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¿Limosna o caridad? Meditación cuaresmal

Bernardo Moncada Cárdenas:

Un proceso imperceptible continúa deformando palabras que constituyen soportes clave en la experiencia cristiana. Hoy Miércoles de Ceniza da inicio al tiempo de Cuaresma, cuarenta días de significativa preparación para la gran memoria de la pasión, muerte, y resurrección de Jesucristo. En homilías y escritos piadosos se nos repetirá que los pilares de la Cuaresma son Penitencia, Ayuno y Oración. En la actualidad, el ayuno se ha identificado (no sustituido) con el ejercicio caritativo de la limosna, denominado en este contexto “caridad”. Existe una relación entre limosna y caridad, pero no necesariamente tienen idéntico significado.

Caritas, o charitas, (proviene del griego agapé, amor, sobre todo amor fraterno) significa Amor. Un amor, como apunta el británico C.S.Lewis en Los cuatro amores, más libre que el llamado “Amor Libre” de los ’70. Libre porque eres tú quien decide amar y no estás sujeto a una pasión irresistible. Tal decisión te lleva a amar el destino del otro, del prójimo, cuyas diferencias no miras ya con tolerancia, sino con interés y compasión. Este amor fraternal te impulsa a ayudar a quien necesita y puedes dar tu ayuda.

En cambio, la palabra limosna tiene el significado de «cosa que se da por piedad» y viene del griego eleemosyne = «piedad, compasión, limosna». La limosna puede revestir un sentimiento de lástima el cual no necesariamente implica ese amor que constituye la verdadera caridad.

Ya en el Antiguo Testamento, Isaías reconviene acerca de actitudes religiosas que pueden esconder nuestra auto-justificación o sentimiento de superioridad ante los demás, como las manifestaciones ostentosas de ayuno o penitencia; dice el Señor: “Éste es el ayuno que quiero: alimentar a los hambrientos, abrir las cárceles injustas…” (cf. Is 58, 5-10). Es un ayuno de misericordia, es decir, de solidaridad amorosa con los que pasan hambre o viven situaciones duras, y de socorro dirigido a ellos.

«Con el paso de los años y la difusión progresiva de la Iglesia, el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales, junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la Palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra», escribió Benedicto XVI en su primera encíclica,Deus Caritas Est.

Al ampliarse la extensión del cristianismo sobre el globo, y no ser ya la pequeña comunidad de los primeros creyentes, el ejercicio de esa caridad ha tenido que organizarse y lo ha hecho eficazmente, pero no deformando el espíritu del amor, ni cayendo en la aridez de una eficientista ONG. Actitudes como las de Madre Teresa de Calcuta y sus Hermanitas de los Pobres muestran que la caridad puede y debe asumir el amor como principal mensaje e instrumento frente a una humanidad abrumada por la pobreza y la soledad.

La limosna es realizada, en la mentalidad moderna, como asistencialismo filantrópico, como deber moral y pocas veces como acto de amor al otro. Es entonces una limosna sin caridad, un gesto que en el fondo denota la superioridad socio-económica y la supuesta corrección moral de quien la da. Ese gesto de displicente generosidad nada tiene que ver con la Cáritas evangélica.

Si en Cuaresma sentimos el deseo genuino de cumplir con lo que la Iglesia, más que exigir, recomienda, demos a la caridad su verdadero y originario sentido. Ayudemos con la mayor discreción y amor, ayudemos al necesitado no para hacerle sentir en condición de inferioridad y exclusión, sino para hacerle sentir querido y atendido como parte de una gran familia.-

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