Saiz Meneses, en la Clausura de las Semanas Sociales: «Una de las periferias más urgentes hoy es la vida pública»
Se trata «de recuperar el sentido humanizador del Evangelio»
Carlos García de Andoin afirmó que «las redes ayudan a la tribalización de la vida social y de la vida política»
Natalia Peiro señaló que el optimismo y la esperanza están en ver a todas esas personas católicas que se comprometen con los demás
Fátima Báñez señaló que la regeneración tiene su «origen en la responsabilidad personal, como primer paso para regeneración de la vida pública»
Entre ña sconclusiones: «En la vida pública, el papel de las religiones es muchas veces cuestionado o minusvalorado. Creemos firmemente que las religiones tienen un acervo ético, cultural y antropológico riquísimo para aportar a la vida pública»
| Semanas Sociales
La Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla abre sus puertas de nuevo esta mañana a los participantes de la XLIII Semana Social de España que hoy, sábado 27 de noviembre, celebra su tercera y última jornada de trabajo.
En torno a las 10.00 horas comenzaban las sesiones de trabajo con el saludo del presidente de la Junta Nacional de Semanas Sociales, Jesús Avezuela Cárcel. Después, un tiempo de oración dirigido por Fernando Fuentes, director del secretariado de la Comisión Episcopal para la Pastoral social y Promoción humana.
Primera mesa redonda: «Una mirada desde la política»
El tema central que plantea esta Semana Social, «La regeneración de la vida pública. Una llamada al bien común y a la participación» se ha abordado hoy a través de dos mesas redondas.
La jornada ha comenzado con la oración dirigida por Fernando Fuentes, director de Pastoral Social en la CEE. A las 10.30 horas comenzaba la primera, «Una mirada desde la política», moderada por el periodista Diego García Cabello. Han participado en el debate el viceconsejero de la vicepresidencia y de la consejería de Turismo, Regeneración, Justicia y Administración Local de la Junta de Andalucía, Manuel Alejandro Cardenete Flores; el director del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao, Carlos García de Andoin; y la diputada del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados, Sol Cruz-Guzmán García.
Manuel Alejandro Cardenete señaló la importancia de las relaciones personales en política, donde son más fáciles los acuerdos y sacar adelante proyectos cercanos al bien de las personas y del bien común. Sol Cruz-Guzmán hizo una llamada a la movilización de las personas en la sociedad para impulsar el trabajo en la política y alertó del «cambio que se está dando entre el bien común o bien general y la multitud de bienes particulares».
Sol Cruz-Guzmán señaló «la poca proactividad de la Iglesia en la reclamación a los políticos de sus opiniones y presencias en la sociedad«. En relación a la amistad social señaló que su experiencia en política es que sí hay posibilidad y reclamó que «la Iglesia sea catalizadora de las opiniones diversas en el espectro político». Manuel Alejandro Cardenete animó a la presencia en redes sociales «porque lo que no se visualiza no existe pero al mismo tiempo alertó de sus riesgos. Creo en la bondad de las redes sociales para contar los bienes que se hacen en el terreno político y en el terreno particular poniendo en valor lo que para mí es importante, que es también la vida cristiana».
Carlos García de Andoin afirmó que «las redes ayudan a la tribalización de la vida social y de la vida política» y añadió «dos elementos que cortocircuitan el diálogo entre la Iglesia la política y la vida pública. Una es de la parte de la política cuando hay un laicismo que arroja a la religión a la vida privada» y afirmó «la necesidad de una laicidad incluyente» y «desde el lado cristiano hay que olvidarse el recurso a la verdad ontológica y a la ley natural. En el tiempo presente hay que construir desde el diálogo y desde la convención, porque a los valores prepolíticos no se puede llegar desde una verdad, sino desde el acuerdo entre distintos».
Segunda mesa redonda: «Una mirada desde la empresa y el sector social«
Después de un breve descanso comenzaba, en torno a las 11. 45 horas, la segunda mesa redonda, «Una mirada desde la empresa y el sector social«. Se ha contado con las intervenciones de la exministra de Empleo y Seguridad Social de España, Fátima Báñez García; el presidente de la Confederación de Empresarios de Andalucía, Javier González de Lara Sarriá; y la secretaria general de Cáritas, Natalia Peiro. El periodista Juan Carlos Blanco Cruz ha sido el moderador.
Javier González de Lara señaló que «hay que reconocer que el diálogo político e institucional no está a la altura de lo que los ciudadanos queremos. Es referente el diálogo social». Mostró su preocupación por la escasa participación social, «también de los cristianos. Tenemos que dar no sólo compromiso de fe, sino también social y política» y pidió pasar del «¿Qué va a pasar? al ¿Qué podemos hacer?». «Sin ética no existe éxito empresarial ni tampoco existe éxito social».
Natalia Peiro señaló que el optimismo y la esperanza están en ver a todas esas personas católicas que se comprometen con los demás: «el valor de los cristianos para la vida pública es nuestro valor y nuestro compromiso, con esa coherencia de vida de tantas personas anónimas desde su vida privada» porque, apuntó, «el compromiso y el encuentro con el otro, como dice el Papa, es lo que nos lleva a la regeneración de la vida pública». Una de las herramientas importantes es estar cercanos a los problemas de nuestro tiempo y dijo que «en Cáritas una ventaja es que las decisiones muchas veces se toman en la primera línea, entre quienes están en contacto con el otro, con el que sufre, con los que están en el encuentro cercano».
Fátima Báñez señaló que la regeneración tiene su «origen en la responsabilidad personal, como primer paso para regeneración de la vida pública». Recordando a Benedicto XVI, señaló que «los cristianos tenemos el deber de dar testimonio de nuestra vida en cualquier ámbito de responsabilidad». La sociedad se construye con la suma de cada uno, «no esconderse en la responsabilidad colectiva sino mirar desde la responsabilidad persona para construir el bien común. A partir de ahí trasciende el entorno en el que uno vive».
Conclusiones de las XLIII Semanas Sociales de España
Regeneración de la vida pública: una llamada al bien común y a la participación
En este momento conclusivo de la XLIII Semana social es esencial reconocer el trabajo que en los últimos meses se ha realizado en muchas diócesis de la Iglesia en España. Los diversos encuentros preparatorios, siguiendo un marco de trabajo común, han sido un ejercicio de sinodalidad eclesial desde el diálogo, la deliberación y la elaboración de propuestas para una renovada presencia de la Iglesia en la vida pública.
Nuestras sociedades están atravesadas por un profundo individualismo que dificulta las propuestas de proyectos comunes orientados al bien común. Un individualismo, que como declara el papa Francisco en Fratelli tutti, “no nos hace más libres, más iguales y más hermanos y hermanas” (cfr, FT, 105). Desde el compromiso de los católicos en la vida pública es necesario empeñarse en construir una sociedad cada vez más inclusiva, que nos vincule asociativamente entre creyentes y no creyentes, dando protagonismo a la sociedad civil en la edificación de la fraternidad universal.
Reconocemos la intensa pluralidad de nuestras sociedades y las diferentes sensibilidades dentro de la Iglesia como una llamada a construir una gran familia humana desde la diversidad. Muchas veces esta pluralidad se presenta de manera polarizada, enfrentada y sin espacio para el diálogo. Los procesos de diálogo público entre ideas encontradas y las experiencias de amistad social entre personas con diferencias ideológicas, culturales o religiosas son parte del compromiso irrenunciable con la vida pública. La llamada de Fratelli tutti a ejercitar un “diálogo persistente y corajudo” (cfr, FT 198) se convierte en un horizonte esencial para la vida pública. El ámbito educativo, en el que la Iglesia católica tiene una amplia presencia, debe potenciar esta educación para la vida pública enraizada en el diálogo social y político como escuela de fraternidad.
No podemos pasar por alto que nuestro mundo esta fracturado por la “cultura del descarte”. Millones de hermanos y hermanas nuestras sufren la injusticia, el abandono y el olvido. Las llamadas desde las periferias a un mundo más justo se constituyen en un referente esencial para regenerar la vida pública. Para los cristianos la opción preferencial por los pobres es un fundamento básico para el bien común. No cabe duda de que la presencia de la Iglesia en el campo de lo social es intensa y amplísima, a la vez que reconocida por la sociedad. Sin embargo, en otros ámbitos como el mundo de la cultura o de la política, necesarios para la realización de la “cultura del encuentro”, la presencia de los cristianos es mucho menor o incluso irrelevante. El compromiso con la vida pública también nos llama a los cristianos a aportar nuestro bagaje cultural y político para enriquecer y enriquecernos con nuestra participación en la esfera pública.
Una Iglesia sinodal y en salida debe promover las vocaciones al mundo político. Laicos y laicas que vivan como misión de servicio su presencia en la vida política activa en la diversidad de opciones existentes. Comprometerse en las dinámicas del poder político, no para sucumbir ante él, sino para convertirlo en servicio para el bien común es una “altísima vocación, una de las formas más preciosas de caridad” (cfr EG, 205) que la Iglesia debe acompañar, formar y cuidar. El acompañamiento personal y comunitario a las vocaciones políticas se constituye como un reto fundamental en el contexto complejo e incierto que vivimos.
Para la vida pública de nuestra sociedad es un verdadero don el crecimiento de la conciencia de interdependencia, acrecentada durante la pandemia, la emergencia significativa de la conciencia ecológica y la preocupación social por la desigualdad y la pobreza. A pesar de las limitaciones e incluso malinterpretaciones que puedan existir son una buena noticia para un mundo necesitado de ellas. No somos “profetas de calamidades” que condenan el mundo en su totalidad si no que debemos reconocer todo el bien que existe en el mismo. El compromiso en la vida pública nos llama a reconocer, aprender y colaborar con esta creciente, aunque insuficiente, conciencia de interdependencia global.
El mundo digital es hoy un espacio fundamental para la constitución de la vida pública. La vida personal y pública se sustenta cada vez más en procesos digitales con toda la ambivalencia que estos generan. Riesgo y oportunidades aparecen de la mano en el mundo digital. A pesar de estas ambivalencias el mundo digital es un espacio privilegiado de conformación de intereses, valores y tendencias al que la Iglesia no puede ni debe renunciar. Comunicar, participar y colaborar en este significativo mundo en el siglo XXI para la construcción del bien común es una llamada urgente para la presencia significativa de la Iglesia.
En la vida pública, el papel de las religiones es muchas veces cuestionado o minusvalorado. Creemos firmemente que las religiones tienen un acervo ético, cultural y antropológico riquísimo para aportar a la vida pública. Las religiones están al servicio de la fraternidad en el mundo (cfr, FT cap. 8) y deben ser en las sociedades democráticas dinamismo de solidaridad y participación. Los católicos desde nuestra rica tradición estamos convocados al diálogo interreligioso para reconocer las aportaciones que juntos podemos hacer en la construcción del bien común.
Hacemos, a la conclusión de esta Semana social, un llamamiento a todos los cristianos y cristianas a comprometerse en los diversos escenarios de la vida pública. El mundo en el que nos movemos necesita personas que, alimentadas desde la Parábola del Buen samaritano, sean capaces de pararse a los bordes de los caminos y compasivamente comprometerse en la construcción del bien común desde la vida pública.
Intervención del arzobispo de Sevilla en la sesión de clausura
Una hora después se cerraba el debate para dar paso a la presentación de las conclusiones y al acto de clausura, con las intervenciones del arzobispo de Sevilla, Mons. José Ángel Saiz Meneses, y el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla.
Mons. Saiz Meneses ha repasando la historia de las Semanas Sociales. Una trayectoria centenaria -iniciaron su andadura en mayo de 1906- que ha permitido la reflexión, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, sobre los temas más acuciantes para la vida social de los españoles.
Volviendo a esta Semana Social, ha resaltado el valor sinodal de los encuentros previos en las diócesis, en los que se han manifestado «el espíritu de diálogo y la búsqueda del encuentro, tanto con la Iglesia como con la sociedad«.
El arzobispo de Sevilla ha valorado también la elección del tema de esta Semana Social, «que entronca con el itinerario y los objetivos propuestos por la Conferencia Episcopal Española para los próximos años«. Una de sus líneas, ha recordado, es «la presencia misionera y el compromiso de trasformación evangélica de la realidad, pues la redención de Cristo tiene un sentido social». Se trata «de recuperar el sentido humanizador del Evangelio» y «de experimentar la alegría de comunicar el Evangelio en esta sociedad, porque el Evangelio tiene mucho que decir al hombre y a la mujer de hoy».
Dentro de esa prioridad de salir a las periferias, «no cabe duda de que una de las periferias más urgentes hoy es la vida pública, el lugar en el que se debaten las leyes, se fijan las condiciones de vida para tantas personas, el lugar del que queda también excluida tanta gente por muchas razones: ideas, convicciones, creencias, nacionalidad, pobreza, etc. Una Iglesia que no asuma este compromiso tiene el riesgo de desvirtuar y no hacer creíble el Evangelio que anuncia, porque, si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos, los excluidos de todos los tiempos, con los que él mismo ha querido identificarse».
Entiende Mons. Saiz Meneses que «la realidad social exige al Pueblo de Dios propiciar un dinamismo de encuentro y de dialogo con las condiciones humanas y sociales de nuestro tiempo». En nuestros días, «son muchas las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana y exigen profundizar de un modo crítico, con la ayuda de las ciencias, la realidad que habitamos. Nuestra sociedad está cargada de las contradicciones de un desarrollo económico, cultural, tecnológico, que deja a tantas personas al margen del progreso y los relega a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana».
Como respuesta, el prelado ha propuesto una nueva «imaginación de la caridad» que nazca de la amistad social. «Es esta caridad social la que ilumina el conocimiento, al tiempo que obra la renovación de las estructuras económicas y permite emprender con determinación nuevos medios de participación en la vida pública para el bien común. La Iglesia, y especialmente el laicado, debe dar un paso más en este sentido: tiene que ser protagonista en la vida pública».
El arzobispo de Sevilla ha cerrado su intervención apelando «a ir más allá de los grupos de afines y a construir la auténtica amistad social«, a «alejarnos de los populismos» a «huir de la enemistad social» y a «salir de la <polarización>«. «Frente al muro de la indiferencia, hoy sigue siendo fundamental la disposición de la Iglesia al servicio y al encuentro, porque no hay áreas sociales que queden al margen de la preocupación de la comunidad cristiana. Esta vertiente ético-social se propone como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano, de manera que el diálogo continúa siendo el camino para mirar la realidad de una manera nueva, para vivir con pasión los desafíos de la construcción del bien común».
Por su parte, Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía intervino a través de un vídeo. En su saludo agradeció «el trabajo de miles de personas, de buenas personas, que desde la Iglesia ayudan a los demás». Al valorar el trabajo de tantas personas de Iglesia por el bien de todos en los tiempos de la pandemia, señaló que este «es el ejemplo que debemos seguir desde el ámbito de la política, de la economía, de la sociedad en general: la persona en el centro de nuestra actividad».
CONCLUSIONES DE LA XLIII SEMANA SOCIAL DE ESPAÑA
Regeneración de la vida pública: una llamada al bien común y a la participación
En este momento conclusivo de la XLIII Semana social es esencial reconocer el trabajo que en los últimos meses se ha realizado en muchas diócesis de la Iglesia en España. Los diversos encuentros preparatorios, siguiendo un marco de trabajo común, han sido un ejercicio de sinodalidad eclesial desde el diálogo, la deliberación y la elaboración de propuestas para una renovada presencia de la Iglesia en la vida pública.
Nuestras sociedades están atravesadas por un profundo individualismo que dificulta las propuestas de proyectos comunes orientados al bien común. Un individualismo, que como declara el papa Francisco en Fratelli tutti, “no nos hace más libres, más iguales y más hermanos y hermanas” (cfr, FT, 105). Desde el compromiso de los católicos en la vida pública es necesario empeñarse en construir una sociedad cada vez más inclusiva, que nos vincule asociativamente entre creyentes y no creyentes, dando protagonismo a la sociedad civil en la edificación de la fraternidad universal.
Reconocemos la intensa pluralidad de nuestras sociedades y las diferentes sensibilidades dentro de la Iglesia como una llamada a construir una gran familia humana desde la diversidad. Muchas veces esta pluralidad se presenta de manera polarizada, enfrentada y sin espacio para el diálogo. Los procesos de diálogo público entre ideas encontradas y las experiencias de amistad social entre personas con diferencias ideológicas, culturales o religiosas son parte del compromiso irrenunciable con la vida pública. La llamada de Fratelli tutti a ejercitar un “diálogo persistente y corajudo” (cfr, FT 198) se convierte en un horizonte esencial para la vida pública. El ámbito educativo, en el que la Iglesia católica tiene una amplia presencia, debe potenciar esta educación para la vida pública enraizada en el diálogo social y político como escuela de fraternidad.
No podemos pasar por alto que nuestro mundo esta fracturado por la “cultura del descarte”. Millones de hermanos y hermanas nuestras sufren la injusticia, el abandono y el olvido. Las llamadas desde las periferias a un mundo más justo se constituyen en un referente esencial para regenerar la vida pública. Para los cristianos la opción preferencial por los pobres es un fundamento básico para el bien común. No cabe duda de que la presencia de la Iglesia en el campo de lo social es intensa y amplísima, a la vez que reconocida por la sociedad. Sin embargo, en otros ámbitos como el mundo de la cultura o de la política, necesarios para la realización de la “cultura del encuentro”, la presencia de los cristianos es mucho menor o incluso irrelevante. El compromiso con la vida pública también nos llama a los cristianos a aportar nuestro bagaje cultural y político para enriquecer y enriquecernos con nuestra participación en la esfera pública.
Una Iglesia sinodal y en salida debe promover las vocaciones al mundo político. Laicos y laicas que vivan como misión de servicio su presencia en la vida política activa en la diversidad de opciones existentes. Comprometerse en las dinámicas del poder político, no para sucumbir ante él, sino para convertirlo en servicio para el bien común es una “altísima vocación, una de las formas más preciosas de caridad” (cfr EG, 205) que la Iglesia debe acompañar, formar y cuidar. El acompañamiento personal y comunitario a las vocaciones políticas se constituye como un reto fundamental en el contexto complejo e incierto que vivimos.
Para la vida pública de nuestra sociedad es un verdadero don el crecimiento de la conciencia de interdependencia, acrecentada durante la pandemia, la emergencia significativa de la conciencia ecológica y la preocupación social por la desigualdad y la pobreza. A pesar de las limitaciones e incluso malinterpretaciones que puedan existir son una buena noticia para un mundo necesitado de ellas. No somos “profetas de calamidades” que condenan el mundo en su totalidad si no que debemos reconocer todo el bien que existe en el mismo. El compromiso en la vida pública nos llama a reconocer, aprender y colaborar con esta creciente, aunque insuficiente, conciencia de interdependencia global.
El mundo digital es hoy un espacio fundamental para la constitución de la vida pública. La vida personal y pública se sustenta cada vez más en procesos digitales con toda la ambivalencia que estos generan. Riesgo y oportunidades aparecen de la mano en el mundo digital. A pesar de estas ambivalencias el mundo digital es un espacio privilegiado de conformación de intereses, valores y tendencias al que la Iglesia no puede ni debe renunciar. Comunicar, participar y colaborar en este significativo mundo en el siglo XXI para la construcción del bien común es una llamada urgente para la presencia significativa de la Iglesia.
En la vida pública, el papel de las religiones es muchas veces cuestionado o minusvalorado. Creemos firmemente que las religiones tienen un acervo ético, cultural y antropológico riquísimo para aportar a la vida pública. Las religiones están al servicio de la fraternidad en el mundo (cfr, FT cap. 8) y deben ser en las sociedades democráticas dinamismo de solidaridad y participación. Los católicos desde nuestra rica tradición estamos convocados al diálogo interreligioso para reconocer las aportaciones que juntos podemos hacer en la construcción del bien común.
Hacemos, a la conclusión de esta Semana social, un llamamiento a todos los cristianos y cristianas a comprometerse en los diversos escenarios de la vida pública. El mundo en el que nos movemos necesita personas que, alimentadas desde la Parábola del Buen samaritano, sean capaces de pararse a los bordes de los caminos y compasivamente comprometerse en la construcción del bien común desde la vida pública.
Palabras de clausura de la XLIII Semana Social de España ddel arzobispo de Sevilla
Con sumo agradecimiento clausuro esta XLIII Semana Social de España, reconociendo la contribución generosa de los responsables de la organización de la Semana en Sevilla, de la Junta Nacional, de los conferenciantes y de los portavoces y representantes de las Semanas Sociales diocesanas. La Junta Nacional de Semanas Sociales eligió la ciudad de Sevilla, lugar de encuentro, de profundas convicciones religiosas y de fe. Sevilla es una ciudad favorecida por la historia, al atesorar sabiduría, conocimiento y arraigo de la fe en una sociedad secularizada.
Las semanas sociales a lo largo de la historia
Fue en los primeros días de mayo de 1906 cuando, con el apoyo del Papa san Pío X y de los obispos españoles, se celebró en Madrid el primer Curso de cuestiones sociales, más tarde considerado como la primera Semana Social de España. Desde entonces, las “Semanas Sociales” han supuesto, en su trayectoria, una gran cátedra de enseñanza del magisterio social pontificio y “representan un importante ejemplo de institución formativa que el Magisterio siempre ha animado. Éstas constituyen un lugar cualificado de expresión y crecimiento de los fieles laicos, capaz de promover, a alto nivel, su contribución específica a la renovación del orden temporal. La iniciativa, experimentada desde hace muchos años en diversos países, es un verdadero taller cultural en el que se comunican y confrontan reflexiones y experiencias, se estudian los problemas emergentes y se buscan nuevas orientaciones operativas” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 532).
Son notas propias de la historia y del presente de las Semanas Sociales, no solo, su profundización en las cuestiones sociales más relevantes; sino, sobre todo, la capacidad para gestar pensamiento social y político, en el sentido más integral de la palabra. Por ello, se manifiestan como un verdadero taller, en el que los interlocutores provienen de los centros culturales, de las universidades, de la política, la empresa, los sindicatos y de las instituciones comprometidas en una auténtica cultura del encuentro. Ahora bien, las Semanas Sociales no deberían contentarse con meros planteamientos teóricos o con debates técnicos o políticos de la vida pública; sino que han de afrontar una concreción histórica y evangelizadora en sus propuestas, puesto que, únicamente desde la verdad de los hechos, podemos avanzar en la mutua comprensión y en la convivencia social. Así ha ocurrido, de hecho, durante más de un siglo, en el que las Semanas Sociales celebradas en España han reflexionado, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, acerca de los temas más acuciantes para la vida social de los españoles: el problema agrario, la cuestión obrera, el trabajo de la mujer, la familia, la educación, la democracia, las migraciones, el salario y el derecho a la vida, los retos de la tecnología y la comunicación, entre otras muchas.
La regeneración de la vida pública. Una llamada al bien común y a la participación
A lo largo de su historia, ha sido extraordinaria la participación del pueblo cristiano, especialmente de los laicos; como notable ha sido también la presencia en ellas de destacados expertos en los diversos campos de las ciencias sociales y de la misma Doctrina Social de la Iglesia. En este año, ha quedado patente además el valor sinodal de las Semanas Sociales diocesanas, como la que hemos celebrado en Sevilla, y su relación con el último Congreso de los laicos (2019). En las diócesis participantes, se han manifestado, a través de sus trabajos y debates, el espíritu de diálogo y la búsqueda del encuentro, tanto con la Iglesia como con la sociedad. De esta manera, el diálogo comparece como un camino para nosotros, como Iglesia sinodal: diálogo con el mundo de la política, de la economía, de la cultura, de la sociedad civil; diálogo desde los pobres. Estos núcleos de estudio y de trabajo se han convertido, por medio de la escucha común, en un signo vivo de la espiritualidad de la comunión, que demanda “dar espacio” al hermano, aceptando mutuamente la carga de los otros (cf. Gál 6,2) y, al mismo tiempo, rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias (cf. Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 43).
En este contexto, cobra sentido además la gran relevancia del tema elegido para esta Semana Social: “la regeneración de la vida pública. Una llamada al bien común y a la participación”. Este argumento entronca con el itinerario y los objetivos propuestos por la Conferencia Episcopal Española para los próximos años. Una de sus líneas es, de hecho, la presencia misionera y el compromiso de trasformación evangélica de la realidad, pues la redención de Cristo tiene un sentido social. Dios no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres (cf. EG, 178). Según el Papa Francisco, “el Espíritu Santo derrama santidad por todas partes…, por eso nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo” (Gaudete et Exsultate, 6). Se trata así de recuperar el sentido humanizador del Evangelio, que brota de la conversión y, al mismo tiempo, de experimentar la alegría de comunicar el Evangelio en esta sociedad, porque el Evangelio tiene mucho que decir al hombre y a la mujer de hoy. Se trata, en definitiva, de amar a Dios que reina en el mundo con una caridad repleta de consecuencias sociales.
Estar atentos a los signos de los tiempos nos lleva necesariamente a partir de una actitud misionera, de Iglesia en salida, que evangeliza saliendo a las periferias, y desde las periferias. No cabe duda de que una de las periferias más urgentes hoy es la vida pública, el lugar en el que se debaten las leyes, se fijan las condiciones de vida para tantas personas, el lugar del que queda también excluida tanta gente por muchas razones: ideas, convicciones, creencias, nacionalidad, pobreza, etc. Una Iglesia que no asuma este compromiso tiene el riesgo de desvirtuar y no hacer creíble el Evangelio que anuncia, porque, si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos, los excluidos de todos los tiempos, con los que él mismo ha querido identificarse: “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis; estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36). Esta página no es una simple invitación al asistencialismo, sino que es, ante todo, una lección de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. “Sobre esta página –nos recordaba san Juan Pablo II–, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 49).
Fecundidad social del mensaje cristiano para el bien común
Precisamente por ello, la realidad social exige al Pueblo de Dios propiciar un dinamismo de encuentro y de dialogo con las condiciones humanas y sociales de nuestro tiempo. La atención al dinamismo de la sociedad queda patente, de un modo particular, en el magisterio pontificio de doctrina social. Desde Rerum novarum, los Romanos Pontífices han atendido siempre el frenético ritmo de desarrollo de la realidad socioeconómica que, sobre todo a raíz de la revolución industrial, se extendió en todas las direcciones. La doctrina social de la Iglesia no se limita a repetir lo que llega del pasado, sino que presenta la fidelidad a la tradición en su significado más genuino: “la situación actual del mundo, vista a la luz de la fe, nos invita a volver al núcleo mismo del mensaje cristiano, creando en nosotros la íntima conciencia de su verdadero sentido y de sus urgentes exigencias” (Sínodo de los Obispos, La justicia en el mundo (1971), II,1).
El mensaje cristiano continúa siendo, también en la complejidad de nuestro mundo actual, una fuente inagotable que manifiesta su fecundidad en contacto con las coordenadas variables del espacio y del tiempo. De ahí que la situación del trabajo, la situación familiar, el desafío cultural, económico y social que ofrece nuestra sociedad nos obliguen a contar con la realidad humana en la que hoy hemos de acoger, vivir y comunicar la Buena Noticia de Jesucristo. Son muchas en nuestros días las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana y exigen profundizar de un modo crítico, con la ayuda de las ciencias, la realidad que habitamos. Nuestra sociedad está cargada de las contradicciones de un desarrollo económico, cultural, tecnológico, que deja a tantas personas al margen del progreso y los relega a vivir en condiciones de vida muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana. De hecho, el panorama de la pobreza podría extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social.
Participación: de la nueva imaginación de la caridad a la amistad social
Frente a esas nuevas pobrezas, “es la hora de un nueva «imaginación de la caridad», que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno” (NMI, 50), que nace de la amistad social. Es esta caridad social la que ilumina el conocimiento, al tiempo que obra la renovación de las estructuras económicas y permite emprender con determinación nuevos medios de participación en la vida pública para el bien común. La Iglesia, y especialmente el laicado, debe dar un paso más en este sentido: tiene que ser protagonista en la vida pública. Porque “la fe –como apunta en Evangelii gaudium el papa Francisco– no se puede relegar a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos: ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de [santa] Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos” (EG, 183).
La “nueva imaginación de la caridad” nos impulsa precisamente a ir más allá de los grupos de afines y a construir la auténtica amistad social, tan necesaria para la buena convivencia, que permite reencontrarnos especialmente con los más pobres y vulnerables, los que se hallan en las periferias. Anclados en la amistad social, podremos alejarnos de los populismos que explotan la angustia del pueblo sin dar soluciones proponiendo una mística que no resuelve nada y huir de la enemistad social que solo destruye y salir de la “polarización”. Y esto no siempre es fácil, especialmente hoy cuando una parte de la política, la sociedad y los medios se empeñan en crear enemigos para derrotarlos en un juego de poder. Es verdad que el empobrecimiento moral ha alcanzado amplios sectores de la sociedad española y que su superación no es sencilla, ya que requiere una conciencia renovada de que es posible crecer en el valor de nuestras relaciones y, por ello, en el bien común que forja la convivencia social. Frente al muro de la indiferencia, hoy sigue siendo fundamental la disposición de la Iglesia al servicio y al encuentro, porque no hay áreas sociales que queden al margen de la preocupación de la comunidad cristiana. Esta vertiente ético-social se propone como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano, de manera que el diálogo continúa siendo el camino para mirar la realidad de una manera nueva, para vivir con pasión los desafíos de la construcción del bien común. Es muy actual a este respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II: “el mensaje cristiano, no aparta los hombres de la tarea de la construcción el mundo, ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber” (GS, 34).
Reitero, una vez más, mi agradecimiento, en nombre de la Archidiócesis de Sevilla, por haber podido contribuir, desde aquí, a que la Iglesia que peregrina en España sea también la Iglesia de la esperanza y del testimonio de la fe en un mundo necesitado de amistad social. Muchas gracias.