La mitad más uno. Reflexiones de pandemia
Horacio Biord Castillo:
A Ricardo Gil Otayza,
cantor de don Tulio Febres Cordero
y sus cóndores
Ha transcurrido la mitad del año 2021 más un mes y no cesa la confusión originada por la alarma sanitaria desde la divulgación de las primeras noticias en diciembre de 2019, cuando todo parecía borroso y lejano. La pandemia mundial por el coronavirus causante del Covid 19 no da muestras de ceder. Por el contrario, han aparecido nuevas cepas y se han ordenado reconfinamientos en países y regiones que suponían superados los riesgos del Covid. Nuevas olas de contagios se registran en diversos lugares y los procesos de vacunación, especialmente en los países pobres, han avanzado de manera lenta y desigual, muy alejados de las iniciales previsiones gubernamentales. Los seres humanos hemos estado expuestos a situaciones de dolor y angustia, así como de creciente incertidumbre, cansancio y desasosiego. Por si fuera poco, las economías mundiales acusan signos de agotamiento.
Todo ello configura un difícil y complejo cuadro. Suponer que a la vuelta de la esquina nos espera la tan ansiada «normalidad» no es más que una vana ilusión. Lo que se ha llamado de manera vaga y con dudas «una nueva normalidad» tampoco parece estar muy cerca, además de que no podemos prever con exactitud de qué se trata. El coronavirus no solo llegó para quedarse, como han advertido algunos epidemiólogos, sino que pudiera tener un fuerte impacto en la vida social y no solo por el uso de tapabocas y otras medidas de bioseguridad.
Destacan algunos aspectos que debemos considerar. Uno de ellos, no menos importante, en especial por las proyecciones que pudiera tener para la vida en las próximas décadas, es el relativo a las actividades laborales, profesionales, organizacionales y educativas a distancia. Estos largos meses de cuarentena y confinamiento nos han permitido aquilatar las potencialidades y limitaciones de las teleactividades. Como han advertido analistas de diversas tendencias, instituciones y países, quizá el nuevo mercado laboral se beneficie crecientemente de las posibilidades de la conexión por Internet y, por su parte, el trabajo en línea cobre una mayor relevancia y consistencia, con ventajas competitivas. Una condición sine qua non, sin embargo, será tener las condiciones tecnológicas (incluida la conexión), físicas y sociofamiliares para ello. Las condiciones emotivas de los sujetos constituyen, desde luego, un punto no menos relevante. No todas las personas logran manejarse bien en aislamiento, sea parcial o total. Además, en ocasiones el contacto físico contribuye a mejorar la discusión orientada a solventar determinados asuntos laborales.
En el campo educativo, viéndolo desde la óptica de lo que Edgar Faure y sus colaboradores propusieron hace ya más de medio siglo en el informe Aprender a ser, se abren enormes posibilidades que implican, a su vez, grandes y complejos retos. La idea de la «ciudad educativa», como ambiente generalizado de aprendizaje y no sometido a espacios confinados como los centros educativos, toma cada vez más cuerpo. Sin embargo, los sistemas educativos, y no solo las instituciones educacionales o los docentes, no están todavía adaptados a una modalidad a la vez flexible y exigente, pero con grandes posibilidades. Se trata de una verdadera carrera de obstáculos para alcanzar metas promisorias.
Recurrir a la «ciudad educativa», entre otras cosas, quizá sea una adecuada oportunidad de frenar la cada vez más consistente tendencia a considerar que la educación, en general, y los estudios universitarios, en particular, no proveen las herramientas necesarias para un adecuado desempeño laboral, es decir que hay un desfase evidente entre las universidades y el llamado mercado laboral. En esa dinámica solo estudiantes altamente motivados-capacitados o con saberes y prácticas sociales, amén de una gran disciplina y manejo de herramientas accesorias aunque no secundarias (conocimientos de las tecnologías digital e informática, dominio de idiomas y de formas de relacionamiento social y mallas de conexión social heredadas o construidas, por ejemplo), son quienes tienen mayores posibilidades de éxito laboral, que no necesariamente académico.
Otro aspecto, no menos relevante que los anteriores y de gran gravedad para los países pobres, son las desigualdades que la pandemia ha puesto en evidencia. Desde los precarios sistemas de asistencia sanitaria hasta el acceso diferencial a las vacunas, hay contrastes innegables e inaceptables. Lamentablemente predicciones de un mundo plano y excesivamente estratificado parecen tomar cuerpo en estos días de pandemia. No solo se trataría de una división entre macrorregiones (continentes como Europa o subcontinentes como América Latina) sino odiosas diferencias internas dentro de un país determinado, sean de tipo socioeconómico, regional, étnico, político, ideológico, religioso o de cualquier naturaleza. ¿Nos estaremos acercando a la fantasmagoría del “superciberántropos” y asistiendo a la emergencia de un “subhomo”, no solo por su inveterada posición subalterna sino por eventuales limitaciones estructurales que configuran unas condiciones de vida precarias, caracterizadas por un acceso desigual, insuficiente y debilitante a la nutrición, la salud y la medicina, la educación, la tecnología, el ocio y la distracción necesarios y, esto es muy importante, a implantes potenciadores de las fortalezas naturales (lentes, prótesis, desfibriladores, etc.).
La crisis sanitaria y la ralentización, al menos, de las actividades económicas han generado una desaceleración traducida en descensos de los indicadores y crisis económicas, actuales o previstas para el futuro inmediato. Todo ello implica que se pueda esperar más pobreza y carencias de todo tipo, adopción de políticas y regímenes populistas e intensificación de movimientos poblacionales o migraciones causadas por bajas condiciones de vida, violencia y persecuciones. Estas consecuencias políticas parecen sumarse a procesos de inestabilidad sociopolítica, relacionados quizá en el Hemisferio Occidental con un posible conflicto de mayores alcances y de naturaleza civilizatoria.
No vivimos, pues, momentos para el entusiasmo espontáneo, más allá del simplismo de tener una actitud positiva. Lo catalogo de “simplismo”, no porque no sea necesario, sino por la ingenuidad subyacente. De hecho la sabiduría popular, depositaria de grandes saberes, advierte que “al mal tiempo buena cara”. Lo llamo “simplismo” sobre todo para señalar que puede transformarse en una candidez paralizante. Es como si creyéramos que pronunciar un simple mantra resolvería una situación determinada por arte de magia. Los magos existen, pero no todos lo somos, y los mantras requieren de disciplina mental. Mi posición es que vivimos momentos complejos y nos debemos preparar para enfrentar eventuales y crecientes dificultades, fortalecernos para ello.
Para fortalecernos, además de las tradiciones espirituales de cada quien (que deben afianzarse, enriquecerse y aumentar su práctica), la creación nos puede ayudar a dibujar un imaginario que nos sostenga ante los abismos. Los escritores deben opinar y manifestar sus ideas; pero sobre todo escribir y ofrecer otros universos posibles que, al menos con un carácter ficticio y utópico, a veces caricaturesco e hiperbólico, o de vivencias expresadas de manera sublime (como la poesía o lírica), nos acompañen a los seres humanos en estos momentos difíciles. No es tarea solo de los escritores, también de los fabuladores orales e igual de los artistas de cualquier género (desde las artes plásticas a la música) y los cultores populares, artesanos, fabricantes de manualidades, tallistas, orfebres, elaboradores de imágenes y belenes… La conexión interior que toda actividad de creación auténtica exige y genera nos ayudará en estos momentos difíciles.
Como advertía Stefan Zweig en El mundo de ayer. Memorias de un europeo, necesitamos de las luces y sensibilidades, de las visiones y percepciones, de escritores y artistas, de sus intuiciones. No es una necesidad utilitaria al estilo de una respuesta para la absurda pregunta de que para qué sirve la literatura o cualquier expresión artística, que cuál es su utilidad, como si fueran instrumentos materiales, cuchillos o azadones. Se trata, más bien, de un ansia de tener anclajes espirituales e inmateriales, simbólicos, para no perdernos ante la fuerte avalancha de cambios y situaciones que vivimos y seguiremos viviendo de manera más vertiginosa aún en un mundo que idolatra lo efímero, el consumo, lo inmediato y la tecnología.
En tiempo de incertidumbres necesitamos de lo perenne y atemporal, del reposo, las necesarias perspectivas y, en gran parte, de lo manual para conectarnos con la interioridad, el niño interior, el hemisferio derecho, el alma.
San Antonio de Los Altos, Gulima, 30 de julio de 2021
Horacio Biord Castillo
Escritor, investigador y profesor universitario
Contactos y comentarios: hbiordrcl@gmail.com