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Cardenal Porras: Homilía en Ordenación de Obispos Auxiliares

"Los sufrimientos no harán quebrar la caña ni apagar la mecha vacilante"

HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN EPISCOPAL DE LOS NUEVOS OBISPOS AUXILIARES DE CARACAS, CARLOS MÁRQUEZ Y LISANDRO RIVAS, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO. Santuario de Don Bosco, Altamira, Caracas. Sábado 12 de marzo de 2022.

 

Queridos hermanos:

 

Hoy es un día especial para la vida arquidiocesana de Caracas. Jesús el Buen Pastor nos ha regalado por intermedio de la bondad del Papa Francisco, dos nuevos obispos auxiliares para el servicio de la población que vive en la gran Caracas. La atención espiritual y el cuidado integral a la inmensa concentración humana de la capital ha exigido en los últimos setenta años la valiosa ayuda de obispos auxiliares para que el ministerio del arzobispo metropolitano se enriquezca y sea más eficiente. Hacemos memoria de ellos para que los que nos han dejado intercedan por esta querida porción eclesial; desde Mons. Nicolás Eugenio Navarro, el primero, fueron auxiliares caraqueños difuntos, Ramón Inocentes Lizardi, José Rincón Bonilla, Luis Eduardo Henríquez Jiménez, Jesús María Pellín, Marcial Ramírez Ponce, Vicente Ramón Hernández Peña, Alfredo José Rodríguez Figueroa, Miguel Delgado Ávila, Jorge Urosa Savino, José Vicente Henríquez Andueza, Roberto Antonio Dávila Uzcátegui y Rafael Conde Alfonzo; en total 13. Varios de ellos ocuparon otros encargos episcopales además de su designación como auxiliares.

 

En el elenco de quienes fueron obispos auxiliares y están vivos, activos o eméritos, figuran en orden cronológico, Ramón Ovidio Pérez Morales, el decano, al que siguen Diego Padrón Sánchez, Mario Moronta Rodríguez, Ramón Ubaldo Santana Sequera, José Trinidad Valera Angulo, Nicolás Bermúdez Villamizar, Saúl Figueroa Albornoz, Jesús González de Zárate, Luis Armando Tineo Rivera, Fernando Castro Aguayo, Tulio Ramírez Padilla, José Trinidad Fernández Angulo y Enrique Parravano Marino, lo que suma 13 más.

 

En el presente contamos con un único auxiliar activo en la persona de Mons. Ricardo Barreto Cairo, al que se sumarán hoy los dos nuevos electos, Carlos Eduardo Márquez Delima y Lisandro Alirio Rivas Durán; con estos tres, han sido o son obispos auxiliares de Caracas un total de 29 obispos.

 

A todos ellos, por el amor y la dedicación que derramaron sobre esta querida tierra, ofrecemos este ramillete orante que hoy une a la iglesia triunfante y a la que peregrina en este valle de lágrimas, con la vitalidad de la comunión de los santos y en el caminar juntos, sinodalmente, para bien de toda la comunidad que habita este remanso geográfico regado por el río Guaire y sus afluentes, acariciado por el aire fresco del Ávila, del abra de Catia por el oeste y por la brisa proveniente de la cálida tierra barloventeña.

 

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La palabra de Dios que acabamos de escuchar nos recuerda que somos elegidos, sostenidos y preferidos por el Señor. No en balde, sino porque ha puesto a sus pastores para que promuevan el derecho en las naciones. Los sufrimientos no harán quebrar la caña ni apagar la mecha vacilante. Pero este llamado gratuito del Señor exige poner en marcha el ministerio recibido para ser luz, abrir los ojos a los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión, y de la cárcel a los que habitan en tinieblas. Para eso el Señor nos ha llamado, para la justicia, tomándonos de la mano, formándonos para ser luz de las naciones. La misericordia y la ternura del Señor es tal que nos invita a no temer porque Él está con nosotros, desde el oriente hasta el occidente. Este mensaje del profeta Isaías, se cumple también hoy aquí, para que los nuevos obispos sientan que el Señor los ha llamado por su nombre, porque son de Dios, y cuando crucen aguas turbulentas, la corriente no los anegará ya que son preciosos para Él y los ama.

 

Para que todo esto se realice realmente en nosotros, para que no se quede sólo en un deseo, necesitamos sin duda momentos para recuperar nuestras energías, también las físicas, y sobre todo, para orar y meditar, volviendo a entrar en nuestra interioridad y encontrando dentro de nosotros al Señor. Por eso, el tiempo para estar en presencia de Dios en la oración es una verdadera prioridad, no es algo añadido al trabajo pastoral, es la más importante. “La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más” (EG 264).

 

Por ello, todos juntos, los que estamos aquí y los que nos siguen en la oración y el afecto, presencial o virtualmente, proclamamos gozosos “El Señor es mi pastor, nada me falta”; porque Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, es compasivo y consolador, para que podamos consolar a los que pasan por cualquier tribulación.

 

Lo que le pide el Señor, a los nuevos obispos, y a todos los bautizados que estamos aquí presentes, es que permanezcamos en Jesús, en sus palabras y en sus hechos, porque somos amigos del Señor si hacemos lo que Él nos manda, ya que fue Él quien nos eligió y nos destinó para que demos fruto abundante. Recordemos al Papa Francisco cuando nos repite que “el obispo, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo; otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo, tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. Por tanto, el obispo tiene que ver por dónde va el conjunto del pueblo cristiano” (EG 31); es la senda de la sinodalidad. Es el ejercicio del discernimiento que se realiza en comunión, en diálogo fecundo, en el compartir gozoso de la común realidad bautismal que nos anima.

 

Este mensaje tiene actualidad en medio de la crisis que vive nuestra sociedad. No podemos ni debemos ser ingenuos sin capacidad de compadecernos de los que sufren en su cuerpo y en su espíritu. Ser heraldos de la paz en medio de la violencia física y anímica en la que se sumerge la vida de la mayor parte de la gente, nos obliga a ser conscientes de la realidad y a verla con los ojos de la fe y la sensatez de la realidad circundante. ¿Cómo no sentirnos interpelados por el llamado a la paz del Papa Francisco ante el fantasma de la guerra absurda en la invasión de Rusia a Ucrania, que en un mundo globalizado, toca de cerca a todos, ante la inminencia de una guerra que ya no es convencional sino nuclear?

 

Los dos nuevos obispos a quienes les impondremos las manos y la oración consagratoria heredada del ministerio apostólico, son una bocanada de aire fresco y una esperanza cierta para animar el trabajo pastoral en nuestra arquidiócesis. San Marcos (cap. 3) señala el significado de un apóstol: estar con Él y estar disponibles para la misión, que desde hoy emprenden. Las dos cosas van juntas y sólo estando con Él, estamos en movimiento para llevar el Evangelio a los demás. Ambos han palpado en su propia piel el sentido del dolor y la angustia de la pobreza.

 

Carlos, tuvo su camino de Damasco, a raíz del accidente que casi le arrebata la existencia y de la que quedan las huellas en su cuerpo; fue la ocasión de la conversión integral que lo ha llevado por senderos que nunca pensó ni soñó, pero que lo han conducido a ser copartícipe de los dolores y sufrimientos de su pueblo, y a experimentar en su propia carne, la misericordia de Dios. En la devoción al Corazón de Jesús ha encontrado el bálsamo sanante que le da vigor y coraje para seguir adelante.

 

Por su parte, Lisandro, quien procede de la vocación misionera que le confiere su pertenencia a los Misioneros de la Consolata, tras las huellas del P. José Allamano, apóstol en la Iglesia local. Sintió desde joven la vocación y dedicación exclusiva a la misión, con intenso celo apostólico; tiene en sus alforjas los signos de su paso por la entrega amorosa y desinteresada, en Kenya durante varios años, palpando las necesidades y pobrezas de su gente, compenetrándose y sintiéndose uno de ellos hasta aprender y dominar la lengua local. Y en el guiar en los últimos ocho años a los misioneros del mundo entero como Rector del Colegio San Pablo de Roma. El Misionero de la Consolata, discípulo misionero, debe estar en sintonía con Jesús, sentirse llamado, disponible a ponerse en camino, a identificarse con el estilo de vida de Jesús y a asumir la misión, como algo necesario para compartir su estilo de vida. Hacerlo ahora en sui propio país, a la llamada también misionera como obispo, tendrá el aval de la experiencia acumulada en los años que ha servido allende los mares.

 

Los lemas episcopales de ambos, Carlos y Lisandro, encierran el toque que quieren poner a su nuevo ministerio: “para que en Él tengan vida” y “Dios es bueno”. Una yunta que servirá de norte a la labor pastoral que juntos, remando en una misma dirección con los bautizados, con los cercanos y alejados, con los consagrados y con los ministros ordenados, deben, debemos, ser portadores de buenas nuevas. Como nos dice el Papa Francisco “para orientar adecuadamente los actos de las distintas virtudes morales, es necesario considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia otras personas. Ese dinamismo es la caridad que Dios infunde” (Fratelli tutti 91). La vasta experiencia acumulada por ambos en variados ámbitos, en el mundo civil e instancias eclesiales, sea prenda de amplios horizontes para una acción evangelizadora que abarque todas las realidades humanas. Ello es señal de esperanza confiada y de alegría de una Iglesia en salida como la nuestra, en la seguridad de que la intimidad con Jesús es una intimidad itinerante, misionera.

 

En las estampas de recuerdo de esta ordenación hay varias devociones: el Buen Pastor, el Nazareno de San Pablo y el Beato José Gregorio Hernández; y las querencias marianas de Nuestra Señora de la Candelaria y la Santísima Virgen Consolata, que nos animan a todos a ser misioneros fervorosos. “Tú, Virgen de la escucha y la contemplación, madre del amor, esposa de las bodas eternas, intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo, para que ella nunca se encierre ni se detenga en su pasión por instaurar el Reino” (EG 288). Es lo que fervorosamente pedimos por los nuevos obispos y por toda nuestra iglesia local.

 

En el futuro próximo, se verá reforzada la unidad en la Arquidiócesis, fortalecida con los dos nuevos obispos Auxiliares Carlos y Lisandro. Le pedimos ahora al Señor que la unidad con los pastores y la fraternidad, sean una santa inquietud que nos lleve a ofrecer a todos, sin cansarnos, el don de la salvación, la única que permanece.

 

Continuemos con el rito de la ordenación en la que se nos invita a ser protagonistas y compañeros de camino de estos dos nuevos obispos venezolanos para la mayor gloria de Dios. Que así sea.-

 

SALUDO INICIAL

MISA ORDENACIÓN NUEVOS OBISPOS AUXILIARES

12-3-22

 

A nombre del episcopado venezolano, y de los hermanos obispos Consolatos venidos de Colombia, un saludo cordial y fraterno extensivo a los que nos siguen a través de los medios y redes, pudiendo así, unirse a esta singular celebración.

 

Saludo en primer lugar a los de lejos, a los muchos que han tenido que emigrar y han expresado su alegría y esperanza, en medio de las diversas circunstancias en las que viven, por el nombramiento de dos nuevos obispos. A ellos, nuestra oración y afecto.

 

Saludo la presencia de los hermanos de diversas iglesias aquí presentes. Me permito darle la bienvenida al Arzobispo Metropolita de la Iglesia Ortodoxa Antioquena, de visita en Venezuela, quien nos acompaña.

 

Como gesto fraterno de comunión, el evangelio de hoy será proclamado en castellano y en griego por un miembro de la Iglesia Ortodoxa griega.

 

Nuestra oración se une al sufrimiento del pueblo ucraniano y a la pérdida de vidas que ocasiona una guerra sin sentido, con el peligro de convertirse en una conflagración de mayores dimensiones. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, “los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano” (GS 9). La paz es un bien irrenunciable, y no se encuentra se construye.

 

Un saludo a los enfermos y discapacitados por tantas dolencias, fieles en seguir la trasmisión de esta eucaristía.

 

Un saludo agradecido al Superior General de los Padres de la Consolata, aquí presente, y a los padres venidos de Roma, del Colegio San Pablo, y junto a ellos los estudiantes que desde la Urbe están conectados a través de las redes.

 

Un respetuoso saludo a las autoridades presentes y a los miembros del Cuerpo Diplomático que nos acompañan.

 

Un abrazo en la fe a las iglesias hermanas de América Latina, por sus gestos de comunión y sinodalidad. En especial a la iglesia nicaragüense, por las dificultades que atraviesa.

 

A todos ustedes, hermanos en la fe, presentes presencial o digitalmente, pues las medidas de bioseguridad por la pandemia, no permiten el aforo masivo que en condiciones normales abarrotarían el templo.

 

A los jóvenes, hombres y mujeres, representados hoy aquí por este ramillete de Servidores del Altar, futuro del protagonismo de la fe en nuestra patria.

 

A los sacerdotes, religiosos y consagradas, a los seminaristas y formandos, que esta celebración sea un crecer en la vocación ministerial, carismática y misionera.

 

Entremos de lleno a la celebración pidiendo perdón por nuestros pecados.

 

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