La actitud se aprende
En la NASA hay un poster que dice: "Aerodinámicamente, el cuerpo de una abeja no está hecho para volar; lo bueno es que la abeja no lo sabe"
Javier Martínez Aldanondo:
Hace 10 años lancé una encuesta de una sola pregunta dirigida a directivos y personas con equipos a su cargo. La pregunta era “¿Qué es lo que más valoras de las personas que diriges o que trabajan contigo? Solo puedes elegir una cualidad”. Obtuve respuestas de todo tipo de organizaciones, públicas y privadas, industriales y de servicios provenientes de una decena de países. Confieso que esperaba que, mayoritariamente, las respuestas se orientasen hacia aspectos relacionados con el desempeño: productividad, eficiencia, resultados, etc. Sin embargo, los resultados fueron sorpresivos. Lo que los directivos eligieron unánimemente como lo más valorado fue la ACTITUD. Cómo varios me dijeron literalmente “dame a alguien que tenga hambre y yo me ocupo de que aprenda”. Me llamó la atención que un intangible tan esquivo y escurridizo apareciese como el elemento esencial que las organizaciones aprecian en las personas que contratan. El mes siguiente escribí la columna “el conocimiento más valioso”.
¿Será la actitud un conocimiento? Por razones que desconozco, existe una creencia fuertemente arraigada que sostiene que la actitud es algo genético: Algunos nacieron con ella mientras el resto tuvo la poca fortuna de que no les tocase en el reparto inicial. Esta fue una de las mentiras que no incluí en la columna de enero. Seth Godin decía “Para mucha gente, la suerte es más atractiva que el esfuerzo. Sin embargo, no tienes la opción de elegir tu suerte mientras que el esfuerzo siempre está completamente disponible para ti ”. Nuestras creencias guían nuestra vida. Una creencia es una idea o pensamiento que se asume como verdadero. Y ya sabemos lo difícil que es modificar una creencia…
¿Por qué llamé a aquella columna el conocimiento más valioso? Porque todo el mundo está de acuerdo en que es el aspecto que hace la diferencia (más incluso que la inteligencia). Es muy difícil competir con un profesional que pone toda su actitud en lo que hace. El aclamado concepto de “mentalidad de crecimiento” propuesto por la psicóloga Carol Dweck confirma que se puede desarrollar la actitud. Mi amigo entrenador Sama me comentaba el caso de un jugador que habían considerado contratar, pero cuyo fichaje desestimaron porque a pesar de que sus estadísticas eran brillantes, albergaban serias dudas sobre su actitud.
La ecuación es clara: existe consenso respecto de que la actitud es el factor clave en el rendimiento + la actitud es innata y no se puede aprender + no existe un “”detector” de actitud en las personas + los estudios confirman año a año que solo el 15% de los empleados están comprometidos con su organización ¿Qué hacemos entonces? ¿rezar? ¿lo fiamos a la suerte? El grave error consiste en creer que ese 85% de personas carece de actitud. Lo que ocurre es que no la expresan en su trabajo.
Mi tesis es muy diferente. La actitud no es una cuestión innata. La actitud se define como la predisposición a actuar. No conozco a nadie que no tenga actitud por nada. Todos tenemos actitud porque es lo que nos mantiene vivos. Lo que ocurre es que todos mostramos actitud hacía distintas cosas. ¿Quién no recuerda amigos en el colegio con «cero actitud» para unas cosas y «cien» para otras? Ahora bien, que tengamos la capacidad no significa que la convirtamos en habilidad. Eso exige aprender y practicar. Todos podemos bajar de peso (tenemos la capacidad) pero no todos estamos dispuestos a hacerlo. Por eso, la actitud es una decisión. Quien no crea que la actitud se elige le recomiendo leer “El hombre en busca de sentido” de Victor Frankl. “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas – la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino”.
Está comprobado que la actitud es lo que nos permite expandir nuestros límites. Déjenme contarles una historia. Muy cerca de mi casa hay una estación de esquí. Para acceder hay que subir por una carretera estrecha de 32 kilómetros. Los 15 primeros son relativamente suaves excepto por 2 rampas de 1 kilómetro verdaderamente duras. Los 17 km restantes están plagados de curvas de 180 grados con pendientes dignas de un puerto de montaña del Tour de Francia. Años atrás me propuse llegar hasta la cima con mi bicicleta. No conocía el camino que me esperaba, pero como he hecho deporte en serio toda la vida, estaba bastante confiado. La primera vez que lo intenté me quedé clavado en la primera cuesta dura situada en el kilómetro 7 donde, exhausto, las fuerzas me abandonaron y tuve que emprender el camino de regreso a casa con el rabo entre las piernas. El siguiente domingo lo intenté de nuevo y avancé un par de kilómetros más hasta que de nuevo las piernas no me respondieron más. Los domingos sucesivos se repitió la misma situación hasta que finalmente, al cabo de unos 2 meses, conseguí llegar hasta arriba. Me demoré 2 horas y media y llegué fundido. 3 meses después hice el mismo recorrido en 1 hora y 40 minutos ¿Cómo se explica que la misma persona que no podía pasar del km 7, tan solo 5 meses después llegara hasta arriba en poco más de hora y media? Las razones que explican ese progreso son básicamente dos: Mi motivación por lograr el objetivo y mi obsesión por aprender para mejorar los resultados. Aprendí sobre nutrición, sobre entrenamientos, sobre descanso, sobre bicicletas…
Estoy convencido de que la actitud se aprende. Cualquier cosa que se demuestra, todo aquello que se puede hacer, es un conocimiento. Si alguien puede hacerlo, entonces es posible. Hace un par de meses, el responsable de innovación de Google proclamaba que “la empatía es la habilidad del futuro”. Se pueden aprender la compasión y la bondad, el optimismo, la amabilidad, la felicidad, la mentalidad, también el instinto (incluido el goleador). Toni Nadal defiende esa máxima en su libro, “Todo se puede entrenar” (lo que no implica que todo se pueda enseñar). Ojo con la tentación de ofrecer cursos de empatía o de actitud porque es no entender nada. El aprendizaje es una cuestión de actitud como demuestra esta abuela mexicana que aprendió a leer con 96 años, esta japonesa de 83 que diseña aplicaciones para móviles, o este veterano emprendedor argentino de 94 años.
Aunque siempre lo hemos sabido, la pandemia nos ha recordado que la vida es cuestión de prioridades. Todo está en función de nuestra intención. Dependiendo de dónde focalizamos nuestra atención, vemos aquello que queremos ver. Siempre se pudo teletrabajar o hacer ejercicio en casa.
La actitud es la energía que despliegas para alcanzar algo que te interesa. A veces es voluntario y te gusta (impulsado por la motivación) y otras es obligado y te disgusta (impulsado por la fuerza de voluntad). Por eso, más que un momento puntual, la actitud es un flujo permanente, que sube ante lo que nos estimula y baja ante lo que no nos atrae. ¿Cuándo despliegas tu actitud? 1. Cuando algo te gusta, lo disfrutas y 2. Cuando algo te importa (te interesa el resultado, aunque no lo disfrutes). La pregunta crítica es ¿tienes claro lo que te entusiasma? ¿y lo que te importa? La educación es importante porque te debiese ayudar a encontrar aquello en lo que estás dispuesto a “invertir” tu actitud ¿Y cómo descubres lo que te entusiasma? No hay más remedio que experimentarlo. La actitud es algo que tienes, pero solo tú decides donde lo aplicas. Un interés se convierte en pasión a base de práctica, por eso necesitamos rediseñar el sistema educativo para que te entregue oportunidades de probar y puedas averiguar qué te llama la atención. Un aula es un espacio demasiado limitado para experimentar ya que nunca fue diseñado para ello.
Se suele hablar de buena o mala actitud, pero en realidad la actitud es neutra. La actitud funciona más bien como el acelerador del coche. Ante las cosas que me interesan lo piso a fondo y ante las cosas que me desagradan, levanto el pie hasta frenarlo. La mala actitud es una actitud al 100%, pero dirigida a alcanzar objetivos fraudulentos (no podemos decir que en el escándalo de Volkswagen faltase actitud).
Si todos tenemos actitud, entonces el secreto consiste en aprender a dirigirla y gestionarla, ser capaces de expresarla a nuestra voluntad. Aquí la curiosidad juega un papel fundamental. Todos sentimos curiosidad por algo y necesitamos descubrirlo en lugar de reprimirlo. Insisto, el desafío del colegio no es obligar a los alumnos a aprender lo que les queremos enseñar (y no les cautiva) sino cómo aprovechar la energía, la fuerza, el interés y la motivación que traen los niños para que aprendan. Siempre cuento que mi hijo Iñigo aprendió a leer cuando cada mañana salía disparado a buscar el periódico para devorar las páginas de futbol mientras lo llevaba al colegio. Recuerdo cuando mi amigo de juventud Billy me explicó que la base del Aikido consistía en utilizar a tu favor la fuerza del adversario. Nunca ha habido un mejor momento para ser curioso. No sabes lo que te atrae hasta que lo conoces y a medida que te vas familiarizando con algo, tienes muchas probabilidades de que te vaya gustando cada vez más.
Es innegable que, igual que actitud se fomenta, se entrena y se mejora, también se coarta y se destruye. Durante siglos hemos tratado de imponer la actitud con pésimos resultados. Casi todos hemos conocido entornos organizacionales tóxicos para la actitud. Cuando se penaliza el error, se limitan las oportunidades para preguntar, opinar y discrepar, no se reconoce el esfuerzo, se miente, se discrimina, se desconfía o se oculta información lo que se genera es miedo. El miedo es el mayor inhibidor del aprendizaje porque ahuyenta la actitud y socava la confianza. El miedo a fracasar mata más sueños que el fracaso mismo (nuestro modelo educativo castiga el error). ¿Cuál es la buena noticia? Casi todos nuestros miedos son aprendidos, no vienen en el ADN. Los recién nacidos apenas tienen miedo. No soy bueno para… no se me da bien… después de cierta edad… El miedo conduce a no intentarlo y más tarde terminas arrepintiéndote de lo que no hiciste. Por eso es tan importante trabajar la autoestima con los niños. “Un pájaro posado en un árbol nunca tiene miedo a que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama sino en sus propias alas”. El conocimiento te da confianza porque, como se suele decir «la ambición sin conocimiento es como un barco en tierra firme”.
“No quiero jugadores a los que motivar, quiero jugadores motivados a los que entrenar” (Phil Jackson). Toda organización espera que cada persona traiga la actitud de casa. ¿Qué le vamos a exigir nosotros a una empresa para entregarle a cambio nuestra actitud? que nos…
· entregue oportunidades (autonomía y responsabilidad)
· exija y nos pida rendir cuentas respetuosamente
· desarrolle
· reconozca los méritos (y nos retroalimente)
· corrija sin humillar (convivir con los errores)
· enseñe, provea conocimiento y herramientas
· pague justamente (lo que merecemos, ni más ni menos) y comparta el éxito
· pregunte
· escuche (que nuestras contribuciones se tengan en cuenta)
· otorgue opciones para participar y no solo obedecer
· entregue información transparente y abierta
· demuestre confianza (horarios, flexibilidad, tiempo libre, vestimenta…)
· ayude a identificarnos con su fin (ética y justa)
· proporcione un espacio psicológicamente seguro
En el fondo, le pedimos que nos proteja y nos quiera como la otra gran institución humana que es la familia. La obligación de la empresa es crear un ambiente donde sus colaboradores puedan tener éxito. Tiene que ponértelo fácil para que puedas aprender. La relación laboral entre una persona y una organización es igual que un matrimonio: Si alguno se considera injustamente tratado, no perdurará. Tu organización te tiene que poner los medios y luego te toca a ti poner tu parte: la actitud.
Finalmente, no es suficiente con la actitud individual. Somos generosos y colaborativos por naturaleza. Ante el COVID, nadie permaneció de brazos cruzados, pero una pandemia no se resuelve si cada uno actúa por su cuenta. Los problemas que nos acechan solo se pueden abordar desde una actitud colectiva. Nuestra actitud en la pandemia está siendo poco inteligente, una mezcla de euforia y arrogancia: en Chile, 1 año después y a pesar del gran avance en la campaña de vacunación, volvemos a estar confinados. En España, tras varias olas, las 2 aficiones del Athletic y la Real demuestran una actitud lamentable. A estas alturas no podemos alegar falta de conocimiento. El riesgo de la meritocracia y de reconocer en exceso el esfuerzo personal es caer en el individualismo y la competencia ¿El único antídoto? Humildad y colaboración. Lo preocupante es que exhibamos actitud cuando alguna circunstancia nos coloca entre la espada y la pared.
Una persona con actitud tiene una gran ventaja: tiene capacidad de aprender, potencial, tiene futuro. La actitud te acompaña toda la vida, será tu principal herramienta. Mientras el mundo lo manejen las personas, dependeremos de su actitud. Más nos vale gestionarla y no confiar en el azar. Voltaire decía “He decidido hacer lo que me gusta, porque es bueno para la salud”. Yo también.-