De odres nuevos
Cardenal Baltazar Porras Cardozo:
El Papa Francisco está removiendo una serie de asuntos que forman parte de la vida de la Iglesia, ligados unos a su relación con el mundo, como, por ejemplo, sus exhortaciones sobre la ecología o la familia, y otros, que tienen que ver más sobre el ejercicio de mujeres y hombres, servicios antiguos que se remozan por lo que supone su reconocimiento oficial como algo muy propio de la vida pastoral. Recientemente, ha modificado la legislación sobre los ministerios (servicios) de lectores y acólitos, reservados oficialmente a los varones, dados ahora también a las mujeres. Otro servicio, tan antiguo como la misma Iglesia, el oficio de catequista, humilde y callado como todo lo que está en los fundamentos de la vida cristiana, pero que son la piedra angular sobre los que se levanta la fe personal. Tiene, ahora, el rango de ministerio “oficial” y se puede conceder, cumplidas algunas disposiciones, a hombres y mujeres.
En ocasiones, la vida va delante de normativas restrictivas que pudieron tener alguna justificación en otros tiempos, pero que no hay nada mejor que darle reconocimiento “jurídico” a lo que se viene realizando normalmente. ¿Acaso es extraño que niñas, jóvenes o mujeres adultas proclamen la palabra de Dios en la eucaristía? Desde el Concilio Vaticano II se ha ido imponiendo la costumbre, por necesidad, o por la lógica de que es persona bautizada tanto el hombre como la mujer. No faltaron, al principio, quienes se rasgaron las vestiduras porque eso nunca se había visto. Es el argumento de los que le dan más peso a lo “que siempre se ha hecho así”, sin tomar en cuenta que la vida cambia y crece, ajustando muchos de nuestros comportamientos a una valoración distinta más acorde con los avances de la cultura moderna.
Esa práctica quedó regulada en virtud del Motu Proprio Ministeria quaedam del 17 de agosto de 1972 durante el Pontificado de San Pablo VI. El Código de Derecho Canónico estipulaba en el canon 230, que los ministerios de lector y acólito estaban reservados a los varones. La explicación que lo sustentaba era que, para acceder al presbiterado, -reservado a los varones-, había que recibir unos ministerios, llamados entonces “órdenes menores”, entre las que se encontraban el lectorado y el acolitado. Ya en el Sínodo de 1987 sobre los laicos, una de las peticiones de la sala sinodal solicitaba al Papa Juan Pablo II que se concediera a las féminas dichos ministerios. Una de las razones del atraso fue la polémica surgida en ocasión de la apertura al ministerio sacerdotal y episcopal en la iglesia anglicana y en varias de las denominaciones evangélicas. El Papa argumenta: “a lo largo de la historia “se han instituido en la Iglesia y confiados mediante un rito litúrgico no sacramental a personas individuales en virtud de una particular forma de ejercicio del sacerdocio bautismal y en ayuda del ministerio específico de obispos, presbíteros y diáconos”.
En otro Motu Proprio, el Papa Francisco instituyó el ministerio de Catequista, insistiendo en que es uno de los ministerios más antiguos de la Iglesia. Si bien conocemos las obras de muchos pontífices, obispos y sacerdotes, referidos a dicho ministerio, no es menos cierto que, quienes lo han ejercido a lo largo del tiempo han sido laicos. ¿Quién de nosotros puede decir que quien lo preparó para recibir los sacramentos de iniciación fue un obispo o un sacerdote? La inmensa mayoría puede recordar que fue una monjita, una mujer o un hombre, la abuela, la maestra o un alma bendita, la que con cariño y esfuerzo nos enseñó los rudimentos de la fe. Mons. Rafael Arias Blanco solía recomendarnos la obligación de orar toda la vida por las personas que nos prepararon para la primera comunión o la confirmación. Es un gesto de gratitud que nos hace reconocer el bien que personas sencillas nos hicieron en algún momento de la vida.
“No se puede olvidar, -dice el Papa-, a los innumerables laicos y laicas que han participado directamente en la difusión del Evangelio a través de la enseñanza catequística. Hombres y mujeres animados por una gran fe y auténticos testigos de santidad que, en algunos casos, fueron además fundadores de Iglesias y llegaron incluso a dar su vida. También en nuestros días, muchos catequistas capaces y constantes están al frente de comunidades en diversas regiones y desempeñan una misión insustituible en la transmisión y profundización de la fe”.
En América Latina, después del Concilio Ecuménico Vaticano II (1965) y Medellín (1968), muchos obispos instituyeron diversos ministerios laicales: animadores de la Palabra y de las celebraciones en ausencia del sacerdote, catequistas con preparación permanente y con autoridad en ese campo. Es lo que el Papa urge a los obispos que promuevan, con exigencias propias: vida cristiana y preparación permanente en la doctrina y en los subsidios pedagógicos que hagan agradable y confiable dicha preparación.
“El Catequista, en efecto, está llamado en primer lugar a manifestar su competencia en el servicio pastoral de la transmisión de la fe, que se desarrolla en sus diversas etapas: desde el primer anuncio que introduce al kerygma, pasando por la enseñanza que hace tomar conciencia de la nueva vida en Cristo y prepara en particular a los sacramentos de la iniciación cristiana, hasta la formación permanente que permite a cada bautizado estar siempre dispuesto a «dar respuesta a todo el que les pida dar razón de su esperanza» (1 P 3,15). El Catequista es al mismo tiempo testigo de la fe, maestro y mistagogo, acompañante y pedagogo que enseña en nombre de la Iglesia. Una identidad que sólo puede desarrollarse con coherencia y responsabilidad mediante la oración, el estudio y la participación directa en la vida de la comunidad”.
El ejercicio de la condición bautismal ha sido y es función ejercida por millares de laicos a lo largo de la historia. El vino bueno de la vida cristiana hay que trasvasarlo de los viejos odres ya caducos a odres nuevos para que no se pierda la solera de la fe y la esperanza alumbre el presente y el futuro en estos tiempos de pandemia y crisis. Son pequeñas dosis de renovación, necesarias para el protagonismo de todos los que somos llamados a dar razón de lo que hemos recibido de nuestros mayores.
4.- 16-1-22 (6283)