Nuestro Beato nos habla de los inmigrantes a principios del siglo XX
Urge, pues, adoctrinar a nuestras generaciones sobre la obligación de conciencia respecto de la ley; infundirles el instinto de la paz...
Alfredo Gómez Bolívar:
Durante el siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX, Europa fue el escenario de una emigración masiva. Por falta de trabajo y por la miseria en que vivían, millones de habitantes de los países que hoy conforman la Unión Europea (UE) partieron a otros continentes, especialmente a América. Estas personas eran originarias en su mayoría de Alemania, Irlanda, Reino Unido, Polonia, Italia, Francia, España y Portugal.
Dr. José Manuel Núñez Ponte
Me gustaría compartir con ustedes unas páginas del libro del Dr. José Miguel Núñez Ponte titulado: “Dr. José Gregorio Hernández ensayo crítico-biográfico” realizado en el año de 1923. Siendo ésta “la primera biografía escrita de nuestro Beato”. Sin más que agregar y con gran gusto, aquí les dejo estas páginas de éste hermoso libro:
…De igual manera piensa y obra el cristiano, que mira en la lente de la conciencia y reviste con la capa de la fe, para mejor cumplirlas, sus funciones cívicas y patrióticas.
Por aquí se nos muestra Hernández también con una doble misión, patriótica y cristiana, tamizando, si se puede decir, las costumbres, poniendo en manos de la bizarra juventud el escudo de la verdad, enseñándola objetivamente una regla de conducta, como aplicación de la religión y de la filosofía a las realidades de la vida práctica, para hermosear el papel del ciudadano.
En unos capítulos inéditos que titula: La Política, y aunque extraño al arte, Hernández tiene muy atinadas apreciaciones sobre nuestros gobiernos, sobre las condiciones gobernables de los pueblos católicos, sobre las glorias de una administración previsora, sobre las necesidades de la instrucción, sobre la amistad y la harmonía de las naciones hispanoamericanas y con la España misma por los vínculos de raza y religión, y dice:
«Entre las naciones europeas, nuestros intereses están en tener siempre una estrecha, firme y franca amistad con España, porque ella nos dió con sus hijos el sér que tenemos en primer lugar, y también porque nos da un contingente de inmigración muy importante para nosotros. Ninguna inmigración conviene tanto en Venezuela como la española, tanto la peninsular coma la insular de Canarias. Unos y otros se nos asimilan de tal manera, haciéndose venezolanos de tal suerte, que me ha sucedido tener trato frecuente con personas a quienes creía nacionales, y después he venido a saber que son de islas. En la inmensa mayoría de los que se hacen habitantes de nuestro País, los españoles e isleños son trabajadores, económicos, industriosos, de costumbres puras, cristianos verdaderos, sanos y fuertes físicamente y dignos de toda estimación. Como prueba de ello, tenemos la instancia con que son atraídos por nuestras hermanas del Sur, principalmente por la Argentina, Brasil y Chile, que comprenden bien que es la única inmigración que se nacionaliza…
El estudio sicológico de nuestro carácter, de nuestras costumbres y tendencias, de nuestros hombres, le hizo comprender la necesidad de un comportamiento sui generis en la rueda social y cívica, para poder salvar el concepto moral y mantener vivo el privilegio de un prestigio calificado y afable. De este modo ejerció una influencia de caridad positiva frente a tanto menesteroso espiritual, caridad de ejemplo, caridad de doctrina, que diría Lacordaire, –la más valiosa y apremiante para la indigencia manifiesta de nuestras esferas.-
La fogosidad venezolana entiende poco de orden, de disciplina, de sumisión necesaria a la ley, a la autoridad; no sabe establecer la lógica diferencia entre las personas y el sello de que están investidas; y prefiere a las veces los azares y aventuras de la guerra a la calma y triunfos prometedores de la paz.
Urge, pues, adoctrinar a nuestras generaciones sobre la obligación de conciencia respecto de la ley; infundirles el instinto de la paz, que garantiza, estimula y fecunda el trabajo, y es origen de todos los bienes públicos y privados; el amor a las instituciones, la serenidad política, el respeto a las autoridades, como fuente y expresión de decoro nacional; el horror al derramamiento de sangre, al desenfreno de las pasiones y odios fratricidas, para contrarrestar las revueltas intestinas, esos signos de incultura y de primitivismo, principio de todos los desvaríos, de todos los malestares y de todas las ruinas, rémoras para el logro de la prosperidad y grandeza a que está destinado un País, y a que todo buen hijo ha de cooperar con alma, vida y corazón…
Alfredo Gómez Bolívar