Lecturas recomendadas

Encuentros 44

Toda actividad en la Iglesia está orientada hacia la celebración dominical

Nelson Martínez Rust:

 

V

 

¡Bienvenidos!

C.-  La recuperación del Domingo a partir del “Sabbat” judío y de la Pascua cristiana

Toda actividad en la Iglesia está orientada hacia la celebración dominical. Dicho con otras palabras: toda acción pastoral debe terminar en la celebración gozosa y festiva de la Eucaristía dominical. De no ser así, la catequesis y la pastoral están carentes de su fundamento y de su razón de ser. Es como un cuerpo sin alma. Analicemos en detalles esta afirmación.

Cuando las Sagradas Escrituras nos hablan del culto, es interesante comprobar que su enseñanza no la fundamenta en primer lugar en un acontecimiento histórico, como pudiera ser el éxodo o la cena que Jesús tuvo con sus discípulos. Por el contrario, la perspectiva que adopta tiene un contenido mucho más profundo: se remonta al mismo acontecimiento de la creación. De esta manera, sitúa el culto divino en un contexto cósmico universal – el culto pasa a ser parte del orden cósmico, de la creación querida por Dios -. Además, al situarlo en este contexto, el relato bíblico nos trasmite, al mismo tiempo, un profundo significado antropológico: el hombre es un necesitado de Dios.

Al final del relato de la creación, el autor sagrado señala lo siguiente: “El séptimo día Dios dio por concluida la labor que había hecho; puso fin el día séptimo a toda la labor que había hecho. Después bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él puso fin Dios a toda la obra creadora que había hecho” (Gn 2,2-3). Dios descansó. ¿Acaso la labor creadora había cansado a Dios? ¿Acaso Dios descansa porque tiene la necesidad de continuar su trabajo? ¿Qué cosa le hacía falta a la creación? Precisamente lo que le hacía falta era “El descanso”. Las Sagradas Escrituras nos muestran por experiencia propia lo que es la vida humana: “fui viendo que el ser humano no puede descubrir todas las obras de Dios, las obras que se realizan bajo el sol. Por más que se afane el hombre en buscar, nada descubrirá, y el mismo sabio, aunque diga saberlo, no es capaz de descubrirlo” (Eclesiastés 8,17 Cf. 2,24; 9,7-10). Para el Eclesiastés la alternativa que se le presenta al ser humano es nacimiento y muerte, trabajo y descanso, vigilia y sueño, alegría y sufrimiento, búsqueda y hallazgo. Esta oración describe de manera admirable la existencia humana.

Por eso, cuando el Génesis nos habla de “descanso” no debe concebírsele de manera superficial – satisfacción del trabajo realizado; ni tampoco como un medio para reciclar las fuerzas perdidas con la finalidad de iniciar una nueva actividad -. De un descanso así concebido Dios no necesita. En Él no hay ni pasado ni futuro, es un presente eterno. Del descanso, San Agustín afirma: “Tú eres tu propio descanso” (Confesiones XIII, 38, 53). Por el contrario, a diferencia de Dios, el hombre no descansa en sí mismo, es por eso que él tiene que buscar el verdadero reposo en Dios. Por consiguiente, lo que el relato de la creación quiere enseñarnos al hablar del respectivo descanso es que la creación, con su maravilloso orden, belleza y esplendor está orientada de manera definitiva, necesaria y total a alcanzar el descanso “en” y “de” Dios. El relato bíblico de la creación (Gn 1,1-2,4) debe ser leído y analizado en función de este “descanso” en Dios – eschaton – que no es otra cosa que el disfrute de esa realidad definitiva que tiene su comienzo en la persona de Jesucristo y que alcanzará su plenitud al final del tiempo y de la historia en donde todo se consume – alcanza su plenitud, no su destrucción –: Dios.

Es por esto que para el pueblo de Israel el descanso sabático – la celebración del “Sabbat” – venía a constituirse en la participación en el descanso divino y, al mismo tiempo, en el anticipo de la plena consumación del mundo. En hebreo existe una palabra que identifica cabalmente este descanso. Es la palabra hebrea “Shalom”. “Shalom” significa “paz” en la persona y entre las personas, “paz” en el pueblo y entre los pueblos, “paz” en la naturaleza y con la naturaleza, “paz” con el cosmos y en el cosmos. Una paz entendida de esta manera llega a ser descanso en el orden querido y establecido por Dios y, por su medio, se alcanza la felicidad perfecta y anhelada.  Volvamos una vez más al gran San Agustín: A esta paz, el santo la llama: “paz del descanso, paz del sábado, paz sin ocaso” (Confesiones XIII,50).

Pero no todo está dicho. El Génesis nos dice que Dios bendijo el día séptimo y lo santificó (Gn 2,3). “Bendecir”, “declarar sagrado” conlleva el sentido de “separación”, de “apartar”, de “escogencia”, de “selección”. De esta manera Dios escoge, aparta, separa y selecciona un día, lo aparta de lo tormentoso de la vida, del desasosiego y ajetreo del vivir. Y así, lo sagrado irrumpe en el “continum” de nuestra existencia y, de esta manera, la eternidad se hace presente en la historia, en el tiempo y en el espacio, creando algo nuevo. De esta manera, lo sagrado es aquello que queda sustraído a la actividad humana, lo indisponible, lo totalmente “otro”, lo “reservado para Dios”; en definitiva, “lo divino”. El “Sabbat” se constituye, era y es el “momento de Dios”, es el tiempo reservado por Dios para estar y gozar Él mismo del hombre y de la creación. Para “gozar”, de lo que había hecho, de su obra. Es el solaz, el gozo que Dios siente de estar con la creación por medio del “Sabbat”. De esta manera Dios imprime un orden y un ritmo al tiempo. Su curso ya no es el del caos ni es un espacio ininterrumpido ni el de un movimiento cíclico – el eterno retorno – sin rumbo a la manera de la concepción mitológica del tiempo entre los griegos. De ahora en adelante hay tiempo cotidiano y tiempo sagrado, tiempo de trabajo y tiempo de descanso, días laborables y días festivos. Hay que tener bien claro que dicho orden no ha sido el fruto de una disposición ni de un mandato humano, sino de un orden establecido y creado por Dios. Este orden representa una bendición para la humanidad entera.

Podríamos concluir esta primera parte afirmando: 1º. El mandato del sábado (Ex 20,8-11; Dt 5, 12-13) significa el fin del trabajo esclavizante al cual fue sometido Israel por Egipto (Dt 5,15). 2º. El sábado, en su sentido más profundo, es el día de relajación para olvidarse de los avatares del mundo y elevar el espíritu, alejándose de lo mundano y, al trascenderlo, emular el descanso de Dios y hacerse partícipe de Él. 3º. Es el espacio para reconocer el señorío de Dios sobre lo creado y 3º. En las Escrituras, la bendición es sinónimo de vida, prosperidad, felicidad, alegría y paz (Is 17,25-27). Por consiguiente, el sábado – “Sabbat” – es un instante de eternidad en el tiempo, un pedazo de cielo en la tierra (Ex 31,12-17; Ez 20,12).

Esta doctrina veterotestamentaria alcanza su plenitud en Jesucristo. Jesús guardó celosamente el sábado (Mc 1,21) y cuando lo criticó, su crítica estaba dirigida a la praxis legalista del sábado que se había constituido en una carga insoportable. En parte la muerte de Jesús fue causada por estas críticas.

La fe de los cristianos de los primeros siglos enseña que, por medio del “Misterio Pascual” – pasión, muerte y resurrección – Jesús “entró en el descanso de Dios”, poniendo fin a la vieja creación y, al mismo tiempo, al nacimiento de la nueva creación (2Cor 5,17; Gal 6,15). Mediante el “Misterio Pascual” se dio inicio a una nueva creación y se inauguró una nueva cronología en donde Cristo se convierte en el centro de la historia. Para el catecúmeno el bautismo significaba entrar en esta novedad creada por Dios-Padre mediante su Hijo Jesucristo. Era tomar parte activa de este nuevo nacimiento. De esta manera el “Misterio Pascual” confiere al ser humano y a la creación entera, que gime y tiene dolores de parto (Rm 8,22; Ga 4,19; Ap 12,2) la esperanza de ser liberados de una vez por todas y así, poder gozar de la libertad de los hijos de Dios (Rom 8,21-23) y de entrar en el prometido “descanso eterno” (Heb 4,1-11). Basándose en ésta, su fe, los primeros cristianos no tardaron en celebrar el domingo como día de la resurrección del Señor (Ap 1,10; Cf. “La Didajé” o “Enseñanza de los doce apóstoles” 14,1) y celebrar en él la “Cena del Señor” (1Cor 16,2). De esta manera el domingo pasó a ser “una pequeña pascua semanal”. San Agustín llama al domingo “sacramento de la Pascua” (In Ioanne XX, 20, 2) y el Vaticano II lo denomina “fiesta primordial” y lo establece como núcleo fundamental de todo el Año Litúrgico: “el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también un día de alegría y de liberación del trabajo” (SC 106).

Con la llegada de Constantino (306-337) al poder la incipiente Iglesia fue reconocida por el imperio y pasó a ser elemento vinculante imperial: religión del Estado. Esto trajo como consecuencia el desarrollo de la cultura cristiana del domingo y de los días celebrativos; y así lo que debía llenar el día del descanso era la celebración cultual. De esta manera el domingo pasó a ser no solo un día reservado al culto de la divinidad sino también un servicio prestado al ser humano y a su verdadera libertad: se le concede el tiempo libre al hombre y ello manifiesta que él no es una bestia de carga ni un esclavo del trabajo como lo habían sido los israelitas en Egipto, sino un ser libre “en” Dios, “desde” Dios y “para” Dios. Con el paso del tiempo esta cultura del “reposo en Dios” dominical se extendió a lo largo y ancho del Imperio y cobró expresión en lo que hoy conocemos como “El año litúrgico”, y en el rezo de las horas canónicas. Muchas de las usanzas imperiales pasaron a ser utilizadas por la liturgia como expresión del reconocimiento del señorío del Dios verdadero. De esta manera la liturgia adquirió paulatinamente elementos no esenciales procedentes del mundo pagano para celebrar el culto al verdadero Dios.

 

Valencia. Noviembre 6; 2022

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba