Opinión

Juventud y política

Alicia Álamo Bartolomé:

Junio de 2008: en el seminario internacional organizado por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz” sobre el tema “La política, forma exigente de la caridad”, Mons. Jean Louis Brugès, Secretario de la Congregación para la Educación Católica, se planteaba estas preguntas: ¿Por qué con frecuencia los cristianos, y sobre todos los jóvenes, se desinteresan de la política? ¿No equivale eso a desertar de una tarea clave para la sociedad?

(cfr. Ramiro Pellitero, “Al hilo de un pontificado. El gran “sí” de Dios”. Niños, jóvenes, ancianos, enfermos, Los jóvenes y la política).

Las preguntas, después de 14 años, siguen en pie y probablemente así seguirán por largo tiempo: la mayoría de la juventud de hoy está desinteresada de la política y es una lástima, porque la política es el arte del bien común y, sin éste, no habrá nunca justicia ni paz en este planeta. No hay felicidad donde el bien es de unos pocos y lo común de pobreza y hambre para una mayoría. Esta situación debería sonrojarnos a las generaciones anteriores porque somos responsables de ella, hemos pervertido la política hasta convertirla en un sucio juego de intereses de ambición económica y de mando. Hemos visto el envilecimiento de nuestros líderes políticos desde la cómoda posición de críticos de cafetín. No movimos un dedo para remediar los males que criticábamos y hemos contribuido al la desintegración y el desprestigio de los partidos políticos. Sin partidos no hay democracia. Así, nuestra juventud no ha visto al menos el intento de construir algo bueno, sino el derrumbe de algo que hubiera podido serlo.

¿Qué hacer ahora? Sin juventud no hay futuro. Los viejos y maduros miembros o no. de partidos, que tengan todavía una preocupación sincera por el país, deberían reunirse, estudiar la situación y programar una acción de formación política, viendo en ésta su verdadera significación: el arte de gobernar para hacer nación con paso decidido hacia el desarrollo y el progreso, dentro de un clima de justicia y paz. Es decir, enseñar a reconstruir la democracia.

¿Es una utopía? Tal vez, pero si no buscamos ansiosamente una estrella polar que nos guíe, jamás encontraremos el camino. Convocar a la juventud a participar en cursos, seminarios, convivencias de formación política, puede ser una estrella hacia donde dirigir la brújula. Eso sí, tratándose de viejos líderes que igual pueden tener viejos resabios, primero, purificarse de éstos; nada de intenciones proselitistas, nada de barrer hacia mi lado y agarrando aunque sea fallo. Total desprendimiento y visión de grandeza para concebir un país. Ojalá que propicien la formación de nuevos partidos en lugar de remendar a los viejos, que ya cumplieron su destinos, con parches de tela nueva que destrozarán la vieja o de echar ideas nacientes, como el vino, en odres añejos que terminarán rotos y el vino nuevo en el suelo (cfr. Mateo 9, 14-17).

Pensar en grande es algo que hemos olvidado las últimas generaciones. Quizás por el individualismo que se desarrolló después del Renacimiento, desbaratada la seguridad social de la Edad Media, pensamos más en nuestra parcela que en la totalidad de la urbanización. Nos hemos vuelto egoístas y es ésta la peor corrupción de la política: todo para mí y sálvese quien pueda. Desvestir a la política de estos adefesios es un ardua pero imprescindible tarea, si queremos un país próspero donde reine la armonía y la felicidad posible. ¿Acaso no hay venezolanos, de cualquiera edad que no tengan este anhelo?

Está bien, el pasado es el pasado y no volveremos a él, sería un retroceso indeseable, pero el porvenir… Me resisto a aceptar un país estancado para siempre. Alguien tiene que reaccionar y si este alguien no es la pujante juventud, ¿quién puede serlo? Nos toca a los mayores empujar a esa juventud a que tome las riendas el futuro, a que no deje a un lado esa tarea clave para la sociedad de la cual hablaba Mons. Louis Brugès, citado al comienzo de este artículo. A que forme parte activa y efectiva del quehacer político, aportando su pureza incontaminada, su afán de ser y crecer. Siempre habrá juventud y, por lo tanto, siempre hay esperanza.-

De su columna en El Impulso «Del Guaire al Turbio»

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