Al transhumanismo no le pararán éticas flojas o materialistas, sino defender la conciencia humana
Una propuesta «peleona» del veterano catedrático de filosofía Juan Arana
El transhumanismo promete el oro y el moro, o más bien el cromo, el silicio y el cadmio y trascender la humanidad, con cuerpos potenciados y mejorados mediante la tecnología y abandonar nuestra fragilidad mortal. ¿Suena como una religión? Sí, y funciona como una religión gnóstica: para los elegidos, los que sepan encajarlo y desprecien el cuerpo actual del hombre, tan molesto.
El catedrático de filosofía Juan Arana, jubilado hace poco de su labor en la Universidad de Sevilla, pero incansable escribiendo libros, artículos y ponencias, fue el encargado de la ponencia final en el congreso en el congreso sobre Transhumanismo en la Universidad Francisco de Vitoria del 17 y 18 de junio de 2021 en Madrid. Con erudición, humor y cierto desparpajo, expuso sus intuiciones:
1) El humanismo va difundirse mucho e implantar por doquier sus doctrinas fantasiosas; ofrece de todo (belleza, longevidad, salud, fuerza), empezando por una mística entusiasta. Es contagioso y atractivo. Y va a romper las barreras de izquierda y derecha, arrasándolas.
2) Hablar de «límites éticos» no lo frenará: apenas sirve para poner límites en la tecnología nuclear o genética. Los materialistas o naturalistas (los que dicen «sólo existe este mundo, el natural y empírico») no tienen argumentos para contrarrestarlo.
3) A esa mística entusiasta sólo le puede vencer otra mística mejor y más entusiasta (y, por lo general, más realista), que es lo que debería ofrecer el cristianismo. Y eso incluye hablar de la esencia de lo humano y hablar de la conciencia. A los materialistas/naturalistas no les gusta hablar de «esencias» porque son cosas que no se pueden ver, contar y medir, pero sin esencia, no se ve razón por la que las máquinas o cualquier otra cosa no puedan y deban sustituir a los humanos.
Un peligro: abrir la caja de Pandora
Una vez se abre la caja de Pandora, salen sus horrores y ya no se puede cerrar. Una vez se aprende la tecnología de la bomba atómica, ya no se puede olvidar y está ahí, amenazando con arrasar el planeta y la humanidad.
¿Por qué las futuras máquinas superinteligentes o los futuros post-humanos supermodificados deberían apiadarse de nosotros, los humanos? «Nick Bostrom, en Superintelligence, es el más insistente en lo ineluctable de la Superinteligencia. Luego quiere creer que los posthumanos se apiadarán de nosotros… como nosotros de los orangutanes«, señala Arana.
Nick Bostrom, autor transhumanista que ha escrito Superinteligencia, espera que los posthumanos o la superinteligencia artificial trate a los humanos con clemencia, como nosotros a los primates de la selva
¿Y las supermáquinas? ¿Nos respetarían por haberlas creado?
«Una supermáquina de hacer clips podría eliminar nuestra especie simplemente porque le pareciera que podemos reducir algo su productividad de clips», sospecha Arana.
A la hora de controlar a las máquinas inteligentes, enseguida se buscan protecciones como las 3 leyes de la robótica de Asimov: la máquina no dañará al humano ni dejará que sufra ‘daño’, la máquina protegerá al humano, la máquina protegerá también su propia existencia.
Pero los mismos cuentos de Asimov muestran que las reglas enseguida entran en contradicciones y las máquinas no tienen «sentido común» para aplicarlas de forma razonable. El mismo Nick Bostrom, señala Arana, recuerda que las máquinas no entienden para nada el concepto ‘daño’, y menos aplicado a los humanos.
Incluso los transhumanistas más optimistas y fantasiosos admiten los peligros. Ray Kurzweil, que espera que en su vida unos nanobots arreglen problemas en sus glóbulos, advierte que si llenamos nuestro cuerpo de dispositivos informáticos, seremos más vulnerables a su hackeo y a los virus informáticos de lo que hoy somos a los virus naturales.
Ray Kurzweil es uno de los que predica un transhumanismo más radical e inminente
Arana pide un poco de realismo: «la naturaleza necesitó millones de años con su filtro despiadado de selección natural para hacer especies bien afinadas y Kurzweil aún piensa alcanzar la inmortalidad, siendo diabético y ya en la tercera edad».
Y ¿quién es el sabio guardián, quién es el maquinista sabio y prudente que conduce el tren del transhumanismo? «El tren del cambio va a toda máquina y no hay nadie en la cabina de mando». No hay maquinista, no hay hoja de ruta, pero hay megaempresas tecnológicas echando carbón para que avance.
De hecho, ¿quién decide cuándo se para el tren, el «hasta aquí queríamos llegar y no más»? Nadie lo decide, no hay autoridad ni consenso sobre hasta dónde se quiere llegar. Ni lo habrá: «¡si ni siquiera hemos logrado una unanimidad ni acuerdo grande para moderar los gases invernadero!».
Los contrarios al transhumanismo… ¿qué alternativa ofrecen?
El transhumanismo ofrece, insistimos, el oro y el moro y la luna y el futuro luminoso. ¿Con qué argumentos intentar bloquear algo tan bueno?
«Entre los contrarios al transhumanismo se suman corrientes que ayer mismo no coincidían en nada y todos juntos parecen una jaula de grillos. Lo de distinguir izquierdas y derechas va a quedar trasnochado», advierte Arana.
El francés Laurent Alexandre concreta que el debate será «inteligencia humana» contra «inteligencia artificial» (o lo que se le parezca).
«Ante las urgencias, ante una enfermedad degenerativa, ante un hijo enfermo… escucharemos a quien magnifique el beneficio y minimice el riesgo», advierte Arana. Y el cambio maravilloso llega desde arriba, desde las megaempresas: la izquierda debería sentirse incómoda y «tardará lustros en afianzarse en el mapa».
¿Podemos confiar en que ‘los sabios científicos’ se autolimiten? No, como demuestra el caso atómico. «Los sabios atómicos en la Guerra Fría no hicieron nada por reducirlo la carrera nuclear. Hay una cosa llamada el ‘Principio Oppenheimer‘: si es interesante, se lleva a cabo y luego ya discutirás de ética y consecuencias. Como escribió Oppenheimer sobre la bomba atómica: ‘me pareció que por lo menos había que intentarlo'». Y se abrió la caja y ya no se puede cerrar.
Cuando se divulgó la tecnología CRISPR de edición de genes, se firmó en Washington en 2015 un texto para reafirmarse en los Acuerdos de Asilomar de 1975, que apenas se limitaban a prohibir que nazcan bebés genéticamente modificados. Pero un equipo chino hizo nacer igualmente a las bebés modificadas Lala y Nunu en 2018.
Arana es pesimista (¿o realista?). «El impulso prometeico es demasiado fuerte. No basta con apelar a la ética: hay demasiado disenso. Muchos solo aceptan los limites legales y siempre puedes llevar tu laboratorio a otro país más permisivo. Se necesitaría una coerción mundial, y La Haya y Naciones Unidas son incompetentes para esto».
¿Y la conciencia social, el sentir del pueblo? El ciudadano medio nunca será tan fuerte como el núcleo de activistas fanáticos del transhumanismo, con “los sentimientos que normalmente se reservan a la religión”. Laurent Alexandre ya lo dice: “sus apóstoles ya son los nuevos amos del mundo”.
El transhumanismo es una fiebre misticoide. Promete algo muy grande que fascine (la singularidad, la superinteligencia, la superlongevidad), a veces a 20 años vista, como en una estafa piramidal.
Como advierte Arana, “a falta de nada mejor, muchos acaban prestándoles apoyo”.
La filosofía naturalista no frenará al transhumanismo
Mucha gente en el mundo de la ciencia (y la política) sigue la filosofía naturalista: sólo existe lo que las ciencias naturales estudian, nuestro mundo físico; la mente y la consciencia serían sólo materia que actúa, no existe nada sobrenatural.
Hay naturalistas que intentan oponerse al transhumanismo como una gran chaladura o estafa. Con gran esfuerzo, buscan límites técnicos a las fantasías transhumanistas. ‘No, no puedes meter tu mente en un chip, desde 2010 casi no avanzamos en microprocesadores, los de 7 nanómetros parecen ser nuestro límite físico-químico y no es bastante’. Además, aunque todos tengamos la experiencia de pensar, en realidad no sabemos lo que es una mente, es arbitrario compararla con un ordenador, así que ¿cómo almacenarla?
¿Y qué dicen los naturalistas de la llegada de los posthumanos gracias a la tecnología, genética, etc…? «Los filósofos naturalistas y materialistas no quieren aceptar un salto o hueco entre el humano y otras especies animales, mientras que los transhumanistas sí insisten en que se dará una línea de ruptura y llegará un nuevo paso: o superodenadores o superhombres de golpe», advierte Arana.
En realidad, los naturalistas no pueden frenar al transhumanismo porque parten de la idea de que las ciencias naturales son todo lo que se necesita para entender al ser humano, y los transhumanistas están de acuerdo. Los naturalistas no dicen «ese paso es esencialmente imposible» ni tampoco «eso está mal» sino tan sólo que «técnicamente parece difícil».
La alternativa: insistir en la esencia y la conciencia
Arana señala la única vía que ve factible para frenar el transhumanismo y proteger al ser humano: insistir en que el humano es especial y distinto a todo, al animal y a la máquina, porque tiene conciencia (algo que los naturalistas no saben medir y los transhumanistas no saben lo que es pero tratan de replicar).
«Hay algo en el hombre fuera del alcance de la ciencia. Es algo no muy sutil, algo que le separa de otros animales. ¿Acudimos a la supuestamente trasnochada idea de esencia? No estoy tan convencido de la caducidad de la noción de esencia. Los que se oponen a la idea de esencia enseguida tienen que usar paráfrasis similares y hablar de peculiaridades, patrones morfológicos, aires de familia…».
«El leopardo acecha a su presa de forma inteligente y muy razonable y la mamá tigresa es afectuosa con sus cachorros. Pero los animales no razonan ni sienten como nosotros. La raza humana es diferente. Una explicación naturalista no basta para explicar al hombre. Al razonar conscientemente, amar conscientemente, al sentir conscientemente somos distintos», proclama Arana.
¿Y las máquinas podrían llegar a tener conciencia? «La autoconciencia de los robots no es más que moverse según le indica la cámara al robot. El hombre tiene conciencia cabal, es algo objetivo, sin dualismo. Un hombre es una única sustancia que sabe y sabe que sabe. ¿Animales y supercomputadoras tienen genuina conciencia? Yo sé que sí la tengo. Y conjeturo que los demás humanos lo tienen. En otras entidades, lo juzgamos por anología», detalla el filósofo.
Cuando fabricamos un ordenador que juega muy bien al ajedrez, parece ser muy inteligente, pero en realidad no tiene un yo, una mente. «Podemos aprender a bailar con las máquinas, pero las máquinas solas no saben bailar», añade.
La conciencia siempre será un misterio para la ciencia
«Los chimpancés tampoco han dado signos inequívocos de una conciencia como la humana. La ciencia no sabe explicar la conciencia misma. Y no sabe meterlo en un proyecto transhumanista. La ciencia trabaja con teorías y pruebas, es objetiva. En realidad, la conciencia no forma parte de los contenidos de la ciencia. La conciencia da lugar a la ciencia, no al revés«, añade.
«La conciencia es accidental en el hombre, se puede perder, pero la aptitud para ejercerla es parte de nuestra esencia y da dignidad a los que quizá ya no lo ejercen, como vemos en las personas en coma, inconscientes. La conciencia nos hace libres, sujetos de conocimiento, otorga autoposesión y genera libertad», añade.
“Como filósofo, soy más bien empirista», detalla Arana, «pero Agustín y Descartes nos enseñan que hay un elemento de conciencia incontrovertible en nuestro interior”.
Arana insiste en la importancia de insistir en la reflexión sobre la conciencia. «La conciencia será siendo un misterio inabordable para la ciencia. Podemos reconstruir un sistema nervioso molécula a molécula, podremos fabricar engendros como Frankenstein… pero que esa materia genere conciencia será tan incierto como su origen en los humanos».
Y apunta una profecía cercana: combinar genética y superordenadores no parece que vaya a generar superconciencias, es más fácil que genere más y más mentes vacías.
Como conclusión, está convencido de que el transhumanismo ‘fuerte’ (el más radical, ambicioso e impaciente) no conseguirá crear ningún superhombre ni posthumano, pero, mientras tanto, puede arruinar y dañar a muchos humanos reales. «Para defender al hombre lo mejor es defender la conciencia y hacernos dueños de nosotros mismos. Intentemos al menos mantener la cabeza fuera del agua sin ahogarnos«, finalizó Arana en el turno de preguntas de este encuentro.
La conferencia de Juan Arana en la clausura del congreso sobre transhumanismo en la Universidad Francisco de Vitoria (1 h 10 min.)
02 agosto 2021