«El permanente cuestionamiento del pasado amputa una parte fundamental de nosotros mismos»
Globalismo frente a identidad. Este es un debate cada vez más extendido, y que también tiene ramificaciones en la fe ante el avance de la cultura woke y el borrado de las tradiciones de muchos pueblos y que en numerosas ocasiones tienen un origen cristiano.
El académico francés, escritor y también diplomático, Daniel Rondeau, que se define como un “católico errante”, habla sobre este globalismo y la ruptura que se está produciendo en la sociedad en su novela Arrière-pays.
La novela se desarrolla en la Champaña, lejos de las grandes urbes y del poder. Habla por tanto de una Francia desconocida por los líderes políticos, incomprendidos por aquellos que viven de las redes sociales y de lo que dice la corriente dominante.
Describe una tierra cargada de historia: San Bernardo, Juana de Arco, Luis XIV, el general de Gaulle, toda ella devorada por la globalización. Sus personajes, contemporáneos de las primeras revueltas de los chalecos amarillos, ya no saben realmente dónde viven. Ven su mundo familiar sumergido en un desierto económico y espiritual. Nada parece capaz de frenar este devastador fenómeno si no es la fraternidad humana que une a unos pocos individuos.
Daniel Rondeau proviene de la izquierda de mayo del 68 y que como tantos otros experimentó posteriormente su desencanto. En una entrevista con Famille Chretienne, este académico explica por qué describe la Francia de 2022 como un desierto económico y espiritual.
Pueblo de la Champaña, con su iglesia en el centro, zona en la que se desarrolla la novela y el argumento de Daniel Rondeau
“La globalización nos proyecta en un espacio ilimitado que no tiene en cuenta todo lo que se ubica por debajo de la línea de digitalización general. En todos los continentes, pero principalmente en Europa, provincias desmembradas de viejos países, archipiélagos interiores de pobreza y soledad, nuevos desiertos para la mente y el corazón, desaparecen de los tablones de anuncios de la globalización, al mismo tiempo que el permanente cuestionamiento del pasado amputa una parte fundamental de nosotros mismos”, afirma.
La novela se sitúa en una parte concreta de Francia, y eso le permite explicar que a día de hoy existen dos categorías de franceses, lo que es urgente reconciliar. Precisamente este planteamiento también es válido para muchas zonas de España que experimentan esta misma problemática.
Este escritor lo explica así: “los primeros viven en las grandes metrópolis, en sintonía con la globalización y el liberalismo económico que les favorecen. Consideran que las fronteras internacionales, políticas, sociales, sexuales y morales están llamadas a desaparecer al mismo tiempo que se suprimen las distancias. Francia ya no es necesariamente su referencia. Se alejan de su país de forma más o menos consciente. Y luego, están los que viven en una provincia a veces marginada, olvidada, desindustrializada, que no siempre es escuchada o realmente consultada y debe someterse a los mandamientos de París o Bruselas que apuntan, entre otras cosas, a reducir el consumo de gasóleo, a demoler nuestros paisajes con aerogeneradores y normalizar determinadas prácticas sexuales”.
Rondeau señala que si uno conduce por estas partes del país verá pequeños pueblos con tiendas cerradas y casas en venta, mientras existen áreas comerciales que “prometen el paraíso del Black Friday”.
“Es esta Francia a la que evoco, la que se pregunta cuánto más aguantará con cada vez menos médicos y correos, no hablemos de parroquias sin sacerdotes, sin que nadie le hable de una visión de futuro o de esperanza”, señala.
Desde el 6 de junio de 2019 Daniel Rondeau ocupa el asiento número ocho de la Academia francesa
Este interés por “la Francia de los olvidados”, lo que en España vendría a ser la “España vaciada”, surgió en este escritor y antiguo embajador tras una visita a la prisión de Claraval hace más de diez años. “Me había invitado el profesor de la Centrale que hacía que sus alumnos trabajaran en uno de mis libros. Cuando salí, impresionado por este universo carcelario, me di cuenta de que había olvidado que estaba en esta abadía fundada en 1115 por San Bernardo y que había brillado en toda Europa, participando en la fundación espiritual y económica de nuestro continente. Me di cuenta de que Bar-sur-Aube, que había sido una de las ciudades insignia de las grandes ferias de Champagne, era ahora una ciudad que había salido de la historia”, comenta.
En este debate, la “identidad” cobra una gran importancia. En primer lugar, Daniel Rondeau insiste en recordar que “la palabra identidad no es una palabrota” y que debe dejar a un lado todas la barreras políticas.
En su opinión, “la identidad, que sólo se comprende leyendo el pasado, está alojada tanto en el corazón como en la razón de los franceses, en nuestros paisajes, en nuestros monumentos, en nuestra literatura y en nuestros libros de historia”.
El académico defiende que “es legítimo que nos preguntemos qué somos”, mientras se lamenta de la “verdadera tragedia” de la que habló Kundera en 1988 y es que «Europa está perdiendo sentido de su propia identidad cultural”. Años antes San Juan Pablo II desde Santiago ya profetizaba: “Europa, vuelve a encontrarte, sé tú misma”.
Para Rondeau, “la supervivencia de nuestra humanidad europea es una cuestión de civilización”.
El conocido dominico Serge Bonnet fue parte fundamental para que volviera a la Iglesia
En su novela aparece San Bernardo de Claraval en numerosas ocasiones, un personaje que se ha vuelto muy importante para este académico francés. “Bernardo de Claraval es uno de los pilares de la identidad europea en el siglo XII. Estoy impresionado por su eliminación actual, que me parece un símbolo de la amnesia europea y nuestra tendencia al nihilismo. Bernardo de Claraval había completado su obra en unos cuarenta años. Los europeos somos los herederos de Roma, Atenas y Jerusalén. Es suicida descuidar la Historia”.
Acerca de su propia fe, Daniel Rondeau se describe como un “católico errante”. Él lo explica así: “toda la vida es una peregrinación. Todos somos extraviados. Caminamos en nuestra vida, con nuestras esperanzas, nuestras pasiones, nuestros lamentos, nuestras faltas, nuestros dolores, nuestras alegrías, nuestras ambiciones, nuestros proyectos, y avanzamos acompañados de los que amamos. Por mi parte, también me acompaña la fe, es decir, las certezas, las dudas y una luz, ‘la pequeña esperanza’. Entonces soy un vagabundo en mi vida, el camino no siempre es recto, pero en la catedral hay capillas laterales, donde todos pueden arreglárselas con Dios, eso me enseñó el padre Bonnet. El término ‘católico errante’ me permite reclamar lo que soy mientras evito la arrogancia punzante de quien blande su catolicismo en la naturaleza.»
Precisamente, el religioso dominico y conocido sociólogo Serge Bonnet ha sido un elemento esencial para volver a la fe que recibió de niño y que abandonó en mayo del 68 y sus fantasías izquierdistas. Hoy está muy cerca de la comunidad Verbo de Vida, de espiritualidad carismática, y no deja de subrayar la importancia de la Providencia, la que según él le puso en su momento en el camino al dominico Bonnet, con el que quería hablar del mundo obrero y al final lo hizo de Jesucristo. Este dominico se acabaría convirtiendo en su mentor intelectual y en su padre espiritual. Se hicieron muy amigos y bautizó a sus hijos e incluso nietos.-