El Papa

El Papa invita a “morderse la lengua, en vez de decir estupideces” y a “pensar las veces que hemos matado con ella”

"Pobre Haití, una detrás de otra. Es un pueblo que está siempre sufriendo"

«Jesús creció en esta ‘escuela’, en la casa de Nazaret, con el ejemplo cotidiano de María y José»

 

«El silencio de José no es mutismo; es un silencio lleno de escucha, un silencio trabajador, un  silencio que hace emerger su gran interioridad»

 

«Recuperar esta  dimensión contemplativa de la vida abierta de par en par precisamente por el silencio»

 

Según Francisco, el cristiano debe “ayunar de palabreas vanas”, redescubrir las que “edifican” y acercarse a los que sufren las “palabras que hieren”

 

En su catequesis de la audiencia de los miércoles, el Papa Francisco retoma la figura de San José, para havblar de una de sus características más profundas: su silencio. Un silencio que “no es mutismo; es un silencio lleno de escucha, un silencio trabajador, un  silencio que hace emerger su gran interioridad”. Por eso, “aunque el silencio nos asusta un poco”, el Papa invita a recuperar “la dimensión contemplativa de la vida” y “cultivar espacios de silencio”, “ayunar de palabreas vanas”, redescubrir las que “edifican”, acercarse a los que sufren las “palabras que hieren” y “unir siempre los hechos a las palabras”. Es decir, “morderse la lengua, en vez de decir estupideces” y a “pensar veces que hemos matado con ella”.

En su saludo tras la bendición apostólica, el Papa recuerda, con dolor, la reciente explosión de Haití.

“Ha tenido lugar una devastadora explosión en Cap Haitien, en el norte de Haití, en la que han perdido la vida numerosas personas, especialmente muchos niños. Pobre Haití, una detrás de otra. Es un pueblo que está siempre sufriendo. Recemos, ceremos por Haití. Es gente buena, valiente y religiosa, que está sufriendo tanto. Me siento cercano a los habitantes de esa ciudad, a los familiares de las víctimas y a los heridos. Les invito a unirse en oración por estos nuestros hermanos y hermanas tan duramente probados”

Explosión en Cap Haitien

Catequesis del Papa en la audiencia general

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Seguimos nuestro camino de reflexión sobre San José. Después de haber ilustrado el ambiente en  el que vivió, su papel en la historia de la salvación y su ser justo y esposo de María, hoy quisiera  considerar otro aspecto importante de su figura: el silencio.  Me llama la atención un versículo del Libro de la Sabiduría: CuanDisminuye un poco el papagallismo. do la noche estaba en el más profundo silencio, tu Palabra descendió sobre la tierra”. Es importante el silencio en esta época que no le concede valor.

Los Evangelios no relatan ninguna palabra de José de Nazaret. Eso no significa que él fuera  taciturno, no, hay un motivo más profundo. Con su silencio, José confirma lo que escribe San Agustín:  «Cuando el Verbo de Dios crece, las palabras del hombre disminuyen»1. El mismo Juan Bautista, que es  «voz que clama en el desierto: preparad del camino del Señor”» (Mt 3,1), dice sobre el Verbo: «Es  preciso que él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30). José con su silencio nos invita a dejar espacio a la  Presencia de la Palabra hecha carne, a Jesús.  

San José y el sielncio

El silencio de José no es mutismo; es un silencio lleno de escucha, un silencio trabajador, un  silencio que hace emerger su gran interioridad. «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo – comenta  San Juan de la Cruz – y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma».2  

Jesús creció en esta “escuela”, en la casa de Nazaret, con el ejemplo cotidiano de María y José. Y  no sorprende el hecho de que Él mismo busque espacios de silencio en sus jornadas (cfr Mt 14,23) e  invitará a sus discípulos a hacer tal experiencia: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para  descansar un poco» (Mc 6,31). 

Qué bonito sería si cada uno de nosotros, en el ejemplo de San José, lograra recuperar esta  dimensión contemplativa de la vida abierta de par en par precisamente por el silencio. Pero todos nosotros  sabemos por experiencia que no es fácil: el silencio nos asusta un poco, porque nos pide entrar dentro de  nosotros mismos y encontrar la parte más verdadera de nosotros. Mucha gente tiene miedo del silencio. El filósofo Pascal observaba que «toda  la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en una habitación».3 

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de San José a cultivar espacios de silencio, en el que  pueda emerger otra Palabra: la del Espíritu Santo que habita en nosotros. No es fácil reconocer esta Voz,  que muy a menudo se confunde junto a los miles de voces de preocupaciones, tentaciones, deseos,  esperanzas que habitan en nosotros; pero sin este entrenamiento que viene precisamente de la práctica del  silencio, puede enfermarse también nuestro habla. Esto, en lugar de hacer que brille la verdad, se puede  convertir en un arma peligrosa. De hecho, nuestras palabras se pueden convertir en adulación, vanagloria,  mentira, maledicencia, calumnia. Es un dato de experiencia que, como nos recuerda el Libro del  Eclesiástico, «muchos han caído a filo de espada, mas no tantos como los caídos por la lengua» (28,18).  Jesús lo dijo claramente: quien habla mal del hermano y de la hermana, quien calumnia al prójimo, es  homicida (cfr Mt 5,21-22).  Homicida con la lengua. Es la verdad. Pensemos las veces que hemos matado con la lengua, nos avergonzaríamos.

Silencio de San José

La sabiduría bíblica afirma que «muerte y vida estarán en poder de la lengua, el que la ama  comerá su fruto» (Pr 18,21). Y el apóstol Santiago, en su Carta, desarrolla este antiguo tema del poder,  positivo y negativo, de la palabra con ejemplos deslumbrantes: «Si alguno no cae hablando, es un hombre  perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo. […] también la lengua es un miembro pequeño y puede  gloriarse de grandes cosas. […] Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los  hombres, hecho a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición» (3,2-10).

Este es el motivo por el cual debemos aprender de José a cultivar el silencio: ese espacio de  interioridad en nuestras jornadas en las que damos la posibilidad al Espíritu de regenerarnos, de  consolarnos, de corregirnos. Estamos siempre haciendo cosas y eso nos hace deslizarnos en la superficialidad. La profundidad surge en el silencio, que no es mutismo. No tengamos miedo de los momentos de silencio. Y el beneficio del corazón que tendremos sanará también nuestra lengua,  nuestras palabras y sobre todo nuestras elecciones.

De hecho, José ha unido la acción al silencio. Él no ha  hablado, pero ha hecho, y nos ha mostrado así lo que un día Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que  me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre  celestial» (Mt 7,21).  Silencio, palabras fecundas, cuando hablamos. No hagamos lo de la canción: parole…Morderse la lengua, en vez de decir estupideces.

San José

Concluimos con una oración: 

San José, hombre de silencio,  

tú que en el Evangelio no has pronunciado ninguna palabra,  

enséñanos a ayunar de las palabras vanas,  

a redescubrir el valor de las palabras que edifican, animan, consuelan, sostienen.  Hazte cercano a aquellos que sufren a causa de las palabras que hieren,  

como las calumnias y las maledicencias,  

y ayúdanos a unir siempre los hechos a las palabras. Amén. 

1 Sermón 288, 5: PL 38, 1307. 

2 Dichos de luz y amor, BAC, Madrid, 417, n. 99. 

3 Pensamientos, 139. 

San José

Saludo del Papa en español

Queridos hermanos y hermanas: 

Continuamos con nuestra reflexión sobre la figura de san José. Los Evangelios no refieren ninguna palabra suya, sino su actitud de silencio, escucha y acción, que pone de relieve su profunda  interioridad. José de Nazaret nos invita a descubrir la dimensión contemplativa del silencio, no para aislarnos de los demás, sino para dar espacio a Jesús, la Palabra de Dios hecha carne, y escuchar su voz.  

En contraste con este mundo ruidoso y caótico en que nos toca vivir, el silencio nos da miedo y nos inquieta. Pero no nos aflijamos. Sigamos, en cambio, el ejemplo de san José de ponernos a la escucha atenta del Espíritu Santo que vive en nosotros, para que la fuerza transformadora de su amor convierta nuestros corazones y de nuestra boca salgan sólo palabras buenas de bendición, de aliento y comprensión que edifiquen, sostengan y consuelen a todos nuestros hermanos y hermanas. 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor Jesús, por  intercesión de san José, que nos libre del odio, la calumnia y la difamación, y nos conceda la gracia de que nuestras obras coincidan con nuestro hablar, y que seamos ante los demás testigos alegres y  creíbles del amor misericordioso de Dios por toda la humanidad. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias. 

Difamación

 José Manuel Vidal/RD

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