Lecturas recomendadas

El sudario doblado

El orden, en lo espiritual o en lo material, influye notablemente en la economía de la salvación

 

¿Virtud sin orden? -¡Rara virtud! (56)                                   

                                (Señor del Adviento, cap. XIII)

 

Alicia Álamo Bartolomé:

 

“… Y habiéndose inclinado, vio los lienzos en el suelo, pero no entró. Y llegó tras él Simón Pedro, y entró en el sepulcro: y vio los lienzos en el suelo. Y el sudario que habían puesto sobre la cabeza de Jesús, no junto a los lienzos, sino separado y doblado en otro lugar” (55).

 

Llaman la atención particularmente estos versículos del Evangelio de San Juan cuando narra la Resurrección de Cristo, porque nos dan dos detalles importantes: ”el otro discípulo amado de Jesús” –como se autoapela San Juan para permanecer anónimo en el relato- no entró, sólo lo hizo después de la llegada de Sión Pedro, retardado en la carrera seguramente por tener más años, pero cabeza de la Iglesia naciente y, por tanto, quien debía preceder; y en segundo lugar, se registra que los lienzos estaban en el suelo, pero el sudario colocado separado y doblado en otro lugar.

 

San Juan observó estos detalles y los incorporó al vívido relato de aquellos hechos, se comprende que le impresionaron. No entra antes que Pedro -y lo dice bien claro- para respetar un orden jerárquico. Había llegado primero, su juventud le dio más celeridad en las piernas; su curiosidad por comprobar lo que habían dicho Magdalena y sus compañeras debió ser inmensa, más por su particular afecto a Jesús y de Jesús a él, como lo cuenta, pero ni en ese momento, cuando se hubiera podido perdonar un arrebato, una imprudencia, pierde la compostura ni su sentido del orden: espera a San Pedro y entra detrás de él. Entonces se fija en el detalle del sudario: doblado aparte. Doblado, otro detalle de orden. Jesús resucita en una explosión de luz, caen la ligaduras, es el momento cumbre de la afirmación de su divinidad con el cual sella el ciclo de la Redención; de manifestarse glorioso al mundo a través de sus discípulos, sin embargo, tiene tiempo de doblar el sudario y colocarlo ordenadamente en un sitio. ¿O lo hicieron los ángeles? Para el caso es lo mismo: quedó para nosotros la lección de un pequeño detalla de orden. No hay nada en el Evangelio sin importancia, pues con estas palabras santas se nos define  Jesús, nuestro modelo, para imitarlo en todo si queremos santificarnos y santificar.

 

¿Virtud sin orden? -¡Rara virtud! (56), dice San Josemaría Escrivá en Camino. Y es porque el orden, en lo espiritual o en lo material, influye notablemente en la economía de la salvación. No se trata del orden inherente a un carácter, pues hay personas que nacen ordenadas, ¡bendito sea Dios!, a quienes no le cuesta nada vivir ese orden al menos en lo material. Éstas tienen bastante adelantado su camino, aunque algunas han de cuidarse del orden obsesivo, el cual deja de ser virtud para ser manía: son aquellas personas que se la pasan coartando a los niños en el hogar porque no los dejan pisar la alfombra o el piso brillante, ni ensuciar la ropa en un juego y recogen las copas de los invitados antes de que terminen de beber su contenido. Son casos enfermizos, pero los hay. Para éstos, poner en práctica la virtud del orden será más bien aflojar un poco y dejar que su casa tenga más aspecto de hogar vivo que de museo

 

Sin embargo, lo más corriente es ser desordenado de nacimiento, por la sencilla razón de que es una forma de pecado, capital de pecados, como veremos más adelante. Desde niños tendemos a no recoger las cosas, a que mamá lo haga y ésta debe trabajar mucho en enseñarnos los buenos hábitos del orden.  Lo peor es que casi siempre nos choca ver el desorden en la casa, la oficina o el taller ajenos y no ponemos suficiente esfuerzo en mantenerlo en nuestros propios ámbitos, porque nos justificamos con el cuento de exceso de trabajo, del cansancio y las prisas. Nunca tenemos tiempo de ordenar. ¿Hemos pensado alguna vez cómo serían la casita de Nazaret llevada por María y el taller de San José?

 

En nuestra mente no cabe la visión de un desorden en la cocina de la Virgen. Podría aber un cacharro gastado, con algún desperfecto, mantenido en uso hasta su l´mite, pero no desvencijado; podría haber en el taller de José, al final de un día de labores, virutas y ase rrín en el piso, instrumentos esparcidos aquí y allá, pero a la hora del atardecer, de terminar la dura labor, el Patriarca, ayudado por su esposa, barrería el piso, colocaría en su lugar los instrumentos después de limpaiarlos y dejaría listo el lugar para el día siguiente. Cuando Jesús tuvo edad suficiente, a buen seguro que se encargaría de estos detalles de orden para cerrar la jornada, mientras José se lavaba y se preparaba para la oración vespertina.

 

Los miembros de la Sagrada Familia llevarían en el tiempo de trabajo ropa cuidadosamente remendada por la Virgen, jamás con desgarrones más allá del día en que se provocaron, pero a la hora de salir para la sinagoga, la plaza o algún cumplimiento social, a buen seguro que irían con trajes de buena apariencia. Recordemos siempre la túnica inconsútil de Jesús rifada entre los soldados al pie de la cruz. Era un detalle de elegancia esta pieza seguramente tejida por la Virgen. Porque la pobreza no está reñida con el aseo, el buen mantenimiento y la pulcritud del traje.

 

Es dejadez, falta consigo mismo y con los demás, el desaliño en el vestir y en el escenario donde se vive o se trabaja. Cuesta mucho, a veces, el mantenimiento de las cosas y por eso el orden se convierte en virtud heroica; intervienen factores de clima –humedad, sequedad-, de tipo de trabajo, de número y travesuras de niños, de falta de ayuda, de educación y costumbres erradas; por ejemplo, en algunos medios todavía se tiene la costumbre de que sólo a las mujeres les toca el orden y mantenimiento de la casa, así, no se les enseña a los varones a recoger sus cosas, a tender sus camas, a ayudar en la limpieza y la cocina; entonces, una madre de muchos hombrecitos se ve agobiada porque tiene que hacerlo todo. Es muy agotador y su virtud del orden alcanzará grados de gran heroicidad si es madre pobre y no goza de empleados del hogar.

 

En lo espiritual el orden es igualmente importante. En primer lugar, hay que ponerlo en la prioridad de los asuntos y en la intercalación de las necesidades el espíritu en el plan de trabajo del día. Hablamos a propósito del taller de José, de esa hora al final de la jornada cuando se preparaba para la oración de la tarde. Sí, también nosotros, intelectuales o trabajadores manuales, tenemos que marcarnos un plan de vida donde están nuestros momentos de conversaciones a solas con Dios, de lecturas alimentadoras del espíritu, de devociones, como la mariana del Santo Rosario, de asistencia a la Santa Misa, ojalá diariamente, si es posible; todo dentro de una racional distribución del tiempo y una puntualidad vivida con amor para que ese tiempo nos alcance y atendamos a todo y a todos, sin que se nos vea agitados ni descuidando los detalles de una u otra obligación.

 

Si observamos como empleaba su tiempo el Redentor, lo vemos predicar,  visitar enfermos, hacer milagros, ir al templo, retirarse a orar, asistir a banquetes, bodas y recrearse con los niños. Son los tres años conocidos de su vida pública, lo hizo todo durante éstos; de los otros treinta poco sabemos, sólo que en gran parte “les estaba sujeto” a María y José; luego con ellos cumplía todas las obligaciones de trabajo, de descanso, de piedad y de recreación, bajo el orden establecido por el santo Patriarca.

 

No podemos descuidar nuestro plan espiritual so pretextos de falta de tiempo o de metas futuras: que los hijos crezcan, que disminuya el trabajo, que llegue la jubilación. Estas excusas nos impiden ser desde ahora invitados  a banquete  de la vida  eterna. En  el  orden establecido  por Dios

está incluido nuestro plan de vida para crecer sobrenaturalmente dentro de nuestras obligaciones de estado y nuestra pertenencia a una sociedad que debemos desarrollar y salvar. Dios mismo utilizó seis períodos para crear y concertar el orden del mundo; al final de cada uno se detenía a contemplar su obra y veía que era buena. Esto es oración. El séptimo día descansó (57). Nació en orden la Creación, el desorden lo introdujo el pecado, pero el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene en sí el germen ordenador que le ha permitido y le permite ir desarrollando el planeta, descubriendo sus riquezas, transformándolas, ir ordenando la vida social a través de la política, la educación, la economía, la legislación y tantas actividades  con las cuales va completando la acción creadora de Dios.

 

El desorden hace perder el tiempo y el orden lo economiza. Es verdad que hay personas desordenadas muy simpáticas, con una habilidad única para encontrar lo perdido porque tienen inmensa practica en rebuscar en medio de su desorden; mientras el ordenado se ahoga en una gota cuando le mueven sus cosas de lugar. Pero mejor seria que no se las movieran y en cambio ese hábil escudriñador podría emplear su destreza en hallar lo perdido, precisamente descubriendo cómo ser ordenado. De todas maneras, es una lucha de siempre porque si lo desordenado no se ordena solo, resulta que lo ordenado sí pierde su condición: un empujoncito allí, un desplazamiento allá y lo que hacía fila hace luego ondas. Se debe volver y volver a arreglar para que las cosas estén en su sitio. También se debe volver y volver para lograr que el plan de vida en lo espiritual calce en el material, porque cambian las circunstancias, las actividades, los horarios; por eso no puede haber una receta general sino un plan particular.

 

Es con oración, empeño y repetición de actos como se adquiere cualquier virtud. La del orden igual. Hagámonos acompañar para lograrla de la pulcra y ordenada familia de Nazaret.

 

 

 

 

 

 

55 – San Juan 20, 5-6

56 – San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 79.

57 – Génesis 1,1-30; 2,1-2

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