«A izquierda y derecha utilizan a Francisco para legitimar sus posiciones»
"Una Iglesia extramuros para transmitir el mensaje de Jesús, el Rey sin corona, ni alfombra roja, ni ejército"
«Una Iglesia entendida y fundada en el crucificado implica alejarse de todas aquellas ideologías, de derechas y de izquierdas, que analizan la idoneidad del cristianismo si están en consonancia con sus diatribas diarias de partido»
«No servimos a ninguna sede política, servimos al hijo de Dios vivo y eso tiene consecuencias»
«Francisco resulta incómodo para un espectro de la derecha y ultraderecha política; bienvenido sea, Jesús también para las autoridades de su tiempo»
«¿Por qué no se habla de la situación del profesorado de religión en la escuela pública? ¿Por qué en la Universidad es un anatema hablar de religión o a favor de la Iglesia?»
Estamos en un mundo que ante cualquier acontecimiento se responde con análisis automáticos. El tiempo apremia y no puede perderse ni un segundo. Ello acarrea que nos devore la urgencia del momento y caigamos en errores de análisis e interpretación. Por ello es conveniente y necesario acercarse a lo que nos pasa cuando dicho hecho ya ha madurado y verlo todo con una perspectiva más completa.
Esto se hace más que necesario en la polémica que ha girado en torno a la figura de Francisco cuando dirigentes políticos y mediáticos de la llamada derecha y ultra derecha lo han puesto a caer de los caballos. Las acusaciones han sido, en general, chulescas y sin fundamento alguno. Y el colmo de los colmos está en cómo cierta izquierda ha defendido al Papa cuando la mayoría de las veces atacan a la Iglesia en su totalidad y de forma injusta sin ningún tipo de empacho.
Ambas corrientes ideológicas, discúlpenme la generalización, caen en el mismo error: la Iglesia, y no sólo el Papa, no puede entrar en ciertos temas que sólo la política y lo identificado con el Estado y los poderes públicos sí pueden expresar y defender. Reparemos en esta contradicción: a izquierda y derecha utilizan a Francisco para legitimar sus posiciones, ahí sí que puede hablar, se convierte en un aliado mediático y necesario, pero cuando emite juicios que van en contra de la posición oficial del partido, del medio o de la masa o parroquia a la que se dirigen, al Papa sólo le cabe un camino y es callarse y meterse en sus asuntos, como si la Iglesia y las personas cristianas viviéramos en el vacío, entre nebulosas estelares del cosmos.
Todo ello nos tiene que hacer entender a todas las personas que creemos que Jesús es nuestro camino, verdad y vida y que la Iglesia tiene que liderar y representar lo más fiel posible los pasos del carpintero de Galilea, que nos debemos a la cruz y no a ninguna sigla política. Que podemos disculpar y perdonar, pero que no somos ingenuos y seres angelicales sin conciencia y memoria histórica. Jesús nació fuera de la ciudad, en Belén, y murió en el monte Gólgota, en medio de dos criminales, lo que denota que la Iglesia y su acción va a estar puesta de forma constante en cuestión porque está fuera de los intereses que hoy se llevan y se defienden en la sociedad actual y de cualquier tiempo. Pero ahí está nuestra fuerza y nuestra carta de presentación más potente. Una Iglesia extramuros para transmitir el mensaje de Jesús, el Rey sin corona, ni alfombra roja ni ejército.
Para comprender toda esta polémica debemos ir al origen. Todo se inicia con la publicación de una carta breve y sencilla de no más de un folio que escribe Francisco al presidente de la conferencia episcopal mexicana. Esa misiva rezuma un espíritu de concordia y humildad. ¿No se cansa Jesús de expresar en el evangelio que no ha venido a ser servido sino a servir? ¿Y no es producto de la humildad que Jesús mostrara de esa forma en un mundo donde la codicia, los egoísmos personales y la apariencia se alzan como los únicos valores reguladores?
Habla de una purificación de la memoria para “reconocer los errores cometidos en el pasado, que han sido muy dolorosos”. Y lo hace argumentando dos hechos que diversas cavernas mediáticas han obviado a sabiendas: primero, sigue la tradición de Juan Pablo II y Benedicto XVI porque también se mostraron abiertos a una verdadera reconciliación para que no se vuelvan a repetir las salvajadas de antaño -léase el artículo en Religión Digital “Un Papa antiespañol” de Josep Miquel Bausset; segundo, y esto no se ha recalcado, para evitar ciertas acciones de los gobiernos, en este caso el mejicano, contra gran parte del sentimiento cristiano del pueblo (ese sentimiento que es atacado por una parte de la izquierda política).
Si nos fijamos, sólo con un gesto y unas pocas palabras Francisco desmonta de un plumazo la falsedad de ese espectro de la ultraderecha que se presenta como la adalid en la defensa de nuestros sentimientos y tradiciones religiosos como pueblo español. Francisco habla de relectura para que ninguna persona, tradición o credo religioso sea explotado y postergado. Y para ello, cabe hacer una revisión de nuestra historia y de nuestra memoria; no para cambiar y flagelarnos de lo que ya ha pasado, sino para aprender y de esa formar comprender e integrar como indica la Fratelli tutti. O entendemos que el perdón y la reconciliación dibujan nuestro horizonte de acción, puesto que creemos en la resurrección, o nos convertiremos en cristianos de cirio y procesión, no en seguidores de Cristo.
En consecuencia, una Iglesia entendida y fundada en el crucificado implica alejarse de todas aquellas ideologías, de derechas y de izquierdas, que analizan la idoneidad del cristianismo si están en consonancia con sus diatribas diarias de partido. No servimos a ninguna sede política, servimos al hijo de Dios vivo y eso tiene consecuencias.
No seré yo quien censure lo que algunos periodistas, intelectuales y políticos le dediquen a Francisco. Eso sí, seamos justos y que la vara de medir sea igual para todos y en este caso no lo ha sido. Cuando a principios de septiembre pasado Carlos Herrera lo entrevistó en la cadena Cope, ante la pregunta sobre del aborto, dijo lo siguiente: “Quien aborta, mata. Sin medias palabras. ¿Es correcto matar una vida humana para resolver un problema? ¿Es correcto contratar a un sicario para matar una vida humana?”. Estas preguntas, ¿quién las hace, el papa peronista, antiespañol, comunista, indigenista, quien?
González Ugido escribía en El Español un artículo con el título “Las dos caras de Francisco”. Aducía entre otras cosas algo que se tomaba como un punto débil, pero que es la verdadera esencia y virtud de la Iglesia que es capaz de aunar realidades complejas y diferentes, ya que tiene una “extraordinaria capacidad para casar ideas y vivencias contradictorias. Gracias a eso es la única institución bimilenaria. Nada de blanco o negro, sino blanco y negro”. Y apostilla: “A esa vocación ‘atrapalotodo’ de la Iglesia católica, el politólogo Karl Schmitt la llamó complexio oppositorum: una cosa y su contraria. El principio de no contradicción, una de las leyes clásicas del pensamiento lógico, postula que nadie puede creer al mismo tiempo en una misma cosa y la contraria. Salvo la Iglesia y, sobre todo, los jesuitas”.
Me asombran este tipo de afirmaciones que se hacen desde la atalaya de un medio y la facilidad que produce la presión sobre la tecla. Una de las enseñanzas del evangelio es que cuando nos acercamos a la realidad de las personas de carne y hueso, pobres y necesitadas, donde sangran y gimen, nuestra perspectiva y visión de la realidad cambia y se transforma por completo. Hay que bajar a los infiernos que se dan en la actualidad, al mundo de la marginalidad donde la razonabilidad y la coherencia brillan por su ausencia. Concebir la Iglesia en salida implica impregnarse de estas contradicciones, de estos reveses biográficos que ponen patas arriba nuestra existencia rompiendo los esquemas que teníamos.
Pero para ello hay que salir, levantarse, hacer un camino, que no está lleno de amapolas, ni aplausos, ni reconocimientos. Todo lo contrario. Estar en los centros penitenciarios, en los hospitales, centro de menores, orfanatos, en los polígonos con las prostitutas o en pisos de acogida y tutelados para personas presas por todo tipo de adicción implica transcender la corrección política y la comodidad neutral que ofrece esta sociedad de consumo y entretenimiento. Francisco resulta incómodo para un espectro de la derecha y ultraderecha política; bienvenido sea, Jesús también para las autoridades de su tiempo. Y lo seguirá siendo mientras el evangelio sea inspiración y guía para millones de personas en el mundo que luchan por la dignidad bajo cualquier circunstancia y pretexto.
Si una parte de la derecha cuestiona el Papa por cuestiones de historia y de identidad nacional -deberían saber que el evangelio es la primera propuesta humana universal de la historia por su defensa de la persona y de la vida en todos sus momentos y manifestaciones- una parte de la izquierda y la ultraizquierda, cuestionan el encaje y la presencia de la Iglesia y el hecho religioso en el espacio público. Todo ello gira en torno al concepto de laicidad del Estado y los presuntos privilegios de la Iglesia en educación, impuestos, presencia institucional y los acuerdos con la Santa Sede. Todo es debatible y puede discutirse muchos temas que llevan tiempo cronificados con sus defectos y virtudes.
Ahora bien, también es el momento de denunciar, de alzar la voz de cómo una parte de la izquierda ideológica persigue y señala a las personas creyentes en la cruz de Jesús Nazareno. ¿Por qué no se habla de la situación del profesorado de religión en la escuela pública? ¿Por qué en la Universidad es un anatema hablar de religión o a favor de la Iglesia? Recuerdo cómo fui señalado, yo y varios compañeros de facultad, cuando en segundo de filosofía montamos una mesa informativa de Manos Unidas. Parecíamos criminales, no bienvenidos en un espacio público donde toda persona tiene cabida con sus ideas, creencia e ideales concretos.
Claro que caben reformas en la relación de l Estado con la Iglesia y su entronque con la sociedad civil. Pero también hay que rescatar problemas que hoy están silenciados y que en muchos ámbitos ser creyente es una buena razón para experimentar burlas, mofas y rechazos. En clase de religión de 1ºbachiller, mi alumnado creyente, y trabajo en un centro concertado religioso, el Patronato de la Juventud Obrera (PJO) de Valencia, me cuentan cómo les da vergüenza incluso miedo expresar que son creyentes.
Cuando Juan José Tamayo en un artículo reciente en Religión digital “El PSOE y la laicidad: promesas incumplidas”, hablaba de restos de nacional catolicismo, me preguntaba si se tenía en cuenta estas realidades a partir de su concepto de laicidad, puesto que “constituye el espacio político, el marco jurídico y el horizonte ético más adecuado para el reconocimiento y ejercicios de los derechos humanos y libertades de conciencia, de expresión, de asociación y de religión…Este concepto de laicidad no puede ni debe confundirse con ateísmo o indiferencia religiosa, decía el autor, pero sí se debe dar una autonomía plena de la política, de la ética pública, del derecho y del Estado de toda tutela religiosa”.
¿Podemos estar más de acuerdo con esto? Sin lugar a dudas, pero el concepto de laicidad debemos ampliarlo. Me gusta mucho el término laicidad positiva que Agustín Domingo desarrolla y defiende en su libro Ciudadanía activa y religión en ediciones Encuentro. Más allá del confesionalismo y del laicismo, apunta que fue tanto Ricoeur como Benedicto XVI los que han trabajado en esta idea que me parece la que más se acerca a la realidad que estamos viviendo. Es, en síntesis, la relación saludable y sana de los poderes y administraciones públicos y los estados respecto a las confesiones o creencias religiosas. Sano, dice el profesor Domingo, “denota respeto, aceptación, tolerancia y gestión saludable de las confesiones religiosas. Pero no son asuntos privados sino bienes públicos que debemos gestiones desde los poderes públicos y las administraciones. Éstos no pueden identificarse con ninguna con ninguna confesión determinada pero no pueden desentenderse”. Y aquí está la clave interpretativa que una parte de la izquierda no entiende.
La potencia y la sabia que emergen de las confesiones religiosas debe aprovecharse siempre y cuando estén en consonancia con las reglas que toda la sociedad nos hemos dado. Faltaría más. Pero no podemos reducir y taponar las energías que se derivan de las creencias religiosas porque alimentan el compromiso por los últimos de la sociedad. Lo que la clase política propone como lo ideal, muchos creyentes la hacen realidad en el más absoluto silencio y anonimato.
Pongamos dos ejemplos, cuando en Sevilla las cofradías están saliendo a los barrios más pobres para estar cerca de la gente portando al Señor del Gran Poder, se hace una exposición pública de las creencias, y éstas sirven para poder ir tirando en esas calles en las que nadie repara, en los que no se invierte ni se hacen mítines. Se pregunta, “¿qué sientes que el Señor pase por tu puerta?”. Cuando nos acercamos a la realidad de las personas, muchos conceptos que eran tan claros comienzan a tener excepciones, contrastes y contradicciones, sí, esas contradicciones que son maestras de la vida cuando el llanto asoma porque no comprende lo que nos pasa.
2021 años después Jesús de Nazareth sigue siendo noticia, sigue paseando por nuestras vidas, no para que nos coloquemos en contra del Estado y del derecho. Todo lo contrario, para fortalecerlo. Su mirada se fija en nuestra conciencia para que hagamos de nuestra vida un modelo de compromiso con aquellos que no cuentan. Una Iglesia a extramuros que sólo se salvará en la medida en que sea fiel al sufrimiento de las personas. Así lo quiso Jesús y así lo intentaremos imitar. A parte de las críticas y ataques de unos y de otros, seguiremos creyendo que un pobre carpintero de Galilea transformó para siempre el corazón de las personas concibiendo la libertad como servicio a los demás. Iglesia a extramuros, Iglesia de Jesús.-
| José Miguel Martínez Castelló/RD