante eventuales dificultades y más adelante como fórmula de protección frente al miedo. Otros sectores de las clases altas se ocuparon de explorar las posibilidades de sacar provecho político de la situación sin reparar en el daño  causado a la institucionalidad del país. Hasta que se avivó la llama, casi apagada, del militarismo, y la democracia, con menos demócratas verdaderos de los que creía tener, quedó inerte. El país entró en el torbellino de dos intentos de golpes de estado militares, el enjuiciamiento y destitución de un Presidente y un verdadero aquelarre de ambiciones y de enredadas iniciativas y contrainiciativas políticas  del liderazgo político existente francamente mediocre y menor, con ocasión de las elecciones generales de 1998.

De la crisálida enferma de la democracia representativa de partidos no pudo formarse, no podía nacer, una bella mariposa. Solo logró emerger, fortalecido, el enconoso gusano del autoritarismo militar. El nuevo liderazgo, una vez a cargo de la dirección del país,  incorporó a los rezagos de la ultraizquierda guerrillera  de los años sesenta y fue seducido por el  jefe de la Revolución cubana ante el que se postró embelesado el líder de la “revolución bolivariana”, a pesar de que seis años antes  había sido el primer jefe de Estado en condenar el alzamiento militar contra el gobierno democrático y constitucional de la República. Y no debe omitirse el empeñoso asesoramiento de dos ambiciosos y calculadores operadores políticos nacionales que en el atardecer de su vida fabricaron un espacio  para sus ambiciones. Estos factores, mancomunados, decidieron aprovechar los resultados electorales de 1998 y, mediante el invento de una revolución bautizada con el nombre de bolivariana, embaularon a Venezuela, a través de la convocatoria de una constituyente llamada originaria, hacia el sistema totalitario conocido desde entonces como el socialismo del siglo XXI.  El cambio de apellido del socialismo no logró  el olvido  del monumental fracaso del socialismo real en Rusia pero sirvió para distraer la atención de la mayoría de los venezolanos y facilitar la simulación, en medio del palabrerío revolucionario, de las ambiciones de poder personal autoritario de los nuevos jefes del país. La mayoría del pueblo venezolano, ilusionado y confundido, acompañó electoralmente la propuesta vindicatoria del militar golpista, y lo llevó en andas al triunfo, hasta que comenzó a ver y a padecer los efectos del traspiés que había cometido y las consecuencias de una gobernanza diseñada con dos propósitos: la disolución de la existente Venezuela y asegurarse el control del poder para la logia que había conquistado el gobierno y quería eternizarse en él.

Como dijimos al comienzo de estas parrafadas, nos proponíamos inferir para Venezuela las posibles enseñanzas  de la hipótesis de la “tormenta perfecta” que Javier Solana y Enrique Iglesias  formularon para la América Latina de hoy en su conjunto. Pues bien, la   conclusión general a que hemos llegado es  que nuestro país, más que el relámpago de una tormenta, vivirá, está viviendo “un largo y penoso trabajo de parto” antes de poder disfrutar el nacimiento de un nuevo amanecer.  Nos tomará todavía tiempo caer en cuenta de esta realidad, hasta que aceptemos la necesidad de realizar el ingente esfuerzo intelectual que nos permita asimilar la profundidad de nuestra deriva nacional, junto con el supremo empeño político de lograr las condiciones indispensables para el cambio. Estimamos por ello necesario valorar con objetividad el calado de las heridas dejadas o agravadas por veintidós años de incompetencia e irresponsabilidad en el ejercicio del gobierno.  Por ahora nos permitimos, en estas reflexiones, llamar la atención sobre las lesiones que más daño han producido en el cuerpo y mente de nuestra sociedad.

  1. La situación económica.

A finales de la década de los años 70 del siglo pasado Venezuela entró en un estado de malestar económico generalizado  del que no  pudo salir. No obstante, la ruinosa situación  a que ha sido llevada por el gobierno bolivariano es como si el castigo de las más espesas tinieblas se hubiera desencadenado sobre los 912.000 kilómetros cuadrados de nuestro territorio. El hartazgo ideológico  que se sirvieron los “revolucionarios militares bolivarianos” y los  civiles que decidieron servirlos, sin que tuvieran posibilidades, ninguno,  de poder digerir lo que habían ingerido, suponía el simulado plan comunista que los venezolanos no llegamos a entender. El plan se fue articulando en la práctica por el   fortalecimiento mayor del   Estado  que teníamos;  el sometimiento de todos los poderes públicos nacionales, estadales y municipales al gobierno central; la tesis del  “arreglo de cuentas” con el imperio, los Estados Unidos como responsable único de la soberanía mancillada; el desconocimiento de la propiedad privada por ser la herramienta principal al servicio de los ricos; el control de la “bolsa” como diría un asaltante, es decir del Banco Central y de la Tesorería, acción que empezó con el plan Bolívar-2000, en el mismo mes de asumir el gobierno;  la destrucción de las unidades de producción en manos privadas, y  el control y manipulación de la moneda nacional hasta destruirla y desembocar en la insaciable hiperinflación de la actualidad.

Mucha gente pensó y alguna sigue pensando todavía que (como le gustaba decir al jefe de la revolución bolivariana)  “el país con las más grandes reservas petroleras del mundo”, siempre tendría a la mano la alcancía del petróleo, llena, en el subsuelo venezolano, para atender todas las emergencias nacionales que se pudieran presentar. Nadie perdió el tiempo en suponer que una industria que durante cien años  había atendido las necesidades financieras de la República, presidido el tránsito de la atrasada e incipiente economía venezolana a una economía capitalista y permitido la entrada del país a los canales capitalistas del comercio mundial, iba a  tener que comprar gasolina, gasoil, gas doméstico, lubricantes, etc. a otros países porque la industria petrolera nacional había sido quebrado por las locuras de los administradores bolivarianos. En realidad la situación hoy, es mucho peor aún.   Todo esto ocurre   cuando ni la industria petrolera ni el Estado venezolanos disponen de los recursos financieros para levantar la producción petrolera que está en el suelo, ni gozan del crédito para solicitar los recursos necesarios a los grandes centros financieros del mundo y, para colmo,  acontecido en el tiempo en que la sociedad mundial  asume  que para salvar al planeta tierra del calentamiento climático que puede destruirlo es necesario dejar de producir y consumir carbón y petróleo como lo ha hecho hasta ahora. Por eso cuesta imaginar que haya todavía ingenuos o irresponsables en Venezuela que sigan creyendo en el petróleo como la palanca que nos sacará del hueco en el que hemos caído cuando el  país salga de la dictadura que lo oprime.  Sería como la condena de Sísifo. Afortunadamente, otra manera de pensar terminará por imponerse, tendrá que imponerse, si queremos construir en firme el piso de la nueva República. Todavía, sin embargo, estamos a la espera.

  1. La diáspora.

Para el tamaño de su territorio, Venezuela ha contado siempre con una población relativamente pequeña. Probablemente por esta razón principal los venezolanos no llegamos a conocer en nuestra historia el fenómeno de la emigración como una característica de la movilidad demográfica propia. Sólo durante el período de la independencia núcleos importantes de compatriotas, bajo la dirección política y militar de Simón Bolívar y junto a la oficialidad y el liderazgo civil que lo acompañó, se desplazaron a Colombia, Ecuador, Perú y lo que hoy es Bolivia a pelear y ayudar a ganar la batalla por la libertad de esos pueblos. Por esos servicios, no solo nunca se cobró sino que  Venezuela supo abrir sus puertas a los soldados de otros Estados que nos acompañaron en nuestra independencia, y más adelante, sin la menor mezquindad, a los emigrantes  empujados por las  guerras y crisis europeas, a los refugiados por el hambre y la trágica historia política sobre todo de América del Sur y a los que huían de las penurias de todo tipo del mundo caribeño.

Inopinadamente, Venezuela se volvió emigrante en el siglo XXI. Tanto más que por el hambre y la persecución política provocados por la acción del gobierno bolivariano, las razones que han provocado la estampida de compatriotas dejando al país han sido el arrinconamiento de la libertad y la desaparición de las certezas que el futuro podía ofrecerle a cada venezolano que llegaba a la edad de estudiar en una Universidad, de trabajar en un mercado laboral próspero o simplemente de soñar. Y, digámoslo de una vez, este ha sido uno de los resultados ominosos de su acción del que la revolución bolivariana no puede escurrir el bulto. No se le puede echar la culpa de esto a otros gobiernos de Venezuela ni a los de otros países.

En un breve reporte de BBC News Mundo, publicado el 09/08/21 en la prensa digital del país se dice “que la inédita ola migratoria de los últimos años por la crisis económica, social y política ha generado grandes cambios demográficos que han terminado por convertir a Venezuela en un país de viejos y niños lo que, más allá de los dramas familiares particulares, tiene graves implicaciones para el presente y para el desarrollo futuro del país”. Y esta afirmación se acompaña con informaciones concluyentes como las siguientes: a) En 2015 el INE (Instituto Nacional de Estadística de Venezuela) estimaba para el 2020 una población de  32.605.423  habitantes, pero cálculos más recientes de la oficina de población de la ONU (UNPOP) estimaron que para el año pasado Venezuela tenía 28.436.000 habitantes, unos 4 millones menos de lo esperado. Y  ACNUR, la oficina de la ONU para los refugiados, señala 5,6 millones de venezolanos en esta situación;  b) Según la ONU Venezuela es el país del mundo que más población ha perdido en los últimos cinco años;  c) Según la misma fuente, Venezuela es el único país de América Latina en perder habitantes en la última década;  d) Ahora bien, BBC News  Mundo cita otros datos complementarios de la mayor importancia ofrecidos por Anitza Freitez, directora del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la UCAB y coordinadora del proyecto ENCOVI, según los cuales Venezuela está perdiendo población por todos los flancos, no solo por la emigración sino por la caída de la natalidad y el aumento de la mortalidad lo cual, juntos, conduce al envejecimiento de sus habitantes. Y añade que ahora hay más hogares unipersonales y más hogares encabezados por mujeres. “Ningún otro país en América Latina tiene un nivel de jefatura femenina tan elevado”.

El impacto de la diáspora es mayor de lo que suponen o temen líderes y técnicos. Representa una grave descapitalización humana actual y futura que impactará el proceso de recuperación del país cuando volvamos a encontrar el camino del progreso. La cantidad de jóvenes profesionales en todas las carreras, de miles de estudiantes universitarios y de jóvenes emprendedores que buscan hacerse un espacio fuera de Venezuela, particularmente en países desarrollados, cuando lo consigan ya no pensarán en regresar a Venezuela como lo esperaban y hasta lo prometieron sentimentalmente cuando se fueron.

  1. La indisciplina social.

Los esfuerzos que comenzaron a realizarse en el país  después de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez y en el ciclo breve, denso en realizaciones, que marcó el establecimiento de la República Liberal Democrática en 1945, para liberar a los venezolanos de la esclavitud de la ignorancia,  alargarles el camino de la vida más allá de los 30 años que había sido el promedio permitido por las enfermedades, el hambre acumulada así como la falta de recursos para la atención sanitaria, e iniciarnos en el aprendizaje ciudadano de ser dueños de nuestro propio destino como República, vieron sus frutos más importantes a raíz del renacimiento de las libertades en 1958.

En los 40 años siguientes a esta última fecha vimos a Venezuela volverse mayoritariamente urbana, a la  institucionalidad del país marcar ascensos importantes con la consagración y respeto de la alternabilidad republicana, la confianza en el voto,  el avance sostenido de la autonomía de los poderes públicos, los primeros pasos, todavía breves y vacilantes, de la descentralización, el desarrollo de la educación en todos los niveles, etc. permitieron que la vida arisca de los venezolanos fuese asimilando poco a poco los modos civilizados de sociedades más cultas y desarrolladas. Quedaban feas manchas como el débil acceso de la población a la justicia,  índices de criminalidad relativamente elevados, un sistema  carcelario primitivo y violador de los derechos humanos, índices de corrupción en el manejo de los dineros públicos, sistemas policiales plagados de vicios, etc. pero lo que cambió el sentido de los avances culturales logrados en los últimos 85 años ha sido el trágico resultado político, económico y social de los 22 años de gobierno bolivariano. Los subproductos más perniciosos de este retroceso han sido la reiteración de las prácticas violatorias de la Constitución y de las leyes por parte del propio gobierno; la apelación de la autoridad a los grupos irregulares de motociclistas y jóvenes delincuentes para atemorizar y enfrentar las manifestaciones públicas de la oposición; la entrega de armas a esos grupos; el crecimiento del consumo y tráfico de drogas; el “bachaquerismo” como expresión de una sociedad enferma para disimular y encarecer los problemas de la escasez; el “petardismo” policial y de la guardia nacional en las multiplicadas alcabalas de todo tipo para hacerse de un dinero que le sacan del bolsillo a cantidades de venezolanos; los abusos de los funcionarios en el manejo de las restricciones de la pandemia del coronavirus; el nacimiento y proliferación del caudal de gestores, intermediarios de la malsana práctica creada por la burocracia de cobrar por servicios que legalmente deben prestarse a la ciudadanía sin costo alguno; el empeño gubernamental de controlar en el mejor estilo de la policía secreta de la Alemania Comunista y de Cuba la vida de cada venezolano, y  al lado de estas prácticas otras menores pero no menos chocantes y nocivas como el desconocimiento de las normas de tránsito por los que manejan cualquier tipo de medio de comunicación y la proliferación de los actos de viveza criolla al calor de un ambiente delictivo auspiciado por el aumento de la inseguridad en todas sus formas.

  1. La crisis de los partidos políticos.

La democracia venezolana nació y se consolidó por la profundidad del trabajo de los partidos políticos democráticos en nuestra sociedad y por el respeto con que se relacionaron con esa sociedad. Mientras más sólidas fueron las bases que marcaron el nacimiento y crecimiento inicial de los partidos, vale decir su doctrina y sus tesis programáticas, más amplitud y comprensión mostraron al relacionarse con la sociedad. La forma ordinaria de dirigirse los partidos al ámbito social dentro del cual se movían era la de reunirse y hablarles a los militantes, vale decir, a los inscritos en la organización, y a otras dos categorías que no formaban parte de la militancia,  los simpatizantes y  los amigos. Podemos recordar con toda precisión que en las listas de candidatos a las primeras elecciones universales de cuerpos colegiados que hubo se incluía a independientes y se hacía constar explícitamente esta condición en la propaganda electoral. Eran señales de amplitud y de confianza mutua.

El importante logro democrático y civil de reconocer derechos políticos a las mujeres y a los analfabetas, de poner, en buena medida, en manos de ellos los destinos de la naciente democracia y del país, sin exigirles previamente el registro en una organización partidista, fue una demostración inicial palpable de la separación de caminos que se había producido, básicamente, con la otra gran corriente de la política en la primera mitad del siglo XX: el comunismo. Los logros de la administración para la colectividad se producían antes que las promesas empezaran a flotar en el aire, porque nacían de la identificación con principios éticos y doctrinales que obligaban más que un compromiso sin convicciones. Precisamente cuando se rompieron estas proporciones y se comenzaron a exigir compromisos que no eran espontáneos  aparecieron las dificultades en lo que antes habían sido relaciones fluidas. Los partidos de masas, como se llamaron, junto con las millonarias militancias, al privilegiar la cantidad debieron consentir un debilitamiento de la calidad de la dirigencia. Se creaban así las condiciones para que se fueran disolviendo nexos que no se basaban en la disciplina autoritaria de los partidos comunistas, que eran duraderas pero que no dependían de las amenazas.

El ejercicio de gobiernos en todos los niveles de la administración y el desencuentro generado por la confrontación de los administradores con la realidad para ponerla al servicio de las colectividades en atención a las promesas hechas; la pugnacidad originada en las ambiciones personales por figurar lo más alto que se pudiera en cada nivel; el surgimiento de la actividad fraccional muy pocas veces asentada en razones de principio, fueron algunas de las condiciones que prepararon el terreno para el desencanto militante, la fatiga por el trabajo sin compensaciones y, luego, las rupturas que marcaron el procedo de decaimiento que llevó a los partidos a las divisiones internas y a los socavones con la sociedad a veces insalvables. La poca capacidad para el olvido y el perdón de expresiones hirientes en los debates y confrontaciones conformaban el aliño para posiciones personales y grupales irreconciliables.

Lo que las encuestas de opinión, todas, muestran hoy acerca de la relación entre los partidos políticos y la colectividad, son las facturas que el tiempo pasa al trabajo cumplido con defectos y errores y también al incumplido, tal y como las siente el ciudadano. El alma de los partidos para mantener el afecto y la admiración de sus adherentes, de sus simpatizantes y de sus amigos es hacer gala de una creatividad inagotable, hablar siempre con la verdad y no escurrirle el bulto a la crítica. En una época en que al lado de los partidos existen infinidad de organizaciones sociales que no han nacido por iniciativas partidistas, que los niveles de educación y de información han mejorado y se han multiplicado; que existen infinidad de maneras de saber la verdad y que, prácticamente no hay secretos, los partidos tienen que refundarse y hacerse de nuevo conforme a las condiciones que pauta la sociedad del presente porque para la edificación de la nueva democracia los partidos son fundamentales.

¿POR DONDE HACER  CAMINOS, O LIMPIARLOS, PARA EMPEZAR OTRA VEZ LA FAENA?

Dicen Javier Solana y Enrique Iglesias que “la tarea más acuciante –más allá de la lucha contra la covid-19 – es la de impulsar un nuevo contrato social” (subrayado nuestro). Y añaden a renglón seguido unas precisiones que queremos igualmente subrayar: “Este (el contrato social) deberá orientarse a mitigar la desigualdad y mejorar el acceso a la salud, a la educación y demás pilares del Estado de bienestar. Los cambios deben ser lo suficientemente profundos como para volver a dignificar la política, despertando así una renovada adhesión a la democracia”.  Piensan que es evidente que los problemas de Latinoamérica deben ser abordados, ante todo, por sus propios gobernantes y señalan unas condiciones que deben ser satisfechas, interpretamos nosotros, independientemente de quien gobierne: colaboración fluida con el sector privado y la sociedad civil y consolidar y vigorizar la integración regional que no ha terminado de cuajar.

El Episcopado Venezolano, en mensaje emitido públicamente el 23/06/21 por su Presidencia colectiva, con motivo de la conmemoración del Bicentenario de la Batalla de Carabobo, planteó al país la necesidad de “Refundar la Nación”. Las palabras del Episcopado fueron las siguientes: “Los oscuros nubarrones que se ciernen sobre el país y las consecuencias de malas prácticas políticas de los últimos años plantean la urgente necesidad de “REFUNDAR LA NACION”. Basada en los principios que constituyen la nacionalidad, inspirada en el testimonio de tantos hombres y mujeres que hicieron posible la independencia, la tarea que nos concierne hoy y de cara al futuro es rehacer Venezuela, pero sin poner la mirada atrás con nostalgia. La herencia recibida nos permite seguir adelante y construir la Venezuela que la inmensa mayoría anhela y siente como tarea: donde predomine la justicia, la equidad, la fraternidad, la solidaridad, la unidad y la paz”.

Solana e Iglesias apelan a las formulaciones con las que Juan Jacobo Rousseau propuso las bases del gobierno del Estado moderno que luego la Revolución Francesa universalizó, y plantean entonces como salida a la “Tormenta Perfecta” latinoamericana, “un nuevo contrato social”, vale decir, en lenguaje actual, un nuevo acuerdo escrito entre los ciudadanos de cada país sobre formas y contenidos para vivir en sociedad,  que remplace al que existe para mejorarlo. El planteamiento del episcopado nacional nos ayuda a comprender todavía más y mejor el fondo de la cuestión gracias a que tiene un acento de radicalidad que debe ser destacado. “Refundar la Nación” es revisar la marcha del país para hacerlo volver a sus principios originales o para adaptar estos a los nuevos tiempos, “sin poner la mirada atrás con nostalgia”. La radicalidad nos alerta que hay que estar prevenidos acerca de los sesgos indeseables que pueden acompañar al proceso refundador. En efecto, la “refundación” puede ser interpretada como ruptura y también como continuidad y la radicalidad nos previene que lo único que puede desmontar los prejuicios o las ideas preconcebidas de que hay que demolerlo todo o dejar todo como está, es ir siempre a la raíz de los problemas y de las soluciones.

A pesar de que Javier Solana y Enrique Iglesias hacen un planteamiento general para la América Latina y la Presidencia de la Conferencia Episcopal se refiere a Venezuela, estimamos que es posible compendiar las dos formulaciones en atención a las exigencias de nuestro país y a las proposiciones que se han venido planteando nacionalmente para enfrentar el cuadro crítico crónico en que se ha convertido nuestra sociedad.

Tanto para Solana e Iglesias como para la Presidencia de la Conferencia Episcopal de Venezuela,  la Política –así con “P” mayúscula- se convierte en el ámbito principalísimo de la tarea a la que nos estamos refiriendo y en la herramienta social para recuperar la entidad de las cosas del gobierno y de los negocios del Estado. Lo que estamos planteando no es una interpretación más o menos liberal de lo sostenido por Solana e Iglesias y por la Presidencia del Episcopado, es lo que escribieron. Solana e Iglesias cuando plantean el “nuevo contrato social” y se refieren a su contenido expresan que los cambios deben ser suficientemente profundos como para devolverle la dignidad a la política y, de esta manera, reencontrar el camino robustecido de la democracia. Y cuando los Obispos plantean la  “refundación de la Nación” admiten que “ciertamente es una tarea con características políticas, pero no partidistas ni al servicio de ideología política alguna”.

Lo dicho va aclarando las cosas y las tareas. Un nuevo contrato social y la refundación de la Nación quieren decir, en el Derecho Político, la formulación de un contenido político, la redacción de ese contenido y su aprobación por la vía electoral. Estamos hablando de     una nueva Constitución discutida y sancionada por el cuerpo institucional elegido con ese exclusivo propósito. No basta, por lo tanto, con proponer la convocatoria del poder originario bajo la forma de una Asamblea Constituyente y demandarle  la aprobación de una nueva Constitución. Es necesario, por consiguiente, redactar el texto que va a ser presentado por la sociedad y discutido por los partidos políticos, por las organizaciones de la sociedad civil, por las organizaciones de la producción y del trabajo, por las academias, por las organizaciones de la  mujer y de la juventud, contentivo de la “refundación de la Nación”, de los principios de la nueva y superior democracia que debe tener Venezuela, de la nueva economía, de la nueva educación, del nuevo sistema de salud del país, del papel y función de la Fuerza Armada y de la nueva organización democrática del Estado.

   Conclusión: la hora de la política.

Cuando nosotros hablamos de “un largo y penoso trabajo de parto” queremos insistir en dos asuntos. Primero, que aun cuando no se tuviera consciencia de ello, el trabajo de parto social en Venezuela se inició el 15 de febrero de 1999, cuando se empezaron a quebrar las formas democráticas de vida y a ser suplantadas por las  del régimen autoritario. Esto significa que estamos obligados a levantar un inventario  de lo que ha ocurrido en el país en el transcurso de los últimos veintidós años. Segundo, que para que el trabajo de parto culmine no debemos esperar un milagro  ni inventar caminos que pretendan acortar distancias. Hay que ayudar a la maduración del proceso de cambio, que es un camino tortuoso,  en el que muchos factores disímiles y encontrados jugarán un papel que es preciso evaluar con objetividad. A esto es a lo que llamamos la hora de la política.

No tenemos dudas de que en Venezuela amanecerá un nuevo día para la democracia. Pero tendrá que ser una nueva democracia que debemos diseñar desde ahora, a partir de los logros políticos de la vieja democracia junto con los elementos de la cultura ciudadana que ha acopiado nuestra propia experiencia y la experiencia del mundo que nos rodea. Esta mirada deberá ser complementada y perfeccionada con el nivel de exigencias que pueden permitir los avances de la ciencia  política y el caudal de informaciones de todo tipo del que podemos disponer hoy. El compromiso mayor que tenemos en este tiempo, en la palabra de la Presidencia de la Conferencia Episcopal, es refundar la Nación sin mirar con nostalgia el pasado para saldar las deudas sociales que no se atendieron cuando había como hacerlo y los nuevos desafíos que planteará la era de progreso que vamos a vivir.

 

 

Mérida, agosto de 2021.

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