Lecturas recomendadas

Alianza conyugal

 

Rafael María de Balbín:

“La familia es una comunidad de personas, la célula social más pequeña, y como tal es una institución fundamental para la vida de toda sociedad” (S. JUAN PABLO II. Carta a las familias, 2-II-1994, n. 17). La familia como institución espera de la sociedad ser reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social.

La base de la institución familiar es el matrimonio, alianza “por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su propia índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole” (Código de Derecho Canónico, can. 1055, 1). Sólo una unión así debe ser reconocida como matrimonio. Otras uniones interpersonales que lo remedan, por mucho que puedan multiplicarse en una determinada sociedad, son un peligro para la familia y para la entera sociedad. El permisivismo moral pone en peligro la  auténtica comunión y paz entre los hombres, en la medida en que destruye la familia. Es relativizar una realidad relacional de primerísima importancia para la humanidad.

  1. Juan Pablo II ha expresado que, a su manera, la familia es una sociedad soberana, que tiene derechos propios e inalienables (Carta a las familias, n. 17; cfr. Carta de los Derechos de la Familia, 1983). Los derechos de la familia están íntimamente relacionados con los derechos del hombre: derecho de los padres a la procreación responsable y a la educación de los hijos, derecho a la propiedad familiar, derecho al trabajo. La familia es más que la suma matemática de sus miembros, y su realidad ha de ser siempre tenida en cuenta por las sociedades de ámbito más amplio: “una excesiva intervención del Estado resultaría perjudicial, y constituiría una violación patente de los derechos de la familia” (Carta a las familias, n. 17).

Sólo las personas son capaces de existir «en comunión». La familia arranca de la comunión conyugal  que el Concilio Vaticano II califica como «alianza», por la cual el hombre y la mujer se entregan y aceptan mutuamente  (Const. Gaudium et spes, n. 48). El libro del Génesis nos presenta esta verdad  cuando, refiriéndose a la constitución de la familia mediante el matrimonio, afirma que «dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne» (Génesis 2, 24). En el Evangelio, Cristo, polemizando con los fariseos, cita estas mismas palabras y añade: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mateo 19, 6). El revela de nuevo una realidad que existe desde «el principio» (Mateo 19, 8) y que conserva siempre en sí misma dicho contenido. Si el Maestro lo confirma «ahora», en el umbral de la Nueva Alianza, lo hace para que sea claro e inequívoco el carácter indisoluble del matrimonio, como fundamento del bien común de la familia” (Carta a las familias, n. 7).

Dentro del matrimonio la paternidad y la maternidad se complementan mutuamente, de manera que la comunión entre los esposos origina la comunidad familiar. “Cuando esto no se da, hay que preguntarse si el egoísmo, que debido a la inclinación humana hacia el mal se esconde también en el amor del hombre y de la mujer, no sea más fuerte que este amor.” (Ibidem).

(rbalbin19@gmail.com)

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