Dos Premios Nobel frente a Putin: «El ‘homo sovieticus’ no ha muerto»
Svetlana Aleksiévich nació en Ucrania. Herta Müller, en Rumanía. Las dos son premio Nobel de Literatura y las dos tuvieron que huir de Europa Oriental. Son buenas amigas y las reunimos para hablar de Vladímir Putin, la caída de la Unión Soviética y la situación de Ucrania.
Desde su creación se han concedido 114 premios Nobel de Literatura; 16 de ellos, a mujeres. De las 16 galardonadas, todavía viven seis y dos de ellas lo hacen en Alemania. Una es Svetlana Aleksiévich. Nació en Ucrania en 1948 y creció en Bielorrusia. Tomó parte en la revolución que se gestó en el país antes de las elecciones de 2020. Bielorrusia es la última dictadura de Europa. Muchos de sus compañeros de protestas fueron encarcelados y ella huyó del país. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 2015. En su obra, como en Los muchachos de zinc o El fin del Homo sovieticus, recoge testimonios reales para formar a partir de ellos un collage literario.
La otra premiada es Herta Müller. Nació en 1953 en Rumanía. Acosada durante años por los servicios secretos del dictador Ceaucescu, se marchó a Alemania en 1987. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 2009, el mismo año en el que se publicó su obra maestra, Todo lo que tengo lo llevo conmigo.
Müller y Aleksiévich tratan temas similares, historias de personas destruidas por las dictaduras comunistas. Además, son buenas amigas. Tanto que nada más verse, Müller comenta: «Cómo me apetece pasar un rato con Svetlana y qué poco dar una entrevista. Pero hay que hacerlo. Putin nos obliga».
XLSemanal. Ucrania tiene frontera con Rumanía y con Bielorrusia, es decir, con sus respectivos países de origen. ¿Qué sienten cuando piensan en la invasión?
Hertha Müller. Miedo y desesperación… y también impotencia. Los ucranianos son los más afectados, pero Putin lleva años encargándose de que todos los europeos del Este tengan motivos para estar asustados. ¿Por qué los rumanos y los polacos quisieron entrar en la OTAN? No para atacar a Rusia, sino para protegerse de ella.
«Putin se formó en un entorno criminal y no conoce más instrumentos que la mentira, la falsedad, la extorsión y el asesinato»
XL. Putin disfruta de una gran aprobación en Rusia; según una encuesta reciente, cerca del 70 por ciento de la población se identifica con sus políticas.
Müller. Sí, en todas las encuestas que se hacen en las dictaduras el pueblo adora al dictador. ¿Qué hace Putin con el dinero del gas y el petróleo? A la gente no le llega nada. ¿Qué hace para mejorar las infraestructuras o la sanidad?
Svetlana Aleksiévich. El dinero lo invierte en el Ejército.
Müller. Nosotros le compramos su gas y su petróleo, y él usa nuestro dinero para fabricar armas y probarlas en Siria. Y ahora las necesita para usarlas en Europa.
XL. Aunque la Unión Soviética se hundió en 1991, en sus obras describen la intensa pervivencia de la época soviética.
Aleksiévich. Ni el ‘Homo sovieticus’ ni las dictaduras han muerto, eso es incuestionable.
Müller. Putin es incapaz de pensar fuera de los patrones antiguos. Es un hombre que viene de los servicios secretos soviéticos. No duda en señalar como agentes extranjeros a ciudadanos de su país si le conviene. Se formó en un entorno criminal y no conoce más instrumentos que la mentira, la falsedad, la extorsión. Y también el asesinato, ahí están los casos de Anna Politkóvskaya y Borís Nemtsov. Sus muertes nunca se han esclarecido. Así que ¿qué puede ofrecer Putin sino una dictadura? Ese es el problema de los dictadores: cometen tal cantidad de crímenes que saben que, si algún día dejaran el poder, se acabarían enfrentando a la Justicia.
XL. ¿Putin es un dictador?
Müller. ¿Y qué es si no? A los opositores los manda a la cárcel o a campos penitenciarios. El sistema de campos de Stalin sigue funcionando en Rusia. Es más, se acaba de disolver Memorial, una ONG dedicada a recordar los crímenes del gulag, hablar de todo aquello es tabú. En Rusia, la gente joven solo tiene dos opciones: emigrar o callar.
Aleksiévich. Pero tampoco se puede explicar todo recurriendo a Putin. También está la propia población. La gente que ha pasado tanto tiempo enjaulada como nosotros, los europeos orientales, no sabe lo que significa ser libre. ¿Qué queda de la dictadura? No solo una economía que no funciona, también las personas educadas en ese sistema.
XL. Señora Müller, en 2004 visitó Ucrania con su amigo Oskar Pastior para documentarse y escribir su libro Todo lo que tengo lo llevo conmigo. Pastior estuvo internado en un campo de trabajo soviético. En la novela, el protagonista anhela volver al hogar, pero también al campo.
Müller. Sí, cuando se ha estado oprimido mucho tiempo y llega la libertad, es una libertad vacía. Duele. Uno se ha acostumbrado a la opresión porque hay que vivir con ella para no rendirse… Pastior y yo visitamos el Dombás, los campos estaban allí. En los pueblos veías a ancianos sin dientes y sin zapatos, pero con sus condecoraciones de guerra colgadas de la chaqueta. En su pobreza se paseaban con la única dignidad que les quedaba. Otra dignidad no les pudieron ofrecer en todos aquellos años.
Aleksiévich. Tras el derrumbe de la Unión Soviética, la gente no sabía cómo llenar de vida la democracia. Nos habíamos manifestado a gritos por ella, pero no teníamos ni idea de cómo se hace eso de ser libre. No teníamos cultura política. Con ese vacío se encontraron los oligarcas… y se enriquecieron. De repente, nos vimos viviendo en un mundo que no queríamos, en un capitalismo depredador en el que unos pocos son muy ricos y muchos son muy pobres. Una vez, en Moscú, un hombre de Tayikistán me contó que no había podido estudiar por falta de dinero y que su mujer tenía que limpiar baños, pero que sus abuelos habían ido a la universidad. Como es natural, estas personas se preguntan si antes las cosas no eran mejores.
XL. ¿Qué responsabilidad tiene Occidente?
Aleksiévich. A veces pienso cómo habrían sido las cosas si en Bielorrusia nos hubieran ayudado tanto como se ayudó a la Alemania Oriental. Todo habría sido muy distinto. Pero nosotros estuvimos solos. Nos quedamos en la esfera de interés de Rusia.
Müller. En Alemania se habla muy poco de la libertad que supuso la caída del Muro. El discurso gira casi exclusivamente en torno a la fractura que aquel cambio representó para los alemanes orientales. Pero por fortuna se produjo esa ruptura, supuso el tránsito de la dictadura a la democracia. Y también apoyo económico. Los alemanes orientales se quejan por algo que el resto de los europeos del Este les envidian.
Aleksiévich. Hay un refrán que dice que «cuando la casa de un grande se derrumba, aplasta a muchos pequeños». Las personas que ahora son pobres no se interesan demasiado por los crímenes de la época soviética, les dan igual las montañas de libros que hay sobre el tema. Lo viví en primera persona una vez que hablé del gulag en una lectura pública en Rusia. Un hombre se puso de pie y dijo: todo eso es el pasado, lo que me importa es qué puedo hacer hoy para dar de comer a mis hijos. Por eso, mucha gente se distanció de la democracia durante los años noventa. Lo hicieron porque no pudimos ofrecerles un proyecto de vida realista; solo palabras, palabras…
«La gente que ha pasado tanto tiempo enjaulada como nosotros, los europeos orientales, no sabe lo que significa ser libre»
XL. Señora Aleksiévich, ¿ve errores en la actuación de Occidente tras el derrumbe de la Unión Soviética?
Aleksiévich. Esperábamos que Occidente nos ayudara, pero era muy ingenuo por nuestra parte. ¿Cómo podía ayudar Occidente a una región tan grande? No, no era factible. Pero sí que veo un error: que Occidente siempre haya tenido miedo de Rusia, desde la época de los zares. Occidente no ha querido una Rusia fuerte. Y tardó mucho tiempo en entender que es necesario que Rusia sea democrática porque, de lo contrario, nos irá mal a todos. Perdimos diez años que habrían sido fundamentales para la construcción de una democracia. En ese tiempo los oligarcas se compraron Rusia entera y pensaron que en Occidente los iban a recibir con los brazos abiertos porque ahora ellos también eran ricos. Pero en Occidente se los trató como a criminales, cosa que por otro lado son. Y los oligarcas siguen indignados. No hay más que escuchar lo que Putin repite constantemente: «En Occidente no nos respetan, no les gustamos, no nos aprecian…».
XL. Putin quiere garantías de que la OTAN no desplegará ni un solo soldado en países de la antigua Unión Soviética y de que Ucrania nunca será miembro de la alianza. ¿Rusia tiene razón en sentirse cercada?
Müller. La OTAN no puede cercar a Rusia. Y ningún país de la OTAN ha amenazado jamás a Rusia. Ha sido al revés. La exigencia de unas garantías de seguridad retuerce los hechos.
XL. Señora Müller, su país de origen, Rumanía, es miembro de la OTAN y de la Unión Europea. ¿Percibe allí las consecuencias de años de dictadura comunista?
Müller. Veo mucha inquietud, corrupción, antisemitismo, extrema derecha, igual que en muchos países del Este, en Polonia, en Hungría.
XL. El arte surge del conflicto. ¿Habrían sido escritoras sin el conflicto político?
Müller. Habría preferido crecer en una democracia, aunque eso hubiera significado no escribir ni un libro. Pero la literatura no surge únicamente como consecuencia de la persecución política.
Aleksiévich. Cuando acabé mis cinco libros sobre la Unión Soviética, empecé a escribir uno sobre el amor. Y me quedé impactada al ver lo despiadada que es esa guerra entre hombre y mujer o entre hombre y hombre…
Müller. Sí, el amor es lo que más duele, por eso los servicios secretos también se infiltran en la intimidad de las personas, en lo más cercano, el amor y las relaciones familiares. Siempre he leído literatura para entender cómo se soporta la vida. Cuando observas y describes las cosas con precisión, te distancias, y eso puede ayudarte, incluso salvarte.
«Occidente siempre ha tenido miedo a Rusia, desde la época de los zares. Nunca ha querido una Rusia fuerte. Eso ha sido un error»
XL. ¿El Nobel cambia la vida?
Müller. Yo no lo pienso demasiado, pero es cierto que ahora se te percibe de otra manera.
Aleksiévich. Se sigue teniendo miedo a la hoja en blanco.
XL. Señora Aleksiévich, en 2020 huyó de su casa porque la avisaron de que los hombres que la vigilaban la iban a arrestar. ¿Se está haciendo a la idea de que es posible que tenga que pasarse el resto de su vida en el exilio?
Aleksiévich. No, quiero vivir en casa… y viviré en casa. Todos volveremos.
Müller. Sin Putin ni Lukashenko ahora no tendrías que estar aquí. Ser vecinos de Rusia es una maldición. Mientras Putin lo quiera, Lukashenko seguirá en el poder.
Aleksiévich. No podemos ganar sin la ayuda de Occidente y esperemos que esta vez Europa actúe con voluntad política. Porque esto de lo que estamos hablando no ocurre en un lugar lejano, no, está pasando aquí, en Europa. ¿Quién quiere una guerra civil en Europa? ¿Quién quiere semejante foco de inestabilidad y terrorismo?
«El amor es lo que más duele, por eso los servicios secretos también se infiltran en la intimidad de las personas. Siempre he leído literatura para entender cómo se soporta la vida»
XL. Se nota que ustedes dos se llevan muy bien. Tratan temas parecidos, aunque luego los trabajen literariamente de una forma diferente. ¿Cómo describirían su relación?
Aleksiévich. Como dijo Dostoyevski, somos dos personas del mismo delirio. Nos resulta fácil entendernos. Me gusta cómo escribe Herta, cómo habla. Me gusta todo de ella. Hace poco alguien me preguntó qué era por lo que le estaba más agradecida a Dios, y yo dije: «Por los amigos que me ha dado».
Müller. Svetlana me cayó muy bien desde el primer momento. Ya había leído todos sus libros, una poesía documental realmente maravillosa. Pero tenemos un carácter totalmente distinto, ya se habrá dado usted cuenta. Yo me altero enseguida, soy muy emocional. Svetlana es respetuosa, distante y me gusta su calma. Me duele tanto que haya tenido que marcharse de su país… Me duele por ella y también por la gente de su país. Se la necesita mucho allí.