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Paul de Grauwe: Rusia no puede ganar la guerra

La invasión rusa de Ucrania tiene el potencial de convertirse en una guerra prolongada que pesará mucho en la economía rusa. Paul De Grauwe (London School of Economics) sostiene que Rusia simplemente carece de los recursos económicos para mantener un conflicto prolongado de este tipo y que el mundo debería estar profundamente preocupado por la posibilidad de que Vladimir Putin recurra a medios no convencionales como alternativa

Rusia es un país pequeño. Desde el punto de vista económico. Según el FMI, el producto interior bruto (PIB) de Rusia ascendió a 1.648.000 millones de dólares en 2021. Esto es más o menos el mismo tamaño que el PIB combinado de Bélgica (582.000 millones de dólares) y Holanda (1.008.000 millones de dólares) en el mismo año. Incluso si se suman estos dos países, sigue siendo un país pequeño. El PIB de Rusia apenas representa el 10% del PIB de la UE. Rusia es un enano económico en Europa.

¿Puede un país tan pequeño ganar una guerra intensa contra un país que se resiste con uñas y dientes y que tendrá que ser ocupado durante mucho tiempo? Mi respuesta es no. Rusia no tiene los recursos y medios económicos para hacerlo.

Para ganar esa guerra, Rusia tendrá que aumentar drásticamente su gasto militar. Actualmente, Rusia gasta unos 62.000 millones de dólares (aproximadamente el 4% de su PIB) en el ejército. Eso es el 8% del gasto militar de Estados Unidos. Ese presupuesto militar no será suficiente para seguir librando una guerra intensa y prolongada. Habrá que hacer más gasto militar. Pero el gasto militar se desperdicia económicamente. Los tanques y los aviones de combate que hay que producir para hacer la guerra son inversiones económicamente inútiles. Esto contrasta con las inversiones en máquinas (y otros factores de producción) que permiten producir más en el futuro. Los tanques y los cazas no permitirán un rublo más de producción en el futuro. Sin embargo, desplazarán la inversión productiva. Por lo tanto, el país económicamente pequeño que es hoy Rusia será aún más pequeño en el futuro.

En lugar de recortar la inversión productiva, el dictador ruso podría reducir el consumo en Rusia para dar paso a un mayor gasto militar. El hecho de que Rusia tenga un PIB tan pequeño mientras el país tiene 146 millones de habitantes (más de 5 veces la población de Bélgica más los Países Bajos) oculta el hecho de que la mayoría de los rusos viven en una pobreza relativa. Putin tendrá que empujarlos aún más a la pobreza para hacer realidad sus ambiciones megalómanas. Es dudoso que esta política fortalezca su dictadura.

Hay otros efectos que cabe esperar de una política que empuja a un país a una economía de guerra. Los ingresos obtenidos en la industria bélica no podrán gastarse en bienes de consumo porque éstos escasean. En consecuencia, la inflación aumentará considerablemente. La tentación de introducir controles de precios será grande. El resultado es conocido: racionamiento y escasez. Paradójicamente, esto hará realidad la ambición de Putin: un retorno a la Unión Soviética con sus largas colas de espera frente a las tiendas.

Rusia es un país económicamente pequeño; también es un país subdesarrollado. Tiene una estructura de producción propia de un país africano. El país exporta principalmente materias primas y energía (gas y petróleo crudo). Constituyen el 80% de las exportaciones rusas. Las importaciones se concentran en productos manufacturados (maquinaria, equipos de transporte, electrónica, productos químicos, productos farmacéuticos). Estos productos representan más de tres cuartas partes del total de las importaciones rusas.

El problema de un país tan subdesarrollado es que los ingresos por exportación están sujetos a grandes fluctuaciones. Actualmente, los precios de la energía y las materias primas son muy altos. Esto ha permitido a Rusia acumular más de 600.000 millones de dólares en reservas internacionales (dólares, euros, libras, oro). También ha impulsado los ingresos presupuestarios del gobierno ruso. Pero esos son efectos temporales. Han creado la ilusión de que Rusia tiene los recursos para librar una guerra prolongada.

Ya es evidente que esto es una ilusión. Cerca de la mitad de estas reservas internacionales están ahora congeladas por las medidas punitivas impuestas por los países occidentales. Esto también deja claro lo dependiente que es un país subdesarrollado de las potencias occidentales que controlan el sistema financiero internacional. La gran cantidad de reservas internacionales de que dispone ahora Rusia no es una fuente de poder, sino su talón de Aquiles.

Además, estos altos precios de las materias primas son un fenómeno temporal. «Lo que sube debe bajar». Los precios del gas, del petróleo y de las materias primas volverán a caer y reducirán los recursos disponibles para el gobierno ruso y harán imposible una guerra convencional prolongada.

Rusia es un país económicamente pequeño y frágil. Sin embargo, es grande en otras dos dimensiones. La primera proviene de sus grandes recursos de energía (petróleo y gas) y materias primas. Esto proporciona a Rusia una gran influencia política en Europa. Rusia puede cortar el suministro de gas a Europa en respuesta a las sanciones occidentales. Esto sería ciertamente doloroso a corto plazo en aquellos países que tontamente se han hecho demasiado dependientes del gas ruso. Sin embargo, si Rusia corta sus entregas de gas hoy, esto destruiría, a largo plazo, la principal fuente de ingresos exteriores de Rusia, ya que los países europeos buscarían y encontrarían alternativas. Esto reduciría aún más los recursos de Rusia para hacer la guerra.

El segundo pilar del poder de Rusia es, por supuesto, su arsenal nuclear. Las bombas nucleares no ganan una guerra convencional, pero se puede destruir un país con ellas, en un abrir y cerrar de ojos. Y aquí reside un gran riesgo para el resto del mundo. ¿Qué hará un dictador cuando se dé cuenta de que no puede ganar la guerra por medios convencionales sino por otros medios? Esa sigue siendo la pregunta más aterradora hoy en día.

 London School of Economics – blogs.lse.ac.uk

Nota: Este artículo ofrece las opiniones del autor, no la posición de EUROPP – European Politics and Policy, de la London School of Economics.-

Traducción: Marcos Villasmil

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